Del libro PALABRAS QUE SON TAMBIÉN LA VIDA (continuación)

SER. Como esos amigos suyos que siguen, pese a todo, contra toda evidencia, creyendo en un redentorista presidente. Quisiera de verdad pensar que no perdió su voto. Es de poco votar, pero recuerda que esa vez fue, con ingenuo orgullo patriótico (increíble en él, un escéptico y pesimista empedernido que jamás ha creído en políticos de ningún color ni matiz), al puesto de votación de la carrera sexta, entre calles 34 y 35, cerca de una tienda esquinera que ya no existe y en la que solía escribir, componer y cervecear ("Un lugar en el mundo", ese fue el nombre que alguna vez le puso), a depositar una voz de esperanza por el prometido cambio de alguien que le pareció, por el conocimiento de su inteligente trayectoria discursiva, que podría resultar "interesante". Con tanto candor que hasta le tomó una fotografía a ese voto optimista con la cámara de su modesto celular. La guardó después en un archivo de su computador de escritorio, rotulándola con dos vocablos que hoy, lo confiesa, le avergüenzan: "voto histórico". ¿Histórico? ¡Qué desfachatez! Histórico no hay nada en ese país infernal en el que la desilusión es lo que mejor gravita. Las pocas veces que había votado lo hizo siempre por locos y perdedores, por gente que sabía de antemano no lo defraudaría. Porque votaba por ellos para salvarlos del poder. A eso también aspiró en aquella ocasión. Pero, increíblemente, por primera vez ganó, y no tuvieron que pasar muchos días para saber que ese triunfo, tarde o temprano, le iba a restregar su arrogante falacia. Hoy, casi dos años después, ha conocido tan de cerca a los crueles impostores de esa rimbombante promesa histórica, de esa su primera victoria en asuntos electorales, que no entiende por qué continúan esos amigos siendo tan crédulos, matándose por el mesiánico egotista, negando lo innegable. Seguirán siendo, no obstante, sus amigos, porque tampoco es que le anime mucho la idea de irse a beber y a padecer con los contrarios. Se equivocó. Así de simple. Lo que no quiere decir que desee que retorne el poder que antes había. Solo una decepción más. Y unas ganas inmensas de seguir fracasando.

GUERRAS. Tiempo de pensar en otras cosas, en otro tipo de luchas, aunque tan imposibles de ganar como esa huelga que en sus redes sociales había venido relatando. Casi un diario huelguístico. Eso le dijo el amigo Mario M. hace unos días, fiel lector de todas sus diabluras, que lo ha seguido desde el comienzo. En verdad, arrancó como un sincero deseo de contribuir a una causa, y no sabe en qué momento empezó a parecerse a un nuevo libro. La literatura siempre se atraviesa, quiérase o no. Y cuando la literatura aparece, hay que empezar a preocuparse, porque el tema deja de ser fin para volverse medio. Lo ficcional, que nunca será tan ficcional, acecha, su temblor tiende a confundir. El uso del lenguaje es otra cosa. La traición le es intrínseca. Esta noche ha vuelto entonces a bregar la música, su música, que, para él, será siempre otra batalla perdida. Cuatro canciones nuevas de su cosecha: “Sobreviviente”, “Mi ciudad”, “Se fue tu amor” y “Con la flor más buena”, aún sin grabar. Y dos añosas, en proceso de atípica y jamás comercial grabación: “Estos años” y “El alma de un poeta”. Sin afanes. Algún día cobrarán impulso para lo que están absolutamente destinadas: en ningún tiempo sonar. Porque así me hizo dios, discreto y acobardado. Para colmo de bondadosos males, otra de sus guerras fugitivas está por salir al ruedo: un nuevo libro, tres en realidad, como el famoso aceite: Prosas para romper la felicidad (tríptico en yo menor); el primero, escrito en 2015, el segundo en 2016-2017, y el último en 2019-2020. Los terminó de revisar o corregir y espera no haberlos empeorado. Así que estima haber dejado todo listo para una letal publicación. Antes de un mes divulgará el enlace (para exitosas o desastradas compras). Teme que habrá un cuarto, que escribirá después de que se muera. Algún médium hallará para tal fin, cuando toda su frustración ya sea ceniza. Bien. Vamos bien. Con huelga o sin huelga. Con vida o sin ella. Con guerras o paces. Mientras tanto, que suene “Utopía”, una de esas canciones de su festivalero peculio que no le da pena reconocerse como autor. Consiguió con ella, contra viento y marea, ser semifinalista en un oprobioso festival. “Fuego en el 23”: inmerso en monteriana cordura, escuchando “Loco” en la endemoniada voz de Héctor Lavoe; otra de esas inútiles guerras suyas que lo ponen a vivir a grito herido. Y antes de irse, un victorioso eslogan bailoteando con clave: ¡que vivan por siempre las huelgas pensativas!

