UNA HUELGA SEMPITERNA

Sin vencedores ni vencidos... En tablas… Veamos:

En el DÍA 61 de la huelga (martes 30 de julio de 2024), su comité le informó al país, desde la Comisión Séptima de la Cámara de Representantes, la suspensión de dicha huelga a partir del 31 de julio de 2024. Así que se suspende por falta de garantías para permanecer en ella; no se levantó de manera definitiva, solo temporalmente, hasta que se den las condiciones para reanudarla en caso de que los incumplimientos persistan, se profundicen sus secuelas, y las conciencias, después de las obvias decepciones, se reactiven. O hasta que no sea necesario hacerlo, si la labor de facilitadores y mediadores obtiene su cometido.

Y está bien que así sea, pues se trata de un conflicto laboral que sigue sin resolverse, de acuerdos colectivos de trabajo que continúan sin cumplirse, y tendrán los huelguistas que idearse, mientras tanto, otras estrategias para debatirlo con mayor resolución, enfocados siempre hacia el señalamiento a una entidad de doble discurso, de doble moral, que predica y no practica, que ha quedado sin autoridad alguna para imponer multas en ejercicio de su facultad sancionadora. Una huelga cuyos propósitos hay que mantenerlos vivos en todos los escenarios posibles. La lucha por estos derechos laborales pisoteados por un empleador malévolo no debe descansar. Nada de dar tregua. Nada de bajar la guardia.

La acción sindical, a través de su máxima expresión de contrapeso constitucional y legal, desempeñó su papel, surtió lo suyo. Pero ante un empleador que desde que firmó el Acuerdo Colectivo de Trabajo 2023 nunca tuvo voluntad real de cumplirlo, la huelga, obviamente, tenía que desgastarse. Por muchas otras razones se fue también desmoronando, y sus últimos focos de resistencia no podían aguantar más. El poder (arbitrario, soberbio e indolente) sabía que era solo cuestión de tiempo. Hubo errores crasos, se prefirió sumar y no restar, se enquistaron egos y espurios liderazgos, se redactó mal, se informó ídem, por momentos todo parecía o sonaba un tanto fantasmagórico, comunicados tibios y dudosos, sensación de desorden, unos entraban, otros salían, hasta que por fin se vieron firmas en un preacuerdo desafortunado que significó un antes y un después, a partir del cual la contraparte obtuvo ventaja indiscutible. Desde entonces, les interesó mucho menos cumplir los acuerdos colectivos quebrantados. A la huelga había que acabarla como fuera, y no faltaron los sindicatos entreguistas ni los oportunistas de siempre, que, en el momento más crítico, les facilitaron las cosas. Algunos directivos sindicales, beligerantes al principio, se silenciaron de la noche a la mañana, se desaparecieron, seguramente en sintonía con muy calculadas conveniencias.

Pero cuando la acción decrece, es cuando las palabras deben sobreponerse con más brío. Es de nuevo su hora. Están aún vivas, latentes, en espera. Su poder de denuncia y de desenmascaramiento sigue intacto. Porque hay que decirlo sin ambages: la huelga fue desconocida, irrespetada, violentada y reprimida sin contemplaciones por parte del actual gobierno y de quienes lo representan en el Ministerio del Trabajo. Demostraron que, de cambio, en sentido positivo, no tienen ni un ápice; resultaron peores, más reaccionarios y legalistas. Se regodearon en la no solución del conflicto al mostrarse implacables, irreflexivos, sanguinarios... Una vergüenza para una institución que está llamada a dialogar, a conciliar, a concertar, a dar ejemplo de sensibilidad social y, sobre todo, de ser cumplidora y defensora de los derechos laborales, derechos estos que son fundamentalmente humanos, y que, no obstante, fueron masacrados por una dirigencia política que vendió una idea humana y progresista de país, ocultando lo deshumanizada y autoritaria que en realidad es. La hipocresía en todo su esplendor. Otra de esas dictaduras democráticas que apelan al pueblo como escudo. Bien sabemos que las hay de todos los colores.

