LA VEJEZ: SUS SILENCIOS Y NOCTURNIDADES

El sábado 7 de octubre de 2023 publiqué por la noche en Facebook mi canción titulada Yvonne, en un video de imágenes y con un texto alusivo a la procedencia y contexto de dicha obra musical. Pasaron los minutos y, ante su nula acogida, decidí eliminar la publicación. Confieso que le tenía algo de fe. No me apena reconocer también que la considero excepcional, digna de algún inexplicable éxito. No fue así. A lo mejor su público no era ese.

Me acordé entonces del poemario en proyecto, Lasitudes, y escribí un texto que titulé, obviamente, Fracaso. Claro que su motivación no fue lo acontecido con Yvonne, sino el mensaje que me envió A. el 6 de octubre de 2023 por WhatsApp, en el que me decía: “Y qué tal que no hayamos fracasado? Eres el único pedazo de selva en ese medio Sinú al que nadie se atreve ni con vara larga tocar, entrar o siquiera darse la oportunidad de pensar cómo acercarse. En eso pienso todos los días. Me gustaría discutir más sobre tu fracaso”. Le respondí veintiséis horas después prometiéndole conversar al respecto por la noche y contarle una anécdota que tenía que ver con esa inquietud suya, que también es mía, acerca de la cual acostumbro a reflexionar bastante.

Pero esa misma noche sabatina, antes de publicar Fracaso en Facebook, escribí y publiqué en esa red de caras un desahogo crítico sobre el proceso electoral que se está viviendo en Montería, mi ciudad natal, con final tocado por cierta tonalidad poética: “… Nadie te quiere… O sí, te seguimos queriendo tus locos insanables, los que aún ocultamos nuestra mejor rebeldía en tus heroicas calles silenciosas…”.  Solo obtuvo tres me gusta. Ningún comentario. Ni un solo monteriano reaccionó.

El domingo desperté pocas horas después de haber llegado a casa y acostarme, busqué el celular y leí los comentarios. Tres sobre Fracaso. Georgy, amigo de tiendas cerveceras antes de dejarnos de ver por la pandemia y por quebrantos de salud (de él y míos), escribió: “Yo creo más bien que tienes el síndrome de vejez, eres reconocido y tu pluma está latente, los que te leen y aprecian saben que eres una persona digna de admirar, pero los que no tenemos nada que mostrar y estamos a la deriva, con una vejez a cuestas y solos, estamos peor, solo el silencio nocturno es el aliciente”. Tres días después escribió en su muro: “Ya nada queda, todo se esfumó, las ilusiones y esperanzas quedaron en la bruma, los sueños galoparon con el viento y se estrellaron en el peñasco haciéndose pedazos, cayendo al abismo de donde nunca saldrán. Solo el silencio de la noche me acompaña. Los recuerdos afloran y languidecen en la penumbra, donde el desvelo nocturno es mi compañero y amigo fiel”.

Caramba, me dije, Georgy sí es realmente un gran fracasista. Yo soy todavía un aprendiz.

El primer comentario había sido de N., escritor y cancionista. Siempre crítico, mordaz, polémico y directo. Certero en sus juicios. Lo he leído y me identifico con buena parte de sus posturas. “… Nos posee la exititis gringa: Be succesfull or don't be anything”. Ten éxito o no seas nada (tener éxito o no ser nada). De acuerdo. Es un asunto de difícil digestión. No es para todo el mundo. Creo que debe ser por eso que últimamente parece dedicarse más a sus creaciones musicales. Encontrará en ellas satisfacciones que la literatura jamás nos otorgará.

El tercer comentario era de un ángel que es sincero y propositivo a la hora de prodigarme su respetuosa y cálida opinión: “Apreciado FBA. Desde una perspectiva dialéctica no existe el fracaso ni el éxito absoluto, en todo fracaso hay algo de éxito y en todo éxito hay algo de fracaso. Todo es relativo y depende del contexto individual y social en el que se mueven las acciones y decisiones humanas. Se trata de estados momentáneos en el devenir de la vida humana. No deberíamos ocuparnos en el éxito o el fracaso sino en ser felices; y para ello, solo necesitamos controlar muestras expectativas, tener siempre un plan B y C que contrarreste el fracaso del plan A y disfrutar de las pequeñas cosas, acciones y pensamientos que nos producen emociones positivas”.

