Del libro
PALABRAS QUE SON TAMBIÉN LA VIDA (continuación)
AIRE. El aire, solamente el aire, alas bohemias, querido Dios, compañero mío, papá lindo que estás allá arriba en el cielo del Valle, tal vez aún se pueda, parece inalcanzable, qué sueño no lo es, pero mejor no hablar de sueños, volar, solo volar, si aún supiera cómo, si todavía pudiera, Remedios, Ada Luz, todo conspira en contra y a favor, la terquedad sigue siendo más grande que la vida, grandes e inverosímiles retos, no olvidar, no renunciar, historias que se van escribiendo poco a poco, año tras año, no importan los percances, las indiferencias, las penurias, cuántas canciones de tiempos idos aún sirven de impulso, nada sería igual sin el fracaso, la dificultad y el temor disponen también lo suyo, ansiedad a mil por hora, los milagros existen, las palabras tienen poder, el aire, solamente el aire, aferrarse a destinos impropios, campañas algo vergonzosas, todo lo que toca hacer para vivir y morir, para cantar y perder, para reír y llorar, amenaza de aborto, no hay respuestas, no hay salidas, como Dios en la tierra no tiene amigos, como no tiene amigos anda en el aire, el aire, solamente el aire, laberintos, desazones, utopías, quiero morirme como mueren los inviernos bajo el silencio de una noche veraniega, calor canicular, lluvia de olvidos, sones y paseos sonando en el vaivén de lo posible, batir de alas, subir, sortear las nubes, la vista es perfecta, no mirar hacia abajo, hacia abajo no hay nada, yo que entre flores siempre anduve de parranda, ya convencido que todo lo merecía, bregar, desistir, volar, solo volar, divaga el corazón sin tren de aterrizaje, arden versos y melodías en confines desiertos, ninguna satisfacción es meritoria, triunfar es fácil, lo difícil es sobrevivir al éxito, la gloria también se apaga, ya comienza el festival, vinieron a asustarme, el aire, solamente el aire, lo demás no existe, la ilusión apesta, lo comprensible es fuga. Y el silencio latiendo…
(a APVZ, por su “Solamente el aire”)
PODRE. A propósito de podreduras, escribes más con tristeza que con rabia. Medianoche. Es tanta la hediondez que de inmediato la publicas en una red social. Husmeabas canciones festivaleras en YouTube y te encontraste con una que fue ganadora en un festival en el que tú concursaste hace como cinco años, en un diciembre. Después de dos segundos puestos que obtuviste en ese festival en años anteriores, fuiste, por cuarta vez, finalista. Ese año te sacaron del podio con el argumento de que tu canción era más un pasebol que un paseo. Y eso que uno de tus jurados era un hacedor de versos que alguna vez, en otro festival, te ponderó sobremanera. Aunque nada de esto ya te importa. Sorpresa no tan sorpresiva, pues conoces bien las artes del ganador para hacerse a los premios, con jurados, por lo general, comprados. Y ese año no fueron la excepción. Recuerdas que te subiste a esa tarima como todo un quijote, con un reciente desprendimiento hemorrágico del humor vítreo en tu ojo derecho. Y medio viendo, le cantaste al poeta H. Galo Vurgos Perdomo y a tu entrañable padre, Enán, toda esa poesía que de ellos heredaste. La poesía que heredé, vaya título. Pero eso no es lo peor. Lo peor es que la canción que hallaste en YouTube aparece a nombre de otro, uno de tantos testaferros de los que el premiado personaje se vale para andar feliz y victorioso en festivales. Cambia un par de frases y listo, todo bien, a triunfar se dijo. Y cuenta, por supuesto, con su empresa de cómplices. Gente que, como él, vive del negocio. No eres de moralinas, pero no sobra decir que nunca has repetido canción en festivales, y jamás te has valido de terceros para concursar. Una vez intentaste hacerlo (por maldad, maldad a lo Vallejo, a ver si te dejaban por fin ganar) en el Festival Perla del Sinú de Montería, y no fuiste capaz. Al final pusiste tu nombre. Y como siempre, te dieron en la cabeza. Esos compositores gozan de premios, de aplausos y de famas. Incluso, de pecaminosa idolatría. Tú solo te has quedado con el deshonor de haber competido siempre en buena lid. Farsas que se deberían desenmascarar. Pero nadie se atreve. Porque esa mafia empírea es, de veras, un peligro. Podre religiosa y lucrativa. Podre infame.
AUTOCENSURA. Notificación de WhatsApp. Reclamo mañanero. Publicación eliminada.
VOLTAJE. Prosa subida de tono, y si hay cervezas de por medio la cosa se complica aún más. Al día siguiente un despertar arrepentido hace de las suyas. Nervios, susto, necesidad imperiosa de ocultamiento. Pero al mediodía el malestar mejora. Sale a relucir entonces el argumento favorito: es literatura, no es más que un inofensivo ejercicio literario. Y con esto todo parece quedar vilmente justificado. Impunemente permitido.
FACETA. Escribe un amigo sobre la Carolina medio desnuda de mis sueños. Me dice: “Sueña con ella, tómale una foto y mándamela. Con todo respeto, me atrevo a interpretar tu sueño: creo que la chica medio desnuda eres tú, creo que hay una faceta de tu vida que muy pocos de tus amigos conocemos, o ninguno más bien, y tu subconsciente, o tal vez la providencia divina, desea y te invita a que la muestres, podría ser una faceta muy hermosa de tu personalidad y es el momento de que el mundo la conozca. Ojo, es solo mi interpretación”. ¿Qué tal este amigacho? Atreverse a pedirme que le envíe una foto de mi perturbadora Carolina. De sus tetas, o de mis tetas, según él. Habrase visto… Lo dejaré con las ganas; este ingenioso amigo es muy buen compositor, así que bien puede proceder a imaginársela, que le haga una canción y me la mande, a ver si se parece a la Carolina que vive en el provocativo ensueño, esa que es mía y solamente mía, como yo lo soy solo de ella, esa que nadie más conoce, visible únicamente para mis dormidos ojos, ojalá que no se le dé por pensar en mí cuando la haga, que no siga con la loca idea de que esa onírica chica medio encuera es una preciosa faceta mía que hasta yo desconozco, qué tal que en su llorosa canción se terminen asomando mis pobres tetillas y no esas ricas tetas de mi travestida personalidad despierta. Facetas, facetas, ¿cuántas más debo tener? No descarto que en mi ruinoso cuerpo se oculte una mujer, bella y desparpajada, capaz de retrotraerme a la lozana juventud. Carolina, sí. No sé por qué se llama Carolina, y por ahí anda un empedernido compositor romántico queriendo conocerla, para dedicarle canciones de esas con las que él, un irredento enamorado, conquista atolondrados corazones. Tal vez tengan una historia de amor juntos y él tampoco lo sepa…
(a AVA, el inventor de esta mujer desnuda y en lo oscuro)
FESTIVAL. Sueños que no son sueños. Un pito. Un acordeón buceado y arrendado porque tenía el tono ideal de la cantante. Manos técnicas lo revisaron para dejarlo en óptimas condiciones. De nada sirvió el arreglo que hubo que hacerle. El pito se quedó pegado en el interludio de la canción, durante su presentación en el concurso. A lo mejor de tanto tentar al fracaso este haya encontrado formas increíbles y creativas de ensañamiento. Funcionó a la perfección en todos los ensayos, incluso en el último, veinte minutos antes de subir a tarima. Qué suerte la de ese silencioso y palpitante canto. Viajar desde tan lejos, asumirse lo que cuesta ponerlo en escena, y donde menos debía fallarse se falló. Gajes del ingrato oficio o ironías del travieso descalabro: luego de culminar la presentación de la canción como se pudo, el dichoso pito se despegó por fin y no se ha vuelto a dañar. Así de perverso y juguetón fue el duende que se subió también a esa tarima. Festivales, una poderosa historia por narrar: ir avanzando poco a poco, algunos trofeos ganados siempre en buena lid, un curso que hay que hacer, cuatro canciones seleccionadas entre muchas que aspiran a poder participar, brega musical de muchos años, sugerencia de un escritor que aprecia estas utópicas faenas, escribir un libro que dé buena cuenta de todo lo vivido en festivales, los triunfos, los reveses, las anécdotas, el origen y la historia de cada canción desde una perspectiva literaria, y que se acompañe el libro con enlaces a través de los cuales el lector pueda escuchar la canción a la que el autor-compositor se va refiriendo. Cada capítulo llevaría el título de la respectiva canción. Lo que más se contaría en él son las grandes satisfacciones que, al margen de puestos y trofeos, han emanado de algunos de esos festivales. Como en el de Montelíbano, en el que la canción Sigue cantando, sigue en tu jaula fue finalista y varias personas se acercaron a agradecer que se haya llevado esa canción distinta y especial a un festival acostumbrado a canciones ex profeso, inspirada en un turpial que le cantó a una madre durante su penosa enfermedad. O en San Juan del Cesar, Y cantaré por siempre, tercer puesto, una mujer no pidió permiso para abrazar, besuquear y levantar con frenéticos brazos al sorprendido cantautor. FESTIVAL. Los jurados no importan. Importan las canciones. Los jurados jamás serán auténticos jurados. Nada saben de atipicidades y locuras. Nada saben ni siquiera de ruidos. Mucho menos de silencios estruendosos, de latidos que repercuten más allá de su tiempo.
AUTOLATRÍA. Dos amigos conversan en un muro informático. Uno de ellos se refiere a un poema escrito por otro amigo, en el que este recuerda a otro amigo en común de todos ellos, extinto este último desde hace veintitrés años. Lo tenía en su voz, en su canal de YouTube, pero lo eliminó. Le parecía bueno ese poema. ¿Cuál poema?, ¿quién lo escribió?, le pregunta su contertulio virtual. Tu amigo, el poeta y compositor de porros filosóficos y canciones vallenatas existencialistas, le responde el ególatra con aire bufonesco. Pasa a menudo. La crítica proviene de alguien que no está al mismo nivel del criticado. Un pretencioso libro de cuentos o relatos que se extravía en conversaciones ajenas así lo corrobora. Todas las amistades están condenadas a desaparecer, a traicionarse. El autor del poema se siente ya por encima del bien y del mal, no se pavonea de nada, y es consciente, gratamente consciente de su descomunal fracaso.
HAMBRE. Una huelga que cumplirá treinta años de haberse realizado. Insinúa una voz lejana que se debería conmemorar. A ella se debió la poca democracia que se logró consagrar en los Estatutos de una universidad pública. Afiebradas luchas y apacibles recuerdos. Una lucha que fue finalmente traicionada, se aspiraba a más, a una autonomía universitaria que no quedara al arbitrio de un Consejo Superior. Su máximo líder ya está muerto, fue ultimado en Arauquita, municipio del cual, trabajando en un colegio público como docente, había tenido que salir por amenazas y al que se atrevió a regresar para reencontrarse con un amor truncado. Pero la muerte lo abrazó primero. Más que conmemorar habría que preguntarse qué ha pasado durante todo ese tiempo, qué se hicieron los héroes que sobrevivieron a lo que sobrevino después de aquella parcialmente victoriosa huelga de hambre, la torpe arremetida de una autodefensa delirante. Seguramente, viejos y avergonzados, a ratos poseídos por una brutal mezcla de culpa y pesadumbre, miran sin mucha nostalgia aquellos dolorosos días de atrevida y gloriosa juventud. Y solo quisieran poder de veras olvidar. Conmemorar más bien eso: el olvido, para que el dolor pueda seguir doliendo sin tanto doler, aturdido por la implacable caricia de la vida diaria.
