SÁBADO DE…

Varias noticias de estos primeros días de agosto: los catorce años de ausencia de mi madre; mi acercamiento al requisito de edad que me falta para la pensión (a tan solo tres meses y doce días de lograrlo; empiezo a pensar en si me iré de una vez o permaneceré un tiempo más en la entidad y al frente del sindicato, en cómo sería mi primer día de pensionado, qué sentiría, qué haría, al igual que en las expectativas que me he planteado, como la de litigar en Penal y en Laboral, y alguna docencia ocasional en lo jurídico o en lo literario); la lectura de Una música constante, de Vikram Seth (aún no recuerdo el nombre del escritor que lo recomendó en uno de sus libros; creo que fue Enrique; en mi Dietario del resto de una vida cuento la historia de cómo me encontré con este libro en la Lerner de la 93 con 11 en Bogotá, literalmente me llamó cuando iba de salida, una historia de amor pasional y de virtuoso fracaso, en la que un violín Tononi y Schubert decoran el escenario); mi posible participación en un festival a fin de mes, con una canción bastante “peligrosa” en términos festivaleros: El porro viajero; un recital poético en octubre ya confirmado, en una feria ribereña de la lectura que por primera vez, luego de siete versiones, me tiene en cuenta (sorpresas que da la vida, aunque ello es obra de un buen amigo que me aprecia y me postuló)… Espero me perdonen los amigos que han leído mis diatribas. Aunque, por si las moscas, enviaré a Martín del Castillo en mi lugar.

Y dos inmensas alegrías paternales: el regreso de EJ a casa (mejor salario, empresa indo-canadiense, en modalidad de teletrabajo, llegué a creer que nunca más viviría con o cerca de nosotros, a mediados de agosto lo veré entrar de nuevo en su cuarto y esa puerta que prefiero ver cerrada durante su ausencia se volverá a abrir para reiniciar el silencioso afecto) y la nivelación salarial de FJ en la universidad donde labora, acorde por fin con su doctorado, la posibilidad de ganarse un concurso de méritos en una universidad pública que le significaría una ideal estabilidad económica y mucha satisfacción en su quehacer académico e investigativo, que es lo que más le gusta.

A propósito de ellos, ayer me encontré en un supermercado de la ciudad mientras K compraba algunas cosas y yo la esperaba leyendo a Seth en la cafetería con un ex fiscal, hermano de un compañero de colegio, se sentó, hablamos de todo un poco, del proceso penal que involucra al hijo del actual presidente, me contó que hacía poco se había pensionado, que no sabía qué hacer ahora, que su hija le había sugerido que leyera, me habló del bogotano Mario Mendoza, le mencioné dos libros de este (Leer es resistir y Paranormal Colombia, el primero porque ha sido exitoso en ventas y el segundo porque un amigo me lo regaló y lo he hojeado), escritor profuso, se me antojó añadirle que es como un Vargas Llosa colombiano atendiendo únicamente a lo extenso de su producción literaria, aunque llegar a igualarlo con la abundancia de su tocayo peruano resulte un despropósito, me precisó su interés por los temas históricos, nada de novelas negras o detectivescas, estaba harto de crímenes, lidió casi tres décadas con eso, le hablé de Pablo Montoya Campuzano, le recomendé Los derrotados, y le sugerí, además, El maestro de esgrima y El pintor de batallas, de Arturo Pérez-Reverte, me preguntó si seguía en lo del sindicalismo, sí, le contesté, pero ya retirado de cualquier militancia que no signifique música y poesía,  me habló de su hija, y, después de contarle a qué se dedican mis hijos, agregué: lo mejor que tienen es que no son como yo. Intercambiamos números telefónicos y quedamos en vernos otro día.

Qué rara es la vida, no recuerdo haber conversado nunca con él, y mucho menos con tanta afabilidad; con su hermano sí, después del colegio coincidimos un tiempo en asuntos de trabajo, él como director y yo como lo que siempre he sido: un inspector modesto. Atribuyo el hecho a la increíble bondad y al desprendimiento que nos regalan los años. Cualquier prevención se esfuma. Pero tengo otra teoría: los años traen también una alta dosis de olvido. Gracias a lo que se nos olvida podemos felizmente saludarnos con el pasado. En 2019 pasé por un episodio que así me lo confirmó. Primer reencuentro de la promoción de bachilleres 1979, cuarenta años después. En esos días recibí una llamada telefónica. La voz se reportaba desde la Ciudad de Panamá. Era Rafa M., médico prestigioso, hablamos gratamente como dos horas sin acordarnos de que hacía cuarenta o más años nos habíamos enemistado y nos dejamos de hablar. Vine a medio acordarme de eso como a los quince días de esa conversa. Una valiosa amistad que recuperé gracias al olvido.

