PALABRAS QUE SON TAMBIÉN LA VIDA

LIBRO. Libros que vienen viajando desde Chile, Argentina, España y Estados Unidos: Diario Argentino, de Witold Gombrowicz; Lo que queda por vivir, de John Updike; Suicidios ejemplares, de Enrique Vila-Matas, y El pintor de batallas, de Arturo Pérez-Reverte. Cuatro más que surgen de la lectura de Cómo piensan los escritores, de Richard Cohen: Musicofilia, de Oliver Sacks; Los mecanismos de la ficción: Cómo se construye una novela, de James Wood; El sentido de un final, de Julian Barnes, y Mientras escribo, de Stephen King. Por factor pesos toca frenar el impulso y esperar algún inesperado regalo navideño.

PEDANTERÍA. Cierto tipo de crítica literaria. ¿Quién será peor: un escritor arrogante o un crítico literario presumido? A través de un contacto de Facebook me entero de la existencia de alguien muy sonado por sus ácidos embates contra figuras del establecimiento literario y farandulero de la Colombia actual. Por su crudeza e identificación de sus víctimas, la prosa llama, sin duda, la atención. Tiene apartes muy bien estructurados, pero de un momento a otro predomina el epíteto facilista y la animadversión de quien escribe. Me paso media tarde leyendo una publicación tras otra. No conocía esta pluma de grueso calibre, sin pelos en la lengua, muy al estilo de la del poeta Harold Alvarado Tenorio (siendo la de este mucho más informada, de más peso, menos envenenada por la futilidad y la venganza, más matizada por el humor y la ironía). Concluyo que hay más provocación que argumento, más antipatía que profundidad, un incontrolable deseo de polemizar y escandalizar a costa de lo que sea, la meta es posicionar un nombre así se diga aborrecer el reconocimiento, basura contra basura, hacerse merecedor de odios e insultos, fama es fama, positiva o negativa, esta última da más réditos, y a pesar de todo ese derroche de calificativos y groserías la fama termina dándole a su favorecido la paradójica posibilidad de ser amado. Lo de construirse un personaje polémico podría ser un medio para llegar a un fin. Funciona en la música, ¿por qué no habría de servir en la literatura? La suerte asimismo cuenta. La altanería con la que responde a los comentarios que no le gustan es denostable, pugnacidad incluso contra quienes osan defender sus posturas. Con algunos planteos estoy de acuerdo, como en aquello de que, por encima del compromiso periódico con el mercado literario, más allá del renombre y del poder, deberían estar el arte, la estética y el respeto por todo lo que implica el inevitable oficio de escribir. Ataca bastante a un escritor que acabo de leer y que me causó, en términos generales, una buena impresión. No soy para nada un lector ingenuo que se deje conmover por prosa vacua. Su crítica es acerba y despiadada, seguramente conoce de cerca al personaje y es esto lo que nubla su juicio al olímpicamente descalificarlo. Suele ocurrir. Valiéndonos de sus libros nos hacemos una idea del escritor, y resulta que ese escritor es, en realidad, un farsante, un traficante literario sin escrúpulos, uno más bendecido por el negocio editorial, que cuenta con escritores fantasmas a su disposición. En todo caso, la buena literatura no se vuelve mala porque su creador sea un completo hijo de puta. El libro que acabo de leer dista de merecerle semejante diatriba a su exitoso autor. Me parece que la cosa es más personal y pasional que literaria. Pero bueno, cada cual tiene derecho a expresarse como quiera, y en medio de todo ese arsenal de municiones desenfrenadas es innegable que hay amor por la literatura y valoración por el oficio, academia y vida, osadía y desenmascaramiento. Sí: alguien tiene que hacerlo. Aunque pienso que lo corrosivo es más corrosivo cuando no es tan visceral y burdo, más tenebroso y efectista cuando goza de sutileza y elegancia. Del asco y el fastidio nadie está a salvo. Utilizar las mismas armas del otro para intentar destruirlo no es muy acertado que digamos, y peor que peor si termina el crítico igualándose a su víctima. En crítica literaria la ética no debería someterse a relatividad y manoseo.

CONFLICTO. Mi espíritu es, sin duda, conflictivo. Cuando detecto a alguien como yo (amigo o no) opto por alejarme o alejarlo, e idéntico proceder espero de su parte. Espíritus fuertes y agresivos que son incapaces de guardar silencio, propensos, por tanto, a chocar de manera indefectible. A estas bajuras prefiero evitarme ese universo de explosiones. Por el bien de todos y de nadie.