La meta de esa administración inhumana no era cumplir, nunca fue cumplir, sino vencer a los huelguistas sin importar los medios que utilizara para ello, con miras a que su incumplimiento saliera victorioso y garantizado por el desistimiento mutuo de acciones y reclamaciones presentes o futuras. Se valieron, en consecuencia, de las armas del más brutal patrón: dividieron a los trabajadores de la entidad entre huelguistas y no huelguistas; incentivaron el esquirolaje interno;  maquinaron discriminaciones; generaron desconfianzas; provocaron odios y resentimientos; retuvieron ilegalmente salarios y primas de servicios; chantajearon con condicionamientos incriminatorios; extorsionaron con compromisos de reposición de tiempo; movilizaron a cuadrillas de contratistas para enfrentar in situ, comandados por una abominable silla de ruedas y dos azufradas féminas, al comité de huelga y desplazarlo (conformado este comité en su mayoría por mujeres indefensas); implementaron presiones psicológicas, y, por último, activaron el poder disciplinario. Con todo esto encima la huelga fue cediendo espacios, y para el día sesenta ya estaba prácticamente demolida por sustracción de materia. Sus últimos reductos fueron cayendo uno detrás del otro.

Una lectura pesimista de lo ocurrido nos indicaría la evidente y aplastante derrota del movimiento sindical en el Ministerio del Trabajo que, sin un solo logro para mostrar por parte de ninguno de sus sindicatos (mucho menos por los que no estuvieron en huelga, pues los que la llevaron hasta el cabo podrán contar al menos que lo dieron todo, que se hizo el intento), dejó a las organizaciones sindicales divididas, desfiguradas, debilitadas, con mucha desilusión en sus bases, desmotivación laboral y renuncias casi que masivas (es el runrún que corre).

Desde tal óptica, habría que decir que el Ministerio del Trabajo (en manos de exsindicalistas) acabó prácticamente con los sindicatos de la entidad. O digamos mejor que los tiene groguis. ¿Cómo entender esto? ¿No dizque la prioridad de quienes hoy dirigen ese ministerio es la de fortalecer los derechos de asociación, negociación y huelga a través de su muy cacareada reforma laboral? Parece un asunto sin pies ni cabeza. Una de las paradojas más tristes y problemáticas del gobierno que prometió un cambio es que, por lo visto, no ha sabido escoger a las personas adecuadas para tratar de llevarlo a buen puerto, razón por la cual sus víctimas (votantes suyos en medida considerable) no pueden soslayar la desagradable verdad de que esos individuos fraudulentos son una tramposa fantasía.

Qué majaderos son quienes siguen opinando que la huelga del Ministerio del Trabajo era (o es; recordemos que todavía patalea) auspiciada por la extrema derecha colombiana, un aprovechamiento de la oposición para desestabilizar al régimen, una aportación al golpe de Estado blando, a la caída definitiva de sus redentoras reformas. Quedó comprobado que los sindicatos del Ministerio del Trabajo no tienen semejante poder. Ojalá. Otro gallo estuviera cantando ahora. Era (o es) simplemente una lucha laboral y sindical, no partidista, una historia de muchos años por nivelar salarios, por mejorar las condiciones de trabajo, por alcanzar prestaciones justas y merecidas. Lo curioso es que esto se conoce muy bien al interior de la entidad, y, sin embargo, partidarios ortodoxos del gobierno, militantes enfermizos de sus ideas, prefirieron renunciar a sus derechos con tal de no prestarse para lo que señalaban como una persecución política a su venerado presidente. Las incongruencias de ciertos fanatismos. Los derechos son derechos donde sea, por encima de sistemas y gobiernos de turno.

Lo cierto es que un buen sindicato no se mide tanto por sus logros, sino más bien por sus luchas, por sus posiciones, por la solidez con que las argumenta y sostiene, consecuente siempre con el trajinar de sus principios. No está en sus manos garantizar el triunfo, pues deberá considerar igualmente otros factores que inciden en los distintos procesos que le incumben. Las necesidades de sus afiliados, por ejemplo. Su protección. El nivel ideológico. El real compromiso. Desde este punto de vista, los sindicatos nunca pierden, son experiencias en las que, poco a poco, en medio de múltiples dificultades, se va avanzando, se aprende y se cualifican los nuevos liderazgos que deberán seguir escribiendo su historia, alumbrando el futuro. Se gana en vivencias, en rigor, en compañerismo, en conocer quién es quién, y cuando una conquista por fin llega no es fruto solo de la coyuntura. Sin lo que viene de atrás, sin el acumulado, jamás sería posible. Negativas que se mantuvieron durante años han pasado a ser después, en otros contextos, afirmaciones. Incrementos de grado salarial y prestaciones “extralegales” que con insistencia y argumentación fueron conseguidos. Muchos “no se puede”, que al final pudieron, se escucharon antes.

