UNA CELEBRIDAD EN MONTERÍA

Desde hace un tiempo —como consecuencia de decepciones izquierdosas— he empezado a medio tolerar a ciertos personajes de derecha (normal o extrema) que antes no podía ni ver. Cada vez que alguno de ellos se me aparecía en redes sociales o en televisión, huía de inmediato para ponerme a salvo de sus sandeces. Escucharlos, ¡jamás! Leerlos, tampoco.

El asunto pinta tan grave que ya no me repugnan las voces de las palomas, las cabales y los polos. Sí, así como lo oyen: grave, muy grave. Debo estar ideológicamente enfermo. O más bien son secuelas del, hasta ahora, frustrado cambio. Atribuyo asimismo esta degeneración intelectual a uno que otro personajillo del actual gobierno, que me ha tocado enfrentar desde mi faceta de sindicalista. Falsos y detestables en grado superlativo. De todos modos, no es menos cierto que el bombardeo mediático contra el líder del progresismo en Colombia linda con la infamia. De ahí que haya que mantener todavía algunos vislumbres de esperanza. Yo voté por el humanista y visionario, no por esos tipejos que, enquistados en el gobierno, desdicen del cambio social electo y que con urgencia se requiere.

Jaime Bayly es uno de los derechosos que antes no podía ver ni en pintura. Y que conste que no cultivo fanatismos de ningún tipo. Simplemente, me resultaban repelentes, soberbios, fastidiosos. Pero de un momento a otro empecé a ver sus videos en redes sociales, en los que habla de su vida íntima, sobre todo. Su parte más humana, podría pensarse. Meses atrás no hubiera asistido nunca a una charla suya. ¡Y comprarle un libro, sí que menos!

Sucedió hace poco en Montería, un domingo, invitado él al acto de cierre de la feria de la lectura para hablar de su novela Los Genios, publicitada en torno a la trompada que Mario Vargas Llosa le propinó a Gabriel García Márquez en México, después de la cual el par de compadres no volvieron a hablarse nunca más.

Tres días antes, el jueves de mi participación en el recital poético de la misma feria, me había encontrado con el amigo V. M. y hablamos brevemente sobre el libro de Bayly. Ya se lo había leído, le pregunté qué tal (había visto una foto en su muro de Facebook que informaba la compra del libro y de ahí mi pregunta), si valía la pena desde el punto de vista literario. V. M. dudó, es Bayly, me dijo. Con esa observación de un conocedor del tema, profesor de literatura y escritor, renuncié a comprarlo y, obviamente, a leerlo en caso de préstamo, regalo o encuentro fortuito con esa novela, Los genios, que, en mi modesta opinión, está bastante lejos de ser novela, y que ha llevado a su autor de feria en feria posando de escritor cuando lo suyo es en realidad el lujo, el espectáculo. Todo un gancho publicitario: dos premios Nobel enemistados por el despecho de una mujer, y con violencia a bordo. Las ferias de la lectura no pueden convertirse en festín farandulero, ya que ganan estatus, pero pierden esencia y credibilidad.

Confío mucho en las recomendaciones o comentarios de los amigos que sé que son lectores excepcionales. Una vez me encontré con J. S. en una librería, me sugirió La conjura de los necios, novela de John Kennedy Toole, la compré en el acto y en pocos días me la devoré. Grandiosa. Al igual que Malcolm Lowry, golpeado John por la tragedia y el alcohol. Se suicidó a los treinta y un años, y solo once años después de su muerte se publicó su novela por insistencia de su madre, siendo premiada con el Pulitzer en 1981. Años más tarde adquirí, a ciegas, dos libros de un escritor medellinense, La conjura de los vicios y La vida me vive amargando la vida, de David Betancourt, en los que el personaje (Ignatius J. Reilly) de la novela cómica del escritor estadounidense vuelve a sus andadas. El inescrutable misterio de los libros. Unos llevan a otros.

Sin embargo, al día siguiente de mi conversación con V. M. fui a una librería que frecuento, y mirando otros libros me encontré con el de Bayly, que acababa de llegar con precio de descuento. Total, que lo terminé comprando. El domingo de la clausura del evento aún no lo había leído y decidí asistir con el fin de motivarme a leerlo y para que su autor me firmara el ejemplar adquirido. Solo por la firma, sin foto ni nombre mío con dedicatoria alguna.

Entonces llegó Bayly, se apareció en el escenario, alto, gordo, risueño, y con su experiencia televisiva y periodística rompió al instante el hielo aludiendo al sitio en el que nos encontrábamos. Supuso que era un teatro y no un centro de eventos o discoteca, y dijo que una vez había estado ahí viendo una película porno (se burló de eso días después en un video; de ese tamaño es su capacidad de fingimiento). Canchero y calculador. Risas, por supuesto. El humor, su desparpajo en torno a su vida de bisexual, su habilidad para la irreverencia, su inclinación a la burla propia y ajena, su rebeldía, su picardía, su facilidad de expresión y su musicalidad al hablar fueron metiéndose al público en el bolsillo. Sin duda, todo un personaje. Coqueto y polémico, ideal para llenar auditorios y pregonar el indiscutible éxito de un suceso supuestamente literario.

