¿CASUALIDAD O DESTINO?

Tema trillado. Pero no importa. Alguien mueve los hilos de este curioso entramado al que llaman vida. ¿Desde dónde? Puede estar más cerca de lo que uno cree. ¿Desde cuándo? Habrá que preguntárselo al de abajo.

Cómo explicar, por ejemplo, por qué el lunes 19 de octubre de 2020, cuando ya, motu proprio, había descartado la intervención en mi ojo derecho al experimentar una notable mejoría, me llegó una notificación de WhatsApp anunciándome que la cirugía, programada para el 20 de octubre, había sido aplazada para el 26 del mismo mes. Lo mejor de todo es que no tenía yo la menor idea de que la cirugía estuviera fijada para el día siguiente. Respondí ese mensaje solicitando, antes de cualquier cirugía, una nueva valoración por parte de la especialista en vítreo y retina. Tenía decidido no someterme a esa operación, a menos que fuese estrictamente necesaria. Y vaya sorpresa: el 20 de octubre de 2020, mientras cenaba en casa, sufrí una recaída como nunca antes, quedando incluso peor que cuando se presentó el desprendimiento hemorrágico del humor vítreo la primera vez, el 7 de diciembre de 2019. Así que no tuve más remedio que someterme el 26 de octubre a la cirugía, la cual solo se pudo realizar al día siguiente por otro problema de salud. ¿Quién decidió eso? ¿Quién castigó mis dudas y mi renuencia? O algo mucho más enternecedor: ¿quién determinó que eso sería lo mejor para mí, después de meses de estar sufriendo ese percance y de estar asumiendo con dificultad la lectura y la escritura?... ¿Qué sería de mi vida sin poder leer ni escribir? Alguien me quiere más de lo que yo consiento.

El amor, por supuesto, no podía estar a salvo de estas maniobras tan causales como inciertas. Otro ejemplo: solía acompañar a mi madre donde su modista. Ahí pasaba largas horas esperando a que ella se desocupara de sus cosas. Eran calles en aquel entonces sin asfaltar, yo me quedaba afuera sentado en un andén, bajo la sombra de un árbol, o caminando de esquina a esquina pensando en lo de siempre (no recuerdo qué sería lo de siempre en aquellos silenciosos años, pero supongo que debía parecerse mucho a lo de siempre en estos todavía años silenciosos). Pues bien, en esa misma cuadra, en una de sus esquinas, vivía la mujer que dos décadas después me cambiaría la vida por completo. Una casona habitada por varias familias, especie de inquilinato, en ella vivía K. sin saber aún de mi existencia, sin sospechar que por ahí rondaba el joven que más tarde, proveniente de un mundo opuesto, se metería en sus ojos. La casona fue demolida para construir un parqueadero, por ahí pasamos de vez en cuando y una alegre nostalgia me acaricia, una nostalgia cuyo cabello negro y largo va mirando la plaza donde jugó de niña. Preguntas y más preguntas. ¿Cuántas veces la habré visto o me habrá visto (adolescentes ambos) sin que la flecha del amor nos haya herido? Me aterra la sola idea de poder transportarme, por arte de diablura, hasta esos años, y verme pasar por su lado como si nada, sin mirarla siquiera, y, si seré yo loco o raro, hasta me duele esa monstruosa e imperdonable indiferencia. Además de tiempo se necesitó de un cuento alumbrador, de rupturas amorosas, de un trabajo siniestro y de un conflicto que alcanzó a tener ribetes peligrosos. Y aquí estamos todavía, juntos y felices, hasta donde se puede ser feliz sin molestar a nadie.

A veces se me da por imaginar dónde estará ahora la mujer destinada a tropezarse conmigo más adelante, igual como estoy yo de sentenciado a tener que advertir su presencia y caer preso en sus voluptuosas redes. En efecto, qué estará haciendo en este instante en el que yo escribo estas sandeces, la habré visto ya, me habrá visto sin llamar su atención, habré pasado algún día por su lado o ella por el mío, nos habremos rozado sin querer, intercambiando un par de frases de mera cortesía o sin sentido… Qué vaina no conocerla aún para poder ayudarle en algún problema que atraviese, o consolarla antes de poder calmarla con un beso.

No se rían. Claro que a estas alturas prefiero que ningún hado se alborote. Como estoy, estoy bien. Después de K, solo K. Como ruego, además, que no sea ella la que esté programada por algún dios celoso o perverso para abandonarme, y que tampoco se cumpla lo que una pitonisa vio para ella en el fondo de un pocillo de chocolate que K. acababa de beberse: un futuro extraordinario, un hombre viejo y muy rico la haría plenamente feliz, tendría con él dos hijas gemelas que serían la adoración del veterano, quien le daría a K. todo lo bueno que ella se merece. Ese mismo día me contó el vaticinio muriéndose de risa. ¡Mierda!, a veces medio bromeando sobre eso le digo que en lo de viejo me estoy acercando, en lo de rico sí que me falta, ¡y bastante!, y en cuanto a las gemelas, a su edad tendrán que ser obra de un angelical milagro. K. me recuerda entonces que en Cartagena una adivina me pronosticó que terminaría los míos (mis días) al lado de una mona adinerada, liberado por fin de un trabajo odioso y dedicado de lleno a la literatura. Tendré que teñirme el pelo y seguir jugando chance, agrega K. con gesto picarón. Yo, la verdad, estas cosas prefiero tratarlas con respeto, no se me olvida que la misma K. fue creada por mí en un cuento que escribí un diciembre meses antes de conocerla. ¡Qué tal que esa rubia traición personifique! 

