DINASTÍA EN RUIN BEMOL

A los verdaderos cantores del Sinú

Cuando Martín escuchó el nombre de la señora, lo dinástico se le vino a la cabeza. Apellido musical. El presentador leía las cualidades de quien sería su evaluadora: música, pedagoga, profesora universitaria, jefa de programa académico, viajes a Europa, directora de orquesta. No está mal, pensó Martín; algo es algo. Con los músicos tiene siempre prevención, pues, en términos generales, su formación literaria es insuficiente. La ausencia de letristas le sigue preocupando. Oyó entonces a una voz autorizada que estaba a su lado: mal, muy mal. Se refería no solo a la señora, sino también a otro músico y a un cantante que estaban sentados en la misma mesa. Esa gente no sabe de esto, sentenció, decepcionada, la voz. Otra vez se equivocan, arguyó impotente.

Martín, inquieto, empezó a sudar; el aire acondicionado del centro comercial no atenuó su zozobra. Fue por una cerveza para tranquilizarse. Se trajo cuatro. Una mancha se impregnó de repente en su memoria. El célebre hermano de esa señora fue señalado hace años por un cancionista yarumaleño de haberse quedado con el dinero de un premio nacional de música que este obtuvo. Recordó una aspiración electoral: indecencias representando decencias. Esto no pinta bien, se dijo Martín. Pero bueno, ya estamos aquí, esperemos un poco a ver qué pasa.

¿Será que nos vamos? Era la voz de Octavio, inconforme sobre todo con el cantante, conocido de autos por su premiada cercanía con la administración municipal y los organizadores del evento. Lo han hecho antes, han optado por irse cuando las circunstancias se muestran sospechosas. Martín intentó animarlo: bueno, nos queda al menos el otro músico, le dijo a Octavio. Se acordó de lo que ese músico le escribió un día: tú estás a otro nivel. Martín se había encontrado con él cuando llegó al sitio, se habían saludado, no sabía Martín que iba a ser uno de sus examinadores, así que le dijo: por aquí, mientras tú organizas el festival selecto.

Las cervezas ayudaron a despejar la duda. Martín y Octavio se fueron de viaje en la tarima. Hasta en la Antártida estuvieron. Al día siguiente, por la noche, en otro escenario, volvieron a presentarse. Era tarde para renunciar, y, pese a algunas fallas de interpretación que no tuvieron en la anterior tarima, la canción poseía atributos para estar en el podio. En eso confiaban. Octavio se despidió enseguida, no le gusta esperar porque se estresa. Ya no está para estos trotes, pensó Martín al verlo irse. Cerveza tras cerveza transcurrieron las horas. Cuando el presentador dio lectura al fallo, quedaban pocas personas en el lugar, algunas dormidas en sus sillas. Provocadoramente adverso, el resultado alteró a la voz autorizada y a otras más que estaban acompañándolos. Un miembro de la junta directiva (el poder en la sombra) recibió una andanada de recriminaciones, Martín se mantuvo sereno, el directivo le pidió que no escribiera nada al respecto, que después hablaban, que después le explicaba, el directivo bajaba la cabeza como apenado, Martín solo le sugirió un par de correctivos.

En un santiamén, todo se disipó. Todos se fueron. De haber ganado, nadie se hubiera ido, la juerga hubiera seguido ahí, con las incompletas bandas trasnochadoras del cierre o en algún otro lado, pensó Martín. Y pensó también en que los fracasos deberían festejarse más que las victorias, le tocará otra vez solo, como siempre. Esa, al fin y al cabo, es su especialidad. Minutos antes, alguien que le había valorado como ganancia su coherencia se le acercó a felicitarlo, le dijo un par de frases agradecidas y le estampó un beso en la frente. Sintió Martín la verdadera esencia de los buenos amigos. Martín, ya solo, se levantó de la silla y se dirigió al río. Ahí estaba, al alcance de su dolor, impasible como siempre, ajeno a las iniquidades de los hombres. Se quedó mirándolo… Al rato llegaron su compañera y su hijo menor a rescatarlo. Martín se acordaba en ese momento de unos versos suyos: “Paul Celan se lanzó al Sena, / tirarme yo al Sinú no sé si tenga la misma relevancia. / Pienso en el dilema de sus aguas, / entre salvarme o confundirme con lo ahogado. / Renuncio cabizbajo, / es mejor que el Sinú siga fluyendo sin la opaca grandeza de mis versos.”.

Esa noche escribió y publicó cinco locuras en sus redes sociales, y en la mañana o tarde siguiente una reflexión más ponderada. Con una nueva derrota había llegado, sano y salvo, a su casa, se había metido en su hamaca, había mirado la repisa, la biblioteca, los libros, el vaso cervecero que compró en la salsa de Fidel, los trofeos que prueban su terquedad y resistencia, les había prometido traerles otro al vecindario, les falló, lo siento, les dijo, será en otra ocasión, ¿otra ocasión?, no habrá más otra ocasión, hasta aquí llegamos, mis amigos, y se había dormido pensando en ciertas tristezas, en ciertos sacrificios. El arte no da tregua.

