DIEZ COTIDIANAS

UNA

Fotos del mausoleo de la familia Burgos en el cementerio de Ciénaga de Oro. Las veo publicadas en el Facebook de mi prima Marcela. Al igual que cuando consulto biografías, las fechas de nacimiento y muerte son lo que más llama mi atención. Intuyo algún asomo de perversidad en esto, una manera contundente de recordarme la fecha que me falta. Eso somos: un principio y un final. Un comienzo. Una extinción. Nada más. Lo que se haga entre un punto y otro al parecer no cuenta.

Reparo en las fechas de mi abuela paterna, María Lucía Perdomo de Burgos, y en las de mi padre, Enán Burgos Perdomo. Mi abuela nació el 25 de octubre de 1886 y murió el 2 de enero de 1982, y mi padre nació el 14 de junio de 1926 y murió el 25 de octubre de 1986. Exactamente cien años después del nacimiento de mi abuela murió mi padre. Mismo día. Mismo mes. Esta coincidencia escabrosa me pone a pensar en la posibilidad de ciertos cálculos, probabilidades, conclusiones o precisiones que cabría extraer del análisis y comparación de las fechas familiares. La idea me aterra un poco, es mejor no saber a ciencia cierta este tipo de cosas, aunque saberlo podría mostrarnos un inquietante y fructífero panorama. Hacer, por fin, lo mil veces aplazado, por ejemplo.

El número 17 está bastante presente en la familia. Es el número que me dio la vida. ¿Cuál número me dará la muerte? El cero sería ideal. ¡Si fui un cero en vida, por qué no serlo en muerte! Recuerdo ahora un asunto que me martirizó por años. Era un joven que empezaba apenas a escribir cuando se me dio por fijarme, en un ejercicio literario, una fecha de exterminio. Sonaba la cosa lejos por aquel entonces, pero a medida que me iba acercando el terror se acrecentaba. Por fortuna, con las peripecias de mi problemática vida terminé olvidando la fecha por completo y se me perdió lo escrito, pero sé que ya pasé victorioso por ella.

Cada vez me felicitan menos. Sirvió el haber eliminado mi día de nacimiento de las redes sociales. Los amigos de Facebook no son los amigos de la vida real. Estos últimos son pocos, poquísimos, y solo un puñado de personas sabe que, en un día como el de ayer, este descalabro que yo soy salió, sin su voluntad, al frío y espantoso mundo. Qué bueno hubiera sido quedarme en el vientre de mi madre, unidos por siempre a través del cordón umbilical. Y haber muerto con ella. Tremendo. Lo sé. Y ese “siempre” nunca será siempre.

DOS

Conversación por Messenger con A. M. E., un lunes festivo:

—Pacho, hermano, buen día.

—A., qué tal, excusa, ayer me embolaté. ¿Cómo va la causa?

—Bien, Pacho, a Dios gracias pendiente de ti por lo que hablamos, me gusta tu tesón en la lucha de la canción, no es fácil de entender, los músicos y cantantes son la cima del idealismo, pero te escucho y te copio, no veo que de allí salga material que lo justifique. Dios lo sabe; éxitos.

—Qué tal, mi hermano; sí, lo de la música es difícil de entender, a veces es puro relax, otras veces es cuestión de vida o muerte, ayuda, salvación, catarsis, una quimera ineludible. Intento dejarla y cualquier día vuelve a brotar sin mí, como dictada por dioses fracasistas, y entonces la dejo crecer, la abono, le doy cuerda, porque, finalmente, mis canciones son solo lo que son: compañeras de viaje. No aspiran a más. Como en poesía, y en el arte en general, algo de todo ese barullo me temo que sobrevivirá. Ese idealismo musical mío tiene distintas facetas: comercial, festivalera, estética…. Entre la estética, hay varias canciones de las cuales, como diría Joaquín Ramón Martínez Sabina, no me da pena reconocer que soy su autor. Y, por último, quizás se deba también ello a algo parecido a lo que dijo Juan Rulfo sobre Pedro Páramo: que lo escribió porque le hacía falta en su biblioteca, porque un día no encontró entre todos los libros que tenía o que había tenido, la obra que él quería leer, una obra que no había sido escrita, y no había otra forma: se puso a escribirla. Bueno, compongo canciones porque la música de hoy día es literariamente pobre, muy pobre, y requiero de las mías para ciertas libaciones solitarias. Como dijiste no sé qué día, son letras intelectuales, de difícil digestión diría yo, no son para todo el mundo, eso lo sé, y lo hago con el mayor dolo posible: mientras menos gusten, mucho mejor. Con que suenen en mi ofuscamiento es suficiente. Casualmente, ando leyendo un libro en el que me encontré hace un rato esta frase: "El verdadero arte nunca busca agradar, no maquilla, no edulcora, no pretende ser reconciliador". En fin, mi hermano, lo importante es que este cuento del arte nos sirva al menos para emborrachar las obsesiones. Un abrazo. ¿Cuándo nos pillamos?