Sábado de pequeñas euforias. El Derecho Penal siempre me ha gustado, era lo único que me permitía atenuar la desdicha de estudiar Derecho, lo asocio con la creatividad literaria, con la sagacidad y la sutileza, recuerdo a mi profesor de Derecho Penal Especial, Carlos Jaramillo, me acuerdo de cómo se divertía definiendo el delito como una acción típicamente antijurídica y culpable, en ese “típicamente” está todo, nos decía, volví a ver al profesor Jaramillo años más tarde, como profesor de lo mismo en uno de los módulos que me permitieron obtener el grado. Murió hace como cinco o seis años. Su picardía para enseñar era una marca artística. Esto sí que lo preciso.

Más noticias no noticiables mías: los tres primeros días de este caluroso agosto he estado asistiendo a terapias neuropsicológicas, poniendo a prueba mi memoria y la atención, haciendo test, contestando preguntas, que si la tristeza, que si la nostalgia, que si el pesimismo, que si el fracaso, que si el suicidio, que si la depresión, que si la ansiedad, me explica la terapeuta que la depresión tiene que ver con el pasado y la ansiedad con el futuro, me sorprende saberlo, aunque no lo veo tan claro, mi ansiedad retrocede y mi depresión acelera, y el presente, dónde queda el presente, qué hacer con él, cada paso que se da se vuelve inmediatamente pasado y lo único que nos queda es su recuerdo, pura construcción de recuerdos futuros como diría ya no me acuerdo qué escritor (Ernesto, creo), capto de todos modos que si viviéramos más en función exclusivamente del presente la vida podría resultar más placentera, sin ansiedad y sin depresión, si bien detesto el carpe diem y otras majaderías por el estilo, me refiero a otra cosa, le hablo a mi terapeuta de mi exitosa relación con el fracaso, de cierto pesimismo de la fortaleza, de que la culpa no existe pues el mundo no es blanco ni negro sino gris, ella se ríe y me dispara: usted se equivocó de profesión, lo suyo es la psiquiatría. Me queda sonando la idea, quizá se deba a eso que mis visitas a psiquiatras me resulten tan amenas y entretenidas, conversamos de todo lo humano y lo divino, los hago reír con mis ocurrencias, de psiquiatra a psiquiatra, todos estamos locos, concluimos. Al carajo la filosofía. ¡Que viva la hijueputa vida!

¿En qué momento se malogra una vida? Buena pregunta. O más bien mala. A la postre, no interesa saberlo. Me recomiendo releer El malogrado, de Thomas Bernhard, otro libro musicalmente azaroso. Más que de momento o momentos se trata de un proceso o trámite existencial en el que se va poniendo una capa sobre otra.

Anoche me fui para el minimercado de la 58 a beberme máximo cinco cervezas rojas. Estando en la tercera se me quedó viendo una persona que iba para el baño, se detuvo a repararme de frente hasta que se atrevió a identificarme con un leve tono interrogativo: ¿Francisco Burgos? Sonreí. Al principio dudé también un poco, se me acercó y, con la primera permuta de palabras, pude reconocerlo. Ha sido dos veces jurado de canciones mías y en una ocasión oficiamos ambos de jurados, me expresó su admiración, me dijo que compró y se leyó mi libro Tiempos grises, no supe qué decirle, los elogios me confunden, le agradecí, me cantó un proyecto de merengue que piensa inscribir en el Festival Vallenato de 2024, me pareció bastante bueno, se lo dije y lo animé a persistir, nunca ha sido seleccionado en Valledupar, me pasaba igual, le conté mi experiencia, canciones mías que considero de buena calidad y que fueron desechadas una tras otra, y, sin embargo, puedo hoy afirmar que de tanto ir al cántaro he estado compitiendo ya tres veces en las tarimas del Festival Vallenato.

Último minuto: me llama Fernando M. para proponerme que comencemos hoy los ensayos vocales de El porro viajero, con acompañamiento solo de guitarras; no quiere improvisar esta vez, le digo que no se estrese, que concursemos tranquilos, la canción tiene lo suyo, es distinta y no pasará desapercibida. Debo trotar hoy, lo llamaré luego a ver si nos vemos por la noche. No es pájaro nocturno como yo. Ojalá se anime. Y con frías. Ensayo sin frías no es ensayo.

FRANCISCO BURGOS ARANGO (FBA)

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