OFELIA

Ofelia de mi corazón. Blanca y pura, sedosidad y almíbar. Me diste a probar delicias nauseabundas, en tus rosadas nubes ardió mi desconsuelo. Cómo decirte que no cuando me abrías tu puerta, se reían tus ojos y un sueño malicioso palpitaba en tu voz. Entonces me acercaba, tomabas mi mano y de la tuya mis mocosos doce años se dejaban llevar hasta tu lecho. Monas las mechas que alumbraban tu cueva, el pecho a mil, el miedo en la ventana, cuántos aromas turbios persiguiendo inocencias, cuánta saliva oscura desflorando el albor.

Ofelia de mi soledad. No sé en qué momento te fuiste llevándote mi olvido ni adónde habrá ido a parar lo nunca perforado, sí sé qué pasó esa noche de tu primera ausencia, nervioso fue el desastre que enlodó lo intangible, exprimí tu recuerdo con ritmo sudoroso, te busqué en aquel baño donde gimió un lucero, penetré en la penumbra de tu vil cabellera, tu ombligo lapidario me salvó de salvarme, en tu boca de invierno sequé mis ilusiones, tú, Ofelia, siempre tú matizando el sol de mis vacíos, tu lengua peligrosa taladrando lo inerte, tu cuello soportando lo inútil de la mía, tus diminutas manos tallándome la piel.

Ofelia de mi plenitud. Después te llamé María, Margot, Idalia, Enith, Alma y hasta Isolda, y te escuché implorar que no te robe esta única, eternamente corta, última felicidad del mundo, tu Tristán, tu Hamlet, o un Gustav, desprovisto ya de furor, rogándote en su mujer que no te vayas, solo a través del dolor se puede llegar al amor, música que se dirige al porvenir, su tiempo llegará, y música eran Ofelia tus guirnaldas, ocultas como estaban en la luz del pecado. No te caerás otra vez del sauce de la muerte, no podrá ese llorón quebrantar tu locura ni te ahogarás cantando en el dios cristalino.

Ofelia de mi renacer. Solo tú escuchaste la suave melodía, este dichoso lamento de vértigos lunares: el amor de Tristán no muere nunca; ¿eres tú quien lo dice o soy yo el que te engaño? ¡Sí!, te creo, nunca podrá el amor extinguirse contigo, aunque seas de nuevo Isolda alegrando a Gustav, y él, al igual que Tristán, muriéndose por Alma, y yo, como ellos, amándote con Hamlet a orillas del Leteo. A ti, Ofelia, a ti, que fuiste sabrosura de un tiempo deplorable, que en Enith me entregaste lo que tu flor no pudo, que en Idalia sufriste la noche más profunda, que en Margot zozobraste al pie de mi deseo, que en María me hundiste en lo no conquistado.

Todos decimos la verdad: eterno es el amor… ser o no ser, de eso se trataba, ¿o no, querida mía? Ofelia que aún madrugas en el jardín del verso, Ofelia corazón, Ofelia soledad, Ofelia plenitud, Ofelia renacer, muchas veces te han visto chapoteando en el río, cuántos nombres le has puesto a tu música eterna, yo sé muy bien que el mío es uno más de tantos, colinas y montañas resistieron los días, una floresta antigua les sirvió de refugio, un pozo de desdichas, sangre que dura siglos, y sigues en la tragedia de tu Hamlet virtuoso: Dadme un hombre tal que no sea esclavo de pasión alguna, y yo lo llevaré en lo profundo de mi corazón, sí, en el corazón del corazón.

Ofelia de mi persistir. Negra y pura, sedosidad y almíbar. No más lágrimas infinitas lloviendo en los sepulcros, cántanos otra cosa, evócame en tus umbrales, todos estamos muertos, eso ya lo sabemos, los amantes son tristes y por eso perduran, ven Ofelia, dame tu mano y déjate guiar por la mía en el precioso abismo, nos espera la hamaca, su milenaria comba, en ella copularán nuestras vidas pasadas y futuras, he aquí tu convento, he aquí mi venganza, tú sanarás mi herida y yo por fin horadaré tu cielo. Y después, soñarás:

… de entre las damas todas

la más hundida y desdichada,

que he sorbido la miel

de sus promesas melodiosas…


Escrito en Montería, 12 de noviembre de 2020 (jueves)

Texto tomado de mi libro de relatos híbridos Santo remedio (inédito)

FRANCISCO BURGOS ARANGO 

(FBA)

Comentarios