Otra palabreja del libro Palabras que son también la vida

GREMIO. Un grupo de poetas (ellos aseguran serlo) se ingenian la mejor forma de meterse en la rosca: crean otra. Se organizan en una asociación de carácter gremial, eligen sus cargos directivos (el fraguador de la idea queda, desde luego, de presidente) y protocolizan ante la autoridad competente su existencia jurídica. En Cámara de Comercio queda certificada la vigencia de la poesía como empresa. Empieza así la lluvia democrática. Lecturas poéticas, tanto presenciales como virtuales, para todos sus miembros, sin discriminaciones, como caídas en verdad del cielo. Convocatorias mundiales en todos los idiomas, “porque inspiración es lo que tenemos”. Tal frase es su consigna. Las presenciales se llevan a cabo mediante veladas pomposas para darle caché al asunto. Y para coronarse todos de gloria se inventan unos premios, de cuanta cosa se les ocurre. Premios que alcancen para todos sus integrantes, con miras a que nadie quede insatisfecho. Su presidente los convoca. Su presidente también concursa. Su presidente oficia de jurado. Su presidente recibe, como los demás, su cuota de premios: mejor libro de poesía del año, mejor poema del año, mejor poema musicalizado (los luce en su respectiva foto, tres trofeos y tres medallas). Jubilosos aplausos de todos los asistentes, ya que se trata de su mecenas, su líder, su héroe, y esos reconocimientos son más que meritorios. El presidente, por derecho propio, se merece una dosis mayor de premios. Nadie se atrevería a ponerlo en entredicho. La ceremonia de los “versos dorados”. Así la llaman. De ese color son las medallas y trofeos. A los más viejos les otorgan, obviamente, los premios a toda una vida y obra, o al mérito literario (si les falta aún edad para hacerse acreedores a los que condecoran la arrugada maestría), y para el resto de socios, nombres de galardones es lo que hay: mejor poema social, mejor poema afro o indigenista, mejor poema infantil, mejor poema ecológico, mejor poema cósmico, mejor poema lunático, mejor poema a la guerra y a la paz al mismo tiempo, mejor poema cursi, mejor poema estúpido, mejor poema simple, mejor poema rebuscado, mejor poema cuántico, y no podía faltar el mejor premio de todos: el mejor poema peor que peor. El acto de glorificación y entrega de premios se realiza en un sofisticado sitio (auditorio de biblioteca nacional en una capital que aún se cree ateniense) y se transmite en directo por sus redes sociales; todos tan sonrientes y felices, alguien declama, otro canta, aquellas dos danzan, concierto de piano o de violín, guitarristas clásicos, ¡qué maravilla!, ¡qué idea tan genial!, ¡qué gran familia poética! Emoción pura ver a tantos poetas en éxtasis y exitosos. Resaltan y reúnen, pues, según sus palabras, lo mejor de la poesía y a sus mejores exponentes. Todo un “cónclave de poetas”, como también les gusta pavonearse a estos pájaros de penacho rojo en forma de mitra, que cuentan ya con papa vitalicio. Así que tú, poeta llevado de la malparida ordinariez, que te la mantienes dubitativo en los márgenes de tu malograda vida, si quieres ser reputado y recibir por fin tu cuota de premios, esta es la oportunidad tan anhelada. ¿Qué esperas? ¡Afíliate!; inspiraciones y trofeos les sobran, son para ellos inagotables, y, summum de la bondad, año tras año los vuelven a repartir de manera rotativa. Si no encajas en ninguno, te acomodan tu premio, que podría ser, en tu caso, a la mejor poesía vaga e infructuosa. Treinta o más categorías. A medida que las afiliaciones crecen, los premios se diversifican: a la mejor edición de un libro de poesía, mejor carátula, mejor poema declamado, mejor poema incluyente, mejor innovación poética, mejor poeta nativo que reside en el extranjero, mejor poeta desvelador, mejor erotismo poético, mejor poeta bucólico o pastoril, mejor poema fétido, mejor desecho cultural, mejor edén de poesía, mejor averno rimado, mejor nada. Requisitos: ser del país, estar inscrito en el gremio y a paz y salvo con los pagos de la membresía, que no es otra cosa que el derecho a ser poeta y ser considerado, por ende, como uno de los que sí son rotundamente buenos. Porque la nueva rosca, a diferencia de la otra, es democrática, de puertas abiertas y micrófonos libres; basta el cumplir requisitos para ser aceptado y empezar a gozar de sus favores. Queda usted matriculado entre los mejores poetas del país por el solo hecho de vincularse. Sin ninguna otra exigencia. Poetas mediocres son entonces los de la calle, los que jamás se agremian, esos eternos infelices que se pasan la vida sin gozar de la lujosa satisfacción de la poesía. Soy, orgullosamente, de estos últimos. ¿Para qué se asociarán los poetas? No sean ilusos: el mundo no los necesita. Y mucho menos unidos, como si fueran una secta de cruzados salvajes, empecinados dizque en salvar de la hecatombe a la sufrida humanidad. Sufridos más bien ellos, que se dan ínfulas de tener una sensibilidad superdotada. A menos que estemos hablando de poesía muda y estática, atrincherada y anónima, de esa que se construye y se destruye en los temblorosos y siempre fugitivos desencuentros del alma. A menos que estemos hablando del hombre. De un hombre asoleadamente gris. Tan vivo como muerto. Tan muerto como vivo. Y es que lo mejor de la poesía es su inutilidad, útilmente potenciada por su total ausencia de futuro. Porque inspiración para sobresalir es lo que no tenemos (eslogan para liberar a la poesía de la poesía). ¡Que viva la poemática desunión!   

FBA

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