DIETARIO DEL RESTO DE UNA VIDA (vigésima cuarta entrega)

Noviembre 27 de 2022, domingo, 12:11 p.m.:

La tarde del sábado decidió, en efecto, que fuera al evento lasallista. EJ fue conmigo. Allá estuvimos hasta las 10:30 p.m., que me fui sin despedirme de los viejos condiscípulos del colegio que aún quedaban en el acto de integración. Leí el texto que escribí, in memoriam, para nuestro amigo Rodolfo F., víctima de la pandemia Covid-19. Rodolfo F. nos acompañó en el reencuentro, cuarenta años después, de 2019, y estuve aquella vez parrandeando con él hasta lo último, pérdida que aún lamenta mi corazón agradecido. Amigo de toda la vida. Cómo no leerte ayer esas palabras que acabaron incorporándose a mi libro Versos lesos e ilesos. Así pues, huyéndole a la nostalgia y a la borrachera me esfumé en silencio. Tengo hoy, sin embargo, “esa tristeza que sentimos al final de las mejores fiestas de nuestra vida”, tal como la relaciona Enrique Vila-Matas en Extraña forma de vida, y concluyo que hubiera sido peor el no asistir. En lugar de tristeza tendría remordimiento. En definitiva, son celebraciones que me matan, y a esta herida lastimada le sumaré por la noche la ida de EJ para Barranquilla. La casa otra vez en silencio, su cuarto vacío, sin sus cosas, sin él. Solo su cama, su mesa de computador, las sábanas y cortinas nuevas que su madre compró para recibirlo, contándome que ahí habitó durante años un ser maravilloso que nunca pensé que alguna vez se iría. He llegado a creer que estas crisis sentimentales solo me afectan a mí, o a un grupo reducido de personas que padecemos de lo que yo denominaría el mal del tiempo. Increíble constatar la poca afinidad con el amigo de infancia Alberto M. cincuenta años después, diametralmente contrarios en muchos aspectos, aunque fue grato volver a verlo y departir con él, descubrir que es un tipo alegre y exitoso, de esos que no se complican para nada la vida, le ha ido bien al hombre, invitación a su casa un viernes para libar cervezas, como increíble resulta comprobar que vivimos la mayoría en la misma ciudad y nunca nos vemos, ni siquiera de manera casual o circunstancial, y la causalidad tampoco contribuye, cada uno en lo suyo, en su rutina, con su familia, con su círculo de amistades, en su trabajo o negocio, inmerso en sus venturas y problemas, una ciudad aún pequeña en la que todo indicaría alta probabilidad de podernos cruzar. Doloroso ver a algunos más envejecidos que otros, dos con bastón, varios con abdomen abultado, Héctor P. se cayó anoche y casi no se pudo parar, hubo que ayudarlo, otros que no deben ya beber por razones de salud, inevitable pensar en la vejez y en la muerte, en ausencias futuras para el siguiente encuentro, como inevitable me resultó vivir el dolor del día siguiente desde antes de empezar la fiesta, reconfortante ver a Carlos S. y a Carlos I. en muy buen estado físico, ambos son deportistas, yo también lo soy y, a pesar de mis enfermedades nerviosas, en lo corporal doy todavía pelea. Un pensamiento-pregunta intenta apaciguar la zozobra en que me encuentro: ¿por qué no ver mejor lo bello y feliz de que estos compañeros de bachillerato se reencuentren después de tanto tiempo y compartan un momento de vida tan especial y grande? Parece ser que lo más significativo de estos eventos es a la vez lo más angustioso de ellos: es necesario que haya bastante tiempo de por medio, que la cotidianidad no dañe su placer. Si no fuera por mi visión trágica de la vida, esto podría funcionar muy bien en mí y estaría yo hoy, como presumo lo estarán ellos, contento de habernos visto y de gozarnos de nuevo esa considerada por muchos como la mejor y más bonita época de sus vidas. Pero no. No soy así. El impacto que me produce semejante hecho es desastroso. Siempre viendo el fin en todo lo que me rodea, la calamidad, la angustia, el deterioro. No tengo buenos recuerdos de mi época colegial, sufrí bastante en aquel colegio de curas, era de pocos amigos y nunca asistía a sus reuniones. ¿Qué es lo que me duele entonces? ¿Por qué asisto a sabiendas de que me pondrá mal? Intuyo posibles respuestas. Sobre la primera pregunta, una sería, por ejemplo, el no haber disfrutado más de aquellos años, de haberlo hecho garantizaría tal vez que pudiera ahora aprovechar estos reencuentros con absoluta y despreocupada alegría. Pero otra podría ser perfectamente lo contrario, por volver a vivir el dolor de ese recuerdo. Otra podría ser el largo, injusto y recíproco distanciamiento. Otra, la ingratitud. Otra, el olvido. Otra, la indiferencia. Otra, no haber estado nunca más en la vida de personas que creo me importaban ni viceversa. Otra, por solidaridad con el dolor ajeno. Otra, la consciencia de la pérdida. Otra (la peor, quizá), revivir la sensación de que nuestro tiempo está por concluir. Horror por dondequiera se le mire. A lo mejor no estoy solo en esta percepción y los que no asisten se refugian en la calma autómata de los días para evitarse sufrimientos. Es lo que yo debería hacer. Lo habitual nos ofrece a menudo soluciones dichosas y capaces incluso de vencer la monotonía. Y llego aquí a la otra pregunta. De veras, ¿por qué me gusta tanto hacerme daño? Una sola respuesta se me ocurre: POR AMOR. Porque pese a todo, no obstante estar enfermo desde hace mucho tiempo de nostalgia —que no de añoranza, pues a mi modo de ver no son lo mismo, ya que no anhelo recuperar nada—, debo admitir que me hace falta saber de mis coetáneos de primaria y secundaria, la distancia y la incomunicación sembraron en aquella época su inevitable ruptura, pero jamás será tarde para intentar el calor de la amistad postrera. Finalmente, creo que es normal que las amistades del colegio se queden regadas en el camino, aun en estos tiempos tecnológicos de saturación comunicativa, aunque siempre habrá excepciones. Se me quedó un amor platónico por ahí sonando... Lo vine a recordar días después de la integración de 2019. Es mucho cuento poderlas convocar y reunir a estas bajuras del desgaste. Promoción de 1979, gente divertida, jaranera, sin formalismos, tristeza y alegría a la vez, y, en última instancia, sin sentimentalismos, verdad de a puño, toda la desilusión del mundo concentrada en el implacable y demoledor paso del tiempo.