COMISARÍA. “La comisaría”. Así se llama este sitio ubicado en la calle rosa de un morado barrio. Negocio de venezolanos, dicen. No consumes aguardiente ni ron, solamente una que otra cerveza, y estás viejo, sobras, no eres rentable, eres de corta duración, mesa reservada, te piden que te cambies de sitio, te faltan al respeto, nunca te informaron, hierve la sangre, inexplicablemente te controlas, tratas de entender la deshonrosa situación, no aceptas la propuesta de cambiar de mesa, pides la cuenta, la pagas y te vas puteando en silencio hacia el destino que en realidad tenías en mente: la respetuosa y solidaria insurrección salsera.

MONSTRUO. Le debe resultar muy difícil tener bajo control al monstruo que lo habita. Aunque no es que se desviva demasiado por eso. Le gusta su monstruo y le permite que aflore en el diario trajinar por cualquier cosa. Solo cuando escribe poemas y canciones es que logra dominarlo un poco. Entonces le manan bellezas que no son propiamente él, puesto que no son otra cosa que un juego, un divertimiento, su facilidad para hacerlas, un calculador talento indiscutible. El monstruo es, en realidad, incontrolable, y es quien permite que ciertas estéticas oscuras se asomen en alumbradas y pelotilleras redes. Pero ese artista no existe, existe el monstruo, aunque este monstruo tenga también su cara buena. En efecto, el monstruo a veces se humaniza, se muestra tierno y adorable, ama, es amigo, tolera, no pelea con nadie, se camufla, le encanta ser encomiado, se muestra confiable y confianzudo, fraterniza y lametea. Pero el monstruo es tan monstruo que vuelve con rapidez a sus andadas; es todo un artista, ¿quién osaría desconocerlo? Un ser de devotas cualidades, un verdadero maestro de la rima y el engaño.

PARTO. Literario. Sin lanzamientos. Confiesa que estas cosas le dan pena; cada vez que se le da por publicar un libro le toca esconderse como seis meses o más mientras el terror y la vergüenza se le calman. Por fin ven la luz sus Prosas para romper la felicidad; tres libros o tres partes que terminaron conformando un tríptico en yo menor. Empezó a escribirlas en 2015 y ese mismo año las culminó. Creyó que no habría más, pero en 2016 resucitaron y tuvieron vuelo para llevar sus páginas hasta 2017. Pensó que hasta ahí llegaban, pero en 2019 despertaron, las cogió la pandemia de 2020 y tuvieron que acabarse cualquier día de ese mortífero año en medio de una solitaria fiesta descomunal. Espera no verse de nuevo, contra su voluntad, escribiendo una cuarta parte, y luego la quinta, la sexta… Por fortuna, hay otros proyectos en curso que le reclaman tiempo. Brinda en todo caso por ellas, y les dice lo que le decía su madre dándole la bendición cuando salía de la ciudad por estudio o trabajo: “Que la Virgen te acompañe”. Porque este triple endemoniado hijo suyo sí que la va a necesitar. PARTO sin lectores. Con dolor. Con miedo injustificado. Con la fe intacta y la serena convicción de que no trascenderá.

TAMBIÉN. Palabras que son TAMBIÉN la muerte.

