EL VIEJO FERNA

Tengo un amigo de larga data que se las sabe todas en el mundillo de la política local. De la política electorera, para ser más precisos. Sobre esos muñidores de elecciones no hay quien se lo gane. Se llama Fernando. Agreguémosle la inicial de su primer apellido para diferenciarlo de otros Fernando que me son también cercanos. Fernando A. O llamémoslo mejor el viejo Ferna, como yo le digo.

Pues bien, muy raramente voto para elegir gobernadores, alcaldes, diputados y concejales. Y cuando lo hago, únicamente me desplazo hacia semejante martirio democrático para votar por cierto tipo de locuras, a sabiendas, por supuesto, de que no van a ganar. Por gente extraña, deschavetada y hasta poética. Eso sí: excepcionalmente inteligentes. ¡Qué peligro si ganaran! ¡O no!, quién sabe si, a lo mejor, personajes como esos son los que le hacen falta a la muy cuerda y perversa política colombiana para cambiar de veras.

Recuerdo un episodio que me hace ahora reír. Una vez voté por un sujeto de esas calidades y como al mes, un viernes, me lo encontré en un bar de la Circunvalar, a cuadra y media de La Curva del Diablo. Ya nos conocíamos y nos saludamos con un fuerte abrazo. Luego de dos cervezas se lo dije: yo fui uno de tus treinta y dos votos. Celebramos la feliz derrota con camaradería. Nos burlamos. Esa noche me sacaron de la mochila una cámara fotográfica recién comprada. El tipo se había esfumado, y la cámara también. Él era, sin duda, el principal sospechoso. Vivía cerca del bar y lo estuve buscando para que, sin necesidad de recriminarlo, me la devolviera. Nada. No lo encontré. Supuse que andaría negociándola a cambio de droga o de dinero para adquirirla. Pérdida de una cámara fotográfica: eso me costó mi voto. No me lo compraron. Pagué por él. Bendita seas, democracia. Terminé siendo yo el burlado.

Así que llamo al viejo Ferna y le pido que me actualice en torno al arsenal de candidatos con miras a las elecciones del 29 de octubre. Le pregunto por uno en particular que he venido siguiendo con algún interés en redes, surgido de un populoso barrio del sur de la ciudad, alguien que se ha hecho a pulso en medio de múltiples dificultades, lo que podría decirse un auténtico candidato del pueblo. Sin embargo, una foto algo ubérrima y literalmente obesa que vi días atrás, al igual que un discurso desafortunado (repleto de simplicidades y prejuicios) que le escuché, me tienen dudando. El panorama empieza a despejarse cuando el Ferna, sin titubear y con contundencia, afirma: es un fraude, ha coqueteado con la política tradicional y se ha servido de ella. Uno a uno me va desgranando a los demás aspirantes a la gobernación y a la alcaldía de la capital. Al final, no deja títere con cabeza y yo me sumerjo en la desilusión, no tanto por lo que me cuenta este amigo experto en la materia (todo eso que se rumora moverse en la sucia política electoral, quiénes están detrás, qué buscan, enlaces, negocios, intereses), sino porque ninguno se acerca a los requisitos que los podrían hacerse merecedores de mi voto. Mucho menos aquellos que están en la pelea con opción de ganar. Por estos sí que no votaría. La última vez que lo hice por uno que punteaba en las encuestas pero que, con criterio realista, yo suponía perdedor en segunda vuelta, el resultado fue sorprendente: ¡ganó! Y me ha ido defraudando su gobierno. Salvarlos de gobernar es la mejor manera de preservar el buen concepto que les tengo. Digamos que voto por ellos para salarlos: para que pierdan.

Necesito a alguien genial, alocado y peligroso, viejo Ferna. ¿Qué hay por los lados del Pacto Histórico, de la Colombia Humana, del Polo Democrático, de la Unión Patriótica, del Partido Comunista...? Su respuesta es más desalentadora. Todos, al parecer, están con un liberal que promete un futuro nuevo. Pienso en futuros viejos. ¿Los habrá? Me gustaría alguien que propusiera un futuro viejo. A este nuevo futuro lo rodean políticos condenados por temas de corrupción, y por los lados de su más fuerte rival la cosa no pinta mejor: alianzas igualmente cuestionables y hasta contradictorias, los colores de siempre, una letra con forma de herradura que recuerda veinte años de espantosa derecha, apellidos que significan politiqueo y menosprecio.

