Del libro PALABRAS QUE SON TAMBIÉN LA VIDA

RESURRECCIÓN. Noche en la que se me da por volver a “Fuego en el 23”; meses sin venir, más de tres años preguntando por la suerte de “Mario Salsa” después de la pandemia. Voy al baño a orinar y tamaña sorpresa, Mario detrás de la barra, más calvo, con gafas, ¿es él?, dudo un poco, ¡Mario!, ¿eres tú?, me reconoce, se alegra, acepta mi espontáneo abrazo, con razón la música ha mejorado, más brava, más clásica, el que sabe sabe, qué felicidad la mía, la vida es mucho más que bella o fea, alguien (creo que fue Alvarín sin fin) me comentó que Mario estaba aquí, pero lo creí imposible, vine hoy sin acordarme de eso, le he preguntado muchas veces a taxistas por él, nadie me ha dado razón, “Mario Salsa” era el sitio de la 41 donde culminaba mis turbulentas faenas de viernes o sábado, el virus lo mató. En mi libro Tiempos grises quedaron algunos testimonios, entre ellos el de la hermosa negra bailadora que terminó siendo una amiga extraordinaria (no la he vuelto a ver) y el de un muerto enorme que cantaba bullerengue. Recuerdo irme acercando con este al icónico lugar, cantando los dos un precioso estribillo de un sentao, y luego una foto con músicos y amigos que aún conservo (Laurel estuvo ahí). Mario me aclara que está colaborando con lo de la música desde hace dos meses, que el sitio no es de él, inusitada alegría en todo caso. Volver a ver a Mario desgobernando la música es prueba inequívoca de que la vida será siempre más importante que la muerte. Nojoda, ¡está vivo! Y con él, el cielo-infierno de la salsa, el éxtasis, el monstruo, la agonía. Creo solo en músicas que sean capaces, a lo Schubert, de mejorar tristezas, o a lo Miles Davis y Stravinsky de producir rupturas. No sé cómo se llamará ahora este sitio. Pero se debería llamar Resurrección. Hoy sí que el sonido salsero se volvió bestial. Ahora sí que en una noche decembrina es posible encontrar la amistad verdadera, esa que en realidad no existe.

HERIDA. Antiguas o extinguidas amistades que no resisten la primera prueba de fuego al redescubrirse vivos, treinta o más años después, en redes sociales. Disparos de lado y lado, ofensas mutuas, el tiempo no pasa en balde y hay distancias o alejamientos que no deberían tener fin. Lo vivido, vivido, y no debiera nunca revivirse. No hay nada más peligroso que reencontrarse con seres del pasado, fantasmas recíprocos de quién sabe qué sórdidas historias. En tantos años de ausencia y de silencio ha podido ocurrir de todo, aunque lo peor sería que siguieran siendo los mismos, ya por fuera de esencia y de contexto. La era virtual hace que ese peligro se acreciente, y qué difícil es retomar la vieja relación de camaradas. Aunque hay cosas que en realidad no cambian, y es gracias a esas cosas que la amistad vuelve a florecer, superando la furia del primer obstáculo. Antes, el contacto físico era indispensable para mantenerse cerca. ¿Cuáles son esas cosas que contribuyen a resanar heridas? Ni más ni menos que eso que alguna vez fuimos y que tiende, inevitablemente, pese a todo, a ser: juventud, irreverencia, sueño y rebeldía. Viven en nosotros hasta el sinfín de nuestro tiempo.

DISFRAZ. La literatura lo es. Te la pasas diciendo que literatura y vida no son lo mismo, que ficción y realidad no son necesariamente coincidentes, pero, a la postre, tu literatura y tu vida se parecen mucho, demasiado más bien, y la usas (la literatura) no para lo ficcional sino para disfrazarte, y haces daño, mucho daño, a familiares, amigos, conocidos y contactos; mientes, sabes hacerlo (eso crees), te pones la máscara y detrás de ella disparas, te vengas, te burlas, pergeñas asechanzas. No construyes ningún personaje, puesto que eres tú mismo, tú, siempre tú, valiéndote de otredades para no afrontar directamente tus asuntos. Eres cobarde. Eres ridículo. Y lo que buscas, por último, es quedarte solo, perfeccionando el vínculo imperfecto de una lejana gloria.

SINCERIDAD. ¡Qué palabra más vacía y falaz! Más la usan quienes menos sinceros son; compite con HUMILDAD en fantochadas. No es sinceridad: es engreimiento. Esa sinceridad de la que el sabiondo se sirve gusta también de apuñalarte por la espalda.