TIENDAS. Es viernes, la noche apenas comienza y me ubico en la del minimercado de la 58. Ampliada y mucho más agradable ahora. Ambiente apto para conversar. La mesa colindante está repleta de personas que parecen ser de la misma generación. Escucho a una de ellas hablar preciosidades de esa tienda, su tienda, en la que se entera de todo lo que ocurre en su barrio y se encuentra con sus más entrañables amigotes. Su segunda casa. Los anónimos tenemos siempre una tienda donde creemos vivir los mejores momentos de nuestra ilustre vida.

HUECO. Pavimento fracturado. Placa ligeramente levantada. Hendidura al revés. Declive peligroso. No se alcanza a distinguir bien, por lo que la propensión a daños y accidentes es mayor. Hombre con pala bajo un sol implacable, se cubre la cabeza con un pañuelo de color rojo, rellena con tierra esa cavidad bendita y se para en la mitad del hoyo, su hoyo, para advertir a conductores sobre el golpe inminente y recibir, a cambio, alguna remuneración por impedirlo. Monedas, una que otra moneda de poco valor para paliar la angustia. Le toca trabajar más de doce horas diarias, simular hacerlo si la tierra se sostiene apisonada y sin hundirse. De esa imperfección urbana depende su subsistencia y la de los suyos. Así que tiene que cuidar muy bien ese hueco como la cosa más preciada, medio nivelarlo, es todo un experto, nada de añorar una solución definitiva, puesto que se le acabaría infelizmente ese rebusque. Gracias a la corrupción, a lo que se construye mal o con materiales defectuosos, o a una naturaleza impredecible, la gente sin empleo, que es mucha en su ciudad, logra mal que bien sobrevivir. Debe llegar temprano para que a ningún avivado se le dé por dejarlo sin empleo: sin su hueco; está dispuesto a matar si eso le ocurre. Hasta que días después ese hueco por fin desaparece, todo vuelve a la desempleada normalidad y nos imaginamos a su rebuscador en quién sabe qué otros sitios aplicándole creatividad a la pobreza, inventándose una más increíble, genial y duradera posibilidad de ganarse de nuevo la agobiada vida. Si nada se le aparece de improviso o hurgando metódicamente en su incierto panorama, hacer entonces fisuras en pavimentos, levantar láminas, profundizar orificios, ingeniarse concavidades hacia arriba o hacia abajo, picos y palas para hacerse justicia por su mano. Tendrá que estar, en todo caso, atento, ya que lo arreglado no tardará en volver a dañarse; no solo él vive de eso, hay quienes ganan mucho dinero contratando, con sobrecostos, reparaciones infinitas. Ciudades y huecos, huecos y ciudades que son el alimento de contrastantes mundos.

