ITINERARIO DE LA MELANCOLÍA

La aniquilación del hombre por el hombre es repudiable, provenga de donde provenga. Cada víctima nueva es una historia de vida que se cercena y una tragedia más que se prolonga. Peor que peor si se trata de niños. ¡Qué mundo este!, qué infierno el que se vive, qué salvaje puede llegar a ser la inteligencia humana al servicio de ideologías y fanatismos. El apocalipsis se acerca. Ahora sí, ahora sí, si bien toda época ha tenido su holocausto, y ahí sigue la pelota girando, resistiendo el peso enorme de la maldad humana.

Asistí hace unos días a Un Río de Libros en mi ciudad natal. Octava Feria de la Lectura. Luego de siete versiones me llegó el turno. Un amigo sugirió mi nombre y fue considerado para un recital poético. Lo hizo sin yo saberlo, y amistad obliga. Acepté. Nos fue bien. Sensación extraña. Debo confesar ahora, ya en calma, que, en definitiva, no me gusta ser protagonista, ni de esto ni de nada, ser objeto de miradas y comentarios (buenos o malos) me resulta incómodo, esa cosa de ser célebre debe ser aterradora.

La voz de los lápices. Un título bello para una hórrida historia. Por razones de íntima solidaridad sentí el deber de asistir a la presentación del libro, comprarlo y leerlo más tarde con inevitable mezcla de nostalgia e inquietud. Su tema: la toma de una universidad pública por parte de una organización paramilitar. Sé de antemano que esta historia es en realidad inabarcable, puesto que a muchas o a algunas de sus voces supérstites aún les cuesta sobreponerse a lo vivido y prefieren mejor no hablar de ello. Hay mucho dolor detrás. Mucho terror todavía rondando. Muchas pérdidas. Enfermedades. Angustias. Heridas que no sanan. Ausencias. Soledades. Exilios que aun con retorno siguen siéndolo. Papeles que permanecen archivados en algún cajón, sin derecho a olvidar. Fui para constatar también las voces que no están, cuyos lápices continúan silenciosos, esas que ojalá se atrevan algún día a contar su propia historia, así sea desde la ficcional literatura. Una universidad que debería impartir una materia obligatoria que dé cuenta de sus luchas y tristezas, sobre todo de estas últimas. Lágrimas por todos ellos. Lágrimas que nunca cesan. Y una consigna que alguna vez sonó en un cementerio: "Hoy no sabemos si el muerto eres tú o somos nosotros".

Entre el sentimiento y la razón. Auditorio "festivo". Atreverme a hablar de un tema proscrito y riesgoso veintiséis años después. Reivindicar así la auténtica sinceridad de la memoria. Historias que siguen sin escribirse como debe ser. Verdades que se rehúsan a salir a flote. Y al final, la extraña y valiente utopía intentando serle fiel a aquella frase portentosa de María Zambrano Alarcón... Una universidad ausente en el acto que cuenta sus más cueles verdades. Ni el periodismo ni la academia. La frialdad de la ciencia no sirve para inmiscuirse en los vericuetos del dolor. Solo la literatura podría contar, con alguna relativa convicción, esas infelicidades que aún agobian. ¡Fueron los estudiantes los grandes protagonistas! Cumplir con los muertos. Pellizcar a los vivos. Servir de eco a las lejanas voces. ¡Qué historia tan triste esta! Jóvenes escuchando. Aplausos que no me merezco, y de inmediato huir, huir, huir como siempre, hacia el eterno olvido.

Reacción de A. F. Comenta que a las 9:20 p.m., hora del Pacífico, llueve a cielo roto sobre una tierra que ya casi tiene otro nombre de tanto ver llover, con mucha agua pensativa corriendo en sus calles. En sus comentarios siempre están las ciudades de este lado del mundo en donde a los dos nos tocó vivir, con sus “calles hechas campos de puntería para las bombas estallar y llevarse la memoria de otras generaciones: los niños”. Me relee por si se equivoca en lo que estaba yo diciendo, y agrega: “queda uno agradeciéndole a la sinrazón de una historia de profesores, estudiantes y trabajadores universitarios que pudo ser de otra forma, como de bellos recuerdos. Pero no”. No le digo nada. Solo pienso: sí, así es, no son bellos los recuerdos, aunque hay algunos que sí lo fueron.