IDIOSINCRASIA. Vive en la misma casa con IDENTIDAD y FOLCLORE. Sus habitantes se llenan la boca sintiéndose orgullosos de estas tres solemnes pendejadas.

AUSENCIA. Canción de salsa extraviada. La tenía en un disco compacto de MP3. Durante una reorganización casera rompí todos los lazos con la piratería. Se me olvidó que una de esas colecciones ilegales incluía la canción que tanto me gustaba. Pero lo peor fue que la olvidé por completo, seguramente porque la escuchaba cuando el licor me ponía a tono con la bravura y dureza de ese ritmo. Desde entonces, la busco sin éxito en bares salseros y en plataformas de internet. Intento acordarme de su letra y melodía. Su mensaje, al menos una idea somera. Nada. Continúa escondiéndose. Sospecho que será ella la que alguna vez me encuentre. Entonces cantaremos y bailaremos hasta que los tímpanos de la razón exploten y los de la emoción aprendan de veras a vibrar.

REINA. Son varias las que se hacen llamar así en relación con el aire ancestral del porro, hasta tal punto que existe un litigio por el uso exclusivo de esa expresión. Así de majaderas son algunas luces. Nadie es dueño de nada. Ni reina sobre nada. Mucho menos tratándose de música. En el arte sobran los reinados.

RESPONSABILIDAD. Antes, escribía con más libertad y atrevimiento. Me sentía solo en los espacios donde acostumbro a desaguar mis textos. Hoy, consciente de tener lectores, toca cuidar cada palabra, medir sus consecuencias. Aunque, en mi caso, es muy raro que deje de escribir algo por ese tipo de temores. Responsabilidad sin arrojo no es responsabilidad.

FRAGILIDAD. Qué tan fácil se deterioran las relaciones familiares. No aguantan el primer conflicto económico. Si es por una herencia, ni que decir tiene. ¿Culpables? Ninguno de los implicados. Quizá sea intrínseco a lo familiar el infortunio; la convivencia, sea la que fuere, es la mayor causante de problemas. Y luego todo se dispersa, todo se distancia, y podría pensarse que las soluciones son así más expeditas. ¡Falso! El amor filial es débil y no tan poderoso como se afirma. Digamos, para llevarle la contraria a Blades, que Familia no es familia. Nada en ella, ni su más seguro cariño, dura en verdad toda la vida.

TRASGO. Hace poco hizo que K se tropezara y cayera en el aljibe que está en el patio. Por fortuna, medio cuerpo le quedó afuera y pudo salir por sí misma. Días después, abriendo la puerta de un clóset hizo que se desprendieran las bisagras y la puerta la golpeó en la frente. Chichón enorme que, por fortuna, cedió rápidamente con bastante hielo. Este duende travieso es cosa dura. La hizo resbalar ayer por la escalera, en el penúltimo peldaño, y fue a dar de nalgas contra el piso. El recuerdo de Estrella flotando muerta en el pozo de la casa anterior nos sigue dando vueltas. Y qué tal lo que me contó Ismael. Es mecánico de motos y no puede descuidarse porque le tiran encima la que esté arreglando si da la espalda. Le ha ocurrido dos veces. Estoy vivo de milagro, dice. Trasgos, trasgos que a veces se les da por dañarnos los objetos, uno tras otro, y toca irlos reparando para no dejar que nos tomen ventaja. Entonces se cansan y nos dejan en paz. La vida sin ellos sería aburrida.

DUREZA. La que requiero en días de hondo desasosiego para regresar a la normalidad, a esa vida rutinaria y sencilla, fugaz e insignificante, que, al absorberme, me salva. Mi fortaleza depende de que todo a mi alrededor se tranquilice.

FAMILIA. “Plácido y Nochebuena”. Intentar, en vano, que el texto no fuera tan triste y doloroso. Esa invitación del final frente a la cual nadie, ningún familiar reacciona. Un hijo del autor lo lee, valora y cuenta que, por casualidad, hablaba con un amigo que está en su tierra, en San Onofre, con treinta o más familiares. Él le dice a su amigo que eso es muy bonito, que hay que atesorarlo, porque en algún momento, por el pasar de los años y la muerte misma, dejará de ser. El padre, el escritor, no tiene más remedio que estar de acuerdo y responder: Así es, y nosotros mismos nos encargamos de empeorar esa realidad cuando no somos capaces de mantener vigente la alegría. Padre de tigre. Día siguiente, fotos de una fracción de la familia registrando el nacimiento de una nueva tradición, que es a la vez la muerte de la que alguna vez fue inicio. Así es esto, unas se acaban, otras empiezan, y las nacientes también morirán algún día para dar paso a otras que borrarán las anteriores. Luna de vida. Sol de muerte.