DESPERTAR. Un joven se me acerca en un centro comercial. Se sienta en la banca donde estoy sentado leyendo el diario de Witoldo y a quemarropa me dice que quiere hacerme una pregunta, considerando lo que él cree ver en mí: mi aparente madurez de hombre mayor y con respetable experiencia. Si supiera que nada que sea humano llega a ser nunca respetable. Desconfío al principio, pienso en burundangas, en las historias que he escuchado, está demasiado cerca y no tengo cómo correrme más hacia el lado derecho de la banca. ¿Cuál pregunta? El joven me la tira plena: es sobre el despertar espiritual, ¿sabe usted qué es? Miro sus ojos, intento penetrar en su mirada, luce desorbitado, como tocado de verdad por alguna inexplicable fuerza sobrehumana o sobrenatural. Algo así como un llamado, le contesto. Sí, eso es, y me cuenta entonces que ese despertar, ese llamado, le llegó hace pocos días, que Dios se metió de repente dentro de él y en su casa no le creen, no lo entienden, le gritan que está loco, y ayer tuvo que irse, no aguantó más. Le pregunto si ha dormido, si ha comido, me dice que no, si ha estado bebiendo o consumiendo droga, lo niega con rotunda credibilidad, querrá plata, no me atrevo a insinuárselo, en el estado en que se halla, como en trance, ese vil metal es secundario y podría incluso ofenderlo, no hay familias perfectas, le digo, vuelve a tu casa, tus padres deben andar desesperados buscándote, piensa en ellos, Dios no te exige esas cosas, habla con un sacerdote, no sé, yo soy el menos indicado para darte consejos (esto no se lo digo), no creo que ese Dios te pida que abandones todo, tu familia, tus estudios. El muchacho viste bien, se ve de acomodada procedencia. Desisto de indagar más sobre su vida, no quiero terminar enredado en algún conflicto peligroso, me doy cuenta en ese momento de que tiene dos o tres manchas como de sangre en su camisa, me levanto, le ofrezco mi mano, me da la suya, me agradece, gracias más bien a ti por tenerme confianza y sincerarte, eso le digo, me acuerdo de mí a esa edad, siempre silencioso, pensativo y extraviado, lástima no haber tenido a la mano Una temporada en el infierno para regalárselo, era el libro que yo leía en aquellos tiempos de soledad, incomprensión y ofuscamiento, me dan ganas de abrazarlo, no lo hago, y me voy pensando en él, en su problema, en que todos portamos un maldito problema sin solución. ¿Despertar espiritual? ¿Será esto lo que yo también necesito para encontrarle un sentido al mundo? Dicho mejor: ¡mi lugar en el mundo! Pero el tiempo, mi tiempo, se agota, y con él cualquier esperanza fetal que me haya hecho.
DAÑOSO. Un examigo del pasado que gracias a los adelantos comunicacionales ha vuelto a aparecerse en mi ya más tranquila vida. Ha pasado mucho tiempo, olfateo por encima la cosa, intento descubrir su antigua existencia en lo que escribe, y después de dos provocadores comentarios me pellizco: ¡epa!, peligro a la vista. Advierto su ponzoña, su malignidad, su sobradez. Algo de eso tenía, pero en pocas y tolerables dosis. En todo caso, no sé cómo pudimos haber sido alguna vez tan amigos. Me acuerdo de lo corrupto que era, de cómo se valía de su difícil situación familiar para obtener dinero de la universidad y emborrachar la causa estudiantil, desmovilizándola. Discurso radical en las asambleas y luego a manteles con el rector, negociando la próxima marranada. Me envía algunos versos y no encuentro en ellos la originalidad y vivacidad de los primeros. Supe años atrás que se hizo amigo de escritores y se matriculó en sus grupos, que sometió sus poemas al juicio de esos expertos y se dejó llevar por sus académicos moldes. Así que se mutiló tanto que perdió su esencia. Espero, sin embargo, un libro suyo para darme una mejor opinión. Aún no lo bloqueo, esperanzado en que la parte buena de aquella lejana amistad se haya, para fortuna nuestra, conservado. El trato virtual se presta para equívocos, y no hay nada como el trato presencial para salvar las cosas. DAÑOSO ser que hoy osas regresar a mi vida quién sabe con qué benignas intenciones.
LATIDO. Una publicación proveniente de quién sabe qué frías o cálidas atmósferas: “Latido del Silencio no solo es una canción buena, nueva, es una obra de arte musical, es una pauta en la música, más allá de llevarla al escenario donde estuvo y no ser valorada creo que es para pensar que composiciones como esta, que son pocas, no son aptas para la competencia. El arte no debería padecer la desgracia de competir, mucho menos cuando en esta temática, la sociedad escasamente trasnocha en un par de notas desconociendo la historia del arte musical. Entiendo que Latido del Silencio rompe con la esperanza y asume el riesgo de abrirse camino en una escuela para estos asuntos de música excelsa”. Otra voz se escucha como si se hubiera propuesto, sin saberlo, coadyuvar: “Yo quedé prendado de esta canción, de este mensaje, de esta melodía triste y bella, de esta reflexión que desemboca en una sentencia inapelable: es el autor de la canción que se interpreta el mismo autor de todo lo que ocurre en la tarima, el autor del triunfo de otro y del olvido en que él mismo cae. Y cae al olvido mirando el brillo y el triunfo de quien se roba los aplausos y los corazones con lo que el autor creó… El mercader, que por lo general no es artista, es quien juega con los papeles de los personajes y crea ídolos… ¿O estoy hablando disparates? Tal vez”. Alguien —que debe ser el autor y compositor de ese nervioso canto— se da tímidamente por aludido: “Le cuento que quedé prendado de su escrito y le he estado dando muchas vueltas y lecturas, encontrándole cada vez nuevos sentidos. Esta canción es para mí sumamente querida y especial, y me alegra mucho que reciba de voces autorizadas como la suya tan exquisito análisis. Esos ‘disparates’ suyos se acercan bastante a todo lo que pasó por mi mente durante su creación. Conté el episodio del cual surgió, pero su esencia más cierta está muy en consonancia con lo que usted expresa. Me ha hecho reír. Como cuando una ‘maldad’ artística es descubierta. Hay también un autor detrás o viéndolo todo desde arriba o desde lejos, un autor que se niega y se afirma a la vez, un autor que acompaña y se esconde, y una obra con respecto a la cual no reivindica su autoría, porque los autores son otros y él solo lo testifica, o quizá ese autor se canta a sí mismo y no lo dice. Ahora soy yo el que creo estar hablando disparates. Me gusta mucho su percepción de la melodía de esta canción como triste y bella. Sigo a Schubert en esto, y creo, como él, que la verdadera música es triste. Intento acercarme siempre a esa verdad”. Esa otra voz vuelve a manifestarse: “Entre un disparate y otro vamos descubriendo cómo es el mundo y cómo funciona”. Y entonces el compositor siente la necesidad de medio sincerarse: “… es que a veces se me olvida que tengo ya los años que acumulo, poco más de seis décadas, y creo que sigo siendo el joven tímido y pensativo, terriblemente silencioso, que alguna vez fui. En fin. Que los caminos nos ayuden a consolidar esta amistad que ciertas coincidencias artísticas se encargaron de hacer confluir. Abrazo de casi medianoche”. Así de fuertes y asombrosas son las canciones que no se preocupan por sonar ni trascender.
ULTIMIDAD. Su título: “A veces”. Texto o poema que contribuye a darle tono a un libro incipiente que he titulado Ultimidades. Lo publico una noche sabatina en Facebook y recibe un par de comentarios, uno burlón de un examigo, otro de una mujer interesante cuya afirmación me preocupa, también a ella le dan ganas a veces de morirse, me dice, pero algo que no sabe qué es, la cobardía quizá, la obliga a vivir en este mundo cruel. A ambos les escribo. A ella le digo que no sé qué decirle, que esos textos míos de medianoche tienden a ser crueles y al día siguiente me arrepiento de publicarlos. En últimas, no dejan de ser productos literarios, malos o buenos, y como tales hay siempre una instancia de por medio entre el texto y la vida del autor, que es lo que permite jugar también un poco con aspectos ficcionales. Por fortuna, las lecturas son variadas. Jocosas o preocupantes. Y algunas de esas lecturas podrían concluir que soy un redomado fatalista. Pero todo tiene su contexto. El texto de anoche lo escribí días atrás y su tono es el del incipiente libro al que pertenece: Ultimidades. Mi invitación es a vivir la vida, el día a día, con escandalosa plenitud, lo demás son temas, indagaciones, pormenores. La angustia existencial es inevitable, pero podemos hacer con ella lo que queramos. Yo me la llevo de juerga a cada rato. Me gustaría conversar contigo, y le envío un abrazo. Al examigo le respondo muy a su risueño estilo, dice en su comentario que de una u otra manera todos somos poetas y compositores de la breve existencia, y que quien piensa en la muerte como fin o como medio quizá solo busca un reconocimiento tan insignificante como la muerte misma, perro que ladra no muerde, y me envía en este refrán, con nítida perversidad, su bondadosa risa. Le digo que abra bien el ojo, que no se confíe, que a veces muerden, y que solo espero que no se haya vuelto abstemio, puritano y modélico. Le comento, además, que noto que conserva el humor, el sarcasmo, la ironía, pero que no lo escuche la gran dama, ¿insignificante ella?, no sé, quién puede pensar en reconocimientos a expensas de destinos tan macabros, a estas bajuras lo único que sirve es el minuto a minuto, el éxtasis de los días azules (sí, estaba pensando en globos, en ese bello y triste libro de Fernando Vallejo), frase con la que, sin piedad alguna, lo remato. Ella, la mujer cuyo mensaje me preocupó, vuelve a escribirme, me dice ahora que no me preocupe, que desde que recuerda haberse iniciado en estas ya han pasado casi cuarenta años y puede asegurarme que es la prueba de que sobrevivirá, la vida por momentos se pone interesante, hasta que llegue lo inevitable estaré atenta a evadir todo lo que cause crisis existencial, eso me cuenta, y me pide que nuestro encuentro sea con licor de por medio para pasar el susto. Le contesto que sí, que será con traguito, por supuesto, porque el susto será más mío que suyo. Un nuevo comentario, de un amigo distante, me bautiza como “El Estepario del Sinú”; me limito a informarle que tendré que releer a Hesse. Seis días después otro comentario llama mi atención. Lo leo: “Excelente como siempre. Por qué no me haces un favor, antes de morirte invítame una fría. No te preocupes si no sabes morirte, yo tampoco sé, pero el día que nos toque, nos graduamos de una”. Genial. Procedo a responderle: “Este comentario tuyo se merece mucho más que una fría: toda una pea grandiosa y eternal”. Y cuando ya creía finalizados los efectos de esa publicación me llega otro comentario, procedente de un amigo de esquineras tiendas cerveceras con el que tengo tiempo de no verme: “Siempre te he reprendido por tu obsesión con la muerte, pero ahora tengo que decirte que te quedó bien lo que hiciste; es dualidad, ironía, agridulce, tiene ese toque de humor fino, te sobraste”. Le agradezco su comentario y le informo que da bastante en el blanco, casi en el centro, le cuento que cada vez que se me atraviesa esa dama me acuerdo de su regaño y le hago caso. Su respuesta final me deja sin palabras: “Lo que admiro de ti es ese tesón que tienes, esa testarudez tuya es virtud, ojalá todos fuéramos así, esta vida sería diferente”. Lo he dicho en otro de mis libros: los amigos son los escritores, yo me limito a ponerlos a vibrar en lo que escribo. ULTIMIDAD, palabra que significa también INICIO, al calor de una sobria borrachera o de una borracha sobriedad.
FAMA. Sentarte en cualquier sitio. Nadie te reconoce, eres todo un don nadie, un pobre diablo. Estás viejo o empiezas a envejecer y ni un solo homenaje en vida. En verdad, has denigrado de eso, los aborreces, pues consideras que nadie es digno de ser exaltado, mucho menos si quienes lo promueven son unas lacras de la peor ralea. Los homenajes sobran, son una calamidad innecesaria. El mejor homenaje es el de nunca ser homenajeado. Quien acepta un homenaje se irrespeta a sí mismo. Ese cuentecito de que deben ser en vida… De ahí que hoy día abunden, siendo más bien un desprestigio. Ni los muertos se salvan de ellos. Pero al menos no cuentan con ninguna posibilidad de padecerlos. Los homenajes son escupitajos que se arrojan con tenebrosa hipocresía.
CERVEZA. Una cabeza dispuesta a dejar de beber. Un corazón que dispone lo contrario. Una espuma capaz de confundirlos a ambos. Al corazón se le da entonces por no beber y a la cabeza se le da por llevarle la contraria. Ah, líquido endemoniado, que eres como un dios invencible cuando fluyes en la sangre del abstemio.
