DIETARIO DEL RESTO DE UNA VIDA

(trigésima segunda y penúltima entrega)


Marzo 12 de 2023, domingo, 11:06 a.m.:

Desisto de publicar Los rituales del vértigo y, por ende, de lanzarlo en la Feria Internacional del Libro de Bogotá. Me solicitaron quitarle veinte páginas al libro por escasez de papel (eso argumentaron) y hasta allá no llego. Cada libro es como es, con lo bueno, lo regular y lo malo que tenga. Extenso, mediano o breve. Así salió y así se queda. El mínimo texto cuenta para edificar la voz como conjunto. Las ciento veintiséis páginas que tienen mis rituales son apenas las necesarias y por nada del mundo las mutilo, transigir no es una de mis virtudes. Además, coedición y autopublicación no es que se diferencien demasiado. Publicas si pagas. Y terminamos en lo de siempre: vendiendo unos cuantos ejemplares, regalando algunos y el resto apilados en un clóset a merced de las polillas. Es preferible quedarse ignoto.

11:58 a.m.:

Es poeta, escritor y literato. Posee un talento superior y está llamado a brillar en el firmamento de las letras, así afirme ser un hombre oscurecido. Pero le está tocando laborar como profesor universitario asumiendo asignaturas que no le satisfacen, que no van con lo suyo, y me cuenta que a veces, sentado en el inodoro, se entristece y llora. No quiere permanecer en eso toda su vida. Sé muy bien de lo que habla, puesto que me he pasado treinta y un años de la mía desempeñando oficios que no se compaginan con mis gustos. Así de cruel es esto de tener que procurarnos con qué sobrevivir. Loable, en mi caso, que, no obstante esa apabullante verdad, haya podido mantenerme fiel a mis lecturas, haya escrito mis libros, haya compuesto mis canciones, y me mantenga todavía activo en el fracaso estético. ¡Aplaudan, por favor! Mi amigo y preocupado poeta también lo logrará, si bien tendremos siempre que admitir que la satisfacción no es una de las grandes conquistas de la vida. Nunca se obtiene eso de sentirse realizado. Pura paja. La satisfacción plena es imposible. Y si no me creen, esperen a que la que sabemos les toque la puerta con sus nudillos suaves o pulse el timbre con su índice huesudo.

4:14 p.m.:

Tinto en casa. Tranquilidad, descanso. Después de varios días de agitación, otra vez con tiempo para leer, escribir, pensar. Pienso en Yvonne, canción pendiente, ¿cuál ritmo será el apropiado para darle vida? La guitarra, en su momento, lo sabrá, cuando vuelva a ella para tal fin. Acordes y rasgueos irán decantando la melodía, y esta, a su vez, el aire musical que necesita. Casi tres meses sin tocarla, hasta que alas Leonardo me pidió que lo acompañara el jueves y el viernes, en ambos recitales, para interpretar Volví a cantar, esa canción mía que compuse un año después de haber publicado en Facebook, en la noche de una eliminación, esta frase rotunda y lapidaria: “Adiós, Montería, no te canto más”. Y así, con esa misma frase, comienza Volví a cantar.

5:19 p.m.:

Anoche, luego de cuatro pintas de Monserrate, saliendo de la BBC decidí no caminar hasta la casa. Llegué a la Avenida Circunvalar y me vine de parrillero en un mototaxi. Durante el corto trayecto conversé con su conductor sobre la soledad del barrio, el silencio espantoso, esto no era así hace cincuenta años, le dije, le conté sobre los fandangos que se hacían en algunas de estas calles, me preguntó si mi apellido era Pereira o Perea, le contesté que no, en la esquina de la 68 con segunda le pedí que me dejara. Al bajarme me preguntó por mi apellido. Se lo dije, aclarándole que pertenecía a la vertiente cultural, no a la política. Se rio. Nos despedimos. Y no sé por qué ahora se me ha dado por pensar que ese mototaxista era Andrés y no lo reconocí ni él a mí. Andrés, meses sin verlo, voy a concluir este libro con él, lo buscaré.

Marzo 13 de 2023, lunes, 12:18 p.m.:

Iba a escribir algo y se me olvidó. Pendiente de la ausente que anda en vueltas médicas como por variar. La espero en la cafetería de un supermercado para irnos a almorzar por aquí cerca. ¿Qué sería lo que me proponía escribir? Ni idea. Mi memoria es intermitente, tiene ratos que sorprenden y otros francamente desastrosos. Llega la ausente, almorzamos y la llevo a la clínica donde tiene mañana una cita de hematología. Debe cancelarla y solicitar nueva fecha, ya que, por la incapacidad de la cirugía, no alcanzó a hacerse unos exámenes de laboratorio para el control correspondiente. Me recuerda que tengo cita de psiquiatría el viernes. La espero de nuevo en un centro comercial cercano. Compro un tinto, retomo la lectura de Bajo el volcán, nada fácil avanzar en él, consigo al fin acercarme al capítulo III, suspendo la lectura para escribir que iba a escribir algo y se me olvidó.