El viejo Ferna se confiesa. Voy a apoyar a fulanita de tal para la alcaldía. Miércoles, mi amigo, no sé; él y yo la conocemos relativamente bien, sabemos de su estilo mediático, le encanta figurar, he estado siguiendo su campaña en redes sociales y me parece etérea, va a lo consabido, al mensaje breve y directo, a todo le dice sí con tal de asegurarse, promete y promete pero su discurso me parece vacuo, le falta sustancia y dialéctica, debería aterrizarlo, la construcción de imagen es toda su estrategia, un rasgo físico que la identifica, un apodo académico, todo muy superficial, buenas intenciones, dice lo que la gente quiere escuchar, oigo la voz de sus asesores diciéndole háblale a la gente con cariño, transmíteles confianza, abraza con convicción, dales siempre tu mejor sonrisa, que te crean, convéncelos de que tú eres como ellos, no te compliques, exprésate con sencillez. La candidata del Ferna tiene carisma, me cae bien, pero el problema son los congresistas que la respaldan y los compromisos que eso le genera por más que se declare independiente. Estos mismos congresistas apoyan para la gobernación al candidato que menos llama mi curiosidad.

Hay otra mujer en la contienda, investigo sobre ella, tiene también su atractivo, encuentro una procedencia conservadora que me desanima, afirma ser verdaderamente independiente y venir trabajando desde hace tiempo, fue concejal, no es oriunda de la ciudad, me dice el Ferna que es el Plan B de quienes quieren recuperar el poder como sea, y está, además, el candidato del continuismo, tiene maquinaria, sus reuniones son nutridas, pero lo percibo sin gancho, sin las truculencias que le dieron la victoria a su antecesor.

De la conversación con el viejo Ferna surge un delfín aspirando a la asamblea y prometiendo el cambio. Como para llorar o reír; qué les pasa a estos jóvenes, no saben nada de historia acaso, ¿no conocen su putrefacta historia familiar? A mí me daría pena aspirar en tales circunstancias. A menos que me ubique en una posición diametralmente contraria al lastre que me precede y de verdad así lo confirme. Que empiece por decir: soy el cambio porque no voy a ser como mis padres. Eso se llama sinceridad, que, en política, es el valor más degradado.

Le cuento al Ferna de un video que vi de una manifestación en un municipio marítimo, el joven del nuevo futuro y un individuo muy gordo hablando del hambre de su pueblo. Ahí me enteré de que la mitad de la población sigue evacuando a la intemperie en la parte trasera de las casas, no hay baños, se tratan de alcalde y de gobernador como si hubieran ya ganado, quiero baños, no letrinas, dice el candidato a la alcaldía, comprométase, gobernador, le exige al candidato a gobernador, este sonríe y aplaude como preguntándose cómo diablos voy a cumplir eso, se refiere el gordo solo al excremento de las mujeres, como si los hombres sí pudieran cagar al aire libre sin ningún problema.

Hablamos después, más en detalle, sobre otros aspirantes. Hay dos o tres locos por ahí, aún no contaminados, pero les falta vigor, liderazgo, inteligencia. La música quiere también ser concejala, apela en esta ocasión al pueblo cultural, pero su antecedente electorero me resulta nefasto, su aval partidista tampoco le favorece. De la herradura al rojo. Esos saltos reflejan carencia de principios políticos e ideológicos. En la baraja de posibles alcaldes aparece un exalcalde venido a menos. Difícil que resucite. Debo admitir que no me gustan los centros, me parecen fofos, eclécticos, estériles y oportunistas. Como tampoco aquellos que se proclaman independientes. No hay nadie más dependiente que un independiente, o sea, puro cuento chino. El Ferna me recomienda a un candidato al concejo. Sí, sé quién es, lo pensaré, viene del liderazgo sindical, el inconveniente que le veo es un discurso que pronunció a favor del candidato que el Ferna asegura ser un fraude. Pero bueno, no es su culpa, podría ser… Un pariente me recomienda a un candidato a gobernador, me etiqueta en publicaciones y videos, pero sospecho que hay un demonio suelto manejando hilos y cierta coloración azul en el ambiente. De godo no tengo ni un pelo, así lleve en la sangre esta histórica pasión de mis antepasados. Un ensayo disidente de Germán Espinosa que me leeré esta noche, titulado “Bosquejo para un perfil psicológico de Lucifer”, podría arrojarme más luces al respecto.