PÁGINAS. El sentido de un final, Julian Barnes, Premio Man Booker 2011, ANAGRAMA Colección Compactos… 133-134: “Porque la madurez decepciona, del mismo modo que tarde o temprano decepcionan todos los cambios políticos e históricos. Lo mismo que la vida. A veces pienso que el sentido de la vida es menoscabarnos para que nos reconciliemos con su pérdida final, demostrando, por mucho tiempo que tarde, que la vida no es tan buena como la pintan”; 177: “¿Qué sabía yo de la vida, yo que la había vivido con tanto cuidado? ¿Yo que no había ganado ni perdido, sino que me había conformado con dejarme vivir?”; 185: “Llegas hacia el final de la vida; no, no de la vida misma, sino de algo distinto: el final de cualquier posibilidad de cambio en esa vida. Se te consiente una larga pausa, el tiempo suficiente para hacerte la pregunta: ¿qué más hice mal?”. Meses leyendo, con ralentizado impacto creciente, el diario argentino de Gombrowicz; en cambio, esta novela premiada de Barnes (bastante aburrida en su primera parte, a ratos cursi, superflua e ingenua, con un lenguaje en exceso sencillo, sin la mínima gota de poesía, sin digresiones, próxima tal vez a la literatura objetiva) me la leí en menos de una semana, luchando contra un justificado desinterés. Soy cazador de frases, y si en un libro, luego de setenta u ochenta páginas, no encuentro ninguna que llame mi atención, a ese libro lo sentencio prescindible. Sin embargo, un asunto de disciplina lectora y la curiosidad acerca de por qué obtuvo ese premio me obligaron a persistir en lo que no era más que una historia con algunas brochadas de misterio, semioculta, lógica o matemáticamente sugerida a través de letras, números y ecuaciones, y medio revelada únicamente, sin causar gran emoción, en sus tres últimas páginas. Atribuyo su insulsez inicial a la traducción españolizada de Jaime Zulaika, fiel en esto a lo que le exigen las editoriales españolas. Empero, ¿por qué mejora o se torna profundo en la segunda parte si el traductor es el mismo? Pienso entonces en intencionalidades de su autor. No es, en definitiva, el tipo de literatura que me seduce, lo cual no equivale a que sea de menos calidad que la que me ocasiona, por lo general, un impresionante interés. He leído textos de docentes y estudiosos del tema literario que ponderan más los libros de narrativa cuando la poesía y el excurso no hacen presencia en ella. Por aquello de “no me lo cuentes, muéstramelo, pero no muestres demasiado”. Y otras fórmulas gélidas por el estilo. El amplio conocimiento de la técnica narrativa está, sin duda, presente, pero es una literatura que, al final, no me dice mucho. Cuestión más bien de gustos, supongo. O de afinidades que tengo al escribir. A fin de cuentas, no soy más que un lector que escribe, y lo que busco en los libros no son sus historias, por más conmovedoras que me resulten, sino insumos para el oficio. Páginas, frases de libros que se me van quedando grabadas o más bien tácitamente contiguas. A esta novela de Julian Barnes me parece que la salvan esas pocas frases que, sin llegar a ser tampoco la panacea, sí nos dicen verdades de una edad por la que en este momento de mi plisada vida transito. Eso esperaba del libro. Por eso lo compré. Por su título y el texto de su contracubierta. Y al margen de que no lo considere un gran libro —una novela digna de tantos elogios—, sí cumplió (más o menos) con la expectativa que me formé. Lástima que mi deficiente inglés no me permita leerlo en su idioma original. Lo sospecho mejor escrito y mucho más revelador. Páginas que son orbes, vidas que son páginas.

IGUALDAD. No se cumplen acuerdos colectivos de trabajo; se habla de austeridad del gasto público, pero se crea un ministerio de igualdad y equidad con planta abultada y costosa, que continúa comprometiendo presupuesto billonario y alto costo burocrático sin importar que por decisión de una corte constitucional deberá dejar de existir dos años después, cuando expire igualmente el gobierno que se lo inventó para darle gusto y gasolina al helicóptero vicepresidencial. La sabrosura se lo merece todo. Los lujos no son parte del cambio. Si los anteriores lo hacían, ¿por qué nosotros no? “De malas”. Tal es la lógica de quien debería diferenciarse y dar ejemplo. Saltan por otro lado las inconsistencias de pactar convenientemente con corruptos para tener opción real de poder. Se le enquistaron y ahora no sabe cómo quitárselos de encima. Pero bueno, para eso están las embajadas y los consulados. Bien lejos. Donde, aunque cuesten una fortuna, no molesten. El dinero no importa. Nada de escatimarles gastos. Toca mantenerlos tranquilos y felices, y, en especial, callados. Los acuerdos laborales son los que se pueden incumplir. Ni un peso para estos. He aquí la doble moral, el doble rasero de un candidato que ofreció una enormidad de maravillas. Se jacta entonces nuestro personaje de que en los eventos que preside le corean reelección, reelección, reelección, y asegura tener aún su potencial de votos para que el proyecto político que lidera continúe gobernando sin él. ¿En serio? Al próximo que hable de cambio y progresismo, y de derechos de los trabajadores (y las trabajadoras, en virtud de ese lenguaje inclusivo cada vez más exagerado e hipócrita), habrá que tirarlo de una vez a la caneca, tal como hacen con los politicastros en anormales latitudes. Son basura. Son un fraude. Vuelvo a la palabra anterior. Tarde o temprano todos los cambios políticos e históricos decepcionan. Cruda y molestosa verdad. El cambio apesta. Su única IGUALDAD es el desprecio.

