RAFA, EL AMIGO QUE NUNCA CONOCÍ…

Dizque se murió Rafael Ricardo Barrios. Fue la noticia que se regó en Facebook el miércoles 21 de junio de 2023 por la noche. No voy a incurrir en el clisé de afirmar lo contrario: que no ha muerto, que seguirá viviendo y esas cosas que siempre se dicen cuando alguien importante, de la magnitud del maestro Rafa, fallece.

No. Quien muere se muere de verdad, y para siempre. Lo del recuerdo es otra cosa. Lo de la obra artística es cuento aparte. No es de esta que quiero hablar.

Ayer fue enterrado en su pueblo natal, San Juan Nepomuceno, y las primeras canciones que sonaron en el homenaje que le rindieron, interpretadas por su hijo Rafael, fueron las del compositor que durante los últimos años se convirtió en el principal objetivo de sus duras críticas: otro Rafa, Rafael Manjarrez.

Ironías de la vida. No sé si lo pensaron. O sí lo hicieron, y fue una forma de demostrar que la amistad de la música está por encima de la efímera amistad de los hombres.

¿Cómo no escribir unas palabras para él? Sé que le hubiera gustado leerlas, y nada raro tendría que pueda de pronto hacerlo por ahí, antes de perderse del todo en el laberinto de la eterna gloria.

Saber que admiraba mi escritura, siempre se refería a mí como gran poeta y llegó a elogiar algunas de mis canciones. Le gustaron tres en particular: Dime, Vallenato, Por los cantos del ayer y Respeta el alma. Sobre esta última conservo una nota de voz que me envió por WhatsApp. Dos notas de voz más me quedan también de ese gran amigo que nunca conocí. Reflexiona en ellas sobre festivales, gramática (su gran pasión) y habla de lo pequeña y frágil que termina siendo la amistad. Más de quince minutos de voz con los que seguirá, firme y muy presente, en la fidelidad de mi recuerdo agradecido.

Todo empezó con su programa de televisión Vallenateando con Rafa. No me lo perdía desde que, recogiendo los pasos de un nostálgico exilio de diez años, regresé a Córdoba y me fui a vivir y a trabajar en Sahagún a partir de 2007. Una vez, en mi blog Esconces y Destiempos, me atreví a escribir y publicar una crítica constructiva sobre su programa, pensé que nadie me leía, y vaya sorpresa, sí lo hacía el cantautor sinuano Joaquín Rodríguez Martínez, gran amigo de Rafa en aquel entonces, quien no dudó en enviarle el enlace de mi blog al personaje que le grabó Muñequita de algodón, Señora Usted y Deja que suene un acordeón.

Días después empezaron las alusiones y los saludos del maestro Rafa en su programa. Y cualquier día, de mañana, recibí una llamada de él en mi celular, no tenía su número, se identificó, recuerdo el tamaño de mi susto, me manifestó su complacencia con mi escrito, se mostró de acuerdo, habrá cambios, me aseguró, y ya en confianza me preguntó dónde había estudiado gramática y sintaxis. Le contesté: leyendo a los grandes. Le hablé del preferido de mis primeros años literarios: Ernesto Sábato.

Meses más tarde, habiéndome conocido con Joaquín Rodríguez en 2009 durante un evento poético en el que este presentó un recital de sus canciones, siendo ya amigos, me llamó Joaco para decirme que Rafa estaba hospedado en su casa del barrio El Mora y quería conocerme. Había venido Rafa a Montería para afrontar una denuncia en la Fiscalía por sus fuertes y frontales críticas a la Sociedad de Autores y Compositores de la cual fue expulsado. Calumnia e injuria. Él sostenía que decir la verdad no era lo uno ni lo otro. No fue posible vernos. Ese día tenía yo, desde temprano, un compromiso sindical en Tierralta, regresé a Montería por la noche y cuando llamé a Joaco para preguntarle por el maestro, me dijo que Rafa se había dormido y era mejor no despertarlo. Al día siguiente partió Rafa temprano hacia otro compromiso.

En esas estábamos, Joaco y yo afianzando nuestra amistad, una tarde en mi casa paterna, departiendo con música y cervezas, escuchábamos el paseo de Joaco titulado Deja que suene un acordeón, cantado impecable y dulcemente por Rafael Ricardo, y se le dio a Joaco por llamarlo. Contestó. Me lo pasó. Ese día volví a hablar con él; otra conversación afectuosa e inolvidable.