LAMBONERÍA. Asociada al interés. Releo un correo electrónico enviado hace media hora por M.: “Intento comprender a sus adeptos, a quienes la practican con lucroso objetivo. Creo lograrlo, pero debo ser sincera y confesar que, por más que quiera e intente, no me pasan del todo. Así que, antes que fingir y tolerar, lo ideal sería aplicarnos la misma salida del vocablo CONFLICTO: mutuo y preventivo alejamiento. Debo eliminar a esas voces doblegadas de mi convulsa vida, poco a poco, sin que se den cuenta. Y que conste que no soy afecta a moralinas, es solo que el doble discurso y la doble moral me provocan repugnancia, me perturba la idea de que sujetos como esos serían capaces de la bajeza más baja con tal de asegurarse sus prebendas. Lambonear es un verbo altamente productivo, y ante ello poco les importa a sus conjugadores desdibujarse, prostituirse, envilecerse, y tampoco es que les inquiete mucho lo que puedan pensar de ellos sus amigos más fieles. El dinero está por encima de todo. Es ley de vida o muerte. Da pesar que seres excepcionales se deshagan en lisonjas a una evidente mediocridad, y más triste que tengan que humillarse para conservar sus beneficios. Como diría Serrat, entre esos tipos y yo hay algo personal. O tendría que haberlo. Pero no. Pero sí. Con alguito todavía de cariño y admiración”. Me sorprende este correo de la M.; ¿cómo pudo enterarse de mi solución en torno a CONFLICTO? Esta M. no tiene compostura. Pero me gusta su franqueza. No es hipócrita, no sufre de la enfermedad del tonto aprecio. Yo no soy capaz de decirles ese tipo de cosas a mis amigos. Prefiero resguardar la amistad. Y como lo he escrito otras veces: la amistad sin la hipocresía se desvanece de manera irremediable. Hay verdades y pensamientos que deben permanecer ocultos.

MUERTE. Amigos que me censuran por emplearla tanto en mis escritos. No soy su apologista. Por el contrario: me considero vitalista, aunque lo sea de una forma a lo mejor atípica. Esta palabra sí que tiene que ver poderosamente con la vida. La saco a pasear (y a beber) para mantenerla distraída u ocupada, la vigilo de cerca, pienso en ella para que ella no tenga tiempo de pensar en mí. ¿Qué tal su puntería? Como la de ese rayo que mató hace poco a una turista venezolana, madre de tres hijos, en las playas de La Boquilla en Cartagena. ¿Por qué a ella y no a otro de los que estaban cerca? Familiares, amigas, conocidos, vendedores, vacacionistas. No. El rayo la eligió a ella. ¿La eligió? ¿Destino? No creo. Descuido más bien. Siempre hay que estar pendiente mirando hacia arriba y hacia abajo por si las moscas. Si es que un rayo es esquivable. Supongo que sí. Tendríamos que practicar para saberlo. La tierra también tira lo suyo. Hay que estar pilas. ¿Habrá algún dios loco allá arriba jugando con relámpagos y truenos? O es solo la naturaleza mostrándonos la fuerza de sus leyes, su ciega fulguración insuperable…

ESTAFA. Me acuerdo de mi profesor de Derecho Penal Especial, Carlos Jaramillo, siempre risueño e ingenioso, picarón, fumando en pipa, olor de picadura fina y agradable, dándose su porte, explicándonos con malicia la tipificación de algún delito. Llegaba tarde y en diez o quince minutos despachaba su compromiso académico. Sus clases eran toda una maestría de elegancia y cinismo. En el delito de estafa, por ejemplo, nos explicaba que el estafado tiene algo de estafador, puesto que busca obtener algún provecho del negocio que le ofrecen. Fui víctima de una habilidosa estafa el domingo 19 de noviembre sin pretender ningún beneficio, solo cancelar la tarifa legal de un servicio obligatorio como está contemplada, sin rebaja alguna. Toda una obra de arte que se consumó por WhatsApp. Se me había vencido el documento y me urgía para poder viajar, era domingo, primera vez que se me daba por adquirirlo a través de internet, debido a que los establecimientos donde lo había hecho en años anteriores dejaron de venderlo. Me tomé mi tiempo, sospeché, indagué, y como la cuenta bancaria era de una entidad confiable me atreví a hacer finalmente la transacción. Me enviaron ese mismo día el documento, impecable, mejor que el original. Días después nada que figuraba en el sistema de información oficial. Fui al banco y confirmé que la cuenta sí existía, que había sido abierta hacía un mes por internet, varias consignaciones, todas retiradas, saldo en cero, bloqueada por investigación. Una cuenta abierta en una prestigiosa entidad financiera para cometer delitos. Así es la Colombia nuestra de todos los días. Total, que me jodieron. Me causó risa en vez de rabia. Entonces se me dio por escribirle a mi delincuente, lo felicité, lo aplaudí, deseándole que ese dinero le sirviera para algo, no sin pedirle, medio en broma, que me regresara al menos la mitad, agregándole que el resto se lo regalaba. Estuve tentado a pedirle que perfeccionara el iter criminis y subiera el documento al registro. El análisis de la estafa pasa por la idoneidad del engaño, la autopuesta en peligro, la acción a propio riesgo, el comportamiento de la víctima, todo un duelo de inteligencias entre timador y víctima. Qué vaina tan bella. ¿O no? Me despedí de mi estafador con lo siguiente: You will fall too, a lot eye. Nada de qué quejarse. Los escritores también estafamos al lector.