CAMARADERÍA. Un antiguo camarada le envía un mensaje por WhatsApp. Se trata de un video publicado en Instagram, en el que se ve a una ministra llegando triunfadora y sonriente a la sede del nivel central donde está su despacho; dichosos los ojos que le ven, no quiere saber nada de reunirse con los sindicatos de su ministerio, ni siquiera con trabajadores no sindicalizados, excepto quizá con quienes le son serviles. Todos en modo trabajo, en modo reconciliación, dice, le preocupa el ambiente de trabajo, que sea el mejor. Qué insolencia, qué cinismo, como si el conflicto hubiese quedado superado, como si ella hubiera hecho algo beneficioso para mejorar ese clima, y un séquito de lameculos ovacionándola, aplaudiéndola sin la más mínima vergüenza. La reciben con coloridas flores. ¿Victoriosa de qué? ¿Qué es lo que celebran? ¿Sobreviviente después de una prolongada guerra? ¡Tampoco!, puesto que lo que hizo fue huir de ella, se fue de vacaciones. Con un acto tan sobrador lo que obtienen es exacerbar a ese oponente callado y dolido que aún respira. ¿Es eso lo que quieren? ¿Quieren que la guerra continúe, que la huelga retorne a sus trincheras? Por qué mejor no se dedican a cumplir lo pactado… Y a los sindicatos, a las víctimas de sus desprecios e incumplimientos, ¿qué flores les mandamos? ¿De qué color? Vuelve a ver el video y concluye que, mientras trabaje en él (en ese desagradecido ministerio del descalabro) permanecerá en huelga, en huelga sempiterna: mucho más útil, bella, vibrante y poderosa.

INQUINA. Triste vida la de quienes se la pasan inmersos en antiguos dolores, incapaces de liberarse de ellos, viviendo siempre en función de ocasionarse daño. Nada que superan el amor fracasado, por ejemplo. Procuran entonces perseguir de por vida, con sus suplicios, a los que catalogan, a secas, de culpables. A no ser que lo hagan por maldad, que no sea cuestión de odio ni de resentimiento, sino de venganza. Pero sería, a la postre, igual, o peor, porque significaría que aún les importan y les duelen los golpes del olvido. Seres que en realidad nunca se despegan de hechos del pasado, perdiendo la única oportunidad que tienen de vivir la presente y finita vida lo mejor que se pueda. Lo que no funciona se deja, para bien de todos los implicados. Tarde o temprano, personas con la cabeza y el corazón bien puestos lo agradecen. El amor no debe conducir a la esclavitud, por más dolor que su carencia y el alejamiento causen. Desamor e infelicidad no son aconsejables para pensar en convivencias prolongadas. Quedarse toda la vida rumiando lo perdido es de una insensatez escandalosa. Se creen inocentes y víctimas, con derecho todavía a enjuiciar y a restringir. Y hay quienes ciegamente les creen. Encerrados en molestias enfermizas, sepultados en un rencor absurdo. La vida es una sola. Frase de cajón que no por eso pierde su agudeza. Como recomienda con sapiencia un escritor no tan frustrado: “ya estamos muy viejos para enemistarnos”. Válido también para amigos que se resienten y duran siglos sin volver a hablarse. O para hermanos que se distancian por herencias. El goce del vivir debería ser obligatorio. Seamos hasta donde se pueda felices, y listo, no jodamos más. Nadie es dueño de nadie. Nadie está obligado a permanecer al lado de nadie. Cada uno siente como le nace sentir. Exigir sentimientos recíprocos es propio de una patológica idiotez, como buscar culpables es la bobería más boba que puede pretender un ser humano. El homo sapiens es, de suyo, un cúmulo inagotable de imperfecciones, la contradicción lo habita, la oscuridad lo alumbra. Si no te equivocas no eres de este mundo. De veras que es muy triste la vida de esos seres que permanecen anclados en un padecimiento inútil en lugar de salir a respirar mejores aires, renacer, reverdecer, tratar, así sea en vano, de afincarse en una felicidad siempre esquiva y complicada. Pero no. Se dedican más bien a amargar, a entorpecer, a desunir, crasos victimarios de su sola desgracia. Allá los que se dejan absorber por ellos. La vida hay que vivirla con sumo desparpajo.

