RELACIONES HUMANAS

Qué difíciles son. Las amorosas ni se diga. Las de la amistad. Las del trabajo. Las sociales. Las públicas. Las privadas. Las reales. Las virtuales. Las políticas. Las religiosas. Las mercantiles.

Pero las más complejas son las familiares. Y tiene ello su clara explicación. Son personas que crecen juntas, se conocen mejor y tienen, por tanto, muchas más razones para odiarse. Virtudes y defectos, ¿quién se salva de esto? De ahí que aquello de ser asocial, incluso antisocial, me resulte apetecible. Aunque lo mejor es aislarse, evitar al máximo cualquier tipo de relación humana. Pero ¿cómo hace uno para distanciarse de aquello con lo que a diario convive? Ataduras que duran años, mientras la familia no se desintegre o los hijos no tengan todavía con qué emanciparse.

Y entre las familiares, las más desastrosas son las que se desarrollan entre hermanos. Entre padres e hijos los disturbios tienden tarde o temprano a superarse, y entre cónyuges o compañeros permanentes, después de millones de pleitos, si la calma llega, esta va dando paso a una convivencia más o menos placentera. El problema es mayor entre hermanos. Y si hay asuntos económicos o herencias de por medio, sálvese el que pueda. No hay inocentes ni culpables. Debo sí reconocer que soy de mala calaña, y que me valgo del humor y de la literatura para mis perversos fines. Hay excepciones, como en todo. Sé de hermanos que se adoran y se lo demuestran de manera copiosa. Conste entonces que no particularizo en absoluto.

A veces se me da por pensar en la posibilidad de que a estas alturas-bajuras se me aparezca una hermana o hermano, que algún día alguien llegue o me llame por teléfono y me diga: somos hermanos. Y me cuente una increíble historia. Por vía paterna o materna, me da igual. Pienso en esa alegría y el corazón se me acelera. A K le resultó hace poco una hermana paterna de la cual no tenía conocimiento alguno, y qué relación tan bella y afectuosa la que hoy tienen. Por lo dicho: porque se salvaron de crecer juntas. Obviaron comprobaciones y la aceptación paternal. No les importó, se contentaron con saberlo y punto, nada que averiguar.

¿Dónde estarán esos hermanos míos que aún no conozco? Si no aparecen me los inventaré, de pronto se me dé por ser yo el que llegue o llame. Pero debo escoger muy bien. Investigar a fondo quiénes son. Me propongo encontrar a esos hermanos que me faltan, hermanos no de la casa sino de la vida, que no sean alérgicos a los calores del abrazo, que de verdad quieran y se dejen querer sin aprensiones. Nada de frialdades, silencios y lejanías. Nada de afectos desabridos, en abstracto. Me imagino comunicándole a quemarropa mi decisión al elegido: acabo de decidir que serás mi hermano, ¿me aceptas? Estas cosas deberían poder hacerse. Acabar con los vínculos impuestos por la sangre y solo admitir los vínculos que uno mismo, de manera libre y voluntaria, determine. Otra posibilidad es la de esos hermanos que crecen distanciados por serlo solo de padre (más que de madre), y que, con el tiempo, podrían convertirse en los mejores hermanos de este mundo.

Tengo por fin en mis manos los Suicidios ejemplares de Enrique Vila-Matas. Empiezo a leer en desorden sus relatos. “El arte de desaparecer” es el primero. Contundente. Ahí estoy yo más que pintado. Me pasó lo mismo con algunas páginas de Escenas de una vida de provincias (Infancia-Juventud-Verano) de Coetzee. ¿Cómo puede haber tantas similitudes entre seres tan lejanos y pertenecientes a mundos tan opuestos? Sencillo: porque somos humanos, y como humanos pasamos, por lo general, por idénticas experiencias, familiares, sobre todo. El mundo de afuera puede ser muy distinto, pero el de adentro tiende a repetirse. Esos escritores que escriben sobre mí sin conocerme son también hermanos míos. Jubilación, horror al éxito, rechazo del protagonismo, gusto por el perder, modestia, búsquedas oscuras, no publicar, no exhibirse, escritor secreto, “pasar desapercibidos, vivir en el anonimato”, disfrute de “una discreta y feliz existencia”, “siempre en lo mismo, siempre”, fidelidad de una voz, curiosos dilemas, aventuras siniestras, riesgo, desnudez, humillación, huir, perderse, los peligros de la literatura, “la obligación del autor es desaparecer”. En todo eso me veo retratado. ¿Pensarán acaso que escribiendo sobre ellos están escribiendo igualmente sobre otros, tal como cuando escribo sobre mí estoy escribiendo asimismo sobre ellos?

