ESAS MAFIAS QUE SON COMO LAS BRUJAS…

No pensaba escribir nada más sobre el tema de los concursos de canciones inéditas en festivales sinuanos, sabaneros o vallenatos, pero la mención que hizo de mi retiro del Festival Perla del Sinú de Montería el escritor Alfonso Hamburger Fernández en su texto “¿Por qué entraron en crisis los festivales?”, publicado en Facebook el 28 de agosto de 2023, me obliga a precisar algunas cosas. Al día siguiente, el maestro Alfonso eliminó su publicación (adujo cuestiones humanitarias). La verdad es que es un tema sensible y muy riesgoso. Voy a asumirlo solo desde lo vivencial y sin señalamientos ni insinuaciones.

La noticia de mi retiro es cierta y definitiva. Aclaro: aún no de los festivales (no todavía, pero ya casi), sino de uno en particular: del Festival Perla del Sinú de Montería. ¿Razones? Muchas. Prefiero reservármelas. La burra no volverá a ese trigal ni el cántaro a ese arroyo.

Diré sí que presenté en ese festival cinco canciones con calidad literaria y musical, distintas e innovadoras; cuatro llegaron a ser finalistas y dos ocuparon el segundo puesto. Fueron ellas: “Lo mejor de su poesía” (2017), “Viva el porro” (2018), “Volví a cantar” (2019), “Ilusión de cumbia” (2022) y “El porro viajero” (2023). Todas se dejan escuchar por fuera del contexto festivalero en que estuvieron, pues no compongo canciones para que se mueran una vez pasen los festivales, y por eso no caigo en las truculencias del efectismo que busca conmover.

Esas canciones que apelan al obvio efectismo no trascienden. Hasta ahí llegan. Pero, sin duda, reciben todavía aplausos y cuentan con la ignorancia de jurados que se dejan fácilmente impresionar (para no hablar de otras cosas más delicadas). Detrás de todo eso hay una verdad innegable: son ficción, y de la mala. No hay una sola gota de sinceridad en ellas. Algunas llegan a ser ridículas en grado superlativo. Acabo de ver una que es la obra maestra de semejante embeleco. Todo un drama familiar en escena: un niño, en el papel de hijo, cantando su parte; el compositor, en otro micrófono, haciendo voces con calculado sentimiento, y el cantante, que hace las veces de padre, canchero, riéndose en la tarima y dirigiendo a los músicos, pero a la hora de meterse en el drama se le salen las lágrimas, se le quiebra la voz, se arrodilla, le suplica perdón a su falso hijo. Una actuación diríase del carajo. Solo que es claramente exagerada, demasiado evidente, se deja ver la burla del intérprete, que cree haber hecho el gran papel de su vida. No los culpo. Son ingenuos. Piensan que eso es arte. La obra de teatro culmina con el falso padre sermoneando al escaso público (otro festival como el de Montería, sin público) y el niño, tristísimo, tirándose al piso y provocando lástima, con el cantante a su lado, en la misma posición y profundamente arrepentido. Qué tiernos, par de angelitos. Me los imagino después del triunfo reventados de risa burlándose de todos y bebiéndose a chorros el tremendo engaño. Pero bueno, ese dramón hace parte del libreto que gana festivales. Y ocurrió en una región en la que uno pensaría que por su historia e importancia vallenatas estas cosas estarían superadas. Pero no. La falta de fundamentación artística y literaria de los jurados es aterradora.

En el Festival de Montería me pasó algo que quiero resaltar. Tanta es mi renuncia, por principios estéticos, al efectismo sentimental y ramplón, que presenté “Ilusion de cumbia” el año pasado en un festival en el que si no mencionas al Sinú en la letra estás frito. No faltaron personas que me dijeron que la había presentado en el festival equivocado. Así de graves, pobres y mediocres están los festivales. “Ilusión de Cumbia” fue finalista, y en la final recibió el castigo y el desprecio de un jurado que se cree el summum de la música.

Lo cierto del caso es que nada ha pasado con las canciones ganadoras del Festival Perla del Sinú. Este año pude volver a escucharlas en tarima a modo de homenaje que les hizo el festival y llegué a idéntica conclusión: es la misma canción, el mismo esquema. No se abren a nuevos contenidos textuales y melódicos. En cambio, canciones de mucha más calidad han sido menospreciadas, humilladas incluso.