Escuetamente le respondo: tocó intervenir, tu nombre resonó en el auditorio. A. F. solo atina a decir: “tenaz”. Tenacidad. Eso también somos. Prefiero asociarla con obstinación. A. F. es un auténtico exiliado. El mío, mi exilio fue o sigue siendo, si acaso, un asunto menor. No salí del país, fui por ahí, de ciudad en ciudad, tratando de sobrevivir al brutal desarraigo. Diez años en eso. Tú también eres víctima, me dijo una vez mi hermana mayor. Una víctima anónima, pensé; cuántas enfermedades, cuántos desequilibrios. Prefiero ignorarme. No darme importancia. Al fin y al cabo, nada de lo que diga o escriba revivirá a los amigos que cayeron, que no contaron con la misma suerte.

Reacción de E. S. B. Años sin vernos. Leo su comentario y hay algo de violenta provocación en él. Escribió: “Algo parecido a la cobardía es dedicar la vida a hablar. Vivir en los pueblos olvidados del Estado en las montañas de Colombia es vivir la realidad... es la verdadera literatura… la verdadera poesía... la verdadera agonía... Esa no se vive realmente hablando los fines de semana religiosamente tomando cerveza en una tienda... no somos inmortales... Somos colombianos cobardes... con excepciones... y espero no lo tomen personal... un abrazo”.

Me sorprende de veras. ¿Qué habrá entendido?

Le respondo: Esa sería otra discusión (¿verdadera literatura?, ¿verdadera poesía?); no es el contexto de lo publicado, te falta información que, por obvias razones, me abstuve de detallar. Cuando quieras lo hablamos y te explico, pero no por aquí. Va también mi abrazo. Ah, y no te metas con las tiendas cerveceras, que son sagradas, y también son literatura (raro que no lo sepas, o será que se te borró la memoria...). Y espero no lo tomes tampoco personal o te sigo mamando gallo…

Lluvia de recuerdos. Aquellos tiempos vividos con E. S. B., las luchas estudiantiles, las conversaciones interminables, las tremendas locuras, el guaro fiado, el aporte económico y amoroso de mi cómplice madre, las trasnochadas, la pernicie, los poemas escritos al alimón, las serenatas endiabladas, las carencias, el insuperable desempleo, voces que nos recomendaban aprender un oficio práctico, motilar, por ejemplo, las ideas estrambóticas y rayanas con el delito, las dudas por si las moscas, las traiciones increíbles. Si las tiendas hablaran. Sería bueno desenmascarar aquellos versos… Pero no. Es historia. Solo historia, de la menudita, sobre la que nadie escribe. No tiene la menor idea este personaje que entre A. F. y yo hay millares de kilómetros de por medio ni de que a las tiendas no he vuelto, y las pocas cervezas que aún consumo, en especial los sábados, son más un tributo a lo que el tiempo se llevó.