Pero bueno, debo decir que tengo, en todo caso, una familia con la que jamás peleo. Una familia ideal. Y para ella escribí este texto que hoy, aquí, víspera de Nochebuena, les ofrezco a mis lectores. Espero que el 25 de diciembre la Navidad me traiga la buena nueva del retorno de Josefina, o el nacimiento de algún hermano o hermana mayor o menor que yo, proveniente de amores más afectuosos y tranquilos.

Relaciones humanas. Qué difíciles son. Difíciles somos. Y en la dificultad está el placer.


FAMILIA


Beatriz: 

cucaracha del

disparate que

juguetea infantil

con mis zapatos

se acerca

se aleja

regresa y se divierte  

girando en torno

a ellos

huye luego veloz

ni ascos ni sustos

la espanto con

cuidadoso amague

salvándola de morir

aplastada por los

dantescos zapatos

que venera


Rafaelito: ratón

decente y tierno

que entra con sigilo

a mi sala de música,

se detiene, me mira

calcula el mejor

momento de correr

y esconderse en la

cabina donde grabo

lunas, soles, albas

y otros desperdicios

Lo perdono por

haberse comido

la membrana de un

bafle


Josefina: rana del

óleo de las mariposas

negras, detrás de las

cuales esconde ella

o él (Josefino)

sus fétidos augurios

Días sin verla

sin escuchar su

intraducible encanto

(sospecho que le

echaron sal

para infartarla)

qué falta me hace

croarnos de noche

nuestras cuitas


Marx: siempre

Marx, subiéndose

a mi hamaca

al oler que

despierto

(Estrella

observándonos

conteniendo

su cola desde

un fantasmal

silencio:

celosa

rotunda

reencarnada)


Pepe Ortiz: culebra

que mudó de piel

dejando la anterior

como precioso

aviso


Campeón:

turpial ciego

y resistente,

varios años

escuchándolo

en su jaula

enmudecida


Javier Ignacio:

gato indecible

que vigila el

garaje,

me ve llegar

cierra los ojos

los abre y se

despereza para

regalarme su

mejor sonrisa


Julia y Sofía:

hermosas gallinetas

revoloteando

en el jardín

del sueño


Juan Gabriel: sapo

que mea y caga

por toda la casa

se baña en el agua

de Marx, duerme

en ella, y antes

de irse se devora

con felicidad su

concentrado


Mi familia

son Ellos:

su realidad

confiable

su afecto

inconfundible


FRANCISCO BURGOS ARANGO 

(FBA) 

Comentarios

  1. Excelente Francisco. De esos hermanos que andas buscando ya tienes algunos: se llaman amigos, a otros o te has negado la posibilidad de encontrarlos o les has negado la posibilidad de encontrarte. Fuerte abrazo navideño.

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    1. Maestro Ángel, mil gracias. Concuerdo con usted. A veces me sorprendo de la cantidad de amigos que en realidad tengo, que he ido acumulando con el paso de los años, así nos hayamos recíprocamente alejado por cosas del destino o del mismo transcurrir del tiempo. Cuando reaparecen, reviven las historias y los lazos de auténtica hermandad. Recuerdo a un joven amigo poeta que escribió una vez un texto en el que se refirió a mí: terminaba diciendo que yo no era su amigo sino su hermanazo. Ahora que las familias por cosas de la vida y del tiempo se dispersan, debo abrir más el corazón en procura de esos otros hermanos que me circundan. Como el Siddhartha de Hermann Hesse, encontrar más que buscar. Fuerte abrazo.

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