6:52 p.m.:

Un poco mejor. Escribir sirve —de algún misterioso modo— para sanar heridas. Mañana me levantaré con las mismas ganas locas de volver a estrellarme contra el mundo.

10 p.m.:

La ciudad como cárcel. A la 1:30 p.m. fui a llevar a EJ a verse el partido de Alemania y España con unos amigos. Lo dejé en “El consultorio” de la 36 y de regreso me vine pensando en esta realidad medio voluntaria de vivir confinado en el terruño. Me sigo cuestionando el no haber viajado como debía, más allá de las ciudades colombianas en las que pasé los durísimos años de universidad y posteriormente del exilio. Acabamos de dejar a EJ en la terminal de transporte, después de comer con él en uno de los KFC de la ciudad. A las 10:15 p.m. sale el bus. Estuvo en “El consultorio” y luego del partido en una discoteca de la 41. A las 8 p.m. volvió a casa. Escribir en situación de debilidad no es conveniente. Paro aquí.

Noviembre 28 de 2022, lunes, 10:41 a.m.:

El mal ha empeorado. Tristeza, remordimiento, monotonía, mezcla explosiva que me preocupa. Urgencia de tener hoy, ¡más que nunca!, un motivo para vivir, una sacudida que me libere de la postración, la oscuridad y el pesimismo. Trato de no pensar pero no logro controlar el ímpetu de hacerlo, un pensamiento tras otro, en cadena, hasta que vuelvo a ubicarme en los que más me duelen. Mi vida corre peligro, si bien el suicidio no es un pensamiento que me ronde. Por fortuna, la ausente me devuelve un poco el ánimo con la firmeza de su amorosa compañía. Pienso entonces en mis dos hijos, ambos viven y trabajan en Barranquilla, hermanos solo paternos, me alegro cada vez que los veo pero cada nueva separación robustece mi angustia. Detesto las despedidas, me aterran sus efectos. Pienso asimismo en los ratos buenos que suelo tener al andar absorto en ciertas rutinas de mi vida normal y no me explico cómo pude vivirlos y disfrutarlos al margen de esta pesadumbre, y hasta me atormenta haber sido capaz de ser relativamente feliz. Así de graves están las cosas. El tiempo que se pierde entre uno y otro abrazo no es recuperable, habría que hacer rendir al máximo cada minuto que nos quede de vida, no permitirle al tiempo que potencie la crueldad de sus estragos. Pero nosotros mismos nos labramos su golpetazo al dejarnos seducir por la distancia. Ciudades y amigos que mi desarraigo fue dejando atrás, deseando volver a la natal fisura.