Habló también de su libro, contó algunas historias, develó el misterio sobre el cual no tiene en realidad la menor idea, puras suposiciones, conjeturas, y, por último, se apresuró a poner en escena lo que en verdad quería: conversar con los asistentes. Sabía que las preguntas políticas lloverían, y las esperaba con ansias. Así estaría en su salsa. Pero primero, varios interrogantes literarios, dos del amigo V. M. que Bayly no entendió o quiso evadir (qué tanto hay de Bayly en el libro, limitándose Bayly a responderlo en razón a la similitud de su relación distante con su padre, al igual que la de Vargas Llosa con el suyo). V. M. se refería a otra cosa, a que es un libro más en función de la personalidad de Bayly, así esté escrito en tercera persona. Narcisismo a la máxima potencia. Y otro relativo a la foto de la portada, que parece querer dejar a Vargas Llosa como un completo huevón y al Gabo macondiano como el héroe caribeño y bacán al que muchos idolatran. Se limitó Bayly a decir que ambos eran premios Nobel y, por tanto, dignos de admiración y de respeto. Aunque su Vargas Llosa quede en su libro como un cadete valentón, putañero y camorrista. O sea: como un huevón. Y luego, aprovechándose una vez más de la histórica anécdota del puñetazo, bromeó con una eventual trompada del cadete en su divino rostro por la genialidad que se le había ocurrido al escribir sobre un episodio de ojo morado entre dos genios de verdad.

Ocurrió finalmente lo que me temía. Qué cantidad de elogios desmesurados. Estos personajes lustrosos contarán siempre con una multitud de idiotas que los quieran. Bayly había advertido que le podían preguntar lo que quisieran, menos de su gordura, y las preguntas e intervenciones de tono político no se hicieron esperar. En una de esas dijo: “A. U. es el mejor presidente de Colombia en toda su historia”. Aplausos, casi ovación del respetable. Sabía dónde estaba. Hasta hace apenas unos cuantos años Montería era la orgullosa capital de un paramilitarismo que se disfrazó de autodefensa con la complacencia de una sociedad que le rindió pleitesía y se puso a sus pies. La derecha continúa siendo copiosa y (digámoslo rimando) vanidosa en este malhadado país del sagrado corazón.

Me acordé en ese momento de 6.402 razones para no aceptar jamás semejante barbaridad. Nadie que le replicara, y yo me encontraba demasiado lejos, en el tercer piso, al fondo, en penumbra, sin posibilidad de micrófono. Ni se imaginan lo que hubiera sido mi discurso. Más tarde en casa, ese domingo por la noche, mientras descansaba en mi hamaca lo escuché, escuché ese discurso que no había preparado pero que me hubiera salido con convicción y contundencia. Al carajo las celebridades. La literatura se respeta (o se irrespeta, dependiendo del contexto). Hasta escuché los aplausos de los pocos sujetos conscientes de la cruenta contrahistoria que la azul historia oficial que tantos muertos y desaparecidos dejó jamás admitiría.

Ante semejante demostración de patrioterismo colectivo, seguridad democrática, mano firme y corazón grande, y al ver lo maravillado que, en términos generales, había quedado el auditorio, percatándome, además, de la larga fila que se formó para la firma del libro con foto incluida, desistí de la idea y me fugué con mi ejemplar anónimo, para que quedara como lo que es: uno más del montón. Malos, regulares o buenos, los libros que compro se ganan mi afecto y los cuido a todos por igual. El ejemplar de Los genios que tenía conmigo no se merecía la indignidad de ser firmado por su autor.

Días después, ya en Miami, el Bayly simpático que estuvo en el Sinú, el tío Jaime que le prometió un regalo en su cumpleaños a una niña que gimoteando le preguntó qué se sentía ser tan famoso (yo no soy famoso, soy tu tío Jaime, le había respondido no el niño terrible de la televisión, no el francotirador, sino el Bayly que sabe cómo aprovechar las circunstancias, la ternura, la hipocresía), volvió a ser el tipo arrogante, provocador y despreciativo de siempre. Una celebridad indignada por el trato recibido. Sus videos, sus quejas, su desagradecimiento. Despotricó del acalde que tan gentilmente lo atendió, por haberlo llevado a un acto en el cual el burgomaestre mostró todas las obras realizadas durante su mandato (en siete días serían las elecciones y el alcalde tenía candidatura para sucederle; al menos en esto, Bayly fue usado y no usador); olvidó los encomios que le dedicó a la esposa del alcalde mientras disertaba; menospreció a la presentadora de noticias del entretenimiento Linda Palma, a la que, ante el retraso de la programación, tuvo que soportar hablando de su madre, de su esposo, de sus amigos, de sus ángeles y de cómo superó su enfermedad; se cagó en los quince libros que le regalaron y que debió haber dejado en la caneca de su habitación en el hotel donde se hospedó; criticó el hotel por no tener servicio de restaurante a las dos o tres de la mañana y por no haber atendido su petición de no tener encendido el aire acondicionado al él llegar, y, finalmente, censuró la impuntualidad de los organizadores que tan honrados se sentían con su presencia después de varios años insistiéndole para que aceptara la invitación y quienes se esmeraron por atenderlo como lo que es: una espumosa deidad. Bastante ingrato este sujeto…

En fin. Así son estas celebridades de fatuas y consentidas.