Le agradecí al maestro alado su valiosa recomendación, le informé que la practico y que gracias a ello sigo transitando por la vida, feliz a mi manera. Le expresé, además, que Fracaso hace parte de mi libro Lasitudes, en el que vida y obra, sin duda, se confunden, pero que se trata también de la construcción de un personaje. Con algunos aspectos de lo que escribo no es que comulgue mucho, aunque no puedo negar que me parezco bastante a ese sujeto. Le hablé de Witold Gombrowicz y de su construcción de un "personaje Gombrowicz", un yo elegantemente provocador. Algo de provocador tengo. No siempre soy digno de credibilidad. Usted me entiende, le dije, por último, a ese ángel protector cuya bondad me abruma, asegurándole que pensaría un poco más sobre este tema en mi siguiente escrito.

El ángel me respondió al rato: “A veces es muy difícil para quienes somos lectores asiduos de tus escritos encontrar en éstos el límite entre la ficción y la autopercepción, dado que, sin duda, existe una alta empatía entre el o los personajes y el escritor”. Cómo no darle la razón. Ni yo soy capaz de dibujar ese límite. Y creo que eso es lo mejor de todo: que ficción y realidad se confundan y se golpeen irremediablemente.

Así que hoy quienes escriben este texto son las pocos lectores fieles o asiduos que me leen y comentan esos escritos míos tan afiebrados o poseídos por dosis medianas de formulado licor.

Ese domingo 8 de octubre, antes de mediodía, me atreví a publicar otra vez Ivonne, con el mismo texto, cambiando solo la frase final. En lugar de “un trago fuerte para celebrarla”, escribí “un café volcánico, sanador y pensativo”. La música no tiene por qué pagar los platos rotos, agregué al principio de la nueva publicación. Y precisé: la insistencia es una de las virtudes del fracaso.

Las canciones… qué misterio tienen algunas canciones. Pienso en El latido del silencio; tiene ya historia sin haber salido al ruedo. Una primera letra, luego otra, y después una tercera que creí definitiva, la inscribí este año en el Festival de Sahagún, clasificó para concursar y decidí no presentarla. Ensayándola con acordeón y guitarra para ese festival le surgió otra perspectiva, y ando ahora en una cuarta versión de su letra. El miércoles por la noche grabamos el acordeón, el jueves la caja y la guacharaca. Falta la guitarra, pues el audio, para una eventual inscripción en Valledupar, deberá ser típico. Me acaba de escribir J. M. contándome que hoy las graba, le pido que las vallenatice y grabe también una punteando, de sutiles adornos, que llene e interactúe con el acompañamiento del acordeón. La joven y talentosa Sara N. será su cantante, voz potente y a la vez melodiosa. La canción ha sabido mantenerse inédita. La guardaré para el Festival Vallenato 2024 en la Ciudad de Los Santos Reyes del Valle de Upar. Si es que la seleccionan. Si no, seguirá vagando por aquí, en la soledad de mis archivos secretos, en espera de vivir la extraordinaria oportunidad de un apacible y exitoso fracaso.

La vejez: sus silencios y nocturnidades. Y hay más, mucho más: sus cansancios, sus enfermedades, sus lentitudes, sus desganas, sus apoyos, sus ternuras, sus sabias y tardías revelaciones. Pienso en el amigo Georgy. Me lo imagino en la situación que describe, el silencio de la noche como único incentivo, su única compañía, entre salvado y condenado por un desvelo fiel. Todo lo que pensará en esas circunstancias. Como sé que él escribe y compone, deseo que aproveche ese estado ideal para explotar su inclinación artística. Hay ahí toda una cantera de sensaciones e inspiraciones insospechadas. El arte prefiere ese tipo de vivencias para extraer de ellas sus grandes obras.

¿No será la vejez, y no la muerte, el más grande y perfecto fracaso del hombre?

