EN AGOSTO NOS VEMOS

El 3 de febrero de 2024 publiqué en Facebook esta frase de tinte irónico o crítico: “Ese agosto que no me leeré”. La repienso ahora que el libro ya está en el mercado para el ciego beneplácito de muchos adulones per se, y me suena mejor decir: “Ese agosto con el que no me veré”. Fui y sigo siendo (a ratos) un buen lector de Gabo. Pero nunca he sido uno de sus idólatras caribeños. Siempre me ha parecido que detrás de esa magia de la que tanto se habla hay un discurso ideológico muy dañino y excluyente: el de la encopetada y fastidiosa literatura del Caribe que se cree literariamente más fresca y auténtica, perfecta y superior. Un discurso que es más de sus hiperbólicos admiradores que del genial escritor de Aracataca. Como si no pudieran existir escritores de la región Caribe que desde la atipicidad escriban sus obras y se planteen una literatura sin encasillamientos regionalistas. Sin egos baratos, sin refritos.

Durante mis estudios de Maestría en Literatura me tocó hacer un trabajo sobre un capítulo de El otoño del patriarca. Presenté un breve ensayo bastante crítico, o, digamos mejor, bastante atrevido. Mi profesor, un poeta español, elogió mi trabajo, pero me sugirió ser un poco más cuidadoso a la hora de abordar el análisis de obras de escritores que han adquirido ya la calidad de canon, pues conlleva enormes riesgos el hacerlo. Me mostré en desacuerdo con él, puesto que no creo que existan escritores ni obras intocables, por más que hagan parte del tal canon, de lo clásico, de la tradición literaria. Además, la calidad literaria de un novelista no tiene por qué ser necesariamente la misma en todas sus novelas. Nada garantiza nada.

En otra ocasión, asistí a un par de eventos en la feria de la lectura de mi ciudad natal. En el primero, Pablo Montoya leyó su conferencia “¿Para qué la literatura?”. El segundo fue un conversatorio de dos intelectuales conterráneos sobre literatura y mar Caribe. En el espacio de preguntas se me dio por participar para inquirir por los ríos y de paso expuse mi idea del discurso ideológico a que me refiero, reivindicando la escritura como un asunto personal, de íntima condición humana, por fuera de contextos y estereotipos que hacen más mal que bien. Yo creería que el escritor escribe no gracias a su entorno, sino pese a él. Uno de los dos conversadores se salió de la ropa y dijo que él sí defendía a Gabo. Fue curioso, pues cuando hablé puse varios ejemplos de escritores que se habían abierto camino por sí solos, dentro y fuera del Caribe, con voz y mundo propios, y entre estos mencioné a Pablo (allí presente) y a ese conversador que se sintió ofendido. Caramba, pensé, parece que meterse con Gabo, el solo mencionarlo, es meterse con una legión de cruzados dispuestos a matar. En mi intervención no demerité para nada a Gabo, el otro conversador sí entendió bien lo que dije y se mostró de acuerdo. Quise volver a hablar, pero no hubo espacio para réplicas.

Gabo ya hizo lo suyo, y con creces. La literatura colombiana se ha expresado después y se sigue expresando en distintas direcciones. Malas o buenas. No sé. La historia lo dirá. El fenómeno Macondo cumplió su ciclo y me parece que no hay por qué seguir desgastándolo, mucho menos utilizarlo para descalificar todo lo demás. La literatura no es asunto de orgullo. La vanagloria es para imbéciles y mediocres.

Esto de endiosar oscurece el entendimiento. Soy lector entusiasta de Enrique Vila-Matas y no por eso lo santifico ni pondero todo lo que escribe. El último libro que me leí de él, Suicidios ejemplares, no colmó, por ejemplo, mis expectativas.

Por otra parte, La biografía de Zweig sobre Balzac fue concluida después de su suicidio. Kafka dejó también varios libros inconclusos cuando la tuberculosis lo mató. Y, sin embargo, he leído esos libros inacabados sin duda retocados después por otras manos sin ningún tipo de prevención. Así que si opto por no comprar y leer (todavía) la nueva (y última, supongo) novela corta (o cuento largo) de Gabo, no es porque se trate, probablemente, de otro libro terminado o incluso reescrito por editores y familiares con un claro interés comercial que no cuestiono. Pasa algo similar con las traducciones. Leemos libros en los que las traducciones recrean demasiado y se alejan del texto original. Cuando son españolizantes, los gilipollas apestan. Esto de la autenticidad, de la originalidad, será siempre discutible. Nadie parte de cero. Ningún escritor se salva de ser desvirtuado con fines comerciales.

