CONSEJO DE SUPLICIOS
Siempre me intrigó saber cómo sería una reunión de un consejo de ministros en la gloriosa e inmarcesible República de Colombia con su presidente a bordo. Me imaginaba todos esos conciliábulos que se formarían decidiendo el destino de esta bobalicona patria. Todos enfocados hacia lo mismo, sin debates ni reproches de ninguna índole. Suponía también la presencia de componendas selectas, bajo cuerda incluso, y de esas otras tantas suciedades que se hablan más en confianza, entre compinches. Pero, en general, todos sus integrantes chapoteando hacia el mismo lado y sin discusiones. Hubiera sido bastante revelador conocer los secretos de todos esos gobiernos de derecha que estuvieron in sécula seculórum en el poder hasta el 6 de agosto de 2022. Claro está que jamás esos presidentes anteriores hubieran transmitido en directo una reunión de esas sin informar, preparar y condicionar a sus participantes.
Pero fue al presidente que se propuso un verdadero cambio al que se le dio por televisar, dos años y medio después de estar gobernando, una reunión de ese calibre sin preparar a sus ministros, sin siquiera anunciárselos con suficiente antelación. El presidente menos indicado para hacerlo, con tantos enemigos mediáticos y opositores políticos encima dio, pues, papaya, mostrándoles a estos las divisiones e incoherencias de su gobierno, quienes no dudaron en salir corriendo a difundir la patochada, tanto en serio como en broma. Así que el tiro le salió por la culata al presidente, o el efecto búmeran, al regresar este a su experto lanzador político, le terminó pegando fuerte en la cabeza al inexperto estadista.
Pues sí: bien por su talante de demócrata, bien por hablar sin tapujos frente al pueblo. Pero ¿qué buscaba en realidad el presidente con esto? Era una jugada de alto riesgo que podía, sin duda, salir muy mal. Y salió, en efecto, muy mal. La democracia y sus excesos. El exceso de democracia termina siendo muchas veces antidemocrático y populista.
No obstante, mi primera reacción fue la de reconciliarme con ese presidente al que con mi voto vengo acompañando desde sus inicios electorales y a quien ayudé, por ende, a llegar por fin al poder; volví a ver y a escuchar al gran líder, al hombre genial, al que sabe qué hacer con su voz, sus ademanes, y, en especial, con la palabra.
Destaqué algunas de sus frases. Como estas: “Ustedes tienen un presidente revolucionario pero el gobierno no lo es”. “La noticia que sale aquí, en vez de ser un gran esfuerzo democrático de mostrar ante el pueblo cómo es que se gobierna, es una pelea entre ustedes; eso se llama sectarismo, se llama sectarismo, y el presidente no se deja encerrar, no se deja encerrar, yo no estoy aquí para que me encierren”. “La única razón porque Benedetti esté al lado mío es porque sí tiene una especie de virtud, que es ser loco… la locura puede hacer revoluciones”.
Cómo no sentirme satisfecho y aplaudirlo si esas y otras intervenciones suyas durante la reunión me dan la razón con respecto a mis críticas a su gobierno, en especial a lo que acontece en el Ministerio del Trabajo, que es una situación que conozco de cerca. Quedó así, mucho más en evidencia, lo que conocí de esos administradores del cambio cuando me tocó enfrentarlos como negociador sindical del pliego unificado que se le presentó al Ministerio del Trabajo en 2023, lo que me llevó a exclamar durante aquel frustrante proceso de negociación colectiva: ¡Esta gente no es el cambio! ¡Esta gente es un fraude! Y lo que continúa ocurriendo en dicho ministerio me sigue dando la razón.
Pero luego, en una segunda y sopesada reacción, pensé: ¡qué astuto y calculador es este presidente! Usó a sus ministros y directores de departamentos administrativos para quedar él bien ante el pueblo haciendo recaer exclusivamente en ellos la responsabilidad de agendas paralelas e incumplimientos de su plan de gobierno. Sin duda, otro que se supo lavar muy bien las manos. Los regañó, los expuso a que se golpearan unos a otros, los obligó a lavar la ropa sucia fuera de casa. Una emboscada de tal magnitud no puede considerarse democracia. ¿Quién encierra a quién? ¿Por qué ahora, en un momento tan crítico por el que está pasando su gobierno, y no antes? La obviedad aporta sus irrebatibles argumentos: al presidente le sirven más los politicastros para asegurar la permanencia del progresismo en el poder. Las elecciones se acercan y limpiar imagen es indispensable. Hay que empezar a decírselo claramente al pueblo. O mejor aún: mostrárselo. Miren: no es mi culpa, ahí los tienen, ellos son los enemigos del cambio. No cumplen. Tienen otros intereses. Y él, orondo y victorioso, bosquejando con su lápiz la próxima jugada, tirándoselas de transparente e izquierdista. ¡Por primera vez en la historia se hace esto! ¡Este sí que es todo un presidente! ¡Un gran demócrata! Blablablá. Aplausos, por favor; toca de todos modos reconocer sus habilidades y aplaudirlo.
