EL MACHISMO MARICÓN DEL VALLENATO

Cuando publiqué mi poemario Un imposible viaje en 2002, recibí de mi hermano Ceba una misiva (en ese tiempo aún se enviaban y se recibían cartas manuscritas) en la que ponderaba algunos aspectos de ese libro, desdeñaba otros, y concluía: “siento que has superado el machismo maricón del vallenato”.

Yo era todavía en esos años coleccionista de música vallenata, aunque ya con menos intensidad que en los setenta y ochenta del siglo pasado. La degeneración de dicha música, a partir de una lloradera pendeja y nuevas olas que trastocaron ritmos y melodías, además de letras insulsas y ridículas, me había empezado a alejar de ese romance mío con la música de acordeón. Digamos mejor vallenata, para no meterme en líos interminables con sabaneros. Estos se creen mejores, pero la crisis los afecta por igual.

Escucho ahora tres canciones que están de moda, reparo en sus letras y me encuentro con que ese machismo tontorrón sigue presente. En “Dele que dele”, por ejemplo, sí que es ostensible y patético. Cosas como: “O es que acaso se te olvida que conmigo viste estrellas por primera vez o no recuerdas cuando me decías que como yo otro hombre no volvía a nacer… tú puedes salir con el uno y el otro, pero algo así tan sabroso solo te lo da este loco… dime cómo te olvidas de esas noches salvajes, tú no vas a volver a sentir algo tan grande. Y cuando hables de mí, respeto pa’l señor que te enseñó a besar y a hacer bien el amor, y cuando hables de mí no lo hagas con rencor, tienes que agradecer que fui tu profesor… Esa habladera que cargas de mí son puras ganas de volverme a ver, soy el que sigue gobernando en ti porque en el fondo tú sabes que después de mí la pared”. ¿Quién más podía ser su autor? Mejor no lo menciono. Pobre idiota, seguramente va a morir creído y engañado (me refiero al personaje de la canción, no al compositor; entiendo que este lo hace porque son esas bobadas comerciales las que le dan más plata, como aquella otra suya, sobre una aplanadora que no aplanaba nada).

El compositor de Reina Guajira no obstante ser esta una canción mucho mejor lograda, textualmente más que todo en su segunda parte tampoco se salva de incurrir en la bobería de creerse superior e inolvidable. Veamos: “Yo quisiera volver a sentirte, volver a abrazarte, pero es que no puedo, es sagrada una mujer ajena, ya ves que me duele, pero yo me alejo, y vivirás reina guajira hasta en mi sangre y tú nunca olvidarás mi amor de pueblo”. Como quien dice: sabemos que ella se fue con un mejor partido que supo ganarse primero a su papá, interesada la tipa, pero si él quisiera podría reconquistarla fácilmente, pues no depende de ella, sino de él. Él tiene el poder. Qué amor tan irresistible y desprendido. Dizque esa mujer no lo olvidará jamás. Otro que va a morir engañado.

Por su parte, al autor de “La Parafernalia” se le sale igualmente el machista cuando dice: “... y el dueño y señor es Rafa… me la conseguí, me la conseguí, y tiene mi sello y mi marca”. De veras que me hace reír. A estos manes qué les pasa. Nadie es dueño de nadie, nadie marca a nadie, y mucho menos en el tormentoso terreno del amor, donde si la vaina funciona es un milagro y si fracasa ambos protagonistas se van, en igualdad de condiciones, para el absoluto carajo. ¡Qué falta de creatividad tan espantosa! ¿Acaso ese personaje propietario que para atenuar su fatuidad acude al alhelí y al potosí, cuando su diosa va al inodoro también defeca por ella? Qué tipo tan cacorro el personaje de esa canción. Otro majadero sin oficio ni beneficio.

¡Qué cosa con estos machistas badulaques! ¿Quién se come a quién? Buena pregunta. Como si se tratara de un producto consumible. Después de un baño todo vuelve a su estado anterior, y los cuerpos, incólumes y nuevos, sin vestigios de la última manoseada, vuelven a entregarse a la conquista animalesca de la máxima dicha. El amor es, en esencia, irracional.

Lo más contrastante es que dos de esos tres compositores son veteranos y bendecidos desde hace mucho tiempo por las grabaciones comerciales. Con tal de reencaucharse se repiten melódicamente hasta la saciedad y continúan creyéndose los príncipes del amor victorioso o despechado. Son, como dirían un par de amigos, la verga, aunque, claro está, por debajo del otro compositor, el más exitoso, el fabricante por excelencia de canciones desechables, que se cree el falo amorosiento más invencible de todos.   