DESPEDIDA. Una canción escrita doce años atrás. Él los llevó al aeropuerto. Se despidieron, primero de cerca, entre sólidos abrazos y camufladas lágrimas, y luego de lejos, a través de miradas cargadas de tristeza. Al menos, las suyas lo fueron. Él sabía que pasarían muchos años antes de volver a verse. Agosto de 2012. La ausencia persiste. No pensó que fuera tanta. Él también viajó ese día, pero hacia un minúsculo universo. El de su hermano era más grande. O tal vez más pequeño, dependiendo… Desde entonces, ha escrito textos muy duros prefiriendo la idea de un recíproco y necesario olvido. Las distancias eternas es mejor no lastimarlas. Hoy cumple años el ausente; meses, quizá años sin conversar siquiera, en los que la tecnología no ha servido para mantener vivo el simulacro del afecto. Demasiadas prevenciones y silencios ardorosos. Malestares que nunca faltan. Seres que se esconden unos de otros, porque es tan fuerte el amor que, ante la lejanía ineludible, opta más bien por sepultarse. ¡Qué duro y triste todo esto! Cuando más se quieren, más se separan. Amigos, amores, hermandades. Son más fuertes cuando están más lejos. Excepto uno, un amor incondicional e inconfundible que todos los días desborda su existencia, y dos rastros de sangre que igualmente lo embisten. Despedidas. La vida está llena de ellas. Y la muerte, ni se diga. En últimas, hay cierta felicidad latiendo por ahí, porque lo que se convive a diario, por lo general, no se pondera. Hay algo de veras sorprendente: no se necesita de la cercanía para besar la aurora. Es mejor morirse antes que después. Que es casi lo mismo que vivir para siempre.

SINONIMIA. El doctor Ángel. Un comentario suyo a una entrada del blog Solo para fracasados (Relaciones Humanas): “De esos hermanos que andas buscando ya tienes algunos: se llaman amigos, a otros o te has negado la posibilidad de encontrarlos o les has negado la posibilidad de encontrarte”. ¡Cuánta verdad en esto! Pienso en RR, FM, RB, LG y en el mismo doctor Ángel… Con todos ellos he tenido acercamientos virtuales y telefónicos. Y con ninguno nos hemos físicamente saludado. Con RR esa posibilidad —varias veces aplazada— murió el 21 de junio de 2023. LG está enfermo y anda ya por los ochenta. Esos otros hermanos que han apreciado mis escritos y canciones, esta manía de aislamiento feliz que me carcome.

DECADENCIA. Un compositor afamado que contó con el beneficio de que le grabaran sus canciones cuando la tecnología, la piratería y la virtualidad estaban lejos de cambiar las cosas. Lo llaman el poeta de su lugar de origen. Y a él le place también llamarse así. Vive de las glorias pasadas, escucho sus nuevas canciones y la decepción me apabulla. Ni letra ni melodía. Las brochadas de poesía se le desaparecieron, ripios en cantidades, trata de innovar en lo textual pero tales innovaciones son toscas y de mal gusto. Hace más o menos un año quiso mostrar como un trabajo discográfico nuevo un viejo disco compacto que no circuló mucho. Quienes no conocían este precedente se deshicieron en elogios. A uno de ellos lo saqué del error enviándole una foto de la carátula de aquel CD que en su momento compré. Así que canciones o grabaciones nuevas, estas de ahora, muchos años después. Lamentable declive.

RUTINA. Lo menos parecido a una desabrida costumbre. Viernes. De noche. La 58 está llena. Diez cuadras más o veinte menos. No es hábito. No hay nada como salir a recorrer la ciudad sin rumbo fijo. O sí: el hábito de no tener hábito, pero terminar siempre en alguno de los pocos lugares frecuentados. Como hoy, vueltas y vueltas por distintos barrios, buscando otras opciones para las jornadas sabatinas, descubrir uno al final de La Principal granjera, llamativo, luces, colores, sonido a todo dar, champeta, es temprano, está vacío. Mañana, mañana será otro día, dejará la nave en casa y se irá a caminar por esas calles donde una vez, hace treinta años, lo atracaron, en pleno romance con una hembra de otro mundo. Y, por último, la 68, cuatro cervezas, algo de comer y llegar a casa antes de medianoche. Hay rutinas que se acercan bastante a un sosegado éxtasis.