—Me gusta lo que dices como el que camina para atrás y no le interesa llegar a ninguna parte, como si estuviera perdiendo el tiempo... Yo no creo en nadie; desde niño mi mamá me llamaba el desobediente, no creo en autoridad ni educación ni costumbre ni posición, no soy de este mundo ni me interesan sus intereses tampoco, creo en la muerte, tengo una absoluta confianza en Dios y parece que nos entendemos a veces...

—No somos de este mundo, y de ahí que medio nos entendamos. Me gusta esa espiritualidad tuya, esa convicción en Dios que supera los mediocres intereses humanos. Y me dejo contagiar por ella.

—Qué pasó con los gatos, ¿será que entran en la biblioteca a robarse los ratones? Hay que quemarles la trampa, recocidos con alambre son una delicia.

—El gato D.

—Y el otro gobernador, para eso creo que iba, no saben con quién se meten, con los ratones de la biblioteca, les quemaría la cola.

TRES

Mario M., buen amigo y lector de mis escritos —a quien le recomiendo libros que él compra y lee—, me contó hace poco una historia que me parece digna de un gran cuento. Lo escribiré pronto, con sorpresivo final que desde ya me estoy imaginando (creo que se asustará). Mario M. suele dejar en el metro o en el bus un libro que se haya leído, independiente de su costo. Libros de calidad literaria. En la última hoja, su receptor se tropezará con la siguiente nota manuscrita: si te encuentras este libro, léelo y después déjalo olvidado de igual forma para que siga acumulando lectores. Me cuenta que lo ha hecho con libros de Leonardo Padura y con Tríptico de la infamia, de Pablo Montoya Campuzano, entre otros. Mario M. no es escritor, no necesita quedarse con los libros. Qué gesto tan noble y admirable. Yo soy incapaz de desprenderme de los libros que compro o me regalan. No elige un destinatario. Lo deja al azar. Y en ese “azar” está la clave del cuento que escribiré. Gracias, Mario M., por amar la lectura más allá del amor por los libros.

CUATRO

¿Soy ofensivo en mis escritos? Hace dos sábados publiqué en Facebook una nota de medianoche sobre la ya famosa canción “Imágenes”, del maestro Leonardo Gamarra Romero. Mi hermano B. pensó que el maestro, en caso de leerla, podría molestarse. No fue así. Al día siguiente, recibí por Messenger un mensaje del maestro agradeciéndome mi apreciación sobre su canción “Romántica” e informándome que un amigo suyo, clarinetista de la banda departamental, pensaba igual que yo: que su paseo titulado “Romántica” es superior al porro “Imágenes”. Mis publicaciones tienen eso. Pueden enfadar (aunque, por lo general, nunca las personalizo), pero, sobre todo, me dan satisfacciones como esta de que ese enorme compositor de Sincé que es Leonardo Gamarra se haya dignado escribirme, pedirme mi número de WhatsApp y enviarme desde entonces, por ese medio, canciones de su exquisita cosecha. La vida, a veces, milagrosamente me sonríe.

CINCO

En efecto, ayer cumplí un año más de vida (o uno menos, según se mire). Yo creo que lo que en realidad me pasa con los cumpleaños es que les tengo miedo, no por envejecer, sino porque me convierto ese día, sin yo pretenderlo, en protagonista, y es una situación que de algún modo que no comprendo mucho me incomoda, tal vez porque soy más amigo de los perfiles bajos. No sé por qué he llegado a pensar que el 17 de noviembre, día en el que sumo y resto años, puede ser peligroso, y hago entonces todo lo posible por sobrevivir a ese día como pueda. Le tengo pavor. Pero el cumpleaños de ayer fue también mi arribo a la edad de pensión, requisito que me faltaba para acceder a ella. Sin embargo, no me iré todavía de la entidad donde laboro, me acogeré a la edad de retiro forzoso solo para seguir dando sindicalmente lata un tiempo más. Se trata, además, de un logro (hoy, como está lo laboral, todo un lujo) que se vería afectado por porcentajes y promedios. La pensión es algo así como: listo, por fin cumpliste, te puedes retirar y te seguiremos, a pesar de que ya sobres (o por eso mismo), piadosamente pagando. En mi caso, una mesada modesta, que apenas alcanzaría para sobrevivir. El litigio y la docencia podrían ayudar. ¿Será? Viejos somos y jóvenes seremos. No hay pensión que no se cumpla. No hay fin que no implique un recomienzo.