3:06 p.m.:

Dilema que comienza a crecer a medida que la fecha se acerca. El 17 de noviembre cumpliré la edad que se requiere para adquirir la pensión de vejez. En cuanto a semanas cotizadas, hace rato superé la cifra. Difícil decisión. Por un lado, el retiro justo e indispensable para por fin descansar de tanta conflictividad laboral, y por el otro la merma salarial que ello comporta. Una asignación que se tiene que considerar en relación con los últimos diez años y un porcentaje que excederá en muy poco el 75% del promedio del sueldo mensual. ¿Podré vivir con eso? Más de veintiocho años luchando sindicalmente por mejorarlo y aún dista de ser considerado digno y decente. Trabajo digno y decente, eso que tanto se cacarea hoy en una entidad que es claro ejemplo de lo contrario. Sin embargo, la negociación colectiva de este año podría significar un incremento de grados salariales. Habrá que esperar, no sería justo ni prudente que después de tanta brega no me beneficiara de tal logro, y está también mi compromiso sindical como presidente y negociador principal del sindicato que fundamos en noviembre de 2021. Los enredos en que me meto. Años atrás estaría algo feliz de estar aproximándome al fin del calvario laboral. Y hoy me sorprendo pensando en acogerme a la edad de retiro forzoso. Mucha lidia todavía por dar. Antes lo ansiaba considerando poder dedicarme, sobre todo, ciento por ciento, al oficio literario, pero he escrito tanto en medio de tanto estrés que podría continuar así unos años más. A veces me llamo resistencia, si bien mi verdadero nombre es terquedad.

6:19 p.m.:

Capítulo III de Bajo el volcán. Llega la ausente. Nos vamos. Me voy con esto de Lowry en el cerebro del corazón: “Mira: cuán extrañas, cuán tristes pueden ser las cosas familiares. Toca este árbol que antaño fuera tu amigo: ¡ay, que aquello que ha llevado tu sangre pueda convertirse en algo tan extraño!”.

Marzo 16 de 2023, jueves, 6:41 p.m.:

Dos días sin escribir. Llegué a pensar que, por lo escrito domingo y lunes, había recuperado el ritmo. Mucho trabajo, viajando diario de Montería a Sahagún y viceversa. Ni modo de pensar en nada más. Esta vida mía a veces se muestra demasiado simple y ocupada. Y escribirla no es la mejor opción para apreciar su importancia. Su importancia radica precisamente en no escribirse.

Marzo 17 de 2023, viernes, 8:36 p.m.:

Bogotá. Lunes o martes volveré a verte y a sentirme solitario y más o menos feliz en tus calles anónimas.

Marzo 18 de 2023, sábado, 1:03 p.m.:

Hice un par de chances anoche a ver si me gano un dinerillo para poder salir de una culebra familiar. Nada. Nunca me gano nada. Una culebra para pagar a más tardar el 31 de marzo y no hay de dónde sacar la millonaria cantidad. Lo seguiré pensando. Es lo único que podemos hacer cuando la solución no depende de nosotros.

9:42 p.m.:

Oigan la voz de la ausente cuando le cuento que un amigo de Facebook nos anunció que el mundo se acabará en 2052: “El mundo solo se acaba para el que se muere”.

11:12 p.m.:

Otras frases de la ausente: “El solo hecho de la muerte es un fracaso. Ningún exitoso se salva de esto”. ¿Qué tal? Y después dicen que yo soy el pesimista. Porque fueron tantos y tantos y tantos y tantos los besos que una vez te di… es la única persona en mi mundo que entiende que mi fracaso no es fracaso, que es solo la aceptación de una gran derrota que nos concierne a todos.

Marzo 21 de 2023, martes, 8:39 a.m.:

Volando hacia Bogotá. A negociar un pliego sindical con la entidad en la que trabajo desde hace veintinueve años y dos meses. Muchos años en esta actividad, procesos desgastadores cada dos años, la edad pesa, la resistencia no es la misma. Antes representaba los intereses del sindicato mayoritario, hoy los de uno de los minoritarios. Aquí sigue conmigo la utopía transportándome de nuevo hacia otra mesa de negociación. No se trata ya de sueños o de imposibles, sino de perseguir ahora lo posible, algo se ha conseguido, los avances han sido pocos pero significativos, especialmente en conquistas económicas que han superado por fin las otorgadas por la ley, aunque algunas de estas continúen incumplidas. La entidad que pregona el respeto a los acuerdos colectivos de trabajo es la primera en irrespetarlos. ¿Qué nos traerá a los trabajadores esta nueva negociación? Hoy se inician las conversaciones, voy atrasado, pedí ubicación de tiquete para hoy y no desde ayer (lunes festivo), con la intención de ahorrar costos de hotel y afines. Es un sindicato pequeño y pobre el que hoy represento, eso sí, un sindicato que piensa en grande, con directivos y afiliados de trayectoria, y gente joven en sus filas que será la encargada de mantenerlo y fortalecerlo en el tiempo. Algunos estamos quemando los últimos cartuchos en estas lides. En lo personal, lo único que busco es salir del ministerio habiendo dejado huella y a sus empleados en mejor situación, aunque sé que mis luchas de casi tres décadas en esa entidad serán recordadas y agradecidas por muy pocos. Son incontables las historias que hemos escrito, y en esta nueva página volveremos a reivindicar la guerra y la locura. Es lo que nos queda, lo que aún debemos hacer, lo que de alguna manera habrá de mantenernos vigentes, entre la frágil memoria y el férreo olvido.

9:14 a.m.:

Aterrizaje. Bogotá. Vuelvo a verte y a sufrirte. Hacía cuatro años que no venía. Taxi carísimo hasta el hotel, casi el triple de la última vez, me hospedo en una casa-hotel de ambiente familiar, cerca del sitio donde se realizarán las conversaciones. Camino hasta allá, subo por uno de los ascensores y entro al Salón Imperial donde me siento y escucho. Una hora después, primera y necesaria intervención, con componentes históricos y críticos. Discurso enérgico y radical. Como en mis mejores tiempos. Soy bueno en estas vainas. A veces no sé de dónde saco fuerzas, debe ser de ese rinconcito oscuro y tristón que llaman dignidad. Confirmo lo que me temía: el discurso de un sindicalista cambