EL
SILENCIO DE ESTOS DÍAS
Concentrado en mi participación en el concurso de canción inédita del Festival Vallenato en Valledupar. Ya pasé por ese entuerto. Cero y van cuatro. No sé si vuelva a meterme en él. Mucho por decir, pero prefiero esta vez callar. Seguí, al pie de la letra, el consejo de un ángel amigo: sin ilusión no hay frustración. Este amigo me envió un audio en el que cuestiona estos concursos, porque, para él, debería primar la solidaridad y no la competencia, puesto que lo competitivo no está exento de turbiedad, incompetencia y corrupción. ¡Cómo no estar de acuerdo! Lo que nos pasó en tarima y que pudo haber incidido también en la calificación del jurado es de no creer (o sí, típico del fracasismo: un pito del acordeón se quedó pegado, sonando como un intruso a partir del interludio). Me referiré a este incidente de otra manera, muy al estilo de mi libro en proceso Palabras que son también la vida. Festival, esa será la palabra, y ahí, solo ahí, contaré lo sucedido y me atreveré a, literariamente, comentarlo.
Terminé de leer Desde aquí leo, de Tim Parks, y ando ya recorriendo las primeras páginas del Diario argentino, de Witold Gombrowicz. Voy por la página 23 de la edición de El cuenco de plata impresa en febrero de 2016 (traducción del polaco de Sergio Pitol) y descubro varias frases por resaltar. Les pinto el ojo, las pestañas y el visto bueno o chulo que utilizo para distinguirlas y eventualmente citarlas o referirme a ellas en mis escritos. Como no llevo cuaderno o libreta de notas para esto, en el mismo libro voy dejando distintas huellas de mi paso por él. Hace muchos años me aprendía esas frases de memoria, pero de un tiempo a esta parte se me dificulta mucho grabármelas. Si logro memorizarlas, en unos cuantos días se me van olvidando, salvo que cada cierto tiempo las recuerde y pronuncie. Las de antes, en cambio, permanecen en mi mente como si hubieran sido pegadas a ella con cemento. Basta darles play y listo.
Releo y degusto: “…, y el vuelo del arte tiene que encontrar su correspondencia en el ámbito de la vida cotidiana, igual que la sombra del cóndor se refleja sobre la tierra”. Esto del escritor polaco me hace pensar en mi canción titulada Sobreviviente. Cinco (5) meses dándole vueltas a lo que me faltaba de la letra, la estructura melódica definida y esperando a que los versos concluyeran su trabajo, y el jueves 9 de mayo, por la noche, pude por fin terminarla; fluyó (literalmente fluyó) como dictada o a través de ráfagas de sorpresiva inspiración. Me aparto de la falsa modestia y me atrevo a decir que es de las mejores letras para canciones que he logrado. Mi primera canción en este año que marcha raudo hacia su primera mitad, el 9 de diciembre acabé la última canción del año pasado, días después sepultamos el canto de Plácido en el jardín y desde entonces Sobreviviente comenzó a circundarme. Su melodía tiene un innegable saborcito a paseo, pero su montaje (pienso grabarla pronto, cantada por mí), con ritmo o sin ritmo (aún no sé), tempo lento o más bien medio (rápido, ¡jamás!; mientras menos comercial, mucho mejor) estará influido por la atipicidad que tanto me desvela y, en últimas, me invisibiliza en absoluto. ¿Habré encontrado su correspondencia en el ámbito de la vida cotidiana? Mi sombra no tendrá jamás ese poder. Curioso que haya podido finiquitarla solo después del traspié en el Festival Vallenato. Como si ello hubiera sido necesario para darle vida (o muerte). En fin...
Mi silencio de estos días. Pensando bastante en todo lo que me pasa alrededor de mi quehacer literario y musical. La poesía me sigue prestando sus fusiles para persistir atrincherado. Si pudiera de verdad encontrar alguna vez mi lugar sobre la tierra. Creo que lo mío se parece más al vuelo de las moscas.
Moscardón. Sí. Soy un moscardón.
A estas bajuras, ¿qué me deparará el futuro? ¿Futuro? ¿Cuál futuro? El único futuro que me queda es el de este efímero presente que también se encarga de borrarme. Prosigo rumiando un pasado de cruces enfermizas. Soy como ese presente pasajero, aunque evaporarme ha sido igualmente una elección. Salvarme de mí mismo, de mis anhelos torpes de pírrica grandeza.
Sin embargo, Sobreviviente me alivia un poco y me trae una luz inesperada, una luz, por supuesto, algo oscura, pesimista y visionaria, como todas las mías.
El silencio me hace bien. Debería silenciarme del todo. Y dedicarme, misteriosamente, a ser feliz.
FBA
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