SANTO REMEDIO

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Publico, en modalidad de “impresión bajo demanda”, mi libro de relatos híbridos Santo Remedio. Contiene los siguientes textos:

LA NOCHE DEL EXILIO 

EL OJÓN 

NAAR 

EL COMPOSITOR 

BRISAS DEL MÁS ALLÁ 

¡FELIZ CUMPLEAÑOS, HIJO! 

AMARGA NAVIDAD 

SERVICIO PÚBLICO  

DUALIDAD 

UN SOMBRERO PARA EL GOBERNADOR 

OFELIA 

MARTÍN DEL CASTILLO   

FACULTAD DE DESECHOS 

SANTO REMEDIO 

1821

En total, quince textos que dan cuenta de distintas épocas de mi vida y del proceso escritural durante este ya largo oficio de escribir; en efecto, textos de larga data que fueron parcialmente reescritos y algunos de factura reciente. Otros, intermedios e intocados, que dan fe de dicho recorrido en el entender de que la idea del libro era (es) también la de conservar la variedad de aproximaciones al arte de escribir, sin esquivar el examen de evoluciones o involuciones. Cada uno de sus eventuales lectores (si es que los llega a tener) lucubrará al respecto.

Las ventas de Prosas para romper la felicidad y Dietario del resto de una vida han sido, hasta ahora, un contundente fracaso. Casi nulas. Si no fuera porque el desánimo no es lo mío, hace rato hubiera tirado la toalla. Habría que terminar reconociendo que libros sin lectores, ¿para qué? Sería como seguir alimentando semejante estulticia. Espero que a este Santo remedio (menos extenso, menos costoso) le vaya un poco mejor. Esta modalidad de publicación depende de la demanda (pedidos) para poder manejar bajos precios. El costo unitario de impresión es alto y las regalías son mínimas. A más páginas, más costo. En fin. Así son las cosas. Al menos no se pierde plata: solo el esfuerzo.

Pensé publicarlo en 2020 o 2021 en plena pandemia, pero desistí de la idea luego de que su prologuista (un amigo escritor y académico al que le hice la comprometedora invitación) me hizo algunas sugerencias que consideré de valía. Así que, a replantear, y en eso había estado desde entonces, dándole incluso tiempo de que reflexionara y madurara por sí mismo. No todas las observaciones fueron acogidas, por albergar diferencias (recíprocamente respetables) de percepción sobre el oficio y porque unos de esos textos obedecen a contextos que dificultan virajes sin que pierdan esencia e intención.

Finalmente, unos textos salieron del libro y otros entraron. Y decidí publicarlo sin prólogo, no por descortesía con el amigo que sería su prologuista (él sabe de mi respeto y admiración por lo que hace, y, además, me ratificó en aquel momento su plena disposición a escribirlo), sino porque he llegado a la convicción (lo leí también en alguna parte) de que un prólogo es una deficiencia del autor. Los libros deben defenderse solos, aparte de que uno a un amigo no lo debería exponer a compromisos tan embarazosos que, querámoslo o no, acaban sumándose a esas sociedades del mutuo elogio que en literatura (o en todo) son francamente detestables. Aunque hay quienes cobran por los prólogos y los tienen como negocio. Pero esto es otra cosa. Sin duda, el prólogo de mi amigo, en el sentido que fuera, le hubiera dado al libro un plus de importancia, por su calidad y reconocimiento en el medio literario. Hay prólogos muy buenos y que jamás sobrarían ni dañarían la lectura de un libro. Antes, la enriquecen. Como el de José María Valverde al Ulises de Joyce.

El texto que más me gusta: NAAR. Homenaje a un amigo muerto, oriundo de Purísima-Córdoba, asesinado en Arauca el 8 de febrero de 2001.

Hay para todos los “gustos”. A propósito de gustos, tocará aceptar asimismo que el arte y la literatura, al igual que la música, deben responder, más que a la estética, al “gusto del público”. Escribir pensando en eso. Al servicio de eso. Grave la cosa.