Y en junio de 2013 llegó el maestro Rafa al Festival de Sahagún, invitado para oficiar de jurado. Concursé ese año con el paseo Lo que tengo para ti, canción con la que estuve en la ronda final de aquel concurso. Joaco le contó a Rafa de mi participación, le dio el título y Rafa se burló un poco, por aquello del doble sentido. Pensé que Rafa sería jurado de canción inédita y me alegró la idea. No lo fue. Lo pusieron a calificar acordeones. El festival empezaba, había una primera ronda de ese concurso en el parque principal, salí de mi oficina y caminé hacia allá. Me ubiqué en una esquina del parque, lejos de la tarima en la que Rafa se encontraba presidiendo la mesa de jurados. No sé cómo hizo para verme, debió identificarme por mi típica-atípica melena, le pidió al presentador que me enviara un cariñoso saludo de su parte. Casi me muero al escuchar mi nombre y la procedencia del saludo. Me aturdí. No estoy acostumbrado a ese tipo de cosas. Levanté nerviosamente el brazo derecho para responderle. Lo volví a ver por la noche, de cerca, muy asediado por sus admiradores, me dio pena abordarlo. Física pena. La timidez y los nervios que siempre me han jodido. El aislamiento es lo mío. No falta el que me pregunta por qué me subo entonces a tarimas, a cantar en presencia de más de veinte mil personas como en la de aquella final de canción inédita en Sahagún de 2013, por la que pasaron artistas nacionales e internacionales de renombre. ¡Yo qué sé! Son cosas de mi brujesca vida.

En su lucha contra esa Sociedad de Autores y Compositores a la que, en el fondo, tanto amaba, fui sin querer uno de sus más fieles soldados. No era mi pelea, no estoy afiliado a sociedad alguna de autores y compositores, tengo amigos en el lado opuesto de esa contienda, con uno de ellos casi se pierde la amistad a raíz de los videos masivos de connotados compositores que circularon en redes en contra del maestro Rafa, expresé en privado mi opinión, el amigo se molestó, publiqué luego un largo y sopesado escrito en Facebook sobre ese penoso episodio de los videos, Rafa lo replicó contento en sus redes, llegó la pandemia, el amigo se contagió, por poco muere, me llamó desde su lecho de enfermo, casi no podía hablar, respiraba con dificultad, me expresó su afecto, yo el mío, restablecimos nuestra amistad y decidí desmovilizarme, no meterme más en ese embrollo. Quise que la vieja amistad de ese amigo y Rafa se salvara, y estuve presto a intentar aproximarlos. Pero sus diferencias se hicieron cada vez más insalvables. Lo lamento por ellos. Porque sé que se querían.

Yo no sé si el maestro Rafa tenía o no razón en sus luchas airadas en redes sociales por sus derechos de autor, pero si fuera hijo suyo proseguiría en su empeño, en los espacios que deben ser: los estrados judiciales. Es lo mínimo que haría para honrar su memoria. Sin ánimo de polémicas, solo por aclarar las cosas. Y que la justicia falle en derecho.

Rafael Ricardo Barrios. El amigo que nunca conocí. Le prometí visitarlo para por fin conocernos en persona, el maestro había vuelto a vivir en San Juan Nepomuceno, luego la posibilidad se acercó más cuando residió durante algunos meses en Corozal para, finalmente, regresar de nuevo a su terruño. Le fallé. Es tarde para remediarlo. Lo reconozco: soy huraño. A lo Robert Walser, me gusta refugiarme en “la paz de lo modesto, pequeño y conocido”. Esquivo, huidizo, de perfil bajo. Perfectamente pudiera merecerme un par de líneas insignificantes en el Bartleby y compañía de Enrique Vila-Matas.

Ombe Rafa, te querían tanto que nada pudo empañar tu buen nombre, ni tus enemigos ni tus iras e insultos desbordados en tus videos sobre la problemática societaria que te indignaba, ante la indiferencia de las autoridades y las atrocidades de corrupción que, según tú, se cometían. El poder de tus oponentes era indiscutible. Solo contra el mundo. Tus aliados se fueron poco a poco cambiando de bando. Los compraron, decías. Desahogabas tu impotencia a veces con sabia calma, y en algunos de esos videos tuviste también palabras generosas para mí. No me perdía ni una sola de tus publicaciones. Algunas me entristecían, sentía que debía ayudarte, darte ánimo, te veía desmejorado, cansado, sufriendo. Pero nunca abandonaste la ironía, el humor, la pícara sonrisa, y era así como me reía contigo, no sabes cuánto me alimentaba saber que existían todavía en este envilecido mundo quijotes maravillosos de tu talla.

Rafa amaba a sus amigos con una fidelidad sin límites, me consta por uno de los audios que me regaló; no odiaba, seguía reconociendo el supremo valor de algunos de sus contradictores.

Ve con Dios, mi querido amigo y admirado maestro Rafael Guillermo Ricardo (debe existir un buen Dios para personas como tú), derramo para ti estas lágrimas invisibles que surgen desde lo más profundo de mi silencioso corazón. Me harás falta. Mucha falta. Se me fue quizá el único admirador que he tenido en mi fracasada vida. Así de grande eras. Tenías tiempo hasta para fijarte en seres anónimos y periféricos como yo.

Mi fe, mi pluma y mi rebeldía estarán siempre contigo, incondicionalmente de tu lado.

FRANCISCO BURGOS ARANGO (FBA)

Comentarios

  1. Sentidas palabras poeta, el Maestro Rafael Ricardo murió con la convicción de que tenia la razón. Muchos de los que decian ser sus amigos lo dejaron solo en su lucha.

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  2. La verdadera amistad, nada tiene ver con las ideas, podemos ser amigos, respetarnos y querernos fraternalmente, aunque tengamos ideas diametralmente opuestas. Excelente escrito, propio de alguien con tanto talento como FBA.

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