Me acuerdo de la conversación con K a eso de las 2:30 a.m. del domingo 10 de septiembre de 2023 cuando volvimos a casa luego de nuestra infaltable salida de los sábados. Recuerdo que me pareció tan interesante que quince minutos después le pedí que me volviera a hablar del tema para grabar la conversación con el celular. Un insumo para futuros ejercicios literarios, le expliqué. Estás borracho, dijo antes de empezar a repetir lo dicho. Voy a los archivos de la grabadora del celular y escucho el audio, la voz de K filosofando de una manera sencilla, pausada, tranquila y natural, como si estuviera tejiendo mientras habla: “Yo pienso que la vida es un libro y que todos los días hay que leer la hojita, se pasa la hojita y se va viviendo, se pasa la hojita y se va viviendo, el día que el libro se acabe hasta ese día llegó la vida de la persona, y eso no quiere decir que mientras se pasa la hojita uno no pueda perfeccionar su vida, tener sus cosas, estar contento, tener una vida mejor, eso es rutinario, normal, no es filosófico, la muerte no es una tragedia, es un ciclo, lo peor no es la muerte, lo peor es salirse del librito, si lo haces este librito ahí mismito te va a castigar todos los días, eso es lo peor, morirse no es lo peor, independientemente de la forma en que se muera, y por eso es que la persona tiene que realizarse, porque el libro va a tener su fin, eso hay que hacerlo, hay que esmerarse por tener las cosas, por realizarse, por ser profesional, por ser buena gente, cuando venga el fin ya vino y punto, y me voy tranquila, a mí la muerte no me molesta, yo pienso en ella, me dolerá porque uno se acostumbra a las personas y el vacío es grande, pero no me va a martirizar, te llevas satisfacciones, nada es eterno, no importa que sean efímeras, la vida es un ciclo, por eso es que todo hay que hacerlo antes de que venga la muerte, para que cuando esta llegue ya lo hice y me importa un comino si me voy o no me voy, claro que se puede hacer, claro que se puede hacer, el libro hay que irlo perfeccionando, yo no puedo ser eterna, para qué uno ser eterno, yo pienso que uno no debe ser eterno, no me gustaría tampoco ser eterna, para qué, hay que darle tiempo a otras cosas, ese es el premio…”.

¿Qué tal la K? Yo le iba dando cuerda mientras le soltaba frases como esta de que todo lo que está condenado a extinguirse es triste, y esta otra más breve pero más abarcadora: todo será triste. Su última afirmación me hizo reír, risa que acompañé de una última reflexión casi trasnochada, antes de que Marx ladrara exigiéndonos que lo dejáramos dormir. La vida se merece de alguna manera un premio, vivirse de la mejor manera posible, debería ser sencilla, buena, tranquila, de ningún modo angustiosa. K me dio la razón y se durmió. Me quedé con la palabra angustia volando sobre mi hamaca, pensando en que al menos Marx no es consciente de ella ni se le da por abatirse con temas filosóficos y metafísicos.

Carajo, esto se me enreda cada vez más. O sea que la vejez tampoco es lo peor, es solo una de las fases del ciclo, la penúltima de ellas tal vez, un evidente deterioro del cual se podrían sacar todavía infinitas posibilidades existenciales.

No quisiera concluir este escrito siendo optimista. No creo que la vejez pueda librarse del realismo. ¿O sí? ¿Por qué no? ¿Qué impide que sigamos soñando más allá del sueño? Allá el cuerpo y sus furias que se apagan. El alma es otra cosa. ¿El alma? ¿Tendremos en verdad alma? Dicen que el amor es solo cuestión de química, fisiología ciega o compatible, un mero asunto de hormonas y neurotransmisores.