El caso que me ocurrió hace dos días es también maravilloso. Hablé por teléfono el domingo con el amigo F. sobre un proyecto musical en común, quedé con él en que llevaría mi aporte económico a su casa el lunes por la mañana. Me dijo que no iba a estar, que se lo dejara con E., su empleada de confianza. K. estaba cerca y le pedí que se grabara el nombre; no se me olvidará, me aseguró. E. se llama la esposa de su hermano. Total, que el lunes salimos desde temprano a realizar varias diligencias pendientes, y cuando regresábamos a casa luego de finiquitarlas todas, por nuestra ruta de costumbre K. vio pasar a su cuñada en moto. ¡Qué coincidencia! Tiempos sin verla. Y se nos apareció precisamente en ese lugar, ese día y a esa hora para recordarnos el compromiso con el amigo F., del cual nos habíamos olvidado sin posibilidad alguna de acordarnos por nosotros mismos. ¿Quién la enviaría? Todos los días pasan cosas así. ¿O no? ¿Será que solo son percibidas por poetas y escritores ociosos, o por esos personajes solitarios que se dedican a observar el mundo sin afanes?

Algo bien triste para ir concluyendo. Lunes por la noche. Llamada del amigo A., quien me contó los problemas familiares por los que está pasando, en especial con uno de sus hijos. Necesitaba asesoría psiquiátrica y quería el nombre del médico que atiende en ocasiones mi trastorno de ansiedad. Tengo dolorosa experiencia en esas lides, así que me atreví a darle unos cuantos consejos al amigo agobiado. Uno en particular que he aprendido a considerar últimamente como de obligada e inaplazable trascendencia: hay que reconciliarse con los hijos, independiente de causas, circunstancias y culpas. A la muerte de un padre no se le puede sumar un mal recuerdo en el corazón del hijo. Hablaré de este tema cuando le toque el turno en EL MUSICANTE a la canción “Un solo dolor”.

Próxima canción de EL MUSICANTE: “Canta mi río”.

Dos ventajas de haberme retirado de las redes sociales: tranquilidad y haber vuelto a temas más interiores y complejos. Demasiada distracción y superficialidad en esos sitios. Ahora comprendo más que nunca para qué es que en realidad sirven, y me parece bien que sea así, porque de esa claridad surge precisamente la convicción de no estar donde no debo. No hay nada más contrario a mi vida que una red social. No sirvo para eso. No pertenezco a ese mundo dulce y amical. Reconozco, no obstante, que me ha costado desprenderme de ellas, me hace falta saber de la vida de algunos amigos, no todo era peyorativo, tenía contactos que con sincero interés seguían mis publicaciones y yo las de ellos. Pero esas redes envician y no solo por salud debo abstenerme de volver. Necesitaba organizar mis espacios y escribir con absoluta libertad, recuperar el silencio de los días, la soledad, el aislamiento, tan imprescindibles al acto creador. Sentía igualmente la necesidad de decantar el aspecto crítico, enfocándolo hacia temas de mayor envergadura. Adicionalmente, comprobé que la plataforma con inicial tocaya me había condenado a la invisibilidad. El oficio de escribir difiere del oficio de opinar, y los escritores no deberían desgastarse en espacios que, quiérase o no, los absorben y desdibujan. De ahí a la frivolidad hay un solo paso.

No niego que esta visión algo romántica tenga más de pasado que de presente; tal como van las cosas no podría ni argumentarse estar hoy en vías de extinción. El escritor de estos veloces tiempos es social y virtual, en permanente comunicación con su entorno informático, sin preocuparle que el exceso de información lo reduzca a ser uno más de muchos. Fungir de bloguero es, a la postre, otra carátula de la red.

Bien, me despido. Perdonen la digresión. Estábamos hablando de si venimos o no marcados por un sino ineludible. Mi obsesión con el destiempo es una respuesta que me permite a veces disponer de válvulas de escape. La literatura puede asimismo ayudar en la toma de decisiones contrastantes. Hasta el hombre que se ubica todos los viernes en la misma tasca y a la misma hora para beberse su dosis reglamentaria de cervezas, puede optar por dejar de hacerlo o cambiar de lugar, de amistades incluso. ¿Estará cumpliendo de cualquier modo su destino si modifica su ciclo rutinario? Lo cierto es que un frenar, un desvío, una renuncia pueden repercutir en la vida de manera radical: o la mejoran o la empeoran. Cinco minutos antes o cinco minutos después pueden significar morirse en un accidente o salvarse de perecer en él. Si mal no recuerdo, Susanna Tamaro aborda estos misteriosos asuntos en uno de sus relatos. El grado de paroxismo al que se podría llegar es tan fabuloso como angustiante.

Poder ser uno mismo el conductor de su destino no es tan descabellado después de todo, pero tampoco garantiza que no se esté entrando en un nuevo determinismo mientras la máquina del tiempo reacomoda sus piezas.

FRANCISCO BURGOS ARANGO (FBA)

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