CÁRCEL. La historia de mi amigo J. Meses sin hablar. Me llama temprano en la mañana desde un número fijo que no conozco. No contesto. Insiste. No contesto números desconocidos pero un pálpito me hace contestar. Es él. No puedo hablar en el momento y le prometo llamarlo antes de mediodía. Me desocupo y lo hago. Durante la conversación lo noto ansioso, se desahoga, no para de hablar, intento interrumpirlo y continúa en su afanoso soliloquio, como si tuviera muchos años sin hablar con un amigo. Un amigo como yo. Y como él. ¡Qué grande fue nuestra amistad! Y mucho más grande fue el dolor de aquella forzosa despedida. Le aconsejo que escriba su historia y me le ofrezco para literaturizarla un poco. La idea le suena, me dice que dos amigos más le han sugerido lo mismo y que mañana empieza. Me cuenta por primera vez en tantos años de amistad un asunto que se había reservado: el asesinato de su padre en presencia suya, cuando él tenía ocho años. Su madre les rogaba a los chusmeros que no lo mataran, época de la violencia, años cincuenta, esa violencia que en Colombia siempre ha estado y nunca se ha ido, precisa mi buen amigo J., le digo que escriba también sobre ese episodio, que empiece su historia desde el presente, su salida por fin de la cárcel, el cumplimiento de su condena de ejecución condicional hace poco, en noviembre, su viaje reciente a La Guajira con su mujer y su hija, regalo anticipado para esta por su próximo grado de bachiller, quiere estudiar matemáticas, me dice, hora y media lleva la llamada, me habla de la extrema pobreza presenciada en ese viaje, nos despedimos con la promesa mutua de conversar más seguido, quedamos en que me enviaría fotos de su viaje a La Guajira, me las envía, bonita su hija, se parece a su nombre, Angélica, eso le escribo, qué hermosa persona es J., limpia, maravillosa, incapaz de causar daño. Llamadas que dan ganas de continuar.

DESTINO. El de mi biblioteca. Pequeña pero significativa. Ahora entiendo que también se pueden comprar libros para que sean leídos por otros, futuribles receptores. ¿Quiénes heredarán los míos? Una amiga de K, la novia de mi hijo menor. Ambas leen, la primera escribe y, por su situación económica, se le dificulta comprar libros. Me imagino el banquete que se daría.

REHABILITACIÓN. Estoy en el segundo piso de un centro comercial comprando un par de almuerzos y se me acerca una persona que me parece conocida, la identifico, nos saludamos, le pregunto qué hace por aquí, vive en el municipio donde trabajo y yo ando desde ayer en la capital del departamento, me responde que está acompañando al doctor N. como conductor, busco al doctor N. con la mirada, lo encuentro, está sentado en una mesa con una mujer que parece ser su hija, me ve, el doctor N. como que me reconoce, pues se levanta de la silla y camina hacia mí. En efecto, me reconoce, me saluda con agrado, lo veo bien, contento de irse reencontrando palmo a palmo con lo que era su mundo, poniéndose al día, estrenando consciencia, me pregunta por mis canciones y festivales, tú eres bueno, me dice. Fue un caso que me tocó decidir en mi trabajo, un accidente, es médico, salía disparado en su moto a atender una urgencia en la clínica para la cual laboraba, como que se voló el pare y fue atropellado por otra moto. Quedó en muy mal estado, físico y psíquico, con el tiempo lo declararon interdicto, le nombraron un curador, solicitaron que autorizara su despido, proferí un fallo garantista, condicionado al reconocimiento de su pensión de invalidez, no fue apelado por ninguna de las partes, me alegra verlo tan recuperado, por lo que verifiqué en el expediente no se pertenecía, esto es casi un milagro, me digo, y soy por primera vez consciente de que en este trabajo en el que llevo treinta años y del que ya estoy cerca de retirarme he cumplido una labor social que me trasciende. Contra viento y marea. Silenciosa y fecunda. Honesta, valiente, edificante. Nunca agradecida por la entidad que, con acosos y persecuciones, me ha enfermado, y a la que he podido más o menos resistir sentando posiciones desde el primer día, y lo haré hasta el último, cuando todas mis luchas y riesgos por mejorar salarios y condiciones laborales, por respeto y dignidad, comiencen a ser recuerdo y, en menos que canta un gallo, ingratitud y olvido.

