MI PASO POR UN RÍO DE LIBROS

Un amigo me recomendó meses atrás para un recital poético-musical. Se pasaron los días y no tuve noticia alguna. Pensé que mi nombre había sido descartado. Sin embargo, el programador de la feria me contactó por WhatsApp tiempo después y me confirmó la invitación. Se trataría de una lectura de poemas autobiográficos bajo el título de “Biografías poéticas: de su puño y vida”, con tres invitados más. Sentimientos encontrados. He asumido posiciones críticas, muy fuertes, frente a dicho evento, desde sus inicios. Incluso, se convirtieron, literaturizadas, en parte de mi libro Tiempos grises, publicado en enero de 2020. Así que me debatía entre el sí y el no. Pudo más la amistad. Acepté. Incoherencia versus coherencia. O viceversa. Es lo mismo y no es lo mismo. Me hubiera gustado más el recital poético-musical, un espacio exclusivo, con más tiempo, que me permitiera tertuliar y alternar poemas con canciones de mi cosecha. Algo más ameno, informal y menos acartonado. Así lo habíamos concebido con el amigo que me postuló. Las lecturas poéticas suelen ser inútiles y aburridas, por lo que hace rato dejaron de interesarme. La poesía se escribe, y en caso de publicarse y de tener lectores estos tendrán que saber qué hacer con ella. La poesía no se aplaude. No está hecha para el entretenimiento.

Es la octava versión y por primera vez estaba yo ahí. Fui cuarto en el turno. Saludé. Agradecí la asistencia, el salón era pequeño, en los dos actos anteriores se había llenado, pero la convocatoria de la poesía será siempre complicada, quizá más selectiva, no era el salón principal de actos y en este, a la misma hora, estaba un joven influencer, creador de contenidos, con auditorio repleto. Así que la competencia por el público resultaba desventajosa. El día y la hora tampoco ayudaban: jueves, 11:30 a.m. Un conversatorio sobre ese tema, con moderador, quizá hubiera funcionado de mejor forma. De mi “legión” de ángeles clandestinos, solo cuatro. No se llenó el salón, pero contamos con una asistencia respetable. Me acordé de aquello que escribió Witold Gombrowicz: “El arte es aristocrático hasta la médula de los huesos; es un príncipe de sangre”.

Tenía que empezar diciéndolo. Lo dije: “Primera vez que estoy aquí y espero que la presencia de mi voz sea la puerta de entrada para muchas más voces diseminadas en la periferia del arte cordobés”. Cité luego a Enrique Vila-Matas, quien en el libro Fuera de aquí, en sus conversaciones con André Gabastou, asegura que el componente autobiográfico de sus novelas es de un 27%; cité, además, a Julio Ramón Ribeyro, quien, según Jorge Coaguila, afirmaba que el porcentaje autobiográfico de su obra era de un 80%. Se me ocurrió asignarme también un porcentaje. Digamos que yo debo tener entonces como un 91.43%, dije en son de broma.

Manifesté enseguida la dificultad de elegir textos para la ocasión, dado el largor de los míos y la brevedad del tiempo de que disponía. Son muchos años escribiendo y tengo una montaña de basura, sí, eso dije, “una montaña de basura”, recordé al poeta Aníbal Tobón Bermúdez cuando sostenía que uno se enamora de algunos de sus poemas, Aníbal estaba tan enamorado de varios suyos que después de leerlos los rompía y los pedazos de papel arrojaba a los asistentes, a lo mejor para lastimarlos aún más.

¿Selección correcta? Imposible. Me temo que pudo haber sido la peor. Empecé con un texto ex profeso, escrito para el propósito del recital y, sobre todo, para burlarme de mí mismo. Soy su única víctima y espero no herir susceptibilidades, aclaré.

Aquí se los dejo.

¿AUTOBIOGRAFÍA?

No sé. No estoy seguro.

Es bastante posible que me haya inventado a un sujeto algo nauseabundo que se parezca y no se parezca del todo a mí.

En realidad, no me asemejo en nada a lo que escribo. ¿O sí? No sé. No estoy seguro.

Por ejemplo: soy un triunfador, no un fracasado. El airoso fracasista que se asoma en mis letras es un embaucador del cual debo aclarar que no me simpatiza. Mis éxitos, por supuesto, son la suma perfecta de una que otra frustración.

Por ejemplo: es la vida, y no la muerte, lo que mueve mis días. Ese poeta sombrío y mortífero que se expresa en mi nombre no me conoce para nada. Está loco, aunque no más que yo. Él es asocial, yo antisocial. Al principio sí fuimos el uno para el otro y escribimos juntos los insurrectos e irreverentes “Poemas de Antesala”, pero después se distanció de mí, y yo de él, para beneficio mutuo: yo a salvo de sus lirismos, él a salvo de mis panfletos.

Por ejemplo: soy feliz, no un tipo tristón y pensativo, aclarando que la felicidad de la que hablo es de vez en cuando patológica, pestífera y siniestra.

Por ejemplo: la única nostalgia en la que creo es en la de la inevitable miseria del futuro.

Por ejemplo: soy un optimista irremediable. No ese turbio pesimista que me forjé para, en vano, evadirme. Mi yo poético es hosco e insolente, y le encanta despepitarse impune. Yo, en cambio, para bien o para mal, no soy así. No soy, lamentablemente, así. Soy un individuo relativamente bueno, normal e inofensivo.

Por ejemplo: a veces creo de verdad que soy poeta, escritor, músico, compositor y más majaderías por el estilo. Entonces, una fe prodigiosa me seduce y me ama. Aquel que siempre duda de sus calidades estéticas no me representa en absoluto. O de pronto a veces, solo a veces. En esto quizá aún nos identifiquemos. Los poetas se extinguieron. Dejaron de existir cuando el mundo se volvió virtual.

Por ejemplo: soy un sujeto disociable; qué cuento ese el de dizque estar estrechamente ligado al cuerpo y a su entorno. Trátese de prosa, canciones o poemas mi obra es una cosa y mi vida otra sustancialmente diferente.

¿Quieren más pruebas de que no hay nada autobiográfico en mi quehacer artístico?

Y, sin embargo, en ocasiones me parezco tanto a lo que escribo, tanto pero tanto que me avergüenza ser tan frágil, obvio, previsible. Vida y obra, bohémico pus, se beben ambas la solitaria y nocturna belleza sabatina.

Terrible ser tan parecido a ese ser oscuro que gravita en mis versos, tremendo parecerme tanto a mí y seguir siendo yo ese ser maravilloso que jamás seré.

¿En ocasiones? No sé. No estoy seguro.

Autobiografía fatal. Fíjense que no soy tan aislado como mis versos lo aseguran. O si no, ¿qué creen que hago aquí? No debería estar aquí. Soy alérgico a pésames y a aplausos.

Pero el poeta que me atreví a crear es capaz también de alegrarse con ustedes, de abrazarlos, de tomarse fotos, de sonreírle a la patética vida, de firmar sus inexistentes libros.

Fingir o disimular para que no se note mucho el terror de desnudarse en público, y alguito de pena ante la vanidosa estupidez de traicionarse.

Y, por último, para empezar: soy una lágrima tenue en el lodazal del tiempo.

¿Quieren más?

FRANCISCO BURGOS ARANGO (FBA) 

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