SARAY, KARLA, ADENDAS…

Le decíamos Sara, pero se llamaba en realidad Saray. Venezolana, del estado Zulia, emigró y llegó a Barranquilla, y de ahí pasó a Montería. Trabajaba de mesera en la tienda de la 35 con 9, antes de la pandemia. Nuestra amistad se fue consolidando con el paso de los días, a tal punto que me tocó defenderla varias veces de acosadores sexuales. Cualquier día se fue, le tocó regresar a su país por razones familiares, me la encontré temprano, prometí ayudarle con lo del pasaje, pero ella no volvió ese día a la tienda. Fue mejor así. Siempre será triste despedirse de alguien con quien nunca más te volverás a ver, mucho más cuando se ha logrado establecer un buen afecto de por medio. Saray era una mujer joven, bonita, cariñosa y servicial. De baja estatura y cuerpo seductor. Pero lo mejor de ella era su alma, su espíritu, su calor humano. Daban ganas de ir a la tienda solo para comprobar que ella seguía ahí, que algo muy bueno se movía ahí. Digo era y no es, porque todo esto ya es pasado, así sigamos cada uno viviendo su vida, después de distancia y pandemia, como si nada. Muerte recíproca, la llamo yo, por más que existan hoy día las redes sociales. No es lo mismo. Nunca será lo mismo. Saray volvió a Zulia a trabajar en el negocio de sus padres, una panadería de la cual proviene el sustento familiar. Lo último que supe de ella (a veces chateamos) es que murió su padre (nonagenario), quería regresar a Colombia, a otra ciudad, pero le tocó quedarse para acompañar a su madre y ayudarla en el negocio. En mi libro Tiempos grises Saray tendría su espacio:


SARAY


No es tanto que

exista la belleza

sino tener que

contemplarla

sobreviviendo

a su mortalidad

inabarcable


Recuerdo a otra venezolana, también de Zulia, mesera en la esquina cervecera de la 34 con 12. Karla. Se llamaba Karla. Ojos preciosos, delgada, de mediana estatura y belleza aplastante, su cercanía al traerme la cerveza me electrizaba, digamos más bien me estremecía, poseía toda ella un atractivo poderoso. No entablamos amistad, hablamos poco, solo un par de meses antes de que se desapareciera me atreví a hablarle de sus ojos y del poema que había escrito en ese mismo sitio. Sonrió. Su verde-gris e hipnótica mirada tuvo asimismo su lugar en Tiempos grises:


LOS OJOS DE

KARLA


Verdes o grises

el sol del Sinú

los vuelve

melcocha y

picardía.

De Zulia dice

la mesera

(o sea Karla

disfrazada de

angustia)

que provienen

esos dos

candelazos

sin destino.

¿Qué será del

esteta que se

refleja en

ellos?

¿Podrá el amor

salvarlos de

la muerte?


Días después de publicado (en enero de 2020), un escritor divulgó una reseña sobre el libro en su columna dominical. Estupor cuando leo que alude a Saray confundiéndola con una prestaste dama de la sociedad cordobesa. Nuestro mutuo origen burgués lo llevó a deducir que ese breve texto era para la respetable matrona y no para una anónima muchacha de pueblo, venezolana, de Santa Bárbara del Zulia, que estuvo por el Sinú y dejó huellas imborrables, no solo en mí.

Saray se fue de Colombia antes de pandemia. Sabía que cantaba, me lo había dicho varias veces, pero nunca se atrevió a hacerlo en persona. Estando aún en Montería me envió por WhatsApp un audio en el que, a capela, canta la primera parte de mi canción Utopía; la invité a hacer voces en el Festival de Chinú 2018, adonde, en noviembre, llevé esa canción a concursar. No se dieron las cosas. Después de irse recibí otro audio, a capela, de la primera parte de mi canción Canta mi río. El valor que tienen ambos audios para mí es de una belleza incomparable. Los escucho cada cierto tiempo, para mi exclusivo deleite.