REPERTORIO. Nada propio. Cantan siempre canciones conocidas, de artistas consagrados. Van a la fija. Nunca arriesgan. Serviles a lo ajeno por temor de no ser aplaudidos interpretando lo suyo (si es que tienen algo suyo que mostrar). Para el grueso del público la música está hecha para el baile y la entretención, la letra es lo de menos, el ritmo es lo que cuenta. Lo pegajoso, lo breve. Lo fácilmente descartable. Así que nada de innovar ni de navegar contra la corriente. A lo sumo, cantemos lo viejo, dos o tres clásicos, para asegurarnos. Pobre tiempo este de anodinos placeres.

VOTO. Hablan de que volverían a votar mil veces más por el caudillo del histórico pacto. Soserías que, tratándose de individuos inteligentes, son fruto del desconocimiento y no del fanatismo. Adulones de todos modos, aunque lo hagan más por provocar a los contrarios, a sabiendas de que podrían perfectamente argumentar con mayor riqueza y libertad. Dizque respetan la protesta social. Dizque los derechos de los trabajadores les importan. Parecen no saber nada de una huelga de trabajadores que duró sesenta y dos días en todo el país, que se suspendió por falta de garantías y es una problemática laboral que va para cuatro meses sin resolverse. Se violaron acuerdos colectivos de trabajo e incurrieron en el más vil y brutal de los incumplimientos. Para no hablar de jactancias y menosprecios, de dobles discursos, de morales nauseabundas, de un cacareado cambio que la desconoció, la ignoró, la persiguió, la acosó, la disciplinó, y, por último, la arrasó. No viene, pues, al caso hacer comparaciones. Ni modo de anhelar los doscientos veintidós años de una república violenta, injusta, desigual y fallida. Pero lo que hoy gobierna no tiene nada (o muy poco) de salvación. La corrupción persiste. La desigualdad, también. Y la libertad de expresión no demora en ser menoscabada. Una ministra se declara a favor del mérito, pero, entre bambalinas, inunda su entidad de contratos de prestación de servicios y nombramientos provisionales. Se reúne a negociar con todos, menos con esos trabajadores que la tienen en jaque. Ironías de la política coloquial: lo que se valida como oposición, como gobierno se cuestiona y reprime. Es que no es lo mismo gobernar que ser su contraparte, y sea cualquiera el perfil ideológico acaban pareciéndose. ¿Volver a votar por esto? Ni por esto. Ni por lo de antes. El absolutismo, disfrazado de democracia y poder popular, es una peste. ¡El pueblo, el pueblo, el pueblo!: discurso que sigue siendo utilizado para justificar oprobios. Nada del horrendo pasado sirve para legitimar las supuestas bondades del presente. Lo de hoy tampoco sirvió. Puros paliativos, nada de soluciones drásticas. El cambio se columbra como una cada vez más lejana utopía. Votos que se pierden. Votos que sonrojan. Y esperanzas que con prontitud se oxidan.

VECINDARIO. La casa de la izquierda ya no existe. Es hoy un lote cercado en el que coexisten rastrojos, restos de paredes, excrementos y basura, y al fondo varios árboles enormes, aún frondosos, que crecieron en lo que alguna vez fue un patio. Una solitaria palmera, ubicada en lo que fue un jardín frontal, se quedó también sin casa. La casa del frente mutó en locales de comercio: farmacia, delicatessen, pizzería, boutique, tienda de decoración, pub. El edificio que linda con la farmacia era un solar enmontado, en cuyo centro había un árbol de cerezo, y para llegar a él había que pasar por un peligroso sendero de serpientes. Solo el balcón desde donde miras todo eso permanece intacto, con la vieja mirada de juveniles glorias.

LÓGICA. Si al principio se requiere de ayuda, al final con mucha más razón, pues decaer no es lo mismo que brotar. Tiene lógica. ¿O no?

