DIETARIO DEL RESTO DE UNA VIDA…

Dietario de una vida, había dicho. Pero no, Dietario del resto de una vida suena mejor, y es más exacto. Esto que ahora tienen frente a los ojos no es un libro de memorias, no pretende serlo, y no porque la memoria se me haya ido perdiendo o confundiendo, sino porque deseo que sea el presente su única o principal salida, ya que del futuro (a estas alturas) sería un despropósito hablar. Así que les prometo que la muerte no será protagonista, si bien siga creyendo que la literatura sin ella pierde mucho de su vital esencia. Y a propósito de “vital”, tampoco lo será la vida. Solo el presente, sin carpe diem y otras majaderías por el estilo. Me excusan si algunos hechos del pasado reciente se atraviesan en su transcurrir, no habiendo podido escribirse de inmediato. Será también una lucha permanente por retener el día a día, por acariciar su actualidad. Nada de retroceder ni de avanzar con prisa. Paso a paso. De hoy en adelante.

Este libro tampoco es una autobiografía, puesto que presente sin ficción no sería presente. Ni un diario íntimo, porque hay cosas de mi vida que jamás revelaré. “Mi vida” (qué arrogante y ridículo suena eso). No es encasillable entonces en ningún género específico (valga la contradicción). Es, simplemente, ganas de seguir escribiendo: de todo y de nada, desde la cotidianeidad de la palabra muda.

Se irá publicando a medida que se vaya escribiendo. Por entregas, como se divulgaba la literatura en tiempos de Dumas, Dickens, Dostoievski y Balzac. En este malogrado sitio, o sea, en la virtualidad-brutalidad de un blog perdido en el ciberespacio.

Y esto que acaban de leer es el prólogo del libro, escrito como debe ser: por su autor, que es el que conoce de verdad sus luces y secretos. Lo ideal sería echar los libros a las fieras, sin prólogo alguno que los salve. Ese es el único lanzamiento que se merece un libro.

Nada más por agregar. Sin epígrafes y sin dedicatorias.

Que comience la fiesta. Que concluya el engaño. Pero no me pregunten nunca por el fin.

FBA

Montería, 31 de marzo de 2022 (jueves)


Abril 1 de 2022, viernes, 10 a.m.:

Bien. Empecemos. Pongamos que soy escritor y que como tal he escrito varios libros, inéditos casi todos. Como soy un escritor que ha preferido lo marginal a lo institucional (preferir es un decir), sobre mi obra nada o muy poco se ha escrito. La crítica literaria, por fortuna, no se empecina en desconocidos, mucho menos en fracasados. De ahí que me resulte tremendamente raro y complejo enfrentarme a críticas provenientes de lectores eventuales. A lo sumo, logro medio sobrevivir a la autocrítica.

Me he visto reflejado en algunas frases de los pocos lectores críticos que han llegado a hurgar en mi escondite. Es increíble cómo un puntilloso lector logra dar en el blanco y acaba hasta clarificándonos aspectos de nuestro oficio que uno no tenía tan claros. O diciéndonos un par de verdades innegables y quizá dolorosas de las que somos, con alegría, conscientes. Si se trata de lectores que escriben, el asunto puede resultar mucho más crudo. ¿Cómo no darles la razón?

Partamos, pues, de que si aún escribo y están leyéndome en este momento es porque he (hemos) sobrevivido a la hecatombe que alcanzó a figurar en mis Prosas para romper la felicidad en su tercera parte con aroma de virus. Así que la buena noticia (siempre relativa) es que seguimos vivos y que aquellas endiabladas prosas no lograron nunca romper la felicidad ni una pandemia más ha podido acabar con la humana pesadumbre. La vida en la Tierra prosigue su imparable curso.

Llegué a pensar en que esta especie de diario sería como una cuarta parte de esas prosas indomables, que podría incluso seguirle sumando partes de manera indefinida. Pero no. Prosas para romper la felicidad cumplió su ciclo. Es un tríptico y tríptico se quedará. E inédito, para gloria y salvaguardia de la gran literatura que circula en editoriales renombradas. La mía, mi literatura, está llamada a dormir para siempre en sus esconces. Por tratarse de un libro diferente (eso creo), esta vez el recuento dispondrá de fechas, lugares y horas, y no de números.