AGUARDIENTE. Terraza de la calle 36 con carrera 10A esquina, tomándome una cerveza y escribiendo, sábado, llueve a chorros, calle inundada, toca esperar a que escampe, varios jóvenes celebrando y bailando en mesa contigua, beben guaro, se les ve felices, no los envidio porque también he pasado por esas, he tenido momentos en verdad inolvidables, con amigos, con compañeros de estudio, estuve en tres universidades, dos públicas y una privada, al rato se me acerca una de las mujeres, alta, flaca, simpática, desinhibida por los tragos, me pregunta qué música quiero escuchar para que baile con ellos, no sé bailar, le informo, a lo sumo borracho, pero ya no lo acostumbro, bebo con moderación, solo mientras escribo dos o tres textos, se va y minutos después regresa con un trago doble de aguardiente, le digo que tengo siglos de no tomarlo, me insiste, que no la desprecie, no la desprecio, me lo tomo, me cuenta que están festejando el haber aprobado el examen de Laboral, de liquidación, que les faltaba, que en menos de un mes se graduarán como abogados, me da su nombre, es de Buenavista-Córdoba, tiene veintitrés años, por su promedio de notas fue eximida de hacer preparatorios, le gusta el Derecho Laboral, quiere hacer la judicatura para suplir la monografía, me atrevo entonces a contarle que soy abogado, treinta años de experiencia en Derecho Laboral, ¡es abogado!, les grita a sus condiscípulos, treinta años en Laboral y nosotros aún sin empezar, se ríen, vuelven a brindar, reparo la cara de la muchacha, es atractiva, me deleito con su voz, tiene facilidad de palabra, se expresa con fluidez, se lo digo, te irá muy bien en estos tiempos de oralidad, hablamos de ética, le doy unos cuantos consejos, una de sus amigas la llama, es mi mejor amiga, me explica con voz anudada, me hará falta cuando salgamos de la universidad, la extrañaré, llora, la consuelo con un par de frases, sigue de pie, añado algo sobre la juventud y la amistad, ella se ríe, me da las gracias y retorna a su mesa, bailan de nuevo, en recocha, se pone en cuatro y el joven que parece ser su novio dele que dele por detrás, ay, Derecho, ay, aguardiente, ay, ética, menea su trasero, busca la máxima vulgaridad, espanto mi mojigatería, ella ríe, ella celebra, eso es lo importante, yo también  tuve veinte años y un corazón no tan difuso. Siete días después estoy en otro sitio, otra vez en lo mío, en lo de siempre, una cerveza y escribiendo, pero esta vez no llueve y veo un partido de fútbol, hago fuerza por uno de los equipos, otro grupo de jóvenes en mesa contigua, una de las mujeres me ha estado mirando más de la cuenta, tiene a su lado al que presumo es su marido, evado, disimulo, pienso en aquellos días cuando el amor sangraba, fin del juego, ganó el equipo, no sé en qué momento me he vuelto su hincha, un joven que me hace acordar de mi amigo O. Amador (vaya apellido) me empieza a servir tragos de aguardiente, está feliz por el triunfo y me vio haciendo fuerza, ni modo de rechazarlos, me tomo varios, hora de irme, me paro, le agradezco y me voy por la calle remembrando aquellos guaros interminables de mi juventud.

LLAVE. Voy donde el cerrajero para sacar un duplicado de la llave de la puerta de entrada a mi casa paterna. No lo veía desde antes de la pandemia, pero recuerdo que es salsero, como yo, y le pregunto entonces por la música, así, sin especificarla; sonriente y animoso me contesta que firme, la música lo sigue siendo todo, la clave, el ostinato, lo tangible. Y al despedirnos me regala esta belleza: “No pienses tanto, sé feliz”.