PLAGA. De poetas. “Podríamos asegurar que sigue habiendo más poetas que poesía”. Eso escribe un poeta en su muro de la red social de caras. Lee el post completo y recuerda lo publicado por él en Cantando a destiempo sobre ese tema. En aquel tiempo el humor que le impregnó a esos versos lo justificaba. Era más cuestión de burla que de crítica. Considera ahora que semejante opinión contiene una dosis alta de pedantería: la de excluirse uno mismo de esa plaga. ¿Qué le garantiza que no sea él un mediocre más de esa larga y estigmatizada lista? ¿Solo porque, con ignaro atrevimiento, decide emanciparse? Es presumible que ese poeta social y él no sean más que otro par de borrachos pretenciosos, creyéndose poetas por sus insignificantes libros y las pésimas lecturas en ferias culturales. No te atrevas nunca más a descalificar aquello que se parece demasiado a tu mentira.

DOBLE. Esta es la historia de un tipo al que se le daba por buscar dobles de personas por las calles. Casi como un hobby, o por alguna lunática obsesión. Al final se encuentra, al mismo tiempo, con varias parecidas a él, y huye despavorido del lugar. Tal vez escriba un cuento. Sosias y clones tengo en abundancia. Martín del Castillo no lo es. Martín es mucho más que un doble, no es tampoco un alter ego. Doble de Martín soy yo. Su peor doble. Su pifia. Su vergüenza.

OBJETO. No ser famoso tiene sus ventajas. Nadie se interesa por analizar su obra literaria y musical. Se salva así de ser diseccionado por académicas frialdades. No ser objeto de estudio es, en su caso, no solo justo (nada en verdad ha producido que valga la pena ser examinado, y mucho menos ha alcanzado con ello éxito y renombre), sino estupendamente preferible, a no ser que el reseñador sea un escritor como Naudín Gracián Petro. Un texto suyo (La vida, una canción y yo) cae de perlas. Se refiere a una canción de Roberto Calderón (“La vida y yo”) grabada por Beto Villa y Beto Zabaleta en el elepé Hasta aquí llegamos (1981), canción que bien pudo haber sido compuesta por Manjarrez o Marín o por otro guajiro de estilo similar. Escuchándola se perciben indicios textuales y melódicos de esos tres compositores que Gracián menciona sin identificar al autor. Da la impresión de haber sido una coautoría, y de ahí que en algunos de sus fraseos se perciba cierto acomodo un tanto abrupto, aunque explicable, claro está, al relacionar rima, métrica y cadencia, o al conocerse que el accidente sufrido por un hermano del compositor llevó a este, a sus veinticinco o menos años, en plena vigencia de la confusión o abstracción propias de la juventud, al acierto de potenciar lo sugerente. A lo mejor sea también por eso que Naudín opta por no dar el nombre del autor, porque aquel joven que produjo esa obra musical se salió de sí mismo dejándose influir hacia lo múltiple, afirmando entonces que “el nombre de quien la haya escrito no es importante, porque canciones como ésta se meten en la sangre de uno, cumpliendo lo que dijo Borges que es el ideal del arte verdadero: llegar a ser anónimo”. Esos misterios de la creación juvenil que hoy su compositor, con más bagaje, claro y concreto, sería incapaz de dimensionarlos igual.  Concluye contándonos que “toda esa posibilidad de gloria y alegrías quedó sepultada para siempre”, y que esa canción “es la metáfora de los que creímos poder volar (todo joven es soñador) pero que terminamos resignados a ser terrestres, cuando no a sobrevivir en el lodo”. ¿Qué agregar? Pues nada. O únicamente que esto de Naudín Gracián Petro sí que es un análisis con sabor vivencial y prosa literaria (entiéndase exenta de teorías rebuscadas y de hipérboles zalameras), hasta poética cuando el ensayista se escapa, adrede, de esa tortura del lenguaje técnico o científico para dejarse atrapar por las victoriosas frustraciones de la vida. Así que es mejor ser sujeto que objeto. Mejor ser un don nadie, una vida, una canción, un libro, un poema, una tristeza, una alegría, una ilusión, una derrota: un eterno camino sin eternidades ni caminos.

FBA

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