CANSADO TROVADOR

Eran las 4:10 p.m. del jueves 18 de mayo de 2023 cuando Joaquín R. me envió una imagen por WhatsApp, un afiche promocional del Festival de la Canción Vallenata 2023 de Bogotá, organizado por la Fundación FRANCISCO EL HOMBRE Cultura & Turismo, cuyas inscripciones están abiertas, en dos categorías (Maestros y Nuevos Talentos), hasta el 30 de mayo de 2023. Me anuncia que va a participar y de inmediato me envía los requisitos, un Word de diez páginas que contiene los Términos y Condiciones. Los leo con detenimiento y me entero de que se trata de un concurso de Canción Vallenata Tradicional, sujeto a los mismos cuatro ritmos del Festival Vallenato (paseo, son, puya y merengue), que la canción no debe exceder de 4:30 minutos de duración, y que se califica la melodía (música), el contenido (mensaje) y el recurso retórico (lenguaje, lirismo, poesía). Se exige alto nivel literario y calidad melódica. Solo se seleccionan diez canciones por cada categoría, la categoría de Maestros otorga un primer puesto de veinte millones de pesos y la estatuilla la Musa dorada, mientras que en la categoría de Nuevos Talentos el premio del primer puesto es de cinco millones de pesos y la estatuilla la Musa dorada. La Fundación ofrece un incentivo económico de dos millones de pesos para cada participante (concursante) seleccionado (nominado) de la categoría Maestros y de un millón de pesos para cada participante (concursante) seleccionado (nominado) de la otra categoría. Precisa el glosario que autor es la persona que escribe la letra original de la canción y compositor es la persona que compone la música original de la canción. De ahí la presencia en el afiche del logo de la Sociedad de Autores y Compositores de Colombia, SAYCO, entidad que supongo está estrechamente ligada a esta convocatoria.

Me invita el amigo Joaquín R. a concursar. Comprendo, por los requisitos, que me tocaría hacerlo en la categoría de Nuevos Talentos (nuevo a estas alturas). Se exigen cinco canciones exitosas y las mías (hasta las premiadas) han maravillosamente fracasado, como tampoco tengo diez o más canciones grabadas en discos comerciales. Es más, no tengo ni una. O bueno, sí, publiqué un disco compacto original y registrado de catorce canciones mías en 2016 (poseo aún como setecientos ejemplares en cajas de cartón, seguramente ya mohosos y agusanados). Deduzco que esto para nada sirve. Así pues, tocaría conformarse con la notable discriminación de solo poder aspirar a cinco y no a veinte millones. La verdad, es muy poco el incentivo para lo que implica concursar de manera presencial en Bogotá. Y, además, lo más importante es que no me considero maestro de nada, así un título en literatura recién archivado por ahí sostenga lo contrario. Trayectoria y experiencia, pues sí, de eso creo portar ya algo, al menos con algunos de esos maestros he competido de tú a tú, en igualdad de condiciones, en distintos festivales, tres veces en el Festival Vallenato, y perfectamente podría volver a hacerlo en el Festival de la Canción Vallenata de la Fundación FRANCISCO EL HOMBRE. Pero bien, requisitos son requisitos. Muchas canciones grabadas, por distintos intérpretes (y por mí, jugando a ser cancionista), sin que pertenezcan a proyectos discográficos, y eso debería hoy, en plena era virtual y digital, poder sumar. Por otra parte, carece de sentido que en ese festival capitalino deban concursar como nuevos talentos compositores que han ganado en Valledupar y en San Juan del Cesar (Enrique Ariza y Robinson Montaño, respectivamente, seleccionados para tal categoría en el evento de 2021). Nada tiene que ver la maestría con la edad.