Dos noticias que, en lo sucesivo, asociaré con los 17 de noviembre que me faltan por vivir. La muerte de doña Margarita, acaecida antes del amanecer, nonagenaria, había luchado contra un cáncer, lúcida hasta el final, doña Margarita, un primor de mujer, de la cual fuimos vecinos en el populoso barrio Niquía de Bello-Antioquia. Vivíamos en la misma manzana y en el mismo bloque, ella en el cuarto piso y nosotros en el segundo. En ese apartamento del segundo piso entró una bala perdida por la ventana frente a la cual, uno o dos minutos antes, me encontraba ejercitándome en bicicleta estática. La guardé como símbolo de protección divina. En la mudanza de Niquía a Sahagún se me extravió. Pacho Javier, así me llamaba doña Margarita. Quería volver a vernos, sobre todo a K, pero no nos fue posible. El otro hecho es la fractura del fémur izquierdo de la madre de K, hospitalizada de urgencia antes de medianoche. La madre de K sufre de Alzheimer en etapa avanzada. Recuperar su pierna solo le servirá para que el dolor desaparezca. Dejó de caminar hace rato, la alimentan gracias a una sonda de gastrostomía, se mantiene rígida, ojos cerrados y muy lejos de este mundo. ¿Qué pensará Dios de sus enfermos? Pienso en la compasión, pero me abstengo de suplicar. Aún es visible el corazón que ama.

Cumplir años nada garantiza ni la felicidad es su mejor compañera. Ese día también mueren personas queridas y se fracturan los cielos.

SEIS

Un trastorno cognitivo leve (de atención y memoria) asegura el informe de neuropsicología luego de los exámenes realizados. Me ordenan terapias, no de diagnóstico sino de rehabilitación. Así que resulté estando también enfermo de eso. Vaya tiempo. Vaya vida.

SIETE

Hoy, a las 8 p.m., es el concierto de Pala, Ruibal y Pedro Guerra en Medellín. Iba a ser mi propio regalo de cumpleaños y de pensión. Finalmente, no fui. Me puse a pensar en que hay acontecimientos que deben festejarse (si es que ameritan festejo) en los lugares que ayudaron a forjarlos. Un cumpleaños solo tendría algún sentido si se convirtiera en parranda. Pero ¿con quién o quiénes? Toda la vieja guardia ya está muerta. O reducida a sus cuarteles de invierno. La vida y la consecución de un derecho, ¿servirán de veras para algo?

OCHO

Un par de frases que se me ocurrieron ayer, respondiéndole un mensaje de felicitación a la novia de mi hijo menor: “Así de extraordinario es el poder de la ficción. Tan grande que se parece a Dios”.

NUEVE

Soñé anoche con El latido del silencio, canción, en ritmo de paseo, que está en remodelación. Ella sola ha aplazado una y otra vez cualquier intención de concursar. Anoche la escuché llegando hasta la puerta de una casa que tenía un rótulo categórico: SOLO PARA COMERCIANTES. Así, en mayúsculas. La tocó varias veces, pero nunca le abrieron. ¿Premonitorio? Ironía más bien, por aquello de “Solo para fracasados”. Continúa en proceso de grabación, falta solo la voz de la joven que será su intérprete. En dos o tres semanas deberá estar lista. Sigo trabajando en un par de frases. Hoy tendremos humo negro. Y después, quién sabe, toca confiar en que ella misma defina su futuro.

DIEZ

Sábado. Día de la semana en el que mi alegría despierta. Compruebo que me he ido quedando solo, cada vez más solo. Mea culpa. Me he vuelto experto en aislamientos. Nada de qué quejarse. Esto es bueno y malo a la vez. Pero, por encima y por debajo de todo, esto es la vida: cumplir años, evadirse, angustiarse, retomar la calma, proponerse metas, ir por un par de frías (mientras se pueda), escuchar salsa de la brava, disfrutar de la soledad en sitio concurrido, ermitaño en urbe, observando, escribiendo, ser secretamente feliz y fracasar cada vez mejor, como aconsejaba Samuel Beckett.

FRANCISCO BURGOS ARANGO (FBA)

Comentarios

  1. Que contradicción se vuelven los cumpleaños con los años, o tal vez siempre lo han sido. Celebrar el paso de la vida y entristecerse por los cambios y vivencias pasadas. Vivir es hacer, ocupar mente y cuerpo día a día hasta nuestro último. Vivir el presente recordando el pasado y preocupándose por el futuro. Frases sueltas, días que pasan...cual es el sentido de todo? Ninguno, pero la.comida es muy rica, amar y sentirse amado llena y el deporte es muy divertido. Necesitamos algo más?

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    1. Buenas tardes. Gracias por leer y comentar. Mi asunto con los cumpleaños es de larga data. De acuerdo, vivir es hacer, y en muchas de sus "nimiedades" está lo mejor, lo divertido. La literatura a veces filosofa sin preocuparse mucho por el sentido. Esa tensión entre arte y realidad... Como dice Richard Cohen en su libro Cómo piensan los escritores, "hay que tener cuidado al separar el arte de la vida". Pero bien, todo bien; vivir tiene, por supuesto, su sabrosura.

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