UN FESTIVAL, UNA CANCIÓN

A ratos sorprendo moviéndose dentro de mí al niño que sigo siendo. O mejor, tal como lo advierte el verso final de un texto que hace parte de mi poemario Un imposible viaje, “no asimilo aún esta vejez cuya flor marchita mi silencio”. Y sí, en efecto, solo a la pervivencia de ese niño no tan tranquilo y juguetón le debo que, no obstante estar yo diagnosticado desde hace muchos años con ansiedad crónica generalizada, me meta en líos musicales en los que el estrés y la ansiedad son altamente contradictorios, casi a niveles de angustia.

Con ME DECÍAN EL SON acabo de concursar en el Festival Vallenato de Valledupar llegando a la segunda ronda del concurso, bastante cerca de las quince canciones semifinalistas.

Un festival más, una canción que se puede escuchar al margen del evento en que concursó. Un son osado y distópico, para nada elogioso del festival ni de la región vallenata.

Está más que comprobado que ganar no es lo mío; lo mío es batallar. Los triunfos fáciles y en paracaídas dejémoselos a quienes no conocen nada de historias que cuestan años y años de desvelo y sacrificio. La fama y el éxito como diría un amigo escritor no son objetivos por los que se pueda optar, sino negaciones indiscutibles en vidas marcadas por el más glorioso de los contratiempos. ¿Quién no quisiera ser reconocido? El fracaso, aunque tampoco sea propiamente una elección sino un sello merecido e implacable, nos permite desenvolvernos en una especie de condena circunscrita a nuestra real y justa medida. La creatividad del fracaso es quizá mucho más duradera que la del éxito. Al menos, más creíble, más humana.

¿Pesimismo? ¿Negativismo? Ni un ápice de eso. Fracasista, sí; tal ha sido mi peregrinar durante toda mi vida. Y lo del destiempo, claro está: todo a destiempo. Habrá que insistir siempre en diferenciar al hombre del escritor, ocupado más bien este en la construcción de un personaje literario, incluso cuando se trata de temas de opinión. No me parezco a mí en todo lo que escribo, aunque deba reconocer, con notorio porcentaje, el carácter autobiográfico de mi literatura. Aceptar realidades oscuras no equivale a carecer por completo de optimismo. Es más: hay escepticismos capaces de obtener grandes conquistas luminosas. El fracasismo es filosófico, existencial y, por supuesto, literario. No necesariamente supone derrota. Hasta en un texto como este el escritor se impone.

Hace cuatro días publiqué en mi cuenta de Facebook una nota alusiva a mi paso como concursante por el Festival Vallenato 2023. Me planteé animarme para contar algo más de lo ocurrido en Valledupar, pero la prudencia me obliga a guardar silencio, es preferible no herir susceptibilidades. Una amistad reciente que no espera a conocer razones es una amistad que no resistiría el paso del tiempo. Primera prueba de fuego y se derrumba, dejándose llevar por el ego, la intolerancia y el rencor.

Tampoco quisiera referirme a los tres jurados de segunda ronda, Marina Quintero, entre ellos, a quien tengo en muy buen concepto; cuando la vi de jurado supuse, por su trayectoria académica, que el mensaje de mi son podría ser cabalmente comprendido y acogido, pero como ya no se publican los puntajes de cada jurado en cada ítem, ni el puesto en el consolidado cuando no se clasifica, se me imposibilita saber si fue o no la profesora Marina causante también de la exclusión de ME DECÍAN EL SON de la ronda semifinal. Algún día le preguntaré. Sería interesante conocer su opinión.

Sobre el ganador del concurso de canción inédita de lustroso apellido vallenato, únicamente lamentar que se haya jactado de su convicción de creerse triunfador desde un principio sin conocer o menospreciando las canciones rivales y de que su canción esté cargada, según él, de verdadera poesía, expresando, además, algo mucho peor, sospechoso y humillante: haber nacido solo hasta ahora, cual rosa proveniente de un sueño que tuvo con su afamado padre durante la pandemia, como compositor. La imagen del niño mecido en los brazos de su progenitor, aprendiendo de este (mencionando obviamente su apellido) el vivir soñando, no podía resultar más oportuna y truculenta. Sensiblería que sabe lograr su cometido. Enternecer de manera dolosa y efectista. Catalogada por algunos como romántico-lacrimosa. Octavio lo hizo con su padre varias veces. Juan Pablo lo hace igualmente con el suyo. Los apellidos pesan, qué duda cabe. No siempre, pero pesan. A Diomedes Dionisio Díaz no le ayudó. Quiero creer en su honestidad sentimental y en que la emocionada voz de la victoria, permeada por un engreimiento involuntario, haya opacado la sencillez y la humildad del personaje.

