Del libro PALABRAS QUE SON TAMBIÉN LA VIDA (continuación)

OCHO. Conversaciones estancadas. Ni planes de contingencia ni soluciones a la vista. Las sedes permanecen solas, sin los acostumbrados usuarios que las frecuentan. Puertas selladas o cerradas, nadie cede un milímetro siquiera, ¿qué hacer mientras la huelga sigue su irremediable curso? Algunos se quedan dentro, otros afuera, entre silencios y arengas transcurre la jornada de protesta. Hace siete años hubo más calor, más movimiento, circularon más fotos y videos. Los comunicados prosiguen, a veces aciertan, a veces no, y, por lo general, sus problemas gramaticales y sintácticos son evidentes. De usar bien el lenguaje depende también el buen luchar, la comunicación es clave para poder lograr los objetivos. Día ocho. Viernes. Los ánimos se apagan, es normal, hasta la agitación termina volviéndose rutinaria. Pero es propio de espíritus auténticamente combativos no desfallecer, mucho menos claudicar. La contraparte juega su juego, ellos el suyo. Psicología versus psicología, inteligencia versus inteligencia, trayectoria versus trayectoria. La espera empieza a operar a favor o en contra de ambos lados. Dos temas empiezan a preocupar: un concurso de méritos, el corte de nómina se acerca. La huelga es imputable al empleador, el incumplimiento de este es ostensible, pero la arrogancia siempre será capaz de grandes fechorías. Resistir. Es la única palabra que les queda a estos trabajadores que llevan tantos años peleando por mejorar sus ingresos y condiciones laborales. Algunos tendrán que irse sin haberlo logrado. Pero siguen dando la última gota de dignidad por la utopía. Un par de frases de Witold Gombrowicz se suman al dolor de esta gran lucha: “Crear para uno una grandeza propia… y también grandeza en la pequeñez”. Sí, deben esta vez vencer, hay historias que tarde o temprano reivindican lo justo. Muchas heroicas vidas, más de mil, dándole la estocada final a lo imposible.

TRAYECTORIA. ¿Puede un joven tenerla? ¿La maestría es sinónimo de vejez? La edad, la suma de años, parece ser un requisito. El anaranjado presupuesto oficial de la cultura se preocupa entonces por premiar a quienes tienen más de setenta años. Y esto que podría ser pensado como plausible se vuelve de pronto un despropósito. La edad no garantiza nada. La vejez mucho menos. Y la cultura es un patético negocio, mucho más ignominioso cuando se mimetiza con técnicos criterios. Tecnócratas hay en todo, hasta en esto que alguna vez fue magia e intuición. Nadie debería ser homenajeado ni premiado porque tenga ya encima un montón de arrugas. El arte jamás envejece, nunca habrá cronología que lo usurpe. Premiemos más bien a los niños artistas, para que puedan resistir el horror que les espera. Y si se nos da por premiar a los viejos (en época de cambio), pensemos al menos en quienes de verdad lo necesitan. Al carajo los premios. Los premios no sirven para nada, excepto para colmar de ego y de pesos a quienes, por su calidad estética, debieran rechazarlos. La cultura nunca mira más allá de sus narices. La cultura es una empresa. El ánimo de lucro la carcome por dentro. TRAYECTORIA, otra palabra que parece tener luz pero en verdad no la tiene. ¿Cuál trayectoria? A menos que estemos hablando de lo cerca que están ya ellos de la muerte, de ciclos que, por fortuna, pronto, por fin, se cerrarán. Pero si de esto se trata, hagámoslo también con ese obrero que ha sabido cómo sobrevivir al infortunio, con el campesino que después de tanto trabajar la esquiva tierra jamás obtuvo un ínfimo pedazo. ¿O es que eso no es arte y la cultura no existe para ellos? Será que el arte y sus millonarios premios son solo para los dioses consabidos, o que solo algunas vejeces merecen ser consideradas. Niño Volodia, si estuvieras aquí para levantarlos a todos a muñeca.

OLVIDO. Cómo es de injusta, ingrata y olvidadiza la vida. Supongo que hace parte ello de poder sobrellevar sus pérdidas más valiosas. O a medida que nos vamos acercando al mortal desenlace se nos va haciendo mucho más fácil el último camino. Nada ya que lamentar. ¿Para qué? Y no es que estemos creyendo en poéticos reencuentros. Enán Burgos Perdomo. Hoy estarías cumpliendo como un millón de años. Ya no sé ni cuántos. Creo que andarías por ahí cerca de los cien... Pienso en que lo mismo les ocurrirá a mis hijos, tal vez con más potente razón. No creo haber hecho muchos méritos para ser feliz y dolorosamente recordado. Hasta la canción que te hice, 14 de junio, la eliminé de la confusión virtual. Y, sin embargo, heme aquí, terriblemente fiel a tu recuerdo. He intentado escribir los poemarios que tú no escribiste, los que me dictaste cuando te miraba durmiendo en tu sólida hamaca. Tu angustia siempre fue la mía. Tu poder. Tu enfermedad. Padre mío. Dos años más de los que tú tenías cuando moriste. ¿Cuando moriste? ¡Qué estupideces digo! Estás más vivo que nunca en mi fugaz existencia. No quisiera a estas bajuras que así fuera. No quisiera que ocurrieran tantas cosas. Vivir debería ser también una lección de OLVIDO.

ESCÁNDALO. Objetivo de escritores y críticos en procura de algo de notoriedad. En nada se diferencian de esas jóvenes cantantes que se encueran y vulgarizan el lenguaje para llamar la atención. Escandaliza y triunfarás, o al menos para que se den cuenta de que nimiamente existes. Despotrica, pues, de todo y de todos, eres el putas, te puedes dar el lujo de despedazar con purulenta prosa a quien tú quieras, vivo o muerto. Acaban entonces haciendo el ridículo cuando se burlan de escritores consagrados, pertenecientes al canon literario, burlas que se les devuelven por provenir de una vacua irreverencia. Si un escritor de esta época no tiene siquiera un compromiso ético vale mondá, como dirían ellos. Escribir no es putear. Vivió casi un siglo (noventa y nueve años, un mes y veinticuatro días), lo leí en mi desorbitada juventud, un ser mayúsculo que escribió sobre el sinsentido de la literatura frente a la aplastante verdad de causas absolutas. Y no falta el pelele que cree poder borrarlo con zonzos improperios. Nadie salva a nadie, los poetas son la plaga más inútil del planeta Tierra. Ni favorecen ni estropean. La literatura tampoco, la gran literatura a lo sumo discurre sobre la tragedia humana. Acudí a su llamado. Fui uno de esos agradecidos lectores que lo ayudaron a morir. Críticos y escritores que deberían más bien dedicarse a lucir sus pulcras desnudeces en un estercolero. Les iría mejor.

CIUDAD. Pienso en una canción que me llegó ayer, no sé de dónde ni por qué. Hoy, por la tarde, terminé su letra, y ando a esta hora en mínimos ajustes melódicos. Me acuerdo del gran "Amiguito", el imborrable Eligio Vega, de mi entrañable Sahagún; en materia melódica ya todo está inventado, eso decía, por lo que le toca al compositor considerar cómo distanciarse de lo ya creado, a sabiendas de que esto ya creado también pudo haber pasado por el mismo problema. Siento la melodía de un par de canciones señalando un posible parecido. Habrá que consultar con el Beto Monterroza... Pero esto no es lo que en este momento me preocupa. La repetición es intrínseca al arte de escribir. Y de componer, mucho más. La verdad, no creo que falte mucho por decir ni por cantar. Pero siempre habrá un resquicio, una increíble posibilidad de distanciarse. Busqué la guitarra, la grabadora del celular, improvisé una modesta versión para que no se me olvidara la melodía y se la envié a dos amigos, Joaco y Ferna, con una advertencia: top secret, please. Una "nueva" canción acaba entonces de asaltarme. Hasta me llegó con título: "Mi ciudad". Así se llama. Seis meses. Una sola canción: "Sobreviviente", aún sin grabar. Y ahora me llegó esta para terminar de complicarme la vida. Su destino no son los festivales, y mucho menos el de mi aturdida tierra, en el que se premia, año tras año, la misma pobrísima canción. ¿Qué haré con ella? Acabo de preguntarle a Joaco. Aún no me responde. Consideré la posibilidad de la basura, pues comercialmente, en estos tiempos muertos, sería un mayúsculo desastre, siendo preferible mandarla de una vez al merecido carajo. ¿Y saben qué? Al final caí en la cuenta de para qué es que de verdad sirve. Para nada. O sea: para todo. Y no me pregunten en qué consiste este malogrado todo. Algún día la grabo. Solo por maldad, a lo Vallejo.

UTOPÍA. Frases que se escriben durante el fragor de ciertas y muy inciertas luchas… Hoy es sábado. Ruidos callan. Silencios gritan ¡HUELGA! ¡HUELGA! ¡HUELGA! La Huelga sigue su curso inexorable y la música se instala en ella para darle confianza y fortaleza. Ojalá sean capaces de resistir, de no rendirse. Nadie dijo que fuera fácil y sin riesgos. Los grandes luchadores pelean hasta el final. Así pierdan. Así mueran. Esto no es para espíritus endebles. Una sola fuerza, bien forjada, es capaz de derrumbar la ruindad de los farsantes. En efecto, esto no es para líderes de corto vuelo y entreguistas. Esto es para seres especiales, capaces de revolucionar el tiempo y el espacio. Los trabajadores se cansan. Los trabajadores se indignan. Los trabajadores tiemblan. Los trabajadores tienen el poder. ¿Qué hacer? Pues combatir, ¿qué más? Si se gana, bien, y si no se gana, pues también. Lo que importa es avanzar y resistir.  Poder decir después de algunos años que lo hicimos, fue del carajo, lo intentamos. La lucha no es de nadie. Es libre, rebelde, mística y poética. Que tiemblen de indignidad los trabajadores pisoteados por la arrogancia del indiferente gobernante. Que se escuchen sus voces más allá de lo infinito y se haga justicia. Porque las luchas, cuando son profundas, no tienen fin… Luchas que no terminan nunca. Toca encarajinarse. Toca explotar. No más burlas. Paro total. No más poses. No más arrogancias. No más vendedores de humo. No más cambios que no cambian nada. El arte (así sea feo y horrorice) también protesta. Puede asustar, pero no mata, y su única víctima es, por lo general, su propio autor. Chao. Adiós a aquello en lo que alguna vez creí.

INFANCIA. Muchos juguetes, eso le recuerdan un par de conocidos. Un premiado cancionista antioqueño cuenta en una entrevista que tuvo una infancia feliz en medio del conflicto circundante, sus padres se encargaron de mantenerlo a él y a sus hermanos dentro de una burbuja de cristal, inmunes a las noticias de enfrentamientos y masacres. Se acuerda entonces de la suya; sí, muchos juguetes, muchos cómics, todo lo tuvo y aún se pregunta por qué en aquella maravillosa infancia no pudo ser feliz. Algo falló, ese algo se le metió en la sangre o quién sabe dónde, tal vez en el cerebro, se coló por desprevenidos y cercanos orificios, y desde entonces la máquina de pensar nunca ha parado, una intranquilidad que es como una sensación profunda e incesante. A lo mejor esa infancia feliz lo esté esperando al final de su nervioso tiempo.

TRASCENDER. La vida solo tendría sentido si se trasciende, si se triunfa, si se llega a ser alguien importante. Trascender no equivale necesariamente a ser famoso. Una vida útil y modélica podría bastar para justificar haber venido al mundo. La vida no puede consistir solo en vivir, hacer las mismas fisiológicas cosas día tras día, y también las otras, las sociales miserias, sin que nada extraordinario ocurra. Aunque ¿trascender para qué?, ¿de qué sirve si todo lo que trasciende asimismo se desploma? Otra opción sería comprender que esa trascendencia vital tiene más de anonimato, de aislamiento, de cierta ineptitud. Me temo que la insignificancia puede dignificar mucho más sabiamente lo vivido.

@CASA. Regalo fabuloso de unos padres, en la que siempre lo espera un cuarto, una hamaca, un desconsuelo.

TIC. Amenaza. Que este libro no pueda continuar su rumbo. Que este libro, por ese insufrible tic instalado en su cuello, no pueda conocer tampoco su árido final.