Estas deben ser las páginas más tristes y dolorosas de este libro. Lectores, sálvense de ellas, sáltenselas. Lamento no habérselos advertido antes.

Un poco de paz le ruego a la Gran Fuerza Universal. El tiempo no es el que cura, cura es el olvido, el dejar de pensar, el desapego. Se vuelve uno fuerte, lejano e insensible, toca así si queremos continuar viviendo, resistiendo el vivir sin padecerlo, degustándolo además. Un estado de aflicción permanente no lo aguanta nadie.

Entender y aceptar que nuestro tiempo se fue, y no debemos inventarnos nada que de forma brutal nos lo recuerde.

2:53 p.m.:

¡Qué sueño el de anoche! Íbamos EJ, la ausente y yo con el comandante D. en un campero, EJ lo conducía (anoche, antes de irse, nos contó que pensaba vender la moto para comprarse un carro), en una curva se salió de la vía y fuimos a parar a la otra calzada, ¡cuidado!, le grité, es contraria, pero él seguía manejando como si nada, sin peligro alguno, no venían autos en sentido opuesto, al rato íbamos la ausente y yo acompañando a EJ a una diligencia de tránsito o penal, pensé que era un sueño, los miré y les pregunté si eran reales o los estaba yo soñando, somos reales, me contestaron, siempre lo somos aunque hayamos salido de un sueño tuyo, EJ entró a una oficina y nosotros nos quedamos afuera esperándolo, una hora y nada que salía, lo llamé al celular y me respondió que estaba preso, que le faltaba un papel, no sé de dónde sacamos una moto y yo conduciéndola, la ausente de parrillera, nos fuimos a buscar el dichoso documento a ninguna parte, en la ruta vi venir en bicicleta a un amigo de adolescencia, trabajaba de jardinero en un barrio de ricos, era el delantero estrella de nuestro equipo de fútbol, nunca metía un gol pues no levantaba la cabeza del piso, tenía un estado físico envidiable y mucha fortaleza para correr e ir al choque, años después lo vi de portero de un edificio en el centro de la ciudad, paré la moto, lo abracé, me contó que administraba ahora un lavadero de carros y motos, me dio la dirección, listo, más tarde te llego y hablamos bien, le dije, pero apareció una culebra mordiendo la pata trasera derecha de un caballo y este, chillando y mirando a la serpiente, rogaba que se la quitaran, alguien se compadeció y lo hizo, y entonces una culebra más larga, de color negro, zigzagueó en el piso, el amigo jardinero se me perdió del mapa, la ausente voló presente, y sin percatarme de la suerte de EJ activé el despertador salvavidas para volver a la simple realidad de mi hamaca pensadora. Ay, Sigmund Javier, no sabes cuánto necesito en este momento de tu sapiencia insipiente. Qué sabes de EJ, le pregunté a la ausente al despertar, ¿ya llegó?, sí, como a las cuatro de la mañana. Descansé.

6:33 p.m.:

Pequeña y pobre ciudad en la que vivo una vida ciento por ciento insignificante. Empero, ante la muerte, ¿qué vida no lo es?

Saqué fuerzas de donde no las había y me fui a trotar hace dos horas para, ejercitando el cuerpo, silenciar la mente. Doce kilómetros en los que a ratos me ausenté y a ratos no. Mientras corría, en un momento lo tuve claro. El antes y el durante de esos eventos escolares o universitarios no me desagradan. Lo que me afecta es el después, se me viene el mundo encima y supongo que esa podría ser la explicación de la negativa de algunos a revivir lo pasado. Son alérgicos (como yo) a esas demostraciones catastróficas de afecto. O puede ser que simplemente las aborrezcan percibiéndolas como ridículas y desfasadas. Sea lo que fuere es preferible no remover lo que quedó sepulto. Así como evito retornar a las ciudades donde he vivido, sobre todo si en ellas tuve amigos que ya murieron, de igual forma debo evitarme todo aquello que me haga recordar la magnitud de lo que se va perdiendo.

8:23 p.m.:

Paso página. Si he podido escribir es porque se trataba o se trata aún de una tristeza algo superficial y manejable, no de una soberana depresión. La depresión desploma, quita las ganas de comer, de levantarse, mucho menos nos permitiría escribir. Si escribo es porque hay todavía un margen entre lo literario y lo vital que me permite el divertimiento del lenguaje, la maquinaria del oficio.

Noviembre 29 de 2022, martes, en Sahagún:

A un padre, demolido por dentro, le toca fingir valor para consolar a un hijo.