Otra lectura, emparentada con la pesimista, nos diría que no vale ya la pena tener sindicatos en el Ministerio del Trabajo ni en ninguna parte. La debacle del sindicalismo en este ministerio es también la debacle del sindicalismo en el país. ¿Por qué? Porque es el Ministerio del Trabajo el competente para vigilar y controlar el cumplimiento de las normas del Código Sustantivo del Trabajo y demás disposiciones sociales, código que, en su Segunda Parte, Derecho Colectivo del Trabajo, se refiere precisamente a sindicatos. Y si este ministerio no les cumple a los de su casa, ¿qué pueden esperar de él los de afuera? Además, ¿para qué presentar pliegos, unificarlos, negociarlos y firmar acuerdos si todo esto queda finalmente convertido en letra muerta? ¿Con qué cara podrá el Ministerio del Trabajo multar a las entidades públicas que incumplan las disposiciones del Decreto 243 de 2024 si dicha entidad no cumple lo que acuerda en procesos de negociación colectiva con sus propios sindicatos? ¿Quién multa al Ministerio del Trabajo por incumplir lo que suscribe? Algún funcionario, un Inspector de Trabajo, ¿podrá sentirse éticamente autorizado para imponer sanciones? Lo dudo. Es más: no debe hacerlo. En adelante, todos se deberían declarar impedidos para proceder en esos casos. Deberían, por una especial objeción de conciencia, ser eximidos de tan contradictoria y dolorosa labor.

Pero hay una tercera lectura que me parece más justa y acertada. Sí tenemos un gran perdedor en esta contienda laboral: el Ministerio del Trabajo, cuya imagen quedó por el suelo, en entredicho, sin credibilidad de ninguna especie. Los trabajadores y sus sindicatos fueron engañados, se impusieron sobre ellos la burla y el menosprecio, el clima laboral se enrareció más de lo que estaba, el sentido de pertenencia institucional se esfumó para nunca más volver. Así que el cambio llegó para extirpar a los sindicatos como si se tratara de un tumor maligno (se tiende a pensar que son eso, pero que lo piensen y lo hagan los transformadores provenientes del mundo sindical sí que es el acabose), y con el regresivo decreto 243 de 2024 sobre negociación colectiva en el sector estatal (deplorable legado del viceministro Edwin Palma Egea, quien durante la huelga se enmudeció y brilló por su ausencia) de nada servirán pliegos de solicitudes de antemano castrados en lo tocante a salarios y prestaciones sociales. Pierde también entonces ese gobierno del cambio que no se preocupó siquiera por conservar su capital político. Ni modo de volver a votar por un proyecto progresista al que no le importaron un cinco los trabajadores y sus derechos. Por la continuidad en el poder de personajes como estos que hoy se pasean orondos por el Ministerio del Trabajo, por nada del mundo. ¡Nunca más!

Un antiguo camarada me envía un mensaje por WhatsApp. Se trata de un video publicado en Instagram, en el que se ve a la ministra llegando triunfadora y sonriente a la sede del Nivel Central donde está su despacho; dichosos los ojos que le ven, ya sabemos que no quiere saber nada de reunirse con los sindicatos de su ministerio, ni con trabajadores, excepto quizá con quienes le son serviles. Todos en modo trabajo, en modo reconciliación, dice, le preocupa el ambiente de trabajo, que sea el mejor, qué insolencia, qué cinismo, como si el conflicto hubiese quedado superado, como si ella hubiera hecho algo beneficioso para mejorar ese clima, y un séquito de lameculos ovacionándola, aplaudiéndola sin la más mínima vergüenza. La reciben con coloridas flores. ¿Victoriosa de qué? ¿Qué es lo que celebran? ¿Sobreviviente después de una prolongada guerra? ¡Tampoco!, puesto que lo que hizo fue huir de ella, se fue de vacaciones. Con un acto tan sobrador lo que obtienen es exacerbar a ese oponente callado y dolido que aún respira. ¿Es eso lo que quieren? ¿Quieren que la guerra continúe, que la huelga retorne a sus trincheras? Por qué mejor no se dedican a cumplir lo pactado… Y a los sindicatos, a las víctimas de sus desprecios e incumplimientos, ¿qué flores les mandamos? ¿De qué color?