Un segundo inconveniente atañe a la extensión de la canción. Soy, por lo general, de canciones largas, y entre las inéditas con las que podría concursar no hay ninguna que pueda reducirse (o constreñirse más bien), a menos que se acelere su tempo, desvirtuando su cadencia y afectándola en aspectos esenciales. Varios nombres de canciones se me vienen a la mente y los voy descartando de uno en uno. Desisto finalmente de la idea y por la noche salgo a dar el consabido paseo en el carro con K y Marx para comprar algo de comer, voy conduciendo cerca de la terminal de transporte cuando me asalta el fragmento inicial de una melodía. La grabo con la grabadora del celular, surge otro, y después otro, los voy guardando hasta llegar a casa. En casa busco la guitarra y termino en media hora una primera versión de su estructura melódica. Entonces empieza la letra de la canción a descender o a ascender (según se mire) y antes de medianoche queda lista. Al día siguiente no había nada que corregirle a la letra, no así a la melodía, a la cual tuve que hacerle algunos ajustes para alejarla de otras, de canciones conocidas, con las cuales, en algunas líneas, tiende a asemejarse. Están las melodías de cuatro o cinco canciones dándome vueltas, intento sacudirme de ellas lo más que se pueda. Me acuerdo del gran Eligio Vega, alias “El amiguito”, todas las melodías ya están creadas, decía, lo único que podemos hacer son variaciones, detecto en el estribillo que este se parece al de otra canción de mi cosecha, no importa, ambas son mías, al final de las frases se distancian un poco, se trata del coro de Volvió el festival, pienso en que es de gran utilidad haber adquirido un vasto conocimiento de canciones vallenatas, haber sido un coleccionista furibundo cuando el vallenato era realmente vallenato, aunque pienso también en que quizá sea ello lo que hace que a la hora de componer se nos acerquen; en todo caso, para cuando quiera constatar la relativa originalidad de una melodía en relación con otras que no conozca, podré siempre consultar con un experto en la materia que se las sabe todas, viejas y nuevas, el amigo Beto Monterrosa, corista de Sahagún. Recuerdo la vez que estaba grabando una canción en el estudio de William Díaz Anaya y el Beto llegó por casualidad. Si no hubiera sido por él no me hubiera desligado de la fuerte influencia en ese canto del estilo melódico de José Alfonso Maestre que por aquellos años me rondaba.

Total, que una nueva canción me brotó sin querer a raíz de la invitación de Joaquín R., y si bien en lo de su inusual duración pudo haber incidido el Festival de la Canción Vallenata de Bogotá —puesto que bien podría ajustarse al límite de minutos requerido, lo cierto es que la canción terminó creándose casi que sola, como dictada, en un rapto de inspiración inverosímil, al margen de ese festival y de cualquier otro. Mientras escribía su letra pensaba sí en el Festival de Sahagún que se realizará en junio de 2023, en el que requiero de una canción de más peso lírico para competir en la categoría comercial, ya que El latido del silencio tiene lo suyo pero a los compositores que tendría que enfrentar (de la talla, por ejemplo, de Atahualpa Vivero, excelso y consagrado compositor monteriano; sin mencionar al resto de monstruos festivaleros que por la atractiva premiación se vendrán con toda desde el César, La Guajira, región sabanera y otros lugares del país) hay que contrarrestarlos con mucho más vuelo literario y musical. Sin embargo, dicho festival no determinó tampoco el contenido de la canción.

Su título está dos veces en la letra: CANSADO TROVADOR. Pese a sus fantasmas melódicos, quedó tan buena la condenada, sobre todo en el aspecto textual, que creo que debo mejor preservarla y no exponerla en concurso alguno. Grabarla, sí, y publicarla más adelante en EL MUSICANTE o en mis redes sociales. Aunque temo que me gustaría conservarla solo para mí. Se me parece bastante, muy en consonancia con la actual condición de mi existencia. Cuenta con ese no sé qué tal vez poético que la hace rotunda y especial (excusen el autoelogio, se me salió, aunque en realidad no lo es, solo quiero decir que es rara y muy difícilmente mercantil). Es de la escuela (ya casi estilo) de otras canciones mías como Tristezas, Yvonne, Música, Pobre quimera, En desconcierto, Entre la muerte y la vida, Borracho, Terco blues, Raúl, Aunque termine solo, El padre que no soy, etc. Si bien fue construida en aire de paseo, no es una canción que pueda encasillarse como típicamente vallenata o perteneciente al vallenato tradicional. A lo mejor tengo paradójicamente, en esto de lo musical, la autoestima muy elevada, a diferencia de lo que me ocurre en el terreno poético y literario, una autoestima que, sea lo que fuere, no escapa, en definitiva, a la sabia condenación del descalabro. Por el tiempo que llevo lidiando con el oficio literario (más de cuarenta años) debería ser al revés, sentirme más orgulloso de esto último. Pero asimismo sabemos que la calidad del producto artístico no es cuestión de cantidad. El ego estético debe ser morigerado, antes de que la cruda verdad de la belleza nos lo aplaste. Concluyo que ciertas canciones son como hijos que hay que cuidar al máximo, hasta que tarde o temprano se nos vayan.

En fin, me coquetean los festivales, me buscan, me persiguen, y yo haciendo todo lo humanamente posible para no dejarme tentar por ese gusanillo.

CANSADO TROVADOR: canción reposada y animosa. Le agradecí a Joaquín R. por haber servido de puente para que ella surgiera. Estaba escrito.

FRANCISCO BURGOS ARANGO (FBA)

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