Vivo, desde hace quince años, entre Montería y Sahagún. Antes me gustaba este peregrinar entre una y otra ciudad, el sencillo transcurrir de la vida en ambos municipios. Pero últimamente me he sentido acorralado en ellos, naciente alma viajera que anhela liberarse de ataduras. Como siempre, no hay dinero para emprender el viaje, pero por primera vez contemplo la decisión de irme. Voluntaria, no forzosa. Tenía que pasarme a destiempo. Como todo en mi vida.

Comprobación de que esta tristeza —que lleva hoy tres días— se ha recrudecido y no es tan superficial como creí que era. Recuerdos y más recuerdos, un par de amigas que tuve en Cartagena, de una no me acuerdo del nombre y llamo a Henry R. para indagar sobre ella. Tampoco se acuerda. Dándole al asunto me llega a la memoria el Mónica y su parentesco con un poeta de Toluviejo, en el Facebook de este encuentro el segundo nombre y los dos apellidos, esos son, me suenan en el acto y le envío una solicitud de amistad, como si nuestra amistad (la real, la verdadera) no hubiera existido nunca.

Diciembre 2 de 2022, viernes, 8:30 a.m.:

Cita oftalmológica. Revisión de la capsulotomía posterior con láser realizada el 8 de octubre de 2022. Sigue el lente intraocular empañado. La doctora Luz ordena retoque de la capsulotomía en febrero. Dos meses de espera. Dos meses viendo borroso por el ojo derecho. Dificultad para escribir en el computador. Proyectos, por tal razón, atrasados. Turno de descanso de fin de año más dos períodos de vacaciones. ¿Adónde ir? Lo del Perú está en veremos, ahorros consumidos por el día a día, quizá a Cartagena para visitar a Henry R. e intentar coincidir con María del Carmen M. y Alfonso C., dos amigos heroicos que se fueron hace años de su tierra (a Estados Unidos y Bogotá, respectivamente) y de vez en cuando vuelven a renovar lazos familiares. Tal vez vaya a Barranquilla para verme con mis hijos y pasar otro rato ensordecedor en “La Troja”. O a Medellín, la ciudad de mi perpetua condena.

Una cita de Alejandra Pizarnik que lo resume todo: “Tengo millares de días terribles en mi recuerdo. ¡Como ser que sufrió, como ser que sufre, como ser que sufrirá siempre!”.

Sin palabras. Pienso en los míos. Y vuelvo a sufrirlos.

Diciembre 3 de 2022, sábado, 9:26 a.m.:

Mejorando. Los días pasan y con ellos la normalidad regresa. Las ganas de proseguir, de intentar una última andanada de optimismo. Hoy es sábado y no sé aún si salir o no, si ir por una Club C. dorada o roja a la tienda de la 35 o a la licorera del norte. Recuperar las ganas de vivir y también las de cantar, se acerca el Festival Perla del Sinú, todavía no inscribo la canción, hace un rato me envió Juan M. un mensaje de voz informándome que hoy me envía la mezcla definitiva de Ilusión de cumbia, el jueves estuve en su estudio grabando la voz, gaita y guitarra como instrumentos principales, buenos arreglos, concepto idóneo, el lunes decido si me le mido o no a concursar, no le he buscado cantante, me ronda la idea de cantarla yo mismo en tarima, por qué no, una vez lo hice en el Festival Sabanero de Sincelejo y me fue bien, o de pronto la inscriba y no la presente, mar de dubitaciones, mejorando, ojalá esté en plenitud de condiciones la semana entrante, ojalá me reconcilie de nuevo con la vida, ojalá caiga en la cuenta de que queda mucho camino por recorrer, ojalá retome la calma, ojalá consiga distraerme, ojalá fracase o triunfe, ojalá sonría, ojalá llore, ojalá.

Diciembre 4 de 2022, 1:17 a.m.:

Huir de esta ciudad, irme de este país, morir donde no sea noticia el desenlace, le prometo a la ausente que moriremos lejos, el olvido es mejor que la indiferencia. Tienda de la 35 con 9, hora de irnos, me pasé de cervezas, un indeseable hermano de la ausente nos encontró en la tienda (le sigo diciendo cariñosamente tienda a pesar de que dejó de serlo para transformarse en un bar medio lúgubre), se sentó con nosotros y lo que era una estadía tranquila y fructífera se convirtió en una desapacible contienda familiar, problemas insolubles frente a los cuales la ausente siguió mi consejo de no llevarle la corriente. El indeseable, aburrido de no tener con quien pelear, duerme su arrogancia y su estupidez en la silla después de dos o tres lloradas sentimentaloides con las que pretendió en vano conmover a su hermana, llamo a la mesera para pagarle mi cuenta, la ausente despierta a su hermano moviéndolo por el hombro, paga él su cuenta, salimos, se sube a su moto, la prende con dificultad y lo vemos irse culebreando de la borrachera. Nos espera la calle 41, una picada mixta y luego a casa en taxi, como lo hacíamos antes de la pandemia que mató a casi quince millones de personas en 2020 y 2021 según cálculos de la Organización Mundial de la Salud. Sensación de que nada volverá nunca a ser igual.