En todo caso, no logro desprenderme de una cuarta lectura mucho más sincera y personal, acorde con lo que de verdad estoy pensando.

Pienso en que mi tiempo en ese ministerio está por concluir; cuando más, un año, aunque no sé, nunca se sabe, la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, Gloria Inés… Vientos más placenteros podrían estar aguardándome, y creo estar todavía a tiempo de poder vivirlos, a lo mejor con mejores ingresos, dedicado a la litis laboral (el conflicto nunca dejará de ser lo mío), o tal vez a la academia, a la docencia, o zambullirme en lo musical y en el oficio literario, meterme de lleno en sus penurias, regalarme un aislamiento silencioso.

Pienso en mi trayectoria de más de treinta años en esa entidad, negociador de casi todos los pliegos sindicales. No firmé el último, el Acuerdo de 2023, porque desconfié de esas redacciones vaporosas y grandilocuentes que se creían mejores que las anteriores porque se disfrazaron de un “comprometer la voluntad política y administrativa”. Sabía que acabarían en lo mismo: socorridas como obligaciones de mera gestión. No me convencieron, nunca les creí; por si las moscas, y anticipándome a lo que era muy probable que ocurriera, hice que dejaran constancia en acta de que uno de esos puntos económicos, el más discutido de todos, comportaba una obligación de resultado y no de medio, con viabilidad presupuestal ya conseguida. Así lo habían dicho varias veces durante el debate y no tuvieron cómo evitar que fuera registrado. De todos modos, decidimos (con el negociador suplente del sindicato al que pertenezco; yo era el principal) no asistir al acto protocolario de la firma, pues seguimos creyendo que tarde o temprano se defenderían con eso, cuando los incumplimientos se empezaran a asomar. Y, en efecto, sucedió. De ahí que hoy afirmen que la huelga no les es imputable, aseguran que sí cumplieron porque tramitaron, pero que el producto, la decisión final, no les compete.

Pienso que podríamos, por tanto, desde el sindicato que presido, asumir nuestra exclusión de ese Acuerdo de 2023 como un triunfo; esto es, no nos dejamos engañar, no caímos en esa trampa, no lograron enceguecernos las promesas, porque eran eso: promesas, solo promesas, y el tiempo, como en tantas otras oportunidades, nos ha terminado dando la razón. Pero no. No somos así. Es un “triunfo” que no nos enorgullece ni nos satisface. No está en nuestro accionar aprovecharnos de las desventuras ajenas, entre otras cosas porque no haber obtenido nada con la huelga es también nuestra desventura, nos duele lo sucedido. Pese a nuestras reservas, nos solidarizamos con la causa porque sí es verdad que hay muchos acuerdos incumplidos, en especial unos más claros, exigibles y perentorios de años anteriores que también se comprometieron a cumplir, y porque esa engañosa comisión negociadora del Ministerio del Trabajo debía ser puesta en evidencia, ya que, aunque hayan firmado por salir del paso y a sabiendas de que con esa redacción podían no cumplir y sería suficiente para justificarse, lo cierto fue que les ofrecieron a los sindicatos esperanzas económicas muy sensibles para ellos, entre las cuales estaba la más importante de todas, por la que se viene luchando desde hace mucho tiempo: la nivelación salarial progresiva o equivalencia salarial (como pasó a llamarse en el Acuerdo Colectivo de Trabajo de 2023). Así pues, timaron, supieron hacerlo, y les compraron. A modo de contentillo, prometieron y pagaron en diciembre de 2023, por única vez, una bonificación especial por compensación del 25% y listo, a lo sumo eso, su objetivo era sacar la negociación a costo cero, no había para nada más, era la única carta que tenían debajo de manga, nuestras sospechas no tardarían en confirmarse, y todos los trabajadores a llorar después la muerte de esos acuerdos maliciosamente bienintencionados. A los taimados, a los que juegan con la necesidad, el dolor y el alma de los trabajadores, hay que combatirlos, por encima de redacciones defectuosas o embelecos. O precisamente por eso: por embaucar.