Pobres mujeres de las canciones vallenatas: siguen siendo las malas del paseo, cuando no las tontas y mojigatas que nada saben del amor y de la vida, y necesitan de un hombre, un macho que les enseñe. Más bien pobrecitos esos hombres que no saben, por lo visto, nada de mujeres. Yo tampoco sé gran cosa, pero sí sé que ellas saben mucho más que nosotros sobre sí mismas y hasta de nosotros. Y de sexo es preferible no hablar. Nos llevan larga ventaja en conocimiento y fortaleza. Componerles esas baboserías es irrespetarlas en su intimidad y, lo que es más ofensivo, en su inteligencia. Las creen pendejas. Que conste que no es este un debate feminista. En todas partes se cuecen habas.

Aquellas canciones vallenatas que lograron incidir en mis gustos musicales de manera significativa tampoco es que hoy me digan mucho. Analizándolas ya sin el calor de la parranda, sin la pasión de aquellos bulliciosos años, muchas de ellas no eran en realidad poéticas, si acaso una que otra brochada paisajística o bucólica. Cada vez me convenzo más de que poesía y letras de canciones no son la misma cosa, por más poéticas que las canciones pretendan ser. Estamos muy lejos de aquel asunto primigenio en que poesía y música se complementaban con mutua calidad. No lo digo yo. Lo afirman cancionistas que sí saben de eso, y son exitosos y premiados tanto en lo uno como en lo otro, pero tienen muy clara la diferencia. Leer los poemarios de Leonard Cohen no es lo mismo que escuchar sus canciones. Léanse La caja de especias de la tierra y La llama (póstumo).

Así que… bueno, tema bien espinoso este. Y las compositoras vallenatas, ¿qué dicen al respecto? Ahí tienen todo un material por explotar. Ojalá no repitan la cursi historia de esos hombres que hasta cuando lloran se creen irremplazables. Aprovechen. Desquítense.

El machismo tiene, por supuesto, su propia tradición en el mundillo de la canción vallenata, pero era jocosidad, mamadera de gallo, picardía, no estas babosadas de ahora, estos sainetes estúpidos de hombres que se creen superdotados. Tenía razón mi hermano Ceba: puro machismo maricón. Con perdón de la mariconería, que no finge lo que no es y sí que es digna de valoración y respeto. Hasta son más varones que esos varones que se jactan de ser profesores en el “dele que dele”.

Entendamos que la evolución textual o literaria del vallenato permanece en pañales, se sigue componiendo lo mismo, y algo peor: alrededor de un único tema: el amor que concibe el amor en función de las pobrezas e imbecilidades del mercado. No se trata de regresar nostálgicamente a los gloriosos tiempos de antes. El reto es mayor, y tiene que ver, básicamente, con el futuro. Nada de quedarse rumiando lirismos agotados.

El fuerte del vallenato ha estado más en lo rítmico y melódico que en lo textual. El descuido de este aspecto es asombroso. De gramática, ni hablar. Ese cuento de que los compositores vallenatos son poetas debería, para grandeza de ellos mismos, replantearse. Y no se trata de purismos, sino de poner cada cosa en su lugar. Hay, sí, algunos que de vez en cuando terminan siendo más poetas que los más desorbitados poetas hacedores de versos malditos. Pero lo curioso es que esos no se creen poetas: a lo sumo, ángeles vagos y pecaminosos o remansos grisáceos. Ninguno de ellos se designa poeta de tal sitio. Es de lamentar que también existan cantantes e intérpretes que se creen reyes o reinas del porro y de otros ritmos, y hasta se disputan legalmente tal merecimiento. Yo, cuando más, me atreví alguna vez a creerme el cantor del destiempo, solo por burlarme de mí mismo, hasta que caí en la cuenta de que la cosa se me estaba volviendo seria y decidí condenarme, a tiempo, al anonimato.

Hoy me pregunto cómo pude ser seguidor durante tantos años de aquella música vallenata que llegué incluso a idolatrar. Cosas del licor, supongo, de uno que otro episodio mujerero que neciamente me envaneció o de platónicos enamoramientos juveniles. Siquiera que semejante fanatismo fue siempre amortiguado por otras músicas que, estas sí, continúan vigentes en mis deleites espirituales relacionados con melodía, armonía, ritmo y letra. Morigeraré este asunto diciendo que persisten canciones vallenatas, de distintas épocas, que aparto del montón y aún escucho. Y como saben: también las compongo y concurso con ellas en sus festivales. Tremenda la paradoja, si bien debo aclarar que contienen letras rarísimas que parecen provenir de otros planetas. Eso me dicen.

Me largo ya de aquí. El que quiera escupir, que escupa.

Los dejo con este párrafo de Marguerite Duras: “Debiera existir una escritura de lo no escrito. Un día existirá. Una escritura breve, sin gramática, una escritura de palabras solas. Palabras sin el sostén de la gramática. Extraviadas. Ahí, escritas. Y abandonadas de inmediato”.

FRANCISCO BURGOS ARANGO (FBA)

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