Diciembre 7 de 2022, miércoles, 8:35 a.m.:

Me encuentro con Víctor M. en un supermercado de Sahagún. Años sin vernos. Abrazo y promesa. Profesor universitario y colegial, tiene hoy clase de Literatura del Caribe en la UNICOR y mañana se irá de práctica de campo con un grupo de estudiantes, a la que asistirá como docente invitado. Esa debería ser también mi vida y no la conciliación de conflictos laborales. Víctor M. es escritor e investigador y está terminando un doctorado en Literatura. Espero que mi Maestría en Literatura me sirva algún día para ganarme un dinerillo extra, si es que la edad no es ya un obstáculo.

Ilusión de cumbia quedó inscrita el lunes y anoche fue seleccionada para concursar. Ronda semifinal: sábado 10 de diciembre en un centro comercial de la ciudad. La final será el domingo en el Parque Simón Bolívar frente a la Catedral. ¿La presentaré? No lo sé todavía, dependerá de los ensayos. Lo que sí está decidido es que será cantada por mí. Saldré por segunda vez al ruedo en calidad de intérprete. Dios nos asista. Que la cumbia le dé a mi voz el temple de su embrujo.

4 p.m.:

Barrio La Granja, nos reunimos con algunos músicos en la casa de uno de ellos, barrio Lacharme, primer ensayo de Ilusión de cumbia y de Sinuano (canción de alas Fermín). Gaita, tambora, tambor alegre, llamador, maracas, bajo y guitarra. Para empezar, estuvo bien, aunque bajo y guitarra no dominan la armonía y parece complicárseles la tonalidad menor y el ritmo propio de la cumbia. Falta, además, un instrumento melódico que vaya acompañando nuestro canto. Mantenernos en el tono es lo prevalente, y la percusión no lo garantiza por más afinados que seamos. Próximo ensayo: viernes 9, 4 p.m. Sabremos entonces si la gaita, bien afinada, cumple ese papel. No debe limitarse a la introducción y al intermedio.

Diciembre 8 de 2022, jueves festivo:

En modo festival. En casa, cuidando la voz y ensayando con guitarra, a ver si la canto en Fa Menor, como fue grabada, o en Mi Menor, para estar más cómodo y seguro. Sería únicamente un semitono más bajo. No es lo mismo grabarla que cantarla en vivo, en lo primero se puede parar y repetir, en lo segundo es un solo viaje en el que se requiere de mucha respiración para sostener las partes altas. Todo un reto. Tono por definir.

Llamada de alas Leonardo, se muestra preocupado por lo de la guitarra y el bajo, y también por el gaitero, el cual no ensayó en forma y parecía mudarse de tono, me habla de traer un clarinetista de Momil y un guitarrista de Ciénaga de Oro. Me sugiere a alas Laurel en el piano, pero este y alas Fermín no quedaron en buenos términos, le sugiero ahorrar costos, aunque lo del clarinete sería formidable, pues le daría firmeza a la gaita. Le propongo ubicar al guitarrista de planta para ensayar el acompañamiento armónico.

Llamada de alas Fermín para ir a ensayar con el guitarrista las dos canciones, anda en su carro con alas Leonardo y pasarán por mí. Nada que llegan, otra llamada de alas Fermín, asunto cancelado, estuvieron en el sitio de ensayos y el guitarrista se había ido. Están ahora en casa de alas Leonardo, cuadramos en que vendrán de todos modos por mí para ensayar armonía y voces. Pitan, salgo y me voy con ellos. Terminamos de ensayar donde alas Leonardo y alas Fermín quiere beberse tres cervezas, lo invito al minimarket de la 58 con 12, llamo a la ausente para darle mi ubicación, show con guitarra de alas Fermín, pide bajar el volumen de la música del establecimiento y canta dos canciones suyas en una mesa vecina, de nada sirvió mi advertencia de que podía prestarse a malentendidos y problemas, no había concluido la segunda canción y le subieron el volumen a la música, boicot ordenado por la propietaria del negocio, alas Fermín se molestó y le reclamó después a la dueña por ese acto de irrespeto, los vecinos de mesa lo aplaudieron y le pidieron que les cantara otra, seis cervezas alas Fermín y cinco yo, alas Fermín llama a su pájaro mayor para que venga por el vehículo, llegada de la ausente en mototaxi, el hijo de alas Fermín aparece y se lleva el carro, estará atento al aviso de su padre para recogernos más tarde, nueve cervezas alas Fermín y siete alas Paco, 10:30 p.m., hora de parar, hay que reservar energías para el concurso, alas Fermín llama a su hijo, nos dejan en mi casa paterna, salgo en la nave con la ausente a comprar algo de comer, regresamos, comemos y, por último, rumiar de hamaca, inquietud de medianoche.