Diré también que competí en el Festival Perla del Sinú como lo hago siempre donde quiera que me presento: en buena lid, sin apalancamientos de ningún tipo, sin negociar premios con jurados. Y diré, por último, con respecto a dicho festival, que llegué a la plena certeza de que no hay garantías de ningún tipo en él, y a la convicción absoluta de que, a mí, en particular, nunca me permitirán ganar, por más buena y bien presentada que sea la canción. Creo que hay todo un complot en ello. Por ejemplo: ¿cómo puede uno quedar en segundo puesto con dos de tres jurados que me dieron ampliamente como ganador, confesado por ellos mismos? Supe hace poco que la orden vino de arriba, debido al contenido crítico de mi canción en contra de la política cultural de la alcaldía, además de que mostraba en ella esa otra realidad, cruda y oscura, de una tierra que se hace llamar del ensueño y sobre cuyas verdades no tan ensoñadoras nadie se atreve a cantar. Es más: ese año el fallo se demoró una eternidad, me querían sacar del podio o bajarme al tercer puesto y ellos, los dos jurados, se opusieron. Como mínimo, segundo, dijeron. ¿No es triste y decepcionante tener que enterarse uno de esto?

Es que a mí me mueve el arte, no el efectismo ni el guion conveniente. Utilizo algunos trucos, por supuesto, pero primero está el lenguaje, el respeto al texto literario. Por eso (para que se rían), en la misma repisa donde tengo los trofeos que me he ganado tengo también, simbólicamente, los que me han quitado en festivales, de canciones mías que estoy seguro fueron ganadoras. Como “Cuna bendita”, relegada al segundo puesto por el poder local, y “Vuelvo a la cumbia”, relegada asimismo al segundo puesto gracias a un jurado que prefirió la amistad y la solidaridad regional, con estímulo económico incluido (días después una fuente confiable me contó cuánto recibió del premio).

Esas mafias que son como las brujas… Las hay. He sido su víctima, no una, sino varias veces. Me han sacado de finales dizque por un punto, me han bajado diez puntos en la final dizque por violar el reglamento (una canción tan especial como “Sigue cantando, sigue en tu jaula”, que varias personas me la agradecieron porque nunca antes se había presentado una canción de esa magnitud en el festival de Montelíbano, fue la víctima de esa sucia jugada de los organizadores; recuerdo que uno de los jurados se me acercó y me dijo: era la ganadora, pero tocó restarle puntos), me han borrado del podio, me han cambiado de puesto. En Sahagún un jurado me confirmó una vez lo mismo, se acercó y me dijo: “si te sirve de consuelo, tu canción era la ganadora” (quedé de segundo; si no es por él y por otro jurado que también la defendió me hubieran descabezado). En Chinú un jurado de compositores vallenatos acribilló a mi canción “Utopía” para impedir que llegara a la final y favorecer a sus amigos vallenatos que estaban concursando con puros llanticos comerciales. En Sahagún estuve en otra ocasión con bastante opción de ganar, nos fue muy bien en la ronda semifinal y fuimos finalistas, posibles jurados de la final me enviaron el mensaje con el intérprete de mi canción para transar el premio. No lo hicimos. Ese año el fallo fue escandaloso, el público protestó tirando sillas, tuvieron que suspender el evento un par de horas y no pudieron hacer la premiación. El amigo que quedó de tercer puesto me contó cuánto le pidieron para ubicarlo en el podio, ese dinero se lo pidió un jurado que todavía funge como tal en festivales haciendo gala de un supuesto prestigio. Días después de ese vergonzoso episodio el alcalde me vio en el patio de la alcaldía y se me acercó a saludarme. Me felicitó por la canción, elogió su temática universal, criticó a los jurados que me la pisotearon y sentí de verdad que se sentía apenado. La víctima fue mi paseo “Lo que tengo para ti”, cuya densidad poética fue comparada después por un premiado cantautor vallenato con la de Tomás Darío Gutiérrez en sus canciones. En Chinú, en otra versión de su festival sabanero, tuve de jurado a un actor de televisión tanto en semifinal como en final, presenté “Una estrella, una guitarra”, en la final estuvo mejor interpretada y, vaya sorpresa, el actor bajó su puntaje, como si la canción hubiera perdido calidad de un día para otro. Su objetivo: sacarme del podio. Con esos diez puntos menos lo logró. Quedé de quinto. En Valledupar, este año, aún no entiendo qué pasó con “Me decían el son”, estábamos cerca de la semifinal, pero nunca se publicaron los puntajes. En Cotorra, con “Vallenato rebelde”, estuve en la final, una persona se me acercó y la ponderó sobremanera, la daba por ganadora, me dijo que iba a ser jurado en la final y, en efecto, lo fue, pero en el fallo demostró todo lo contrario: pusieron a ganar a los compositores vallenatos que habían sido invitados a la parranda del festival y estaban también concursando. No dan puntada sin hilo o nudo, están en todo. En ese mismo festival un veterano competidor de piqueria se me acercó y me dijo: tu canción es la mejor, pero aquí es difícil, hay muchos intereses. Después fue jurado mío en otro festival y tuvo la oportunidad de demostrarme cuánto apreciaba mis creaciones musicales. Nada. Me mató en la final. Y no a cualquier canción. La afectada fue “La poesía que heredé”, una de las canciones mías que considero de buena factura y que más quiero.

