DIETARIO DEL RESTO DE UNA VIDA (trigésima tercera y última entrega)

Marzo 27 de 2023, lunes, 11 a.m.:

Olvidé anotar que estuve en la cita de psiquiatría del 17 de marzo. Por segunda vez no estaba mi doctora y me tocó con su reemplazo. Estoy sospechando que la historia de nuestro eventual amor pudo asustarla. Me propuse conquistarla en este libro y estaba relativamente cerca de conseguirlo. Mi nueva psiquiatra es una mujer de más edad, amable y conversadora, ese día hablamos de academia, de la maestría que está cursando en España, de los sacrificios, padecimientos y riesgos que esto conlleva, de los míos durante la maestría en literatura con seis décadas de desgaste encima, y al final me aumentó la dosis del antidepresivo cuando le comenté que la ansiedad se me había alborotado en esos días debido a las múltiples ocupaciones en las que andaba. Le conté que el 30 de marzo tengo la cita de neuropsicología por ella ordenada, lo laboral es un factor desencadenante de sumo cuidado y hay que procurar una reubicación funcional acorde con mi estado de salud. Me da su mano para despedirse y siento en ella respeto y empatía.

Leo que la neuropsicología es una rama de la neurociencia que se encarga de estudiar las relaciones entre el cerebro y la conducta, habiéndose sufrido o no un daño cerebral. No he vuelto donde mi psicóloga, y a mi neuróloga también me la cambiaron. Con el neurólogo me ocurrió algo sorprendente el 8 de marzo que estuve en consulta. Me encontró mejor y ordenó repetir la medicación, agregando, por error, un fármaco que no venía tomando. Estoy por creer que algo no funciona bien en su cabeza. Mi neurólogo necesita un neurólogo. Mejor aún: una neuróloga.

1 p.m.:

“Y escribe para nada y para nadie en la más absoluta soledad”. Así concluye su prólogo de Invención de un nombre Eduardo García Aguilar, refiriéndose a los relatos iniciáticos del estudiante Pablo Montoya. ¡Nada y nadie! ¿Habré empezado igual? Hace cuarenta años, en mis primeros escritos, me pudo haber pasado lo contrario: escribía para alguien y para algo. Hoy me preocupo menos por eso y ni siquiera escribo para mí, a lo sumo para tratar de mantenerme a salvo.

Abel F. me escribe a través de Messenger. Me dice: “Dale, te veo grande mi hermano, hay un poder en tu poesía, no sé si lo sabes, pero hay algo con cierta singularidad en tu poesía”. Le respondo: “Sí, lo sospecho, me hace acordar de Hölderlin, de esos relámpagos de Dios”. Agrega: “Tú eres un poeta con una diferencia enorme… esta poesía tuya, como el poeta mismo, es como un hongo de esos que cuando lo miras por la noche tiene luz, conexión y si consumes te alucina. Eso pasa con tu poesía. Tiene poder. Eso es a lo que me refiero. Lo desarrollaré más adelante. Te leeré más”. Agrego: “Gracias por ver eso... Porta un gran mal: es verídica”. Abel F. publica en sus redes el poema que le dediqué, inspirado en una de sus reminiscencias juveniles: “El llamado de la casa”, acompañado de una pintura suya que me conmueve. No sé si mis versos lleguen hasta allá; a veces, modestia aparte, me parece que algunos de ellos alcanzan a retumbar en el universo, pero otras (las más) escasamente salen de la casa.

3:50 p.m.:

¿Un padre, con muchos hijos, se acordará de todos? Un escritor, con muchos libros, difícilmente lo logra. Puede que no olvide los títulos, pero sí sus contenidos, y que se le dificulte, por tanto, saber, por ejemplo, en qué poemario habitará un determinado poema si es que se acuerda de haberlo escrito. Esta abundancia de textos es asombrosa pero a la vez angustiante. Me pasó hace poco a la hora de escoger los poemas para los dos recitales con Alonso. Con algunos, que podría denominar mis preferidos, no hay problema. Sé, por lo general, dónde encontrarlos. Son pocos. Los más socorridos y que gustan bastante cuando los leo. Terminé haciendo una selección en un documento Word de ciento treinta y tres páginas sin considerar todos los libros publicados, inéditos o en proceso de escritura. ¿Cuáles leer? Decidí improvisar y dejarme llevar por la intuición. Hay poemas que son, pues, como esos hijos cuyo paradero se desconoce, o como esos otros cuya existencia se ignora.