Diciembre 9 de 2022, viernes, 5 p.m.:

Algo de resaca, desaliento, ganas de claudicar, al carajo el concurso.  Paso por la ausente, está en casa de su madre, luego por alas Leonardo, alas Fermín me llamó para decirme que no podía asistir, que fuéramos nosotros, voy por cumplir, barrio La Granja, casa del músico que ejecuta el tambor alegre y es el director del grupo, no hubo ensayo, llegamos tarde y los otros músicos se habían ido. Nos esperaban desde las cuatro, intentaron comunicarse con alas Fermín por WhatsApp, pero este no tenía consigo el celular. Pensamos que estarían viendo también el partido de Argentina y Países Bajos, se dijo a las 4 o después de que acabara el juego, se fue al alargue y a penales, mi desánimo persiste, dejamos a alas Leonardo en su nido, mañana decidiré qué hacer.

Diciembre 10 de 2022, sábado, 10 a.m.:

Prescindimos del guitarrista de planta. Alas Fermín tocará la guitarra en ambas canciones y yo haré voces en la suya. Barrio La Granja otra vez, ensayo con el gaitero, todo parece haber quedado listo para presentarnos en ronda semifinal esta tarde.

2 p.m.:

Centro comercial. Listos para concursar. Nunca evado los retos por más tormentosos que me resulten. La terquedad y el fracaso son dos de mis más preciados tesoros, y de ellos bebe todo lo que poética, literaria y musicalmente medio construyo o destruyo.

Me tocó —por sorteo— subir a tarima primero que alas Fermín, a este le correspondió entre los últimos, presentación decorosa, al máximo de mis posibilidades, no soy cantante, aunque canto afinado, en un registro aceptable y con estilo bohemio, espero el turno de alas Fermín para subir con él y hacerle coros a su canción, culminamos esto y alas Leonardo se va para su casa, yo para la mía, no esperamos el fallo. Alas Leonardo me llama a las 6:46 p.m. para decirme que ambas cumbias pasaron a la final, y diez minutos después me llama uno de los jurados para contarme que tengo un jurado en contra, que me calificó de manera perversa para dejarme por fuera. Canción sin intérprete, sostuvo. Con ese jurado tengo un precedente nefasto en 2018 cuando impidió que mi canción Viva el porro pasara a la final. Así que no me extraña que hubiera querido ahora hacer lo mismo, con cualquier pretexto. Las justas críticas que le llovieron después de aquel concurso aún deben mojarlo bastante. De haber sabido que iba a ser otra vez jurado me hubiera abstenido de concursar. Es una exigencia que siempre le he hecho a estos festivales: publiquen con anticipación quiénes van a ser los jurados, puesto que es un derecho de los concursantes poderlos evaluar y decidir si nos sometemos o no a ser examinados por ellos. No por conveniencia, sino para evitarnos contratiempos. Y, por qué no, también por un aspecto de idoneidad. Grandes músicos no son necesariamente grandes jurados de canciones inéditas. Urgen poetas, escritores, investigadores y académicos para juzgar las letras de las canciones. El análisis literario de los textos es tan importante como la música, más complejo tal vez, y no cualquiera sabe de esto. Ni la interpretación ni los aplausos deben ser determinantes en una competencia de esta índole. Más rumiar de hamaca, más inquietud de medianoche.

Diciembre 11 de 2022, domingo:

Más ensayos. Más músicos. Una bailarina. Cambio de intérprete. Cambio de estrategia. La final será a partir de las 4 p.m.