Dos días después, antes de viajar al municipio donde trabaja, revisó los contactos eliminados y bloqueados, le faltaron algunos y procedió en consecuencia; borró de su vida gente con la que nunca más quería encontrarse en lo que le restara de tiempo. Y dos días más tarde, de regreso, mientras conducía su vehículo, lo llamó Octavio. Activó el celular en altavoz. Octavio lo fue poniendo al tanto de todo lo realmente acontecido, sus averiguaciones llegaron hasta dilucidar cómo la señora de apellido dinástico fraguó las cosas a su favor, salieron a relucir las relaciones con intérpretes y estudiantes, la incidencia de orquestas y grupos musicales, la maquinación de una inescrupulosa directiva, los malsanos intereses de una sociedad de autores. Martín lo escuchaba estupefacto y detuvo el automóvil para poder conversar bien. Increíble, si es así como me cuentas eso está más que podrido; como quien dice, nos volvimos a meter en la boca del lobo. Lástima no haberlo sabido a tiempo para habernos ido sin presentarnos, remató Martín. Quedaron en volver a hablar por la noche.

Martín dio marcha al carro y siguió pensando en el nefasto poder de esa sociedad. Mientras esta y el propietario de un canal de televisión continúen al mando todo irá de mal en peor, con menos público, menos credibilidad, menos garantías y menos concursantes. Usan el evento para promocionarse, dinero público al servicio de intereses privados. Martín lamentó una vez más el deceso de la única persona que se atrevía a cantarles de frente y con nombre propio la verdad, ese gran maestro que se fue sin obtener justicia, qué falta la que hace. Leyó de nuevo el mensaje que le enviaron a su WhatsApp pidiéndole que invitara a todas las personas que más pudiera para que le hicieran barra. Así de vacío estaba el lugar, y de desesperados los convocantes.

Esas mafias que son como las brujas… Con este título había publicado Martín el día anterior un artículo en su blog “Solo para fracasados”, en el que se refería al anuncio de su retiro, mencionado este por un connotado escritor y periodista sanjacintero en una fuerte crítica sobre la crisis y corrupción de los festivales. Martín asumió tan peligroso tema desde lo vivencial y sin señalamientos de ninguna índole. Le faltaron cosas por decir. Como cuando siendo por única vez calificador fue objeto de intento de soborno por parte de un pulpo desaforado de esas mafias, experto en ofrecer dinero, infiltrar, comprar veredictos y recurrir a la intimidación o la amenaza si le era preciso. Tuvo que apagar el celular para frenar su insistencia.

A las seis de la tarde en punto arribó Martín a su ciudad natal. Horas después, su sorpresa fue mayúscula cuando recibió notificaciones de lo publicado por la voz autorizada en su red de caras, echándoles loas a quienes hace unos días, la noche del infortunio musical, les reclamó exaltado. Se atrevió a escribirle. Le preguntó: ¿Crees de verdad eso? Mentiras convenientes, respondió la voz autorizada.

Martín supo por fin qué hacer. El río. El río es el culpable. Se ha dejado ofender y utilizar, se cometen muchas fechorías en su nombre. Hay que decírselo, exigirle explicaciones. Se fue caminando por La Ronda hasta llegar a la Plaza Cultural. Y desde el mismo sitio donde se quedó mirándolo esa triste noche en la que el vuelo de su porro viajero fue cercenado, empezó a hablarle. Le contó su historia, se remontó hasta más allá de la infancia, le recitó versos, le cantó canciones, le soltó secretos, y también esa otra historia de baretas veloces y pactos marginales que un poeta afirma que sus poetas desconocen. El año entrante protesta, desbórdate, sumérgelos en tu turbia poesía para que aprendan a respetar. Martín asoció eso que acababa de decir con la reunión de garzas y goleros que fotografió una vez por ahí cerca, atraídos por un festival de la carroña. El río, después de un largo silencio, finalmente sonrió. Dinastía en ruin bemol. Ahí estaba su respuesta, escrita sobre las aguas barrosas y milenarias, en letras que se iban desintegrando a medida que con indiferencia inmortal seguía su curso. Martín se dispuso a perseguirlas desde la orilla, corriendo casi hasta las inmediaciones del extinto Pueblo Pescao. No podía perderse por nada del mundo la última revelación, la más importante de todas, esa que el río aún se guardaba para sí, esa que lleva muchos siglos dormida en sus entrañas.

FRANCISCO BURGOS ARANGO 

(FBA)

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