EL ARTE
DE CONFLICTUAR
Escribir tiene sus riesgos. La escritura es un arma. Y si se mezcla con alcohol, se vuelve en extremo peligrosa. Se me asemeja a manejar un vehículo en estado de ebriedad, aunque haya borrachitos que aseguren que con tragos encima conducen mejor. Es indudable que, con licor, la literatura fluye de manera sorprendente. No obstante, habría que dejar las llaves en casa, o sea, la pluma, si piensas salir a beber por ahí, a la deriva, con amigos o sin ellos. Es lo que me digo, pero no me hago caso. Cuando la libación es solitaria, ceder a la tentación se hace inminente. Después de tres o cuatro cervezas me entra la piquiña, unas ganas locas e incontrolables de escribir. Con esta facilidad de contar con Word y teclado en un celular, y con redes sociales donde publicar de inmediato lo irresponsablemente así escrito, la cosa se complica aún más.
Pues bien, conviene mantenerla siempre bajo control, no darle rienda suelta, ni siquiera en situación de tranquila sobriedad. Porque escribir, al menos para mí, resulta, por lo general, estupendamente conflictivo. Trato de frenar su torrente, intento no darle cuerda. Pero me gana siempre la partida. Y entonces escribo, con o sin alcohol, como una necesidad impostergable. Sí, es un clisé. Un estúpido lugar común. Claro que se puede vivir sin escribir, y si escribo es únicamente porque me da la malnacida gana. Valga anotar que trato de conservar cierto equilibrio, inciertos términos medios, nada de galopar cual potro desbocado.
Pero más peligrosa que la bebedera es la vejez. Últimamente he venido notando que la mía, mi vejez, se me ha vuelto algo violenta y complicada. A más vejez, más líos. El otro día se emputó con una joven mesera que la regañó por orinar en el baño de mujeres. Yo no soy adivino. Fue lo que le respondió. El puto baño de hombres estaba al fondo de un callejón oscuro de mala muerte. Pagó la cuenta, solo tres cervezas, y se fue. Pero mi vejez tenía razón. No había señal alguna que le indicara dónde quedaba el baño de varones y tampoco el de mujeres figuraba rotulado. Aunque creo que lo que pasa en realidad es que con los años se va perdiendo tolerancia. Debería ser al revés, pero no: los años son depuradores, y hay que alejarse de todo lo dañino. Con tener que soportar esa genuina ridiculez que somos es más que suficiente.
Qué peligroso soy cuando es sábado, de noche, escucho salsa de la brava en algún sitio y llevo varias botellas vacías sobre la mesa. Cojo el celular y abro el archivo donde guardo mis improvisadas valentías licorosas. ¿Sobre qué escribo hoy?, es la necia pregunta que me hago a falta de tema predispuesto, que es lo usual, y es cuando vomito frases como estas:
“La mejor forma de sobrevivir es olvidar... Los chantajes afectivos. ¡Qué daño el que hacen! No te dejes seducir por ellos. Los rencores son para los muertos… Tarde o temprano, el verdadero corazón despierta… Ciertas ofensas. Ciertas estupideces. Nada que la maldad no pueda resistir… Esas inteligencias brutas, esos superdotados brutalismos... La verdad del corazón. Si el corazón fuera de verdad capaz de alguna vez explosionar... Incólume. Esa ha sido siempre tu mejor maldición… Allá los melindrosos, los que se dejan enfermar por la pobre grandeza… Ni la muerte. Ni siquiera la muerte me pondrá otra vez a llorar... Seres que de amor y dolor no tienen la menor idea. Nunca han escuchado a Schubert… Resentirse es fácil. Lo difícil es, no obstante la putrefacción, reverdecer... Excuse me. Solo son dardos del más allá. Tal vez desahogos, descargas musicales, pecaminosos idealismos… Nunca me harás daño. Porque mi amor es más grande que tu torpe sapiencia… Por último, para tranquilidad de todos, aclaro: solo son frases sueltas, para una eventual canción del mejor compositor que tiene la Córdoba no folclórica: AVA. Ojalá me complazca. Lo suyo es el amor, pero sé que es capaz de destrozar lo obvio...”.