Ocho canciones finalistas. Cumbias bien presentadas y aplaudidas. Felicitadas y con muy buenos comentarios. Casi medianoche y nada de fallo. Hace rato se acabó el concurso y el miembro del jurado que dice ser mi amigo no me ha llamado para informarme nada, por lo que deduzco que no estaré en el podio. Por fin el presentador del evento interrumpe la tanda de la Banda 19 de Marzo de Laguneta para dar el veredicto. Alas Fermín, tercer puesto, y el primero fue para un porro turístico y promocional cuya letra deja mucho que desear, literariamente muy pobre y repleta de lugares comunes. El segundo puesto fue para otro porro de mejor factura. Alas Fermín y yo sabíamos que en un festival de porros difícilmente dos cumbias serían premiadas, y la más apta para ser sacrificada era la mía, pues su temática no tiene nada que ver con Córdoba, Montería y el Sinú. Admiten variedad de aires musicales y tema libre, pero a la hora de premiar prefieren los porros y los temas que ensalzan a la región. Llevan cinco versiones premiando la misma canción. Y si a esto le sumamos un jurado adverso y otro dizque amigo que se hizo nombrar como tal para favorecer a la canción ganadora, en la cual tenía interés e intervino en su elaboración, demasiado mérito tiene Ilusión de cumbia con haber llegado a la final por sí sola, pese al jurado del concurso. Esos son los amigos que me gasto. Del tercer jurado de la ronda definitiva no informaron el nombre. Mi cumbia estaba en el festival equivocado, no fui responsable con ella y la expuse al menosprecio de jurados mediocres. A la postre, la derrota es mi vida. A propósito del tal jurado amigo, es conocido en el medio festivalero por sus marrullerías para ganarse los concursos, es el jefe del cartel, el capo de la mafia, cuando concursa pone o compra jurados y cuando es jurado tiene canciones concursando a través de falsas autorías. Se mantiene de festival en festival dizque con Dios de timonel, pero el diablo le queda chico, se vale de testaferros para competir con varias canciones y como sea, cuéstele lo que le cueste, busca la manera de quedarse con el dinero de los premios. No hay festival que se salve de sus trampas y cochinadas. Nada nuevo bajo el sol. ¿A quién se le ocurriría poner de jurado a un sujeto así? Alas Fermín se niega a creer que fue un entrañable amigo suyo de la sociedad de autores y compositores a la que pertenece, en pago del favor recibido por haber sido homenajeado y jurado en el festival que el gran diantre se inventó para lucrar también por ese lado. Semillero de bellaquerías. Todo el mundo lo sabe, en su pueblo se comentan en privado sus canalladas, pero lo siguen endiosando en público. Nadie se atreve a ponerle el cascabel al gato. Se supone que Dios está con él, y es mejor evitarse la ira del granuja bendito. Seres angelicales por fuera, podridos por dentro, todo lo corrompen, el folclor, la música y la religión son solo pretextos para traficar a sus anchas. Ay, alas Paco, qué irás a hacer con tus canciones si, para preservarlas de tanta putrefacción, tampoco sonarán en festivales.

Diciembre 13 de 2022, martes:

¡Qué doble moral la de algunos! Doblan rodillas, le agradecen sus triunfos a Dios, se mantienen dizque orando, pero con sus actos ruines revelan sus verdaderas intenciones. No creo que Dios (si es que existe) sea tan sucio y miserable, y mucho menos permitiría que lo usen hasta para traficar en su nombre. ¡Dios me salve de un Dios así!

¡Qué peligro el discurso de Dios en poder de un ignorante!

Diciembre 15 de 2022, jueves, 8:37 a.m.:

Se me ocurre componer la canción del eterno derrotado y ponerla a concursar. Alas Carlos me sugiere, además, componer una canción burlesca. Me suena la idea. Me envía alas Carlos el video de Entre la muerte y la vida, va muy bien, pocas cosas por corregir, algunas imágenes por cambiar para que vayan más acordes con la letra, nos veremos hoy o mañana en Montería para finiquitar el video.

11 a.m.:

Conversación telefónica con alas Leonardo, quiere que le envíe la pista de Ilusión de cumbia para él grabar su voz e incorporarle otros instrumentos. Le prometo conseguir la sesión completa con Juan M. para que puedan trabajarla mejor. Bonita canción, me dice, piensa divulgarla en sus redes en cuanto salga del estudio de grabación de Helber P. Los festivales pasan; las canciones, cuando no son hechas a propósito, permanecen, aunque únicamente suenen en el revés del tiempo.

4:45 p.m.:

Días sin trotar. Diez kilómetros, cansancio a tope, culpa del festival, tuve que interrumpir los ejercicios para preparar la puesta en escena de la canción. Saludable de nuevo, dos kilos menos, nueva ruta, tres culebras muertas, mañana tengo cita de psiquiatría.

Diciembre 16 de 2022, viernes, 9:52 a.m.:

Otro proyecto trunco. No ha habido más grabaciones de EN DESCONCIERTO por problemas con el camarógrafo. Algunos pájaros aún me deben las gorras. Se las dejé en el hotel de alas Armando y ni siquiera han ido por ellas.

Ansiedad a mil. Tic nervioso del cuello, uno de los más insoportables, tensiona y me descompone del todo, tremenda dificultad para escribir.

10:30 a.m.:

Cambio de psiquiatra. Solo por hoy. Se le presentó un imprevisto. No pude verme con mi bella doctora, era la última cita de este año que está por concluir. La pongo al tanto, le hablo de la ansiedad, conversamos sobre lo de ingerir o no licor, repite medicación y ordena cita de neuropsicología. Reemplazo agradable, inspira confianza, buena atención. Me gusta dialogar con mis doctoras, les cuento cosas, las saco de su rutina, las analizo y procuro ir más allá de la fría relación profesional. Soy un paciente peligroso.

Enfermedad sin filosofía no es enfermedad.

6:45 p.m.:

Mucho calor. Me provoca una cerveza. Tienda de la 34 con 12, le hicieron mejoras, está ahora cercada, ganó privacidad, perdió frescura. ¡Sorpresa! Meses sin encontrarme con el doctor Ramiro, vive cerca y es parada obligatoria antes de llegar a su casa. Se está tomando una cerveza de las grandes, Águila negra, me presenta a Tom, Tom mueve la cola, pongo una mano sobre su cabeza y se la sobo, Tom sustituyó a Toby en la tienda, se parece a Marx, tema ineludible, el progresismo que hoy gobierna y del cual fue uno de sus más fervientes soldados, le cuento que ya hay gente desilusionada, Jaime G., por ejemplo, ayer me lo encontré en Sahagún al mediodía y no hizo más que hablar pestes del presidente, no lo bajó de HP y está arrepentido de haber votado por él, se queja de todo por lo que tiene que pasar para reclamar el ingreso solidario, ahora es peor, asegura, pensé y pienso que lo que le pasa a Jaime G. es que es un rebelde irredimible, es su condición natural y quizá le ocurra lo que a mí, no nos acostumbramos ni nos resignamos a haber perdido la gracia utópica de ser infinitamente oposición, lo noté ansioso, más que yo, en menos de cinco minutos me anonadó mencionando autores y libros, ni idea de ellos, citó frases, no sé cómo hace para leer tanto, le aconsejo que se ponga a escribir para que desahogue la euforia, lo suyo es el ensayo, le digo, pero él se siente tentado a escribir novelas, le comento que estoy dedicado a la prosa y entonces me conmina a leer a John le Carré, me regaña más bien, el doctor Ramiro pondera el libro Una vida, muchas vidas, me acuerdo del amigo Víctor M., quien en su momento criticó el título por ostentoso, no lo he leído y creo que no lo leeré, le confieso, voté por el presidente pero hasta ahí, nada de idolatrías, quiero seguir conservando el sueño de cambiarlo todo, acompaño al doctor Ramiro hasta la quinta cerveza, promesa de volver a vernos, las Águila me alborotaron más el tic, picada suiza, hamaca, masaje de la ausente en cuello y espalda, recuerdo la picarona adjetivación de aquel internista que años atrás me trató del mismo mal en Medellín, todos los masajes posibles, formuló, y si son eróticos mucho mejor. Disfruto de este recuerdo mientras le pido a la ausente que lo ponga en práctica, hundiendo ella sus risueñas manos en la eréctil fibra de los años idos.

Diciembre 17 de 2022, sábado, 10 a.m.:

Ayer debió haber salido el listado de los poemarios finalistas. He entrado varias veces a la página y no hay ninguna clase de información. Se prolonga la constatación de una nueva derrota. Alas Carlos tuvo que viajar a Barranquilla por un problema ocular. Regresó anoche. Video pendiente. Tal vez hoy podamos darle su último suspiro.

Timidez y miopía. No me ponía las gafas para sentirme menos intimidado. El no ver bien de lejos me suministraba una protección paradojal. ¿Qué hubiera sido de mi timidez con visión perfecta? No me hubiera permitido figurar en público. La disminución visual me envalentonaba sobremanera. Todavía hoy, cuando quiero tomar confianza y percibirme ignoto, me quito las gafas. Ver menos es una ventaja de los tímidos.

4:06 p.m.:

Retomar esta noche el poemario que estoy escribiendo. ¿Adónde ir hoy? Un poco mejor del tic, tres vasos de Club C. roja no estarían de más, dos textos me esperan, “Ritual 61” y “No me hables de Dios”.

FRANCISCO BURGOS ARANGO (FBA)

(continuará) 

Comentarios