En todo caso, ¿no es el presidente el capitán del barco? Es él quien debe responderle al pueblo por los fracasos o cortedades de su socorrido cambio. Por el doble discurso. Por la doble moral. Por todos los actos de corrupción que se han producido durante su mandato, así sean otra vez, como sostenían los antecesores, a sus espaldas. No es sometiendo a la circense burla a sus ministros como se librará del juicio histórico. Es él quien los nombra, y lo que la historia dirá es que tuvo la oportunidad y la desperdició, eligió mal, se rodeó mal. Pudo haber cambiado a tiempo el rumbo del extraviado cambio y no lo hizo.
¿Agendas paralelas? Pues claro que las hay. ¿De qué se extraña si su gabinete ministerial está infestado de las costumbres políticas con las que hizo coalición en esa inconcebible mezcolanza que se denominó Pacto Histórico? Y él lo sabe muy bien y nada o poco ha hecho para contrarrestarlas.
¿Incumplimientos? Pues claro que los hay. Y él lo sabe muy bien y poco o nada ha hecho para superarlos.
Y una de las entidades donde más se comprueba todo esto es el Ministerio del Trabajo, cuya cuestionada ministra no estuvo en la reunión del gabinete de ministros del 4 de febrero de 2025 por encontrarse en el Parlamento Europeo, en Bruselas. Así que esas otras agendas no son exclusivas de sectores no progresistas, puesto que, entre los propios sectores del progresismo, entre los más cercanos e incondicionales al presidente, también se dan. Me imagino a la ministra hablando de nuevo bellezas sobre el derecho de asociación sindical, el derecho de negociación colectiva y el derecho de huelga mientras en su país y en su ministerio hace todo lo contrario: no da la cara, no se reúne, no negocia con los sindicatos de su entidad, no cumple los acuerdos colectivos de trabajo que suscribe con estos y, para colmo de males, desconoce la huelga de su propia cartera y la extermina de manera violenta. Así son.
Entonces, presidente, ¿qué espera para actuar? Si son tan malos, incompetentes, dobles e incumplidos como usted los señala, pues cámbielos a todos de una vez y haga de verdad el cambio con las personas adecuadas y al margen de conveniencias electoreras. Porque si no lo hace ahora, en lo que le queda de gobierno, ese pequeño triunfo democrático que obtuvo en el consejo de ministros del 4 de febrero le acabará tatuando lo que en realidad fue: un inmenso equívoco, una apología oportunista de la democracia que más se parece a los absolutismos de masas. Habría que decirlo igual de claro: a la postre, la democracia es lo que menos importa; la verdadera preocupación es el poder. Y un caudillista sabe que la palabra pueblo tiene potencial si se sabe usar a su favor, si se generan espacios audaces y estratégicos, si se abren los micrófonos en los momentos oportunos. El presidente no desconoce el impacto de su poder de oratoria, y un consejo de ministros televisado le permite usufructuarlo a sus anchas. Son espacios políticos. Para echar línea. Para adoctrinar. Cumplir es solo el pretexto. Pobres ministros. Corríjase, presidente; esas cosas tan maldadosas no se hacen.
Entretanto, el presidente no se cansa de trinar. Matiza sus opiniones en pro del pluralismo y da a entender que todo no fue más que un malentendido, cosas de egos, jefaturas y jerarquías, tema superado, se harán unos cuantos ajustes, hasta ahí. Tanta bulla para poca cosa. Desesperanza. Vuelve a tambalear mi voto futuro, aunque no sobra decir que jamás votaré por los contrarios.
Consejo de suplicios. Ay, país. Anuncia el presidente que vendrán más; todas esas reuniones serán televisadas en vivo, de frente al pueblo. Así que esto se pondrá cada vez mejor o tal vez terminemos irremediablemente aburriéndonos de los mismos discursos de un cambio sin cambios sustanciales, de una revolución sin revoluciones, de un presidente sin gobierno, de unos ministros sin presidente.
ADENDA. Sueño con que el presidente se pase de whisky una noche de estas y le ordene al director o directora del Departamento Administrativo de la Presidencia que autorice el pago de los acuerdos económicos que les deben a los trabajadores del Ministerio del Trabajo, que le ordene asimismo a la incumplida ministra del trabajo que le envíe los decretos de inmediato para su firma, y que por ahí como a las tres de la mañana el presidente nos sorprenda a todos con un emotivo tuit revolucionario y universal dando parte de su digno compromiso con el cambio, con la humanidad y con el cumplimiento de la palabra escrita. Revolucionario y universal. Como el arte. Como el delirio.
FBA
Considero estar de acuerdo con su opinión, pero mi desilusión se inicio desde cuando se reunio con el matarife balas, la conformacion del primer gabinete y la entrega de dadivas o mermelada.
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