Converso con A. F. por WhatsApp. Le escribo largo, conforme a mi manía de no ahorrarme palabras: Iba a comprar el libro, pero no lo he visto, mañana iré a mirar libros a ver si me lo tropiezo. Hace un rato, de casualidad, vi la publicación de la autora en Facebook sobre su evento y en uno de los comentarios puso un enlace que conduce al libro. Ya lo estuve hojeando. Después de su charla las ganas de adquirirlo se me fueron, pues sentí que al acto le faltó profundidad y exactitud, y pensé que el libro era meramente esquemático, frío e informativo. Tuve la impresión de que en su proceso de investigación y punto de vista influyó o influye mucho S., su perspectiva como profesor. Pero ahora que leí tu contribución al libro me surge de nuevo el interés por comprarlo. El libro es, sin duda, mucho más que la presentación que se hizo de él, y tiene en algunas partes el condimento literario que siempre busco en un buen texto. Pasé por él a vista de pájaro, solo me detuve en lo tuyo y en lo de E., no vi mi nombre en ningún lado, sí el de N. (mal citado), no es la primera vez que mis amigos cercanos me protegen con su silencio. A eso le debo también el seguir vivo. Algún día te contaré esas historias...  Entiendo que el libro hace parte de un trabajo mucho más extenso con miras a un doctorado, ojalá encuentre esas otras voces que le faltan a su historia, el exilio y el dolor se manifiestan de diversas formas. Llevo años dándole vueltas a la idea de escribir sobre mi historia en la U... He creído que la mejor forma de hacerlo es la literaria, pero ya no estoy tan seguro, y debe ser por eso que aún no arranca. Guardo un montón de papeles de esa época (no sé cómo se salvaron de ser quemados cuando me tocó irme), que podrían servirme para precisar los hechos. En fin. Tal vez en el fondo lo que me pasa es que no quiero hacerlo, no por temor sino para no revivir episodios que en su momento me significaron grandes contratiempos. Hace unos meses se me dio por releer las cartas que conservo, enviadas y recibidas, y sentí que un peligroso volcán se estaba despertando. Eran otros tiempos y las comunicaciones, incipientes aún, no ayudaban. Una de las cosas que más me conmueven cuando me pongo a recordar esto es el vacío de haber perdido contacto con mi mundo. Haber tenido que autoeliminarme, borrarme por completo. Tanto, y tan bien, que en la reconstrucción de estos hechos no aparezco para nada. Y está bien que sea así. Es necesario que se mantenga así. Finalmente, llevo esa triste historia por dentro, todos los días, a toda hora, y eso ya es bastante. Miro hacia atrás y lo que veo son ausencias entrañables. A veces siento que debí haber dado señales de vida, buscar como fuera a los más cercanos y explicarles lo acontecido. Sé que se tejió mucha desinformación sobre el particular. Pero sé también que en aquel momento no era posible, había que huir, no había de otra. Fíjate tú, ya empecé a escribir el libro. Así sería su tono. Cuando diez años después me atreví poco a poco a retornar, la gente con la que me fui casualmente reencontrando me hacía muerto, algunos se asustaban al verme. Sigo siendo cuidadoso, eso que hice al intervenir en el evento pudo haber sido una locura, un riesgo innecesario, pero lo juzgué indispensable. Tuve que hacerlo. De ese día para acá he estado algo nervioso, esta mañana fui a cumplir con el compromiso cultural, todo bien. Me gustó mucho tu contribución al libro, G. se supo acercar a ti con mucho tacto y diseñó un perfil tuyo maravilloso, que se acerca profundamente a lo que eres. Eso de los pájaros es mágico. Lograste conmoverla. Entiendo que por último te visitó. Debió haber sido un encuentro extraordinario. No sé si ella lo cuente en el libro más allá de anunciarte su llegada. Espero que no. Ahí está la magia de la literatura. Solo sugestiva, no todo puede ser narrado. Bien. Paro aquí. Un abrazo, y gracias por resistir.

Releo el anterior mensaje y me animo a aconsejarme: ¡Sí! ¡Una novela! Escribiré una novela. Tengo que contar mi historia, una historia como la mía no se puede perder en el olvido. Que la literatura se encargue de ella. Amanecerá y seremos.

Pienso en el éxito comercial de este eventual libro. Tiene todos los ingredientes para gustar: las contradicciones de los estratos, el humor, utopía y distopía, fracaso, conflicto, amor, amistad, tragos y delirios. No necesitaré de un escritor fantasma, un ghost writer, para eso. Es burla. Solo los famosos los tienen. Desde los tiempos de Shakespeare, se dice.

En fin. En fin. En fin. Me volveré novelista. Si Bayly lo es… (ya me leí Los genios; lo comentaré después: el libro y su paso por la feria de la lectura monteriana).

Mañana es día de elecciones. Ojalá ganen los Jesús Eduardo que aún quedan soñando por ahí…

Ay, melancolía…

FRANCISCO BURGOS ARANGO (FBA)

Comentarios