FUTURISMO. Nada que ver con Italia y Rusia, ni con un movimiento de vanguardia artística. Canciones, solo canciones que nadie o pocos intérpretes se atreven a grabar, porque no son para nada de esta época superficialmente comercial y deberán esperar su momento quién sabe cuántos mundos después. No seas iluso, le dice una voz que proviene de abajo, de muy abajo, a tres mil o más kilómetros bajo la superficie de la tierra.
REDENCIÓN. Toda una fogosa vida luchando por causas imposibles. ¿Redentor sin causa? Al carajo quien así piense. Una patada en el trasero es poca cosa para darle su justo merecido. Un tiro en la sien. O mejor en la boca. Por imbécil. No se trata de redimir nada, mucho menos de cantar victoria. Así no se tenga la puta menor idea de qué, en verdad, se trate. Es luchar. Solo luchar. Joven o viejo. Por la ilusión de mantenerse vivo.
LUGAR. Ni sentidos ni lugares. Comprender, si acaso, que lo mejor de la vida se evidencia en lo opuesto: no encontrar jamás ese lugar en el mundo, y que en vez de buscarle un sentido a la existencia sea la incertidumbre ese sentido. O el fracaso, ¿por qué no? Todo lo que vive, fracasa, por más que esa vida haya sido intensa y exitosa. Todo lo que muere, así permanece, enterrado o disperso, sin románticas salvaciones posteriores o, si se logró triunfar, sin que el renombre valga después de muerto para algo. Ilusos somos todos: los fracasados y los victoriosos. Los que están en el medio tal vez se la pasan mejor. La fama no debería ser un objetivo, independiente de la calidad de quien la anhele. Existir no depende de lograrla. Una vida atormentada y derrotista, ignota y pestilente, también puede ser una estupenda vida. A la postre, ¿quién existe de verdad? Todos vivimos muertos, pero se puede asimismo existir sin tanto lío, sin sueños delirantes y escabrosos, a lo sumo aspirar a tener dinero más que a un nombre, sin dinero será siempre complicado, y ni el dinero garantiza que la felicidad perdure, ya que de mucha gente exitosa y adinerada se alimenta la fuerza del suicidio. Vivir debería ser algo más simple, cotidianidad y anonimato, la sencillez de una grandeza inverosímil, de vez en cuando pensar, disfrutar sus enredos y acabar entendiendo que la literatura, el escribir, solo le sirve espiritualmente al escritor mientras escribe. ¿Para qué más? Pero claro, es que estamos hablando de la vida, no de cualquier baratija malhadada. Y pues sí, será siempre preferible ser alguien, no un don nadie, se lo merezca o no ese alguien. Aunque ser un don nadie no es para nada infausto, siempre y cuando haya renunciado con sinceridad a convertirse en alguien, y no siga considerando metas altisonantes, creyéndose un artista monumental e incomprendido. LUGAR, vaya vocablo engañoso. Mi lugar es ahora este teclado, esta pequeña pantalla de celular, esta página de Word en la que, sin importar que exista, inevitablemente me apago, me evaporo.
(a NG, un exitoso fracasado)
SENCILLO. La música se mueve hoy a modo de sencillos; no se graban ya discos completos. Una sola canción es suficiente, se le hace un video, se sube a plataformas y listo: a promocionarla a ver si pega, a tratar de monetizar con suscriptores gratuitos y copiosas vistas. Así debería ser hoy la literatura. Para qué seguir produciendo libros de cuentos y novelas. Escribir únicamente fragmentos y publicarlos de una vez en redes sociales, sitios web o aplicaciones, crear contenidos cortos y fáciles de entender, no complicarse con proyectos demasiado ambiciosos. Se requiere, además, una mezcla de suerte, relaciones y escándalos, llamar la atención como sea, encuerarse si es preciso. Bah, ni así. Es literatura, mera y ridícula literatura, que no vende nada ni entretiene a nadie. De poesía mejor ni hablar. Es un subproducto, una infelicidad, una vergüenza.
FBA
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