5:18 p.m.:

Trabajando en la letra de Yvonne. Con Lowry y México de por medio tenía que resultar una ranchera. Por supuesto: no una ranchera típica. Tiene ese algo singular de lo que habla mi amigo Abel F., eso tan peculiar que en lo musical que produzco también se advierte. Un vals tal vez… Pienso en esa singularidad que, sin duda, me acompaña, pero no sé qué tan mala o buena pueda resultar. ¿De qué me sirve tal poder? Tampoco es que tenga que necesariamente servirme para algo. Con que sorprenda, asombre o deslumbre a otros es suficiente.

7:19 p.m.:

Lo que pensé que era un resfriado se convirtió en gripa. Tres años usando tapabocas me habían protegido de este virus epidémico. Hasta que se me atravesó Bogotá y tuve que convivir con varios apestados, entre ellos una mujer que sin resquemor alguno nos tosía en el rostro mientras almorzábamos en el restaurante del hotel donde se llevó a cabo la ronda de conversaciones. En una ocasión la tuve al frente. Fue ella la causante. No usaba mascarilla y le importaba un rábano expeler sus ruidos y flemas en cualquier parte. Me acuerdo de su actitud displicente y dicharachera, y me dan ganas de favorecerla con unas cuantas maldiciones. No argumenta: grita. Fantochada en altas dosis. Dizque negociadora.

Marzo 28 de 2023, martes, 11:06 p.m.:

Día terrible. Apestado y sin poder escribir.

Los amigos. Los supuestos amigos. Hace seis horas recibí una llamada de un compañero del sindicato para ponerme sobre aviso con respecto a un documento que suscribieron cinco funcionarios en contra nuestra; vaya sorpresa, entre ellos dos que dicen ser amigos cercanos e incondicionales míos. La gente no cambia. Así como hoy se muestran, así eran, solo que la hipocresía y el interés ocultaban sus verdaderas intenciones. Y los muy falsos siguen buscándolo a uno, saludándome, enviándome mensajes, preguntándome acerca de temas varios para intentar sacarme información, y cuando nos vemos en persona se desviven demostrándome aprecio y simpatía. Una hora antes me había telefoneado el amigo Mario M., secretario general del sindicato. Me manifestó sentirse aburrido en la entidad, con ganas de irse lo más pronto posible, está esperando que le actualicen unas semanas cotizadas para pensionarse. Lo comprendo. Me pasa igual. Qué tal esos amigos capaces de escribir y de publicar pasquines llevándose a sus amigos por delante. Inconcebible. La perversidad del ser humano no tiene límites. La doblez. La canallada. Mi lucha contra ellas tampoco tendrá fin.

Marzo 29 de 2023, miércoles, 10:14 p.m.:

Hoy fui temprano a Sahagún y volví por la tarde. Puse a cargar el celular y se me olvidó llevármelo, por lo que estuve hasta las 3 p.m. —que regresé— lejos de ese abominable aparato. La dependencia es tan grande que sentí su falta. Al llegar fui enseguida a buscarlo y tenía alrededor de doscientos o más mensajes sin leer y varias llamadas telefónicas perdidas. Persiste el malestar, ¿será otra vez el virus del 19? Está repitiendo, me dijo Fernando A. esta tarde que hablé con él como dos horas por celular. No es gripa, es COVID, me aseguró. En todo caso, experimento a esta hora una leve mejoría y confío en levantarme mañana con más bríos. Aprovecho para revisar lo escrito para esta última entrega del dietario. Va bien. Toca hacer unos pocos ajustes. Los hago. Prosigo.

Marzo 30 de 2023, jueves, 8:11 a.m.:

Bien. Empecemos. Pongamos que soy escritor y que como tal he escrito varios libros, inéditos casi todos. Como soy un escritor que ha preferido lo marginal a lo institucional (preferir es un decir), sobre mi obra nada o muy poco se ha escrito. La crítica literaria, por fortuna, no se empecina en desconocidos, mucho menos en fracasados. De ahí que me resulte tremendamente raro y complejo enfrentarme a críticas procedentes de lectores eventuales. A lo sumo, logro medio sobrevivir a la autocrítica. Así comenzó este diario el 1° de abril de 2022, viernes, a las 10 a.m., y hoy, a un día de finalizar, me pregunto si, después de quinientas dos páginas, en verdad lo seré. Su prólogo fue escrito el 31 de marzo de 2022 y en él me proponía que ni la muerte ni la vida serían protagonistas. Espero haberlo más o menos logrado. Escribirlo hasta el 31 de marzo de 2023 es una idea que surgió después, el mismo libro lo fue definiendo a medida que avanzaba. No significa ello que tenga propiamente un fin. Recuerden lo que escribí al principio: Que comience la fiesta. Que concluya el engaño. Pero no me pregunten nunca por el fin. Es curioso: mañana, último día del dietario, es también viernes. Un 31 de marzo empezó y un 31 de marzo completará su recorrido. Treinta y dos entregas. Su trigésima tercera y última será publicada el sábado 1° de abril de 2023 en Solo para fracasados. Ojalá pudiera sobrevivirme alguna vez en libro físico. Por lo pronto, que se quede por ahí vagando en lo virtual. Tremendo éxito: publicado de principio a fin en un blog deshabitado.