RESPUESTA. Como la que me tocó darle al amigo A. hace unos días: “Así es, A.: es preciso reír. Te aplaudo por eso. Tocas temas sobre los que ya he escrito, in extenso, en distintos ejercicios literarios, por desgracia (o más bien por fortuna) casi todos todavía inéditos. Viajes imposibles, confort, caminos, calles, plazas, carencias... He estado pensando sobre estas publicaciones que hago los sábados al filo de la medianoche que son, así no lo parezcan, insumos literarios (mi libro Tiempos grises surgió de ellos, y ahora mi libro Lasitudes está viviendo lo suyo). He estado pensando en no publicar más por aquí lo escrito en esas noches, pues creo que no se percibe como surgido de una instancia textual, para un proyecto literario, sino como demasiado cercano al ser que tiene una cuenta con su nombre en esta red social. Aun tratándose de autoficción, tendríamos que intentar separar el arte de la vida, ser capaces de comprender que no todo lo escrito refleja necesariamente la realidad de una existencia (puede ser menos, puede ser más). Y hay algo peor: que en vez de lectores tengamos amigos, y estos amigos escriben como amigos, con su propio bagaje de prejuicios y limitaciones. En el blog Solo para fracasados no me ocurre esto. De antemano se sabe que quien ingresa a él lo está haciendo en un espacio literario, así se ventile muchas veces en sus entradas el complejo mundo de su autor. Lo terrible es literario, y lo literario, terrible. En esto, al igual que en lo de reír, aciertas. No soy yo el único que lleva después a un libro lo que escribe y publica por aquí. Mi amigo V. M. se ha propuesto publicar en 2024 un libro que recoge gran parte de sus escritos o ensayos publicados en su página de Facebook. Es que en este libro de caras no se asoma únicamente el hombre, sino también el escritor. Y el escritor necesita lectores, no amigos. Los amigos pueden llegar a resentirse, los lectores no. He comprobado que ciertas amistades se han lastimado precisamente por eso: por no diferenciar lo uno de lo otro. El tipo que publica por aquí los sábados en la noche está pensando más en su oficio literario, y si tiene un par de cervezas en la cabeza con mucha más razón. Pero, al parecer, va a tocar frenar un poco la cosa para evitar confusiones (juicios que deben ser más para el escritor que para el hombre, o al revés). Tus comentarios serán siempre bienvenidos, así no estemos algunas veces plenamente de acuerdo. Nada que perdonar. ¡Qué aburrida sería la vida si todos pensáramos igual! Hay amplitudes que reducen. Hay pequeñeces que agigantan. Yo prefiero leerte como lector y no como amigo, y no sabes lo que me agrada enfrentarme a tratar de comprender tus abstracciones, explorar lo que se oculta en tu intrincada manera de combinar vocablos con imágenes. Hago una lectura literaria de tus comentarios e intento descifrar al personaje. Con el hombre que hay detrás me gustaría más tomarme un buen café. Sigamos mejor riéndonos los unos de los otros. Un abrazo. ¡Salud hasta el final!”.

PREGUNTA. ¿Por qué la gente no se acuerda de sus muertos? Dicen que hay que dejar que los muertos se vayan tranquilos a cumplir el nuevo ciclo que les sea asignado. No atarlos a la vida que dejan. Sin embargo, creo que bien vale la pena mantenerlos presentes, solo por gratitud, sin molestarlos. Es lo que hago con los míos.

DOMINIO. Nadie es dueño del dolor, de la verdad, de la nostalgia, del exilio. Nadie es poseedor de una vida con más contenido y alcance. Nadie vive más que nadie. Cada uno vive su vida y cada uno la muere como le toca. Y un consejo gratis: no seas tan pavisoso como para creerte el gran conocedor del escabroso mundo. Piensa al menos en los muchos universos. ¿Cuáles calles? Viaja más el sueño que amanece en su patio.

PLAGIO. Fracasar también como ladrón.

PELIGRO. Escribir y publicar lo escrito. Carpeta en la que guardo lo "impublicable”. Libros que no debería publicar mientras estén vivos esos seres a quienes dedico en ellos incómodos fragmentos. Entradas blogueras que debería suprimir y otras que tendría necesariamente que suavizar. O el secreto poder de la ironía.

CONFESIÓN. Escribir para que mis amigos me detesten o me quieran menos.

BOLERO. Ayer me envió J. M. la mezcla definitiva de Tristezas, canción en aire de bolero, de mi cosecha rara. Me emociona escucharlo, bien logrado, creo que lo canté como correspondía, tiene mi sello, y qué guitarras las de J. M., se sobró. Música es la palabra que más se emborracha con la vida.

FRANCISCO BURGOS ARANGO (FBA)

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