Marketing político. Diseñado por consultores y estrategas, debe haber algún manual sobre cómo sonreír, cómo abrazar, cómo besar, cómo bailar, cómo tirarse al río desde un planchón, cómo sacar arena de ese mismo río, cómo pasar una noche en una casa del sur, cómo tomarse un tinto al día siguiente en la terraza y conversar con el vecindario. Todo un manual de hipocresías y payasadas. Un manual para ganar elecciones. Me recuerda la idea-pantano de un condiscípulo de la Universidad de Antioquia que hace rato vive de eso, exitoso, internacional, conferencista, un tipo brillante, autodidacta, primera promoción de Ciencia Política, ni él ni yo concluimos el pregrado, asesoró al actual alcalde de mi ciudad, y, contra todo pronóstico, lo puso a ganar, le ordenó dormir en el sur, ir al mercado público y almorzar ahí, tomarse fotos con las cocineras, hay que acercarse al pueblo, parecerse al pueblo. Este alcalde no ha vuelto a tirarse al río desde su popular victoria.

Pienso entonces en mí como futuro candidato a alcalde o concejal en representación de ese Partido Político del Fracasismo que fundaré una vez me pensione, y me vislumbro siendo incapaz de poner en práctica las recomendaciones del manual. Tal vez obtenga más votos que el candidato que me robó la cámara. En todo caso, no priman las ideas ni la cualificación, sino la imagen, la impostura, la pose. Eso, por ejemplo, de bailar fandango en un semáforo no va conmigo, no luzco en tales piruetas cazadoras de votos.

Por otra parte, hay discursos que suenan muy trillados, como los de la anticorrupción y el cambio. He estado siguiendo a un candidato del municipio donde laboro, sería del carajo que pudiera dar la sorpresa, pero el obvio discurso contra la corrupción no es suficiente, como tampoco lo es provenir del corazón del pueblo. Ese mismo municipio tuvo la oportunidad de elegir por primera vez en su historia a un alcalde inteligente, culto, capaz y probo. Le falta pueblo, decían, no se relaciona, lo consideraban distante. Mejor dicho: demasiado bueno. Sus altas calidades lo perjudicaban. No es hombre de bailes y sonrisas. No es ficto. No es postizo. Perdió. Ganó. La literatura y la academia lo necesitan más.

Otra cosa que predomina es el pelotón de jóvenes en las distintas campañas, uniformados con gorra y camiseta, agitando, fingiendo y mancillándose por unos pocos pesos o por la esperanza de tenerlos más adelante. A propósito de juventud, amargo ha sido el experimento de algunos jóvenes que han llegado a gobernar, mucho más proclives a la descomposición y al descrédito.

Me despido del viejo Ferna y le agradezco su valiosa información. En mis años de distanciamiento terrígeno, cada vez que podía volver nos reuníamos para cervecear, ratificar la amistad y ponerme al tanto. Conocimiento y experiencia, el viejo Ferna escribe y publica buenas críticas en sus redes sociales, diatribas incluso, enemigo como lo es de brujulear en política. Ojalá, esta vez, sí le cumplan a su barrio.

Lo más increíblemente triste: todavía hay gente que les cree a los politicastros en campaña, esos que solo aparecen cuando les toca prodigarse votos. Si el pueblo fuera alguna vez consciente del poder que tiene… Pero no. El pueblo sigue saliendo, responde, se deja abrazar, continúa votando, y engañándose. Escribo desde ya mi primer discurso en plaza pública como candidato del Fracasismo. Algo así como: “Vengo a engañarlos, pero, al menos, yo les voy a hablar de algo realmente novedoso para ustedes: del fracaso”. La vida es tan bella y enigmática que es capaz de regalarme el triunfo.

FRANCISCO BURGOS ARANGO (FBA) 

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