10 a.m.:

Cita de neuropsicología. Otra doctora. Joven y de buen trato. Le cuento mi historia y se ríe varias veces. Lo que más la hizo reír fue cuando le preguntó a la ausente que si era mi esposa y yo le respondí por ella: “peor que eso”. Consulta grata e ilustrativa, exploramos la relación entre la ansiedad y la pérdida de memoria, y me ordena cinco sesiones de rehabilitación neuropsicológica. Ignoro en qué consistirán. Me late que por esta vía pueden aparecer respuestas que he estado esperando desde hace cuarenta o más años. Fin de la consulta. Cuídese, me dice, y bájele a tanto compromiso, complementa risueña. Le prometo hacer todo lo que esté a mi alcance. Adiós, doctora. Mi última cita médica del libro. Rehabilitación neuropsicológica. Como de costumbre, bastante información en internet. Me suena interesante el tema.

3:26 p.m.:

Despertadores, sueños, pesadillas. Ausencias que de algún modo concitaron presencias. Personajes que se quedaron en bosquejo. Supongo que el antidepresivo funciona también para neutralizar mis percances oníricos en la hamaca nocturna. Ha mermado su fuerza literaria. Desde que incrementé la dosis, la ansiedad también ha disminuido. Ella y la angustia son motores extraordinarios, y no deja de preocuparme que me quede sin su influjo. De la gripa-COVID me siento mejor, ha ido cediendo. Opto por no releer más el diario, no hay por qué hacerlo, carecer de desenlaces es su mejor desenlace.

11:09 p.m.:

Sigmund Javier, los dos Martín del Castillo, Andrés… ¿dónde estarán? I need them by the end of the book.

Marzo 31 de 2023, viernes, 6:26 a.m.:

Bien. Terminemos. Pongamos que soy inventor y que como tal acabo de imaginarme que Andrés me estará esperando hoy, a eso de las 3 p.m., en “La Trojita” de la Calle de los Cuatro Vientos. Antes debo atender, al mediodía, un compromiso sindical, la creación del primer comité seccional del sindicato, elección de su junta directiva y decisión sobre dos fueros sindicales. Veo la hora en el celular y constato que es temprano, cierro los ojos y duermo un rato más, en el sueño Jorge B. me toca la puerta de un pequeño apartamento en el que viví arrendado en Medellín en los Ochenta del siglo XX cuando estudiaba Derecho, un lugar incómodo y repleto de cucarachas, le abro, entra y se sienta al frente de la cama, de espaldas a la única ventana del sitio, le entrego unos zapatos para que se los mida y le ofrezco medias que le faciliten hacerlo, tocan otra vez a la puerta, Jorge B. se para y abre, es la ausente y no la mujer con la que vivía en ese apartamento en aquel entonces, sigo durmiendo, game, framme, juego y al frente o delante, inglés y sueco, dos términos que aspiran a unirse, desplante de FJ cuando era niño, lo veo pasar, lo llamo, voltea a mirarme, se hace el que no me conoce y sigue su camino, dolor agudo, alguien grita que me lo merezco, aparece entonces alas Fermín anunciando que pronto va a pensionarse y que ha compuesto una canción para celebrarlo, que en estos días nos la canta, la impresora no tiene papel, es lo último que veo en el monitor del sueño, funcionó el despertador hojalata, despierto sin abrir todavía los ojos, busco el celular a tientas sobre el escritorio contiguo a la hamaca, abro ahora sí los ojos, corro al Word y escribo rápido los vestigios de lo soñado antes de que se me olviden.

10:39 a.m.:

Necesidad de retomar la principalidad en la mesa de negociaciones. Depende ello de mi estado de salud y de los recursos del sindicato. Pero me va a tocar hacer presencia de nuevo en Bogotá para reorientar nuestra representación como debe ser.

12 m.:

El Comité Seccional Córdoba de SINTRAMINTRABAJO ha cobrado vida.

4:24 p.m.:

Andrés, ¿es él? Hora y media esperándolo. Se suponía que debía llegar él primero a la hora imaginada. Me alegra verlo. Me levanto de la silla y lo recibo abrazándolo con beneplácito. Responde igual. Nos sentamos, dos cervezas, ponte una de las que canta Ismael Rivera, por favor, le pido al mesero, Las caras lindas, esa puede ser, ¿y la moto?, le pregunto a Andrés, no, no, ya no soy mototaxista, ahora soy médico, pero estoy más varado que antes, hasta me toca movilizarme a pie, no te preocupes, yo invito, le digo para que se anime, y tu amigo Martín, ¿qué sabes de él?, nada, hace días no lo veo, y el tuyo, tu Martín, ¿qué se ha hecho?, por ahí anda, le contesto, lo tengo todavía en la banca, para que aprenda a respetar.