Es más bien porque Gabo es tan especial y característico que un buen lector suyo debe preocuparse por tener plena certeza de que lo está leyendo a él y no a una transfiguración, máxime si se afirma que él mismo dudó de la calidad estética de ese producto narrativo y decidió u ordenó desecharlo. Hasta pienso si no será mejor no leer ese tan publicitado agosto para respetar su deseo y su memoria. Si, en vida, su memoria de unas furcias tristes significó un hondo declive, para qué empeorar las cosas sumándole más decepciones que aciertos a un autor de su tamaño. ¿Pensarían en eso sus dos hijos? ¿Tuvieron en cuenta la responsabilidad que implicaba, tratándose de un Premio Nobel prestigioso y tan querido? La imagen y la credibilidad del autor se ponen peligrosamente en entredicho, así el mismo autor las haya menoscabado con obras de segundo orden como la de las meretrices, que no estaban a la altura de las anteriores. Hoy día, desconfiar de libros póstumos es un imperativo. En otros tiempos era tal vez comprensible que existieran. Publicar en esta era posmoderna, cualquiera lo hace. Nadie se guarda nada.

Me gustaría pensar que detrás de cada palabra de Gabo está realmente él y no esa maquinaria editorial de escritores fantasmas (ghostwriter o negros, como también se les llama desde los tiempos de Alejandro Dumas padre) o alguna de esas macabras artes de la inteligencia artificial. Es que al Gabo que hay que leer es al Gabo ciento por ciento Gabo. No concibo a Gabo sin Gabo, por más parecida que resulte la prosa. A estas alturas, un simulacro de Gabo sería fatal. Ese cuento de que un Gabo ya ido de sí mismo no estaba en condiciones de valorar la calidad del texto es más digno de él, de su imaginación desaforada y a veces con sello hiperbólico, que de familiares y editores. En estos no deja de sonar descabellado. Justificar como sea la osadía de revivir lo incierto.

Este libro que aparece casi diez años después de que Gabo colgó los tenis, en el mes en que cumpliría noventa y siete años, llevará siempre encima la pregunta por la autenticidad de la labor creativa. Incorporar páginas con observaciones manuscritas de Gabo hace mucho más sospechoso el asunto. Las pruebas sobran. Creer o no creer. Cada cual decidirá qué hacer. Si lo compra absorbido por el bombardeo de la propaganda, y si, en caso de comprarlo, lo lee o lo usa para incrementar su colección de libros y hacer alarde de su nutrida biblioteca.

En tiempos de globalización el mercado editorial de la literatura sabe cómo moverse y lucrarse, sin detenerse para nada en aspectos éticos o artísticos. Gabo no es la excepción. Gabo es literatura universal. Su nombre y su fama son explotables. Tim Parks, en Where I’m Reading From: The Changing World of Books (traducido en la edición del Fondo de Cultura Económica de 2017 como Desde aquí leo: miradas al cambiante mundo del libro), lo describe y analiza muy bien, con rigor crítico, a la vez que desvela todo el dudoso engranaje del Premio Nobel de Literatura.

Anoche, pensando sobre este tema agosteño, a modo de adelanto publiqué en Facebook lo siguiente: “Sí, en agosto nos vemos. Por ahora, no. (para mamarle gallo a este "intonso" debate, que está como para alquilar balcón; a favor y en contra, entre opiniones cáusticas e irónicas, serias e idólatras, reticentes y orgullosas). Lo cierto es que yo me leeré esa joya póstuma solo cuando dos o tres amigos, voraces lectores que ya la tienen o han anunciado estar haciendo cola para adquirirla, me la recomienden. Confío en su criterio. Ojalá no lo hagan por maldad. Por vengarse. Mi único interés es el literario. Y, aun así, algunas de mis dudas en torno a la autenticidad de la labor creativa mantendrán su vigencia. Gabo o no Gabo, la fiesta está que arde. La celebridad siempre estará repleta de mariposas negras”.

De todo lo que he leído en estos días sobre la aparición milagrosa del libro de Gabo, destaco la picante crítica de mi hermanazo Jorge B. burlándose de todos, de acusadores y defensores. Seguramente, ante mi decisión de no leer el libro todavía, no me libraré de pertenecer a esa minoría de intelectuales resentidos y fracasados a los que este mordaz escritor del Sinú se refiere. Pero bueno, nada que no se pueda solucionar con una noche interminable de risotadas y cervezas.

Pienso también en el afecto familiar. Así la obra no reúna los requisitos suficientes para entrar en el canon, o sí, pero queden dudas como las que he planteado, por qué no darla a conocer, por qué no permitir que los amigos de Gabo lo sigan queriendo más y más como él quería, que sus lectores a escala planetaria disfruten así sea en mínima parte a ese escritor que escribía pensando en ganarse el corazón de ellos. Más allá del gran negocio, un agradecer su fuerza y su existir. A los grandes hay que leerlos también con indulgencia.

Lo mejor que puede pasarle a En agosto nos vemos es que se vaya elevando, como Remedios, la bella, entre sábanas de bramante que le sirvan de alas y nos diga adiós con la mano, impulsado por su propio luminoso viento irreparable, hacia la indiscutible inmortalidad en la que sí habitan los más altos pájaros de la memoria. Pájaros como Gabo, aunque se haya quedado sin memoria.

FBA 

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