No hubo fuego en el 23. Sucedió el sábado 26 de marzo. Salí a caminar después de muchos meses sin hacerlopor las calles grises de mi ciudad natal y terminé acampando en un nuevo sitio de música salsa, anunciado con bombos y platillos. Hubo carnaval, champeta, tropical, flauta de millo, gaita, tambora, tambor alegre, guache y llamador, pero no salsa, mucho menos de la gruesa, apenas una que otra canción clásica como para justificar el nombre. Después de siete cervezas me marché antes de doce, alejándome de esa calle bulliciosa repleta de bafles cuyas emanaciones chocaban unas con otras produciendo una mescolanza insoportable. Ni siquiera dentro del local se podía gozar de un sonido nítido y exclusivo. Demasiado envolvente, se ahogaba en sí mismo, y a mayor volumen mayor decepción, contaminado además por el ruido que llegaba de negocios cercanos. Hay que ecualizar. Me acordé de mis remates sabatinos en “Mario Salsa”, de la negra sandunguera pasando con facilidad de la alegría a la tristeza y viceversa, de los reyes del vacilón, los veteranos, los asiduos, los que bailaban solos, tirando pasos sin importarles lo que sucediera alrededor, si los admiraban o no. Mientras atravesaba las calles ya desoladas y silenciosas de El Mora, en dirección a la antigua 41, me atracó la satisfacción de que tuve que ver con que Mario mejorara el sonido de su salsa. Una vez, una noche se lo dije. Tienes que ecualizar, cómprate un mezclador, cambia esos parlantes asfixiados. La maravilla se hizo realidad días después. Una sola bestia colorida y rotulada imperaba en el ambiente. Todavía retumba en la memoria la piel de sus descargas.

3 p.m.:

¿No sería mejor vivir el presente que escribirlo? Mientras se escribe se va quedando irremediablemente atrás, a no ser que escribir sea la única forma de que el presente continúe realmente con nosotros. Hay que sacrificar pedazos de realidad con tal de conservarlo. Por ejemplo, estar departiendo con amigos y dejar de participar en sus paliques para poder capturar a tiempo esos instantes. Lo hice para otros libros muchas veces, ellos hablando, yo escribiendo, ellos molestos, reclamándome que les parara bolas, yo disimulando, intentando seguirles el hilo a la vez que me les deslizaba tecleando terquedades, ellos se iban, pero en la escritura seguían de conversa en conversa, en la escritura yo atendía sus súplicas y aplacaba sus iras, intervenía en sus temas, y hasta me percataba de que debían ir al urinario a mear desilusiones.

Abril 2 de 2022, sábado, 9:05 a.m., en algún lugar de La Mancha:

Volví a soñar anoche con un par de sitios cerveceros que al parecer frecuentaba. Trato de ubicarlos, ciudad por ciudad en las que he vivido, y nada. Las caras de quienes los atienden intuyo haberlas visto, tengo la sensación de que en esos negocios me fiaban (espero no haberles quedado debiendo alguna cuenta). Pero ¿no existen en verdad? Nunca lo sabré, la memoria y el sueño se dan la mano, tal vez cuando menos lo piense por ahí pasaré, algo me avisará que he regresado, mi voz interior se detendrá y entrará otra vez a esos sinfines sintiéndose feliz y saludable. Dejo la hamaca voladora y me dispongo a enloquecer un nuevo día, un nuevo sábado. Tres días seguidos con vértigo y, sin embargo, ayer tarde cumplí con el reto de trotar ocho kilómetros. Quienes me vieron no habrán podido percibir el balanceo que llevaba en mi cabeza, las piernas a punto de ceder. Así, cuántas veces nos pasa lo mismo, miramos a las personas sin advertir lo que ocurre dentro de ellas. Pero el escritor observa, trata de ir más allá de la apariencia. Intentamos incidir, procuramos trastocar. La imaginación es nuestra cómplice. Traidora, maldita, degenerada. Por lo pronto, tengo lugares de ensueño donde beber y reír jamás terminan, donde la enfermedad no es un obstáculo, donde la vejez nunca envejece.

FRANCISCO BURGOS ARANGO (FBA)

(continuará)

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