¿Qué decir sobre Los genios? (sí, acabé leyéndolo esa misma semana). Es, en efecto, el estilo de Bayly conversando en su programa de televisión o contando sus historias personales en sus videos caseros, los chismes cercanos a que tuvo afortunado acceso y algunas páginas literariamente resaltables. Nada nuevo se descubre en él, gira alrededor de un acontecimiento sobre el cual no logra psicológicamente profundizar, y uno (el lector) se queda con la sensación de que es un mero pretexto para vender el libro. A la postre, no interesa conocer el verdadero desenlace. En eso me parece que atinó. La sugerencia es el mejor logro de la literatura. Pero ni siquiera en el mantenimiento de ese secreto logra Bayly un nivel literario que trascienda. Ahí pudo el componente ficcional haber sido más atrevido, sin llegar, claro está, a regodearse en la inverosímil fantasía.

Así que, de obra maestra, ni pío. En todo caso, entretiene en parte, pero no tiene la jocosidad ni el erotismo de los que hace gala. Incurre, además, en repeticiones innecesarias del hilo narrativo, denotando descuido y falta de depuración inexcusables en alguien que se precie de ser un buen novelista. Y sus dos genios no alcanzan tampoco a ser desmitificados y humanizados como él pretendía, puesto que siguen siendo el par de figuras emblemáticas de los años gloriosos del boom latinoamericano, que fueron bendecidas por el mercado de libros de aquellos barceloneses tiempos.

Solo más allá de la mitad del libro parece surgir el escritor, la imagen de Bayly se neutraliza, se ausenta el presentador payasesco, se nubla el gozoso empedernido que es experto en escandalizar y darse bombo. Hay momentos en que sí se siente que hay un escritor detrás, serio y respetuoso de las herramientas del oficio. Hasta para burlarse de uno mismo se requiere de un talento especial. De suerte que el gran reto es poder leer Los genios expulsando a Bayly de su libro. Si esto se logra, el libro, pese a todo, se salvará.

Otro de los invitados a la feria de la lectura monteriana fue el escritor bogotano Mario Mendoza. No estuve en su conferencia. Llevaba meses dudando sobre si comprar o no su libro Leer es resistir. Los libros que son promocionados como los más vendidos me generan desconfianza. Pero ese mismo día que compré el de Jaime Bayly cedí por fin y compré también el de Mario Mendoza. No solo ese, me llevé con ellos a Buda Blues, otro de los tantos que ha publicado el prolífero escritor bogotano.

Después de salir del inconcluso lío entre los dos genios, me inmiscuí en el mundo capitalino de Mendoza, hasta ayer que lo concluí. A ratos me parecía estar leyendo a Ernesto Sábato (Mario Mendoza lo cita varias veces en su libro). Hace años un amigo me regaló Paranormal Colombia. Solo lo he hojeado de vez en cuando. Tocó leerlo en forma. Nunca pensé que Leer es resistir fuera lo que es. Me lo hacía como un libro de autoayuda o de recetas obvias. No es nada de eso. Encontré en él temas y preocupaciones afines, cierto tono con el que coincido, y unas frases que parecen haber sido escritas para mí (o por mí). Como esa de que “el fracaso puede ser toda una poética”, o esas otras que apenas las leí me hicieron soltar un extático nojoda: “Es curioso que ahora hablen tanto del éxito, cuando deberíamos hablar más sobre la importancia del fracaso… El éxito te está esperando. Nada más falso. Lo verdaderamente aleccionador, lo que forja el carácter, lo que desarma el ego, fortalece los ideales y endurece la convicción, es la derrota. Es preciso acostumbrarse a ella. Hay que aprender rápidamente a hacer amistad con el fracaso. De ese modo, uno va descubriendo que lo importante es la terquedad, la persistencia en un oficio cuyas mayores alegrías casi siempre son secretas, en silencio, a solas…”.

¡Qué vaina tan bella, qué cosa más mía!

Dos libros. Dos autores tan opuestos. A uno le interesa la frivolidad de un trompazo novelero, mientras el otro prefiere introducirse en las oscuridades de la condición humana. Me quedo con este último. Lo leeré más. Al primero lo veré de cuando en cuando, solo por diversión, para reírme un rato de alguna de sus irreverencias, degustar su perspicacia, su inteligencia y su fluidez, pero, sobre todo, cuando deba acordarme de por qué no debo nunca pasarme al bando de la recalcitrante derecha que se jacta de ser portadora de democracia y libertad.

Una celebridad en Montería. Y el río Sinú rogando que no vuelva.

FRANCISCO BURGOS ARANGO (FBA)

Comentarios