¿Qué me deparará este nuevo sábado? ¿Adónde iremos hoy? Son las 3 p.m., almorzamos tarde y me recuesto en mi cama de hicos para intentar dormir la siesta. Alguien me llama, busco su voz en la penumbra de la habitación. Lo que sea que es se oculta tras la cortina de color verde oscuro. Debe ser mi alma. Se me da por creer que tengo alma, que soy mucho más que una biológica presencia, que un mecanismo de microcircuitos neuronales regido por un sofisticado cerebro físico. La voz viene hacia mí y se mete más por mis ojos que por mis oídos, la escucho, o mejor, la veo con asombrosa nitidez: todo está en tu cabeza, FBA: la muerte, la vejez, el fracaso. Sobre todo, el fracaso. Asiento. ¡Qué vejez ni qué ocho cuartos! A triunfar se dijo. A ocuparnos en ser felices.

Despierto, me baño, me visto y antes de salir recibo un mensaje de WhatsApp, la imagen de un evento al que estoy invitado. “Biografías poéticas de su puño y vida”, poemas autobiográficos en la voz de sus autores. Mi vida y mi obra… ¿Será que sí nos parecemos?           

FRANCISCO BURGOS ARANGO (FBA)

(para Georgy Martínez) 

Comentarios

  1. Aquí a la casi media noche de este domingo he terminado de leer tu extenso relato un tanto ecléctico por la variedad de temas y reflexiones que suceden en su desarrollo. Las reflexiones de K me recuerdan un intercambio de ideas que tuve contigo hace ya varios meses, quizás, años sobre el libro de tu vida y las páginas que estabas escribiendo en aquel momento, a través de recuentos sobre tu vida diaria. La publicación de tu canción "Yvonne" y posterior eliminación ante la ausencia de comentarios es una muestra de tus contradicciones sobre las cuales también te hablé hace algún tiempo, contradicciones entre tu aparente comodidad frente al fracaso y tu real incomodidad frente a sus manifestaciones concretas. No tengo dudas de que entre el FBA que pareciera disfrutar del fracaso (el FBA ficticio y real a la vez) existen diferencias evidentes con el FBA real que se frustra frente al fracaso en un concurso musical o en una publicación en Facebook, fracaso que, en el caso de las publicaciones en esta última plataforma, es motivado quizás por el desconocimiento de las lógicas bajo las cuales se mueven las visitas de los internautas, entre las que existen una relativa a las horas más propicias para postear con mayores posibilidades de éxito en las respuestas. Un abrazo y feliz noche.

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    1. Gracias, Maestro, por su lectura y por tan franco y explícito comentario. La medianoche es la mejor hora para leer mis ocurrencias eclécticas (miscelánea más bien, absolutamente intencional). K es sabia. ¿Qué sería de mi vida sin ella? Más a la deriva de lo que ya es. No tengo solo la contradicción que usted muy bien señala. Tengo más, muchas más. Creo que son necesarias y muy útiles en términos literarios y vitales. La frustración, por supuesto, que existe, pero el FBA real también se divierte fracasando. Mi cuento con el fracaso no es una pose, sino una tremenda o maravillosa (según se mire) realidad, en todo caso no tan amarga como pareciera. Le sugiero leer a Julio Ramón Ribeyro, sus diarios, "La tentación del fracaso", y a Enrique Vila-Matas con respecto al fracasismo. Implica, además, solidarizarme con grandes fracasados que no fueron reconocidos en vida. Conozco las lógicas de Facebook y sé que esa red social no determina nada en lo tocante al éxito o al fracaso (le había escrito más largo sobre esto, pero se fue la luz, no había guardado y la respuesta en su totalidad se me perdió; aquí estoy reescribiendo lo que me acuerdo). A "Yvonne" la eliminé para preservarla, para no exponerla a ambientes inadecuados, y al día siguiente volví a subirla para llevarme la contraria y porque sé que esa plataforma no es del todo árida con el arte. Un día de estos se me va a dar por desnaturalizarme y publicar "para el gusto del público", sé cuáles serían los temas y los métodos, y entonces, lectores de su calidad, van a extrañar al escritor fracasado, al hombre frustrado que gusta también de provocar. La invisibilidad de Facebook resulta a veces provechosa. Fracasar tiene su magia, y los FBA (reales o ficticios) sí que lo saben. Tristeza y dolor siempre gravitarán por ahí cerca. Mil gracias, Maestro, se acerca usted bastante a mis rincones. Fuerte abrazo.

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