Y entonces al alcohol se le da por publicarlas de una vez. Pero lo peor es que reciben comentarios:
“AME: Raúl decía que estamos hechos de olvido, pero yo no le como cuento a las evidencias, lo imposible es lo más cercano a la realidad, la física cuántica me ha dado la razón. ALMR: Cuando la enseñanza de los valores fue arrancada de los corazones con sevicia, la célula primaria de la sociedad, la familia, quedó vacía y, para colmo, cada uno de sus miembros, engreídos. Eso es lo que hoy se aplaude, ya nunca jamás habrá quién indique cuáles son los verdaderos caminos del bien. Además, los que pensamos así somos especímenes en vías de extinción... o, tal vez, ya somos fósiles y no nos hemos dado cuenta. Conozco la desesperanza, me invade, me intoxica, no lo puedo remediar. Sentí y disfruté de un fresquito cuando leía tus mensajes de días anteriores, me ilusionaba; hoy, ahora mismo, siento que una roca agota el aire y los sueños de todos. Amigo, sé que donde triunfan o pierden unos, triunfamos o perdemos todos. Abrazos. AVA: Las cosas del corazón parecen de mentiras. LRB: Siempre lloran tus plumas cuando estampas su tinta en el blanco papel. FJRE: Pero el brillo de tus ojos en las letras de un romántico poema sí... a llorar y a reír se dijo. CAPI: Es fácil caer en el resentimiento y el dolor cuando enfrentamos dificultades o traiciones. Sin embargo, lo verdaderamente desafiante es encontrar la fuerza para renovarse y crecer a pesar de las adversidades, simbolizadas aquí como putrefacción. AVA: Caramba, viniendo de ti es un honor inmerecido que me consideres al menos sobresaliente, al final la idea no es ser el mejor, sino poder desahogar esos tarugos, tacos o nudos en la garganta que sentimos a veces, y que solo aminoran en una de tus ya famosas esquinas, con una birra fredda. Tú eres mi amigo y mi hermano, dime qué hay que hacer y va pa’ esa de una”.
Cómo no agradecer a quienes se toman el trabajo de comentar mis atrevimientos trasnochados. Los apuntes de ALMR son los que más se me aproximan. Tragos de humanismo, sensibles y solidarios. Frases al principio asociadas a una situación en particular, que se fueron después escribiendo por sí solas, sin intromisión de mi parte. Cuántas veces no nos ausentamos al volante, un piloto automático sigue manejando por nosotros, y solo cinco o diez kilómetros más tarde es que caemos en la cuenta con enorme susto. Igual puede pasar en lo literario. Nada como el riesgo de que se divulguen en el acto, sobre todo si se van escribiendo directamente en el perfil de caras. Adrenalina. Vértigo. Éxtasis. Terror. Sin locuras como esta, la vida perdería su gracia, así toque arrepentirse al día siguiente de tan solitario bullicio.
Ahora bien, tengo temporadas en las que estoy en paz con todo el mundo, hasta me reconcilio con quienes, por cualquiera idiota razón, dejé de hablarme. Casi todas mis peleas (que son pocas, pues no me gusta meterme en cagadales ajenos) se escenifican en redes, en la virtual descompostura. En la vida real el asunto es a otro precio. Me los encuentro en la calle y los saludo como si nada. Hasta se los digo riéndome, y al verlos tan sorprendidos les aclaro que yo solo disputo con fantasmas, con sociales y facinerosas abstracciones, en la informática impersonalidad de los teclados. Es más fácil discutir en redes que en el mundo real. Frente a frente la vida funciona de otra forma. Aunque también a veces nos matamos. Muertes de verdad, no un mero clicar en eliminaciones y bloqueos.
Así pues, todo venía marchando más o menos en calma, pero mi inclinación a conflictuar me genera, tarde o temprano, nuevos pleitos y distanciamientos, búsquelos yo o no. Ocurrió hace poco. Algo que se veía venir, que intenté evitar al máximo, hasta que varias doradas se atrevieron a reaccionar en mi lugar, a lo que se agrega un nuevo episodio consanguíneo que me corroboró que las fuerzas del mal son mucho más poderosas que las del bien. Como si ciertos conflictos no pudieran tener siquiera un punto y aparte, un respiro de satisfacción, migas de prolongada serenidad. Como si para salvaguardar el lado bueno de mis pocos amigos no haya más remedio que apartarme de ellos, salvándolos, de paso, de mí, de mi lado malo. ¡Sí!, tengo también un lado bueno, no sé cuál pueda ser, pero lo tengo. No es fácil entender estos altibajos de la convivencia humana. Son ineluctables. Se dan. Nada que hacer. Y hay amigos que sufren de lo mismo, pero en cantidades alarmantes, pues son cazadores profesionales de pendencias, en esas se la pasan. Hasta se apropian, indignados, de supuestos insultos que no van para ellos, a los que ni sus destinatarios responderían con agresiones, sino con risas. Es que en materia de riñas la inteligencia no está de más. El fanático termina peleando hasta con su sombra, y pierde, siempre pierde. Su sombra es mejor que él.
Disfraces y dobleces. Ligerezas o impulsivas incomprensiones de lectura. Me acusan entonces de ser yo un tipo obnubilado por el resentimiento y de arrasar, por tanto, inmerecidamente con todo cuando escribo. Ojalá mi escritura tuviera ese poder, a ver si logro algún día poner en su sitio a tantos moralistas que cambian de bando y de amistades al vaivén del dinero, sin ningún inconveniente de conciencia al vanagloriarse de pertenecer a supuestos izquierdismos redentores cuando en realidad son retrógrados, comprimidos por la moral cristiana. El único poder de la escritura es el de medio desahogar la angustia del vivir. Y en cuanto a lo de ser yo un resentido, ay, por dios, ayúdame lucifer, lo único que me motiva es divertirme, el arte de conflictuar, como cuando se me da por atacar al sistema (sea cual sea) y por burlarme, por mucho que los quiera y aprecie, de esos artistas que asumen posiciones políticas en canciones, como la de un errante alado criticando una madura historia. Por supuesto que los gobiernos que prometen cambios históricos y acaban en lo mismo de los anteriores o peores incluso, se merecen (máxime si voté por ellos) la más implacable de mis críticas. Eso no se llama resentimiento, se llama franqueza; tampoco es cuestión de emputarse, sino de dignificarse.