INMORTALIDAD. La de una huelga que tiene más vidas que un gato. Estoy por creer que es inmortal. Es mi heroína. Ha sobrevivido a todo: deserciones de sindicatos, traiciones a granel, desinformación, chantajes, amenazas disciplinarias, coacción para que se hagan fotos y videos de oficinas abiertas con miras a demostrar que todo está normal y poder pagar la prima de servicios… Conmociona descubrir lo que es capaz de hacer una entidad, cuyos directivos otrora fueron sindicalistas, para derrotar a unos inofensivos trabajadores que solo reclaman sus derechos. Mientras tanto, uno de esos inescrupulosos directivos celebra en su cuenta de X una sentencia sobre la huelga con estas maravillosas palabras: "Como casi siempre la huelga fue reprimida. El tiempo le dio la razón a los trabajadores y a su sindicato". No sabe uno si llorar o reír. La huelga está siendo reprimida con las mismas armas del más cruel y patético patrón. Pero bueno, opto por el humor, por el insuperable poder de la risa, para reírme de directores territoriales tomando fotos con el fin de quedar bien con sus jefes de arriba, cantando una victoria que tiene más de ridículo que de certeza. Los compadezco. Lo suyo es solo obedecer. Todo esto de alguna forma triste me divierte. Esa resistente huelga es mi heroína, y todas las noches me acuesto para soñar con ella y al día siguiente levantarme con la misma pregunta fulgente e inquietante: ¿sigo en huelga? Solo me la respondo varios minutos después, cuando estoy en el baño lavándome la cara y veo en el espejo al viejo en el que poco a poco me he ido convirtiendo, que no duda en lanzarme una puñalada trapera: ya estás viejo, pensiónate, retírate, vete a descansar. Pero qué va, mientras más viejo más díscolo y rebelde; así, de manera irremediable, soy, un vejancón empedernidamente joven, ah, y cómo me gusta burlarme de esos poderosos sin poder: jamás podrán vencer a la inteligencia que tiene la razón. Veo el último reporte de esa gloriosa huelga, en el que el comité que la lidera corrobora una vez más que, pese a todo, siguen adelante, lo que reafirma mi absoluta certeza de que la huelga en la que estoy inmerso es de veras inmortal. Porque es inédita y, por ende, histórica, y la doctrina del futuro tendrá que referirse a ella. Ya son menos. Pero tal vez sean más. Cuando quedan los que realmente son, los que se fueron sobran. Suceda lo que suceda, la huelga cumplió su ciclo. La aplaudo con toda la firmeza de mi aguerrido y solidario corazón. Perdí en ella el tiempo que le he quitado a la literatura y a la música, a los proyectos que tengo en curso, para dedicarme a mantener vivo su fuego, y sufriré también sus consecuencias en caso de fracaso. Pero el fracaso es lo mío, así que me recuperaría antes que muchos, pues estoy acostumbrado, y para mí, el solo hecho de poder pelear por algo digno y justo es más que suficiente. Esa sería mi única ganancia. Mantenerme vivo y con ganas de seguir buscándome problemas. Problemas que valgan de verdad la pena. Retos de gran envergadura. Perder es cuestión sin método. Persistir siempre de manera espontánea y creativa, con esa extraña felicidad de los vencidos. INMORTALIDAD, una palabra que parece efímera, que se escribe luchando.

ANTAGONISMO. Poder y arte son, por fortuna, incompatibles. La única militancia posible del arte es la de estar siempre en libre y franca oposición. Contra derechas. Contra izquierdas. Contra términos medios. El arte no debe gobernar. La utopía tampoco. Ni los sueños. Ni la más bonachona revolución. Los sindicalistas no pueden convertirse en patrones. Cuando esto pasa, los gobiernos se enferman, se pudren, se desvirtúan. Los cambios no existen. Los cambios son un fraude. Nadie debería votar nunca por alguien que promete transformar lo establecido, porque, quiéralo o no, será eso lo que termine defendiendo: el orden establecido, a menos que sea capaz de procurarse otro. Como, de pronto, si fueran de verdad confiables, debería ser. Pero no. No lo son. Nadie que aspire a tener poder lo es. Lo que aducen como salvadora alternativa tiende a ser peor. El poder es veneno, zurullo, cataclismo. El arte, solo el arte podría cada dos o tres siglos aminorar un poco la pestilencia humana.

BUÑUELO. Palabreja que sabe a rutina contra la depresión, que huele a centro comercial del sur quemando horas en él, dejando que el tiempo pase mientras leo o escribo. Retomo, por fin, el diario de Gombrowicz, días sin leerlo, dedicado a una huelga que está dando coletazos sin fracasar ni vencer. Postrimerías, estertores, los traidores que nunca faltan. Varias frases más de Witoldo me sacuden en este infeliz momento: “…y no queda sino el mero hecho de alejarse, incesante, eterno, como el secreto que llevo conmigo… Cultivo cierto tipo de miedo que pertenece al futuro… Dije que la humanidad tiene preocupaciones mayores que la estética… ¡Dios, permíteme vomitar la forma humana!... una fe exagerada e ingenua en el poder del arte…”. Libros de lectura permanente, para retroceder en ellos más que avanzar, no arribar sin pavor a la penúltima frase, saltarse la última y retornar a la primera, libros para descreer y no militar en nada: solo en la vida, si acaso: la baja, la trivial, la oscura, la tediosa.