¿No creen ustedes que tengo bastantes motivos para sentirme ofendido e irrespetado? Muchas de estas historias las he escrito y publicado antes, en su momento, largas crónicas incluso, por lo que me considero precursor en este tipo de denuncias. Pero me cansé, nadie me paró bolas y hoy el problema se muestra agigantado. Obviamente, a estas “bajuras” de mi vida no voy a dar nombres. Ya no estoy para meterme en líos, aunque tampoco puedo callar una realidad que es innegable, así me limite a considerarla solo en abstracto.

No es que sean tan ganadores, es que concursan más, van a todas partes, todos los fines de semana hay festivales, quienes podrían ser sus rivales y hacerles contrapeso no tienen tiempo ni dinero para seguirles los pasos, o, por la misma corrupción, se han ido retirando. De ahí que concursen con relativa comodidad, van a la fija, saben que la competencia es poca, y que la fórmula textual, por más que se repita, siempre les funciona. Para ellos no es un concurso, es un trabajo. Son una empresa, tienen empleados y testaferros en muchos pueblos, por eso pueden concursar en varios festivales a un tiempo, y usan un libreto tan manido que uno no se explica por qué siguen acumulando triunfos. Los dramas familiares los he visto en tarima muchas veces. Canciones de corte costumbrista, vacuamente elogiosas, abundan, las llenan de datos que les suministran sus cómplices, relativos a personas y lugares emblemáticos. Sus alcances son de veras oprobiosos: actúan indistintamente como compositores, jurados o directivos. No es amor a la música ni a los festivales, es amor al dinero, son su modus vivendi.

Un reconocido compositor vallenato que se mueve también en cuanto festival exista, se presentó una vez en el festival de Ciénaga de Oro con una canción postiza de principio a fin: un músico local le pasó toda la información que necesitaba y hasta mi tío H. Galo quedó en la letra, mencionado como poeta popular. No tenía la menor idea de quién era, en realidad, ese gran poeta universal y clásico.

Adrián Pablo Villamizar Zapata tiene canciones que utilizan estos recursos festivaleros, pero con una notoria diferencia: son canciones reales, historias por él vividas y sentidas, los sentimientos que expresa son sinceros y le brotan del alma, y los personajes de sus canciones están de verdad metidos en su corazón. Además, no incurre en lo del pueblo más bonito, la gente más humilde, me siento de esta tierra, la quiero como si fuera la mía y otras tonterías por el estilo, y el Dios de Adrián no aparece en sus letras para predicar sino amanecido, mientras suenan unos versos muy vivos en una ventana amorosa. Un ejemplo claro y perfecto es “La ruta del reencuentro”.

Yo también soy de los que averiguan quiénes van a ser concursantes y jurados a ver si me animo o no a concursar. He dejado de presentar canciones estando al pie de la tarima, al enterarme de quiénes me iban a calificar. Tengo mi propio listado de concursantes que evito al máximo. Pero más me preocupan los jurados que los concursantes. Es que cada vez que uno decide concursar se está exponiendo a que la mediocridad lo juzgue. Y este no es un problema exclusivo de la región sabanera, ocurre en todos lados. El problema sigue siendo el mismo: la falta de fundamentación artística y literaria de los jurados, peor que peor si a eso le sumamos su incompetencia ética.

Oigo voces de amigos diciéndome: “el día que ganes te desacreditas”; “pero no aprendes, te derrota siempre tu amor por estos eventos, siendo que no están a la altura de tus creaciones”; “lo hicieron una vez más, sin temor a equivocarme puedo decirte que estos festivales no están preparados para calificar tus canciones”; “tu coherencia es tu ganancia, hermano y maestro”; “la valentía del justo luchador, le atavía, frente a las adversidades, de la suficiente coraza para sentirse en cada paso que da más digno y victorioso con lo que hace con amor”; “la terquedad te está pasando factura, pero al mismo tiempo es un don que posees, no te amilanes, sigue en la brega, que nosotros tus seguidores te apoyamos”; “la idoneidad jamás será opacada por la mediocridad”; “amigo, yo se lo advertí con anticipación pero usted no me hizo caso, le toca  aguantarse”; “siempre que he sabido que concursas siento un horrible miedo de que ganes, porque creo que los premios han matado a los mejores”.

