UN SOMBRERO PARA EL GOBERNADOR…

Sí. Ando buscando un sombrero para un Gobernador que en sus redes sociales apareció reaccionando contra alguien que le pidió que se quitara el sombrero, que no fuera corroncho, que dejara de serlo, endilgándole también no convencer a nadie con eso. Y este Gobernador, ni corto ni perezoso, papaya dada papaya partida, aprovechó el incidente para movilizar “culturalmente” a su masa de seguidores y lapidar así al arbitrario agresor. No se ahorró obviamente el nombre, y se lo soltó a las huestes de Internet como carne de cañón.

Fácil: el ofensor se metió con un símbolo sagrado que fanatiza el orgullo cordobés: el sombrero vueltiao. Y el Gobernador, a sabiendas, activó la obvia respuesta de los indignados, con la cual obtendría copiosa popularidad.

Entiendo que el ofensor se disculpó públicamente. Se pasó del límite; supuso (supongo que supuso) que el asunto no pasaría a mayores. Al fin y al cabo, hoy día todo el mundo opina sobre cuanto tema se atraviese sin que nada pase. O pase poco. Aunque existan ya fallos judiciales que han empezado a hacerle contrapeso a los desmanes informáticos. Falta mucho…

En todo caso, una sincera y respetuosa reflexión con respecto al episodio no está de más. De nuevo, el tema de la responsabilidad en torno a lo que se escribe y se divulga en redes. Falla el atacante, pero falla igualmente el Gobernador. Un Gobernador no debe ni puede caer en el mismo juego sucio de las redes sociales, mucho menos con una pandemia en sus narices. Por otra parte, es increíble cómo se va condenando a la gente sin ser escuchada, sin saberse de quién se trata, sin preguntarse qué puede haber detrás. Toca a veces ser abogado del diablo y repensar, sana e imparcialmente, las cosas. Los abogados del diablo lo hacen. Más que los otros.

Conozco al personaje que “hirió” al Gobernador en su más folclórica dignidad. Fuimos compañeros de estudios en la Licenciatura de Ciencias Sociales de la Universidad de Córdoba hace casi treinta años. Y sé, por algunos condiscípulos, que atraviesa hoy grandes dificultades económicas. Sin trabajo, rebuscándose la vida como mototaxista, jodido –como están muchos– por la extensa cuarentena. Solo quienes conocen a fondo el desespero saben de lo que puede ser capaz. Como diría un penalista, no es circunstancia justificante pero sí atenuante. Para no hablar de una tremenda historia de dolor familiar que solamente incumbe al afectado. Ni de condiciones adversas para intentar estudiar y superarse. 

Ahora bien, que una persona con formación docente se ponga en esas es algo que se puede, sin duda, cuestionar. No faltará quien así argumente, reprochándole asimismo su descuido ortográfico. Pero de ahí a que todo un Gobernador sacrifique en sus redes sociales, con emoticono feliz y sombrerada, a un conciudadano que lo cuestiona, hay, o debiera haber, un trecho bastante largo. Se le olvida al Gobernador que su deber es gobernar para todos los cordobeses, incluso para sus opositores. Se le olvida que una figura pública de su talla debe priorizar las responsabilidades constitucionales y legales. Mejor dicho: no ponerse también “en esas”. Y se le olvida una cuestión todavía más importante: que el mejor ejemplo no es la venganza. No creo que no haya alcanzado a prever las consecuencias que su publicación le traería al implicado (víctima como ya lo es de discriminaciones y amenazas), acompañada, como era de esperarse, por una montaña viral de comentarios aplastantes. ¡Su víctima sí existe!

Este “caso” tiene una cara bien jocosa de por medio. A estas alturas del paseo no es que sea muy pensable ni creíble que un cordobés pueda atribuirle al sombrero de Tuchín cualidades ominosas. Sería tanto como insultar al campesino sinuano que lo ha llevado con dignidad durante mucho tiempo y con el cual, oculto en su sombra, protagonizó en las primeras décadas del siglo XX ingentes historias de reivindicaciones y luchas. Excepto que se haga desde la trinchera del arte irreverente. La burla y la estética no son incompatibles. Yo creo más bien que detrás de una aparente crítica al sombrero puede estar la crítica a un gobernante que, según su crítico (aclaro e imagino), lo usa sin convicción, por mero atractivo, por figurar, por cálculo político o posicionamiento de imagen, inconforme adicionalmente dicho crítico con el talante de su gestión. Sabemos que el marketing electoral da para todo, hasta para poner a un candidato a Alcalde a pernoctar en casas de estratos sureños durante la campaña.

Con esto de la "nacionalización e internacionalización" del sombrero vueltiao, un fantoche se lo pone (no estoy diciendo que el Gobernador lo sea) y de veras que no convence. Lo que la crítica tal vez plantea es atisbo de mayor envergadura, trasciende el folclorismo. Se trata de una prenda ancestral que tiene su embrujo, su contexto, su poder, su fantasía, y no cualquiera es capaz de llevarlo con la “fidelidad” que se exige. A Benjamín Puche Villadiego, por ejemplo, sí que le lucía, se le sentía, al vérselo puesto, un profundo respeto y conocimiento histórico. Descubrió su fórmula secreta en la oscuridad, a la luz de una vela, y afirmaba que dicho sombrero “es importante no por quien lo porte sino por las manos de quien lo trenza”. No es, pues, nada descabellado suponer que alguna persona pueda considerar que al Gobernador no le luce, que no convence con él puesto. Estamos en una democracia. ¿O no? Además, de qué preocuparse, si al sombrero se le deben infinidades de votos.

La verdad es que al precitado sombrero se acude más como medio que como fin. Cuántos no posan de tener una identidad de la que muy poco saben culturalmente en realidad. A cuántos compositores no he visto en festivales tratando de impresionar con lo mismo, en especial si concursan con un porro y se suben con banda completa a la tarima. Son lugares comunes que obedecen, por lo general, a aspectos estratégicos que poco o nada tienen que ver con lo identitario ni con una sincera expresión cultural. Habría que preguntarles cuántos libros se han leído al respecto. Nadie debería ofenderse por que le digan corroncho. No, si leyó alguna vez la magistral "apología del corroncho" de Juan Gossaín. Y aun sin leerla. Nunca será un insulto, es antes un elogio. Entre otras cosas, hay identidades atípicas que no usan el sombrero y, sin embargo, lo llevan espiritualmente en sus bártulos (como diría el poeta Alonso Mercado). Recuerdo, a propósito, uno de mis versos: “Vengo del Sinú / y aunque no vista de abarcas y sombrero / traigo puesto mi porro en la mirada”.

La masiva reacción en las redes a favor del Gobernador corrobora una vez más que la obviedad del pensamiento fácil es lo que prevalece, como también la adulación irreflexiva.

Ando buscando entonces un sombrero para el Gobernador, ya que se lo quitó (que era lo que su contradictor quería) a la hora de contestar la afrenta. Un hombre orgullosamente de pueblo y que lo porta sin pena alguna como asegura de sí mismo, de haberlo tenido puesto jamás hubiera actuado como lo hizo. Eso tiene el sombrero zenú: es sabio, inteligente y amoroso. ¡Y hay que estar a su altura!  

FBA 

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