PASIÓN. Hay pasiones que enferman. Como la del fútbol, por ejemplo. Es en lo único que no entiendo por qué sigo teniendo brotes de cursi identidad. Detesto el patriotismo, el tal orgullo por lo nuestro, el culto a la idiosincrasia y otras basuritas por el estilo. Mientras uno menos se parezca a la tierra que lo parió mucho mejor. Un rezago que, en todo caso, no me ha llevado jamás al fanatismo ni a vestir la tricolor camiseta del glorioso. La sola idea me aterra, puesto que uniformarse requiere de altas cantidades de estolidez. ¡Cuántas veces no me echaron de aquel colegio de curas por negarme a hacerlo! Además, solo soporto los colores tenues. Nada de rojos, amarillos y azules. Cuando veo una bandera con estos tres colores perniciosos, un sofoco de vergüenza me patea el estómago. Tales colores no me identifican para nada. Ningún color en realidad me identifica, ni siquiera los grises, porque cuando me convierto en gris es cuando más alegre y brillante me dispongo. ¿Y el folclor? ¡Qué fastidio! Lo propio, lo típico, lo auténtico, la patriotera euforia, las pintorescas tradiciones… Toda esa comunidad de intereses descompuestos precipita la náusea. El dichoso sombrero, el porro consabido. “Un folklore bastante esquemático e inocuo” al que tantos románticos del terruño le cantan o escriben, levitando con profiláctica exaltación. Cándido, inofensivo, sin matices. Si se pudieran ver como su tonto pundonor los ve. La frase entrecomillada es también de Gombrowicz. Dejar atrás la geográfica atadura, los goles del desatino, la cultura que se doblega ante lo público, y también ese abominable camino del arte superior y universal.

GOLOSINA. Prosa comprometida que empalaga. Prosa fatua. Vergonzosa. Desechable.

RISA. Cincuenta días en eso. Se quita entonces la mordaza y suprime la silenciada publicación anterior porque no puede aguantar más la risa que ha tenido medio controlada todo el día, con ganas de contarle al indolente mundo que la huelga, su huelga, sigue viva. ¡Increíble! ¿No? Ríanse conmigo, les pide a sus fugaces lectores, así sea en el agridulce sueño. De uno en uno se han ido entregando los sindicatos, incluyendo al de mayor número de afiliados, el cual, mediante una jugada siniestra orquestada con los expertos de la contraparte en solución de conflictos, se prestó para darles la estocada que aspiraba a ser definitiva. Casi les funciona. Pero no. Tampoco les funcionó esa torpe estratagema. Por el contrario: alborotó más a los huelguistas que aún se mantienen dando lora. Han hecho diez mil diabluras para acabarlos y no han podido. Lo único que les falta es echarles a los ángeles del exterminio progresista. Mi diosito lindo y luciferino me los ampare y me los proteja, escribe él, agregando que, de corazón, su muro opinante seguirá con ellos. Son unos tesos, hombres y mujeres dándolo todo por sus convicciones. Creyó que de eso ya no había. Y si han sido capaces de aguantar, lo mínimo que él puede hacer en su espacio informático es también reactivarse. Para al menos darles ánimo, para aplaudirlos, para decirles que enfrentarse al poder y resistir sus embates y vilezas como lo han hecho es de seres verdaderamente excepcionales. Risas, más risas, montonera de risas. Pide a esas risas que les contagien su apasionada locura, que los conduzcan con felicidad al éxito, y que los logros sean solo para ellos, para nadie más. Son unos magos de la vital resistencia. Se lo merecen. Por ellas y ellos vuelve en su perturbado rincón a despuntar.

FILIAL. Disfuncional, sin solución ni salvación posibles. Treinta y cinco años después subsisten rencores patológicos o absurdos que se atreven todavía a juzgar, a proscribir. Inconsciente de los daños que causó, no se cansa de repetir sus tan amorosos errores, de transmitir odios y resentimientos que se le devuelven con mayor potencia autodestructiva, de distanciar de nuevo lo que ojalá sea capaz (una vez más) de librarse de semejante imperio venenoso. Y así, lamentablemente, morirá, sin haberse curado de ese increíble mal que obnubila y carcome, que de tanto reproducirse se volvió anodino.

FBA 

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