Leo el decreto de la Alcaldía de Montería por el cual se da apertura a las convocatorias del portafolio de estímulos de 2025 en dicha ciudad, y su Manual de Participación contempla un concepto de "artes" que no las condiciona estrictamente a cumplir funciones sociales, si bien les es imposible desprenderse, por tratarse de recursos públicos, de que las obras, en cuanto hechos artísticos y culturales, contribuyan al desarrollo cultural y social de la ciudad. Preguntas: ¿puede el arte dedicarse, de manera prioritaria, a ello?; ¿qué diablos se podría entender por desarrollo social y cultural?; ¿debe el arte ser necesariamente beneficioso? Al fin y al cabo, el fenómeno artístico hace parte del mercado, y cuando de mercado hablamos aparecen las ventas, y para que haya compras se requieren estudios de mercadeo, y los compradores tienen gustos, y los gustos se imponen y manipulan, y los escritores de editoriales importantes escriben por encargo, con temas obligados y plazos de entrega. El “gusto del público” equivale, pues, a rigidez, exclusión y dictadura. La periferia no cuenta. La marginalidad tampoco. La rebeldía artística y sus rupturismos sí que menos. Al artista ignoto no le queda más que decidir si se doblega ante el sistema o sigue su rumbo solitario tratando de mantener el nivel estético por encima de la mediocridad que gusta, así eso solo le garantice borrarse para siempre. Grave también la cosa. Y para colmo de males, el mencionado Manual de Participación deja al artista independiente en el limbo cuando le exige, para poder inscribirse y acceder a una beca, que acredite “la experiencia específica en su quehacer artístico con mínimo tres (3) certificaciones emitidas por organizaciones legalmente constituidas de fines culturales”. Tocará inventármelas o falsificarlas. Al único grupo cultural que pertenezco es al de la libación sabatina. Así que, sobre mi experiencia específica, solo podrían hablar las calles, las tiendas, el río Sinú, mis tercos libros y las tarimas festivaleras donde han estado despegando y estrellándose mis atípicas canciones. ¿Una certificación extraterrestre me serviría?

Entonces, ¿por qué seguir escribiendo?, ¿por qué publicar? Sí tengo un par de poderosas motivaciones para continuar haciéndolo. La primera, porque es un asunto de disciplina y organización, de poner en orden igualmente la obra literaria, como lo he venido haciendo con la musical. Pasarse gran parte de la vida en esto para dejarlo todo tirado o inconcluso por ahí no deja de parecerme irresponsable con uno mismo (salvo que se adopte la irresponsabilidad como virtud, como profunda y rebelde significación de vida y libertad). Eso sí: nada de romanticismos esperanzadores. Y de ahí que la segunda motivación sea porque, por ejemplo, Santo remedio está dedicado a mi primer nieto, Julián Andrés, que tiene hoy trece días de nacido, y creo que la verdadera posteridad de un escritor es su descendencia. Para ellos y ellas serán todos mis libros, publicados o inéditos, en físico y en medios electrónicos. Al igual que mis canciones.

Pero debo sincerarme y reconocer que mis pobres libros son víctimas de mis indecisiones y miedos. La verdad, no es que no se vendan, sino que no me muevo por ellos como debería. No soy para ellos un padre responsable. No les hago lanzamientos ni presentaciones. No apelo a voces autorizadas que los reseñen de manera favorable y los recomienden. Ni asisto a eventos para tomarme fotos con autores de renombre y divulgarlas en las sociales redes. Y, como si fuera poco, los promociono poco. Demasiado poco. Es que cuando se me da por publicar, el terror me paraliza. No me ocurre lo mismo con las canciones. Será porque la literatura es muy complicada y la música, en cambio, nos hace más felices. Leo en estos días un libro que busqué en librerías varios años y que, por fin, gracias a las tiendas virtuales, pude conseguir: El pintor de batallas, de Arturo Pérez-Reverte. Un libro en edición Debolsillo, enviado desde España. Libros que no defraudan. Olvido Ferrara detestando “que todos los artistas sonrían o escupan, que es lo mismo, al marchante y al crítico que los inventan”.

Ojalá Santo remedio sí sea de verdad lo que el título coloquialmente sugiere. Que, al menos en lo tocante a ventas, cambie radicalmente el rumbo de mis alegres y apacibles fracasos. Que un nuevo y distinto terror los ponga a gravitar (a mis fracasos y a mis libros) en el desorbitado corazón del universo.

FBA

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