6:05 p.m.:

Se agota el tiempo. Empiezo a contar las botellas vacías que van quedando sobre la mesa, no por el dinero, sino por aquello de las reglamentarias, no puedo pasarme de calidad, tengo un límite, con la salud no se juega. Qué terraza esta tan agradable, Andrés fue al baño, aprovecho para llamar a Sigmund Javier, necesito que al menos esta noche me sirva para algo, que se invente alguna teoría para comprender por fin esta joda existencial, si no puede con los sueños que lo intente con la perdida realidad, cuando Andrés vuelve de orinar Sigmund Javier ya está sentado entre él y yo, se lo presento, este, hum, soy Sigmund Javier, mucho gusto, y yo, Andrés, el gusto es mío. Observo a mis contertulios y me siento feliz de tenerlos conmigo escuchando salsa, bebiéndonos unas frías, amigos como este par se acabaron hace siglos. ¿Te acuerdas de Trinidad, la goleadora?, me pregunta Andrés. Por supuesto, la Beltrán, le respondo intrigado, ¿le pasó algo?, no, nada, mírala, ahí está sentada con ese tipo de la gorra, ¿quién será el afortunado?, trato de adivinar, aunque está de espaldas me resulta familiar el hombre.

7:43 p.m.:

No es Maelo el que ahora canta, sino Óscar d’León. Llorarás, no puede ser, ¡es Martín!, sé que tú no quieres que yo a ti te quiera, siempre tú me esquivas de alguna manera, ¿cuál de los dos?, ¿el tuyo o el mío?, no sé, se parecen y una vez los vi tomando tinto y conversando en una panadería del centro, se conocen, son amigos, si te busco por aquí me sales por allá, lo único que yo quiero no me hagas sufrir más, increíble, el muy cretino se levantó a la preciosa Trinidad, cuántos goles le habrá metido ya, ¡pilas!, viene hacia acá, disimulemos, escritor, qué tal, cómo van esas letras, viejo Andrés, de qué te las picas, este, hum, mucho gusto, soy Sigmund Javier, gracias, Martín del Castillo, para servirte caballero, Andrés y yo nos miramos aterrados, este no es el Martín del Castillo que cada uno conoce, lo que me faltaba, lo escrito en este diario el 29 de septiembre de 2022 se hizo realidad, un tercer Martín del Castillo en escena, caramba, cuántos más existirán picoteando por ahí, y después vendrás a mí pidiéndome perdón, pero ya mi corazón no se acuerda más de ti, ay, vida jacarandosa, hora de irse de “La Trojita”, vámonos, hermanos míos, que nuestro tiempo se acorta y aún nos quedan cuatro horas larguitas para terminar de gozarnos este libro.

9:45 p.m.:

Tienda 34 con 12. Solo. Como siempre. Bueno, no tan solo. La ausente y Marx acompañándome, también como siempre, si bien es primera vez que Marx, controlado con correa, está en un sitio de estos con nosotros.

10:17 p.m.:

Una cerveza más. La última. Pago anticipadamente la cuenta.

10:40 p.m.:

Enciendo el motor. Nos fuimos. La casa nos espera; aún es mi quinta parte de la casa, aunque no la merezca.

10:48 p.m.:

Parada en la ruta para comprar de comer. Rápida y liviana. Ni tan liviana.

11:50 p.m.:

Me dispongo a dormir y a soñar, y a amanecer con Andrés y Sigmund Javier en uno de los dos sitios cerveceros que yo, oníricamente, frecuentaba.

11:59 p.m.:

Vuela, alas Paco, vuela, que la luz del gran tiempo te guíe en la vastedad de la noche interminable.

THE END

FRANCISCO BURGOS ARANGO (FBA)

Comentarios

  1. ¡Felicitaciones, muchas felicitaciones! ¡Qué interesante ya quiero leerlo todo! Querido escritor siento que su obra es Un Gran Tesoro. Tengo esa intuición que tenemos las mujeres y tambien la mala costumbre algunas veces de comenzar por el final; ese final me llena de ansiedad, sin conocer su contenido creo que su libro tiene mucho para escudriñar y encontrar en él al ser, el cual no somos capaces o nos da miedo enfrentar... Mi abrazo de felicitación nuevamente. Este libro es para muchas tertulias. Me encantaría tenerlo en físico.

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    1. Mil gracias por este comentario que me llena de luz y de esperanza. Abrazos.

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