Si nos atenemos a sus palabras, habría que concluir lo siguiente: ¡qué suertudo y arrogante es este tipo! Surge de la nada (bueno, digamos que de un sueño) y se gana de una vez, en su primera inscripción, el Festival Vallenato, y así lo va manifestando olímpicamente, sin medir las consecuencias de tan ligera y terrible aseveración. Ni que tuviera el más arrollador de los talentos. Gente igual de talentosa (o más) se ha demorado años de duro trajinar festivalero para conseguir lo mismo.

Esto de veras que no encaja. Dice, sin embargo, tener más canciones en distintos géneros, lo que matiza un poco las cosas y hace pensar en que sí hay un compositor detrás y no solo un buen guitarrero e intérprete de las canciones de su padre, que es como más se ha dado a conocer en redes sociales y en el medio vallenato. Tocará irlas conociendo para formarnos una mejor idea de este compositor en apariencia emergente. Hay un legado de por medio y vena artística innegable. Quiero pensar que “Si nace una rosa” es fruto de su exclusivo derrotero musical, sin ayuda de nadie, y no unas letras escritas después de un sueño que fueron consultadas con amigos a ver si se podían convertir en canto (fue lo que explicó esa misma noche por Telecaribe en la entrevista que le hicieron luego del veredicto).

En todo caso, digna de ganar o no (estos concursos serán siempre subjetivos y circunstanciales), otro compositor que cree que escribir letras para canciones es escribir poesía y se arroga, por tanto, sin pudor alguno el calificativo de poeta. Y eso que este poeta no tiene ningún inconveniente para aparecer en un video de YouTube afirmando que Jacinto Leonardi Vega es el último poeta entre los compositores vallenatos. Corrección: serían entonces dos con él. Jacinto no necesita de ese tipo de exageraciones para que se le aprecie su extraordinaria calidad. Según eso, Adrián Pablo no existiría, y sus alas bohemias rondando sobre noches y callejones de Valledupar son solo un calculado embeleco del folclor (con la salvedad de que Adrián Pablo no se las tira de poeta). Y hay más casos, menos conocidos, pero los hay. La ignorancia es atrevida. Una pregunta para el premiado poeta soñador: ¿contento y alegre no son la misma joda?

Jurados, jurados… la letra de una canción debería ser preponderante y examinada con lupa: su construcción gramatical, su sintaxis, sus figuras literarias, sus mensajes ocultos, el latir de sus poderosas abstracciones, como también la originalidad, el fraseo, la rima, la métrica, la obviedad, los ripios, el lugar común, lo fraudulento. La idoneidad que se requeriría trascendería lo musical. Inevitable pensar en poetas y escritores a la hora de conformar jurados. Poetas y escritores que sean de verdad poetas y escritores, si bien la determinación de esa “verdad” sea de una complejidad asimismo detestable.

En cuanto a la canción del segundo puesto, digamos que era una canción para otro concurso, y que por el hito generado obligaría a la Fundación que organiza el Festival de la Leyenda Vallenata a crear una categoría especial, exclusiva para juglares veteranos. Puristas y doctos se sirvieron de ella para posar de grandes conocedores y defensores del vallenato tradicional o raigal, pasando por encima de los criterios fijados para evaluar las canciones que concursan, en especial del de la interpretación. Del puesto veintiséis que obtuvo en la primera ronda saltó inexplicablemente al primer puesto en la segunda ronda. Su rara presencia en el concurso fue aprovechada para descalificar canciones más competitivas. Sobre esa temática del campesino colombiano hay muchas canciones, y algunas hasta de mejor factura. Un ejemplo mayúsculo: la saga musical de Pedro Juan Montero Silva, el personaje del campesino sinuano creado por el cantautor Joaquín Rodríguez Martínez.

Freno mi espíritu crítico (que conste que lo tenía aplacado) para celebrar mejor la presencia en mi vida de una canción combativa como esta hija de la cual me siento tontamente orgulloso. No me avergüenza reconocer que soy su irresponsable autor. Canciones que no ganan, que pierden o ganan otras cosas, y que tal vez, por esas paradojas del destino, estén llamadas a ser escuchadas en escenarios futuros, habitados por seres de extraña inclinación auditiva.

Por lo pronto, que suene en este espacio virtual donde también se asoman oídos extraterrestres.

Ciertas críticas son a veces necesarias y saludables, encaminadas, con franqueza y sin revanchismos, a sopesar las cosas como deberían ser. Finalmente, mi presencia en festivales seguirá estando motivada más que todo por el ímpetu de vivir cantando, sin desconocer que se compite por premios y que algunos de estos no me han sido esquivos. Así son también las diabluras del fracaso.

FRANCISCO BURGOS ARANGO (FBA)

Audio de ME DECÍAN EL SON (canta Siervo Dueñas):


Reproductor de mp3:

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