Pienso en que la figura de la suspensión de la huelga, más allá del vacío legal que la jurisprudencia ha interpretado a favor y no en contra de su ejercicio en el sector público, no logra tapar una apabullante y desoladora verdad: la huelga se levantó y muy difícilmente podrá volver a instalarse en un ministerio en el que hoy imperan la frustración y el desengaño. Los acuerdos pueden violarse y nada pasa. ¿Cómo superar eso?

Pienso en la pérdida de un par de amistades que esto me deja (de esas de larga data que demostraron que no lo son, nunca lo fueron: una interna; la otra, externa, esta última lastimada por opiniones que expresé en mis crónicas sobre la huelga, inaceptables para quien se dedica, a ultranza, a la adoración de su menguado ídolo), pero también en la llegada de nuevos amigos, jóvenes con muchas ganas de tragarse el mundo, que se enamoraron de estos procesos y serán los abanderados de ellos en el futuro próximo, así legalmente, a raíz del decreto 243 de 2024, sea muy poco lo que se puede hacer.

Pienso en dedicarle este texto a todos los huelguistas que se atrevieron a jaquear a un poder arrogante, arbitrario y desalmado sin importar riesgos ni consecuencias e independiente de que se materializaran o no sus objetivos; como lo afirma un valeroso compañero, esos sujetos emanados de lo más vituperable de un pacto ahistórico, “sufren el trauma de la preponderancia”, actitud de superioridad que asumen como mecanismo de defensa para ocultar lo frágiles, vulnerables e inferiores que son. Fáciles de vencer, de no haber sido porque apelaron a generar hambre y zozobra reteniendo los sueldos. Otra vez será. Confrontaciones es lo que hay, y nada impide que nos volvamos a ver de nuevo las carátulas.

Pienso, por último, en esa nivelación salarial con la que me pasé soñando durante tres décadas; en la asignación anual para inspecciones municipales por la que batallé y aporté razonamientos para elevarla a Acuerdo en la negociación de 2021, tres años después aún incumplida; en una modesta pensión con la que me tocará sortear los años que me restan (algo es algo en medio de la incertidumbre actual y el oscuro porvenir de este derecho); en la satisfacción de no haberme nunca doblegado ni vendido; en la tiranía de una entidad que ha comenzado a desconocer incluso los permisos sindicales surgidos de acuerdos anteriores; en la renuncia de su Viceministro de Relaciones Laborales e Inspección por desacuerdos con el proceder de su ministra, un hecho político que arroja luces sobre lo que está ocurriendo y que debería servir para que el presidente del cambio depure a ese ministerio de farsantes, y pienso, como corolario de todo lo anterior, en que mientras trabaje en él (en ese desagradecido ministerio del descalabro) permaneceré en huelga, en huelga sempiterna: mucho más útil, bella, vibrante y poderosa.

FBA

Comentarios

  1. Es verdad los dias 23 y 29 de Julio son los dias de la ignominia, la tirania y ka infamia cuandi vivimos la violencia y maltrato de la administracion de Gloria Ines Ramirez con Ivan Jaramillo, Wendy Lorena Guavita T, Carla Poveda, Luz Angela Martinez, Carlos Eduardo Umana,
    Magmolia Agudelo, Magda Yaneth Alberto, Soraya E Pino, Mauro E. Bohorquez, Carolina Tejada S, Judy Viviana Caldas, Diana Carolina Galindo, Juan Nicolas Escandon!, Claudia Monica Naranjo, entre otros durectivos y contratistas. La Dignidad no se negocia. Y la Huelga continua. Hasta cuando, hasta la Victoria!!!

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  2. Cuando las justas luchas del proletariado se golpean por el sistema opresor que nos rige y nos engañó a quienes en el creímos nos servirá para sobrevivir como el caso del ave Fenix.
    La lucha continúa se ha perdido una batalla, pero quedan las valiosas experiencias obtenidas.
    Me permito sugerir desde la distancia, volver a un Sindicato Unitario y dejar atrás los intereses personalistas, no olvidemos la premisa de la oligarquía: "Dividir y reinar "

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