Sara Saray como la terminé llamando yo se fue de nuestras vidas (amiga también de K) como llegó: un soplo maravilloso del destino. Lo bueno no dura, dicen por ahí. Le aconsejé que regresara con sus padres, que Colombia no era la panacea.

Dos venezolanas encantadoras, dos mundos marcados por idénticas necesidades y zozobras, muchos años de por medio como para pensar en impensables amoríos, y un sábado como el de hoy que, por encima de todo, me recuerda que aún se puede tener fe en la perdida humanidad.

ADENDA 1: La depresión golpea temprano. La duermevela es lo peor: querer seguir durmiendo para no afrontar la crisis, temor de despertar del todo y tener que someterse a sus embates. Hay que embolatarla intentando dormir hasta tarde y, ya despierto, salir rápido de casa a tomar tinto en algún centro comercial. No hay muchos en la ciudad. Toca alternarlos. La monotonía y el aburrimiento no ayudan. Buscar más sitios. Restaurantes, cafeterías, panaderías, tabernas, librerías, tiendas de barrios… O ir a La Ronda, caminar un rato largo, ver los sauces, los bambúes, las iguanas, las garzas revueltas con los goleros, verificar si el río persiste igual. El tinto es de corta duración, así que hay que alargarlo lo más que se pueda, hasta que los últimos sorbos de su tibia negrura concluyan poco más allá del mediodía. Entonces sí regresar a casa, almorzar, dormir la siesta, hamaquear esperanzas, y luego, hora de hacer ejercicio, ida a trotar, ciento veinte minutos en eso, sudar mucho, volver empapado, reposar, tomar bastante agua, bañarse, vestirse, leer, ir por la cena, dar la vuelta de rigor, retornar, comer, seguir leyendo, medianoche, cavilar y dormir. Pero la mañana llegará otra vez al día siguiente, y con ella su difícil trance, su inagotable angustia.

ADENDA 2: Del arte se pasó al entretenimiento. Se lo escucho decir en una entrevista de televisión a Carlos Alberto Sánchez Ramírez (Charlie Zaa). Es la tendencia, y parece ser irreversible. Ya saben: canciones cortas, sin mucha letra, un estribillo pegajoso, mientras más simples mejor. ¿Qué sentido tiene esto de continuar creyendo en el arte y creando obras que aspiran a ser artísticas? Una buena respuesta la dio un amigo hace dos noches mientras celebrábamos con vino y cerveza nuestro reencuentro después de meses sin vernos: para ser feliz. Eso dijo. Al menos para intentarlo, precisé yo. Noche inolvidable: de bohemia y conversación profunda. Como aquello de diferenciar entre cultura y arte, y, en relación con la música y sus compositores, analizando el aspecto literario de las canciones entender que no todos los compositores son artistas, mucho menos poetas. ¿Cuántas cosas acaecen en realidad mientras se piensa en la felicidad del otro? Él me contó un dolor. Yo le oculté uno mío.

ADENDA 3: Todos los días, a distintas horas, voy a mi canal de YouTube a ver si ha subido el número de suscriptores y de vistas; desde hace tres semanas noto, con asombro, que estas últimas se han incrementado. Algo extraño está sucediendo. Debe de haber algún dios desubicado interviniendo a mi favor.

ADENDA 4: Aprendiendo el arte de la síntesis al escribir tuits. Un solo tuit no alcanza para expresar tantas ideas sobre un mismo asunto. Pero me he sorprendido puliendo y eliminando, y cada vez lo hago mejor. Se me ha ocurrido pensar que toda la literatura que he escrito hasta la fecha podría ser objeto de mutilación, hasta quedar reducida a su mínima expresión salvable. Todo lo que sobraría si hago el ejercicio. La idea me aterra.

ADENDA 5: Nueva canción. SE FUE EL AMOR (título provisional). Historia reciente, de amor y de dolor. Incontable por ahora. Años de no hacer una canción de amor. Y esta surgió de un dolor que, después de tanto tiempo, desde ninguna circunstancia me esperaba. Una herida que por poco me mata. La canción medio me salvó. En esas todavía ando.

FRANCISCO BURGOS ARANGO (FBA)

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