VINO. Hora de dormir. Pero antes, un zumo, un néctar, elixir, ambrosía, un pensar en todo lo que aún se puede y se debe hacer para ser feliz. ¿Feliz? ¡Sí!, ¿por qué no? La felicidad está más cerca del dolor que del placer.

DESILUSIÓN. Pactos que prometen cambios y a la hora de la verdad sus lugartenientes decepcionan. Pensar que se votó por ellos. O digamos con más exactitud que por su adalid, potenciado por el necesario contrapeso de su fórmula vicepresidencial, creyendo que detrás de ambos había más que individualismo y oratoria. Craso error. Al parecer, no había nada más, o muy poco como para justificar tanta alharaca. Y los que, por sus pergaminos sindicales, sociales y políticos, se pensaba podían estar a la altura del gran líder, acabaron siendo un fiasco, demostrando lo que en realidad son: ineptos y aburguesados. Si con justedad se les cuestiona, sacan a relucir entonces, con miope orgullo, su pasado revoltoso y militante: las amenazas, los atentados, los exilios. De nada ya les sirve, pues sus actos presentes los han desdibujado del todo. En definitiva, los rebeldes en el poder no lucen. No sirven. No funcionan. Lo suyo es la Utopía. Hasta ahí. Más allá de eso son un patético desastre. Países sin solución. Los otros son peores. Mea culpa. Lo que estaba detrás debió haber valido de advertencia. El caudillaje tarde o temprano se derrumba. Votar por un caudillo es votar por egos enfermizos, sean derechosos o izquierdosos. Desilusión es un vocablo que nunca termina de sorprendernos.

INVESTIGAR. No se salva tampoco la cultura. Compleja mezcolanza de método científico, gramática y literatura. El lenguaje técnico suele ser torpe y aburrido. En Ciencias Sociales puede llegar a extremos horrorosos y contraproducentes. Ensayos que acaban exagerando de manera jactanciosa. Hasta se inventan que un compositor cuya obra se examina empleó tal teoría en la construcción de equis o ye canción. Y ese pobre compositor no tiene ni idea de lo que su admirador dice. Escucha a solas su canción a ver si encuentra eso tan enigmático que el investigador ve. Seré bruto, yo no veo esa vaina, ni siquiera la pensé, y sonríe satisfecho de su sencilla y genial creación, que da hasta para hablar pendejadas y locuras. Los análisis no sobran y los expertos pueden darse gusto en ellos, siempre y cuando no se les olvide consultar el refranero: bueno es el culantro, pero no tanto. Un poco de literatura nunca está de más. Literatura, no jerga prosopopéyica. Para alcanzar el punto de equilibrio se necesita inteligencia y perspicacia. Pero de lo que más se requiere es de autonomía crítica, puesto que el investigador debe salvaguardarse de adorar lo investigado. Su objeto de estudio no puede enceguecerlo, convirtiendo su libro en una marea de nauseabundas loas a los personajes que por él desfilan. De ahí que el escritor tenga siempre que asumir riesgos si aspira a que sus textos obtengan algún valor estético. En esto pesa también la ética del escritor. Su intuición. Su valentía. Su originalidad. Deberá decidir qué prefiere: la amistad o el arte. ¡Así de jodida es la cosa!

BARES. “La Bichota Bar”. Así se llama el sitio. Barrio Vallejo, otra posibilidad para hoy. Esperando información precisa. Rematar faena en “No hay Bar que por bien no venga”. El solo nombre es de ensueño. El lugar no lo es tanto. Todos los sábados, uno más por conocer. Días que pasan y vuelven, palabras que son también la vida, prosador empedernido, jamás descansas, en ningún tiempo te rindes.

ESCRITOR. La alegría de no depender de editoriales ni de lectores. Si fuera famoso y lo publicaran tendría que someterse a correctores de estilo y gustos del mercado. Pues sí. La literatura es una empresa. No más autopublicaciones de libros. Escribir a sabiendas de que nada triunfante ocurrirá. Escribir porque sí. Porque vale la pena lanzarse al precipicio.

FBA

 

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