Cuido cada vocablo que utilizo, lo sopeso, un buen lector tiene que examinar sutilezas y trasfondos, no dejarse seducir por la trivial ofensa. No ofende mi corazón más que a sí mismo. Se metieron hasta con el pobre Martín del Castillo, que es más inofensivo que yo. Por fortuna, quien me juzgó de manera tan torpe y acelerada no entendió lo que mi crítica, para nada merdosa, supo muy bien expresar. O la entendió al revés. Quiso agraviarme. No lo logró. Cero disgustos, todavía me causa mucha risa el incidente. Borré enseguida mi comentario y me despedí con un chao y una espectacular bloqueada. Así soy a veces de hijueputa. Martín es un santo al lado mío, el de la maldad soy yo, este enemigo de nadie que algunos, dizque por elogiarme, tildan de poeta, como soy yo igualmente el redomado fracasista que no se amilana cuando tiene un nuevo revés. Qué tal a estas bajuras todavía sufrir por eso o porque mis deseos no se cumplan, si, precisamente, lo mejor de mis deseos es que su vehemencia jamás se llegue a concretar. El Fracaso como motor de vida.
Llevar la contraria en todo. Pues sí. Es lo que se debe hacer. Contra el sistema por siempre, sea el que fuere, derecho o izquierdo, sin tomar partido; el arte que milita es un desastre, sus productos son basura. La única militancia posible del arte es contra el arte mismo. La libertad absoluta es lo suyo, la autonomía crítica, el dudar, el disentir. El arte comprometido es una estafa. No es que tenga tampoco un poder descomunal de resistencia. ¡O sí!: contra la mediocridad. Ha resistido al desarrollo científico y tecnológico. Su poder de aguante le ha permitido sobrevivir a la mentalidad efímera. ¿Por qué no hacerlo ahora? ¿Es más desechable lo de hoy que lo de antes?
Así que seguiré conflictuando hasta el final de mis días. No es mi elección. Proseguiré inyectándole licor a la escritura, de vez en cuando, en dosis moderadas. Pero nunca más publicaré en caliente lo que pienso o escribo. No por temor, sino por cautela, porque en el oficio de escribir es casi un mandamiento revisar lo escrito antes de darlo a conocer. Jamás he necesitado del alcohol para cantarlas claras. Dependerá también de que la fatalidad no me traicione.
¡Al carajo los provocadores! Es más: cambiaré el día de publicar; viernes en vez de sábado, o entre semana, antes o después de beberme las reglamentarias. Las cervezas son para escribir, no para publicar, mudarlas es otra opción, romper con lo rutinario y estar siempre preparado, como Gombrowicz, “con la locura propia del envejecer”, para lanzarme una vez más hacia el ataque. Con estimulada imaginación o sobria puntería.
Pero el arte de conflictuar es, además, el arte de dejar de hacerlo: no más conflictos, no más redes sociales, publicar en ellas lo menos posible o únicamente enlaces, visitarlas de ocasión, librarme de sus célebres insignificancias, privarlas de mi ebria lucidez. Sin embargo, escucho a mi risa recordándome las tantas veces que me he propuesto huir de esas nefastas redes; yo, un asocial convencido, a ratos antisocial, regreso una vez más a ellas de modo indefectible, como un mal necesario, como una tontería de nunca acabar.
Cuento mentalmente mis conflictos personales, cuya vigencia, en este momento, me resulta increíble, pues venía bien, sin ninguna clase de problemas con nadie. Uno, dos, tres, cuatro, cinco… debe de haber alguien más que ahora no preciso. Todos al mismo tiempo. Estas enemistades o separaciones me hacen acordar de esos días en los que se me empiezan a dañar distintos artefactos en la casa. Como si se pusieran de acuerdo para estropearse. Con respecto a estos, la solución que empleo es arreglarlos enseguida con el fin de contrarrestar la mala racha y que el duende de la destrucción se calme. Ojalá se pudiera hacer lo mismo con las personas, pero hay circunstancias que no dependen de uno. Les aplico, por ende, otro tipo de solución: me pierdo, me silencio, confiando en que la coyuntura, como ha sucedido otras veces, se encargue de restablecer las relaciones. Nada grave. Vida cotidiana. Solo eso. La puta vida, como diría la contraparte de una de esas disputas mías que sí es muy amiga de emputarse. Entonces cualquier día, aplicando mi fórmula de la vida real, los veo y los saludo, borrón y cuenta vieja, y todo en tu pequeño mundo recomienza.
Silenciarme del todo. Es lo que mis juzgadores quisieran… ¿Será que los complazco?
FBA
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