Con amigos así, ¿para qué premios? Aunque me resisto a creer que no haya posibilidad alguna de que obras musicales como las mías puedan ser evaluadas por jurados competentes. Prefiero pensar que algunas de mis derrotas se debieron a deficiencias propias (de las canciones o interpretativas) y otras a los procederes indebidos que priman en esos festivales. Creerse superior no es sano para nadie, aparte de que soy muy consciente de mis limitaciones y dado a reconocer el talento de los demás. En todo caso, sí hay que mejorar la calidad de los jurados, procurar equilibrio en su conformación, menos figuras y más conocimientos integrales, de nada sirve ser músico o intérprete, ni siquiera compositor, si se trata de personas que no leen ni investigan, y que de sintaxis, gramática, fraseo, rima, métrica, poesía y literatura no tienen la menor idea, o viceversa, poetas o escritores sin ningún tipo de formación musical. La fama y la inteligencia no suelen andar juntas.

¿Soluciones? Lanzo algunas: dejar que esas mafias de pulpos, magos y brujas concursen solas, hasta que los festivales se extingan por sustracción de materia y tengan que replantearse a fondo; acabar con los premios en dinero y reemplazarlos por otro tipo de estímulos, lo que implicaría que los festivales asuman todos los costos de los participantes o los subsidien de manera significativa; impedir que los ganadores puedan volver a participar (aunque lo más probable es que lo sigan haciendo como también lo acostumbran, a través de interpuestas personas; conozco casos de una misma canción presentada en tres festivales con autorías diferentes); son, en su mayoría, dineros públicos y, por tanto, deben vigilarse mediante todas las auditorías que sean necesarias; un cuerpo de jurados seleccionado por el Ministerio de Cultura a través de una convocatoria seria y transparente, en la que calidades intelectuales y morales sean igualmente examinadas, con tarifas y eventos definidos, de tal manera que los festivales deban ceñirse a esto y no puedan imponer sus caprichos, amiguismos e intereses a la hora de designar jurados; criterios  o parámetros evaluativos enfocados más hacia la objetividad que a la subjetividad, nada de aceptación o aplausos del público, la interpretación debe tener un porcentaje mínimo o ser considerada solo en caso de empate. Se trata de concursos de canciones, no de cantantes.

Desde la música le he aportado igualmente a este debate. “Atípico y sutil” canta lo suyo al respecto en aire de porro (se puede escuchar en mi canal de YouTube). Y desde la literatura, un cuento titulado “El compositor”, que hace parte de mi libro inédito de relatos híbridos “Santo remedio”, refiere muchas de estas bellezas festivaleras. Mi buen amigo Julio César Pérez Méndez me hizo una valiosa crítica constructiva para que le mermara a la digresión y a la moralina. Algo hice sobre eso cuando lo revisé. Pero descubrí que no se podía más. El personaje tiene que ser así: honesto, iluso, impoluto, irreal, en vía de extinción, y el discurso resulta inevitable, a costa incluso de sacrificar la técnica del cuento. Un cuento o relato que descubrí también que pertenece al contexto de lo inacabado, pues son tantas las expresiones de la descomposición que hay que ir actualizando la historia a medida que me voy enterando de las últimas perlas pro-laureles de esas mafias que son como las brujas.

A propósito de Julio, ayer resucitó nuestra comunicación y me sugirió una idea que me quedó sonando: por qué no escribir un libro que cuente todo este periplo mío en festivales, canción por canción, en el que la poesía, la prosa y la música interactúen. La historia de todas esas canciones derrotadas o que se quedan por ahí perdidas. Con audio incorporado. Puede ser. ¿Tendrá lectores?

Esa historia de canciones desechadas por la arrogancia y la corrupción festivaleras no es solo mía. Cuando la música es hecha por artistas y no por mercaderes, tarde o temprano pone las cosas en su justo sitio. Sé de un caso reciente que me alegra. Una canción que ha sido desestimada varias veces por los seleccionadores de canciones en el Festival Vallenato de Valledupar acaba de ser escogida para concursar en un selecto festival de maestros en Bogotá. No puedo dar detalles.

Al final, el arte es el que mejor decide. Y es la única decisión que debe importarnos.

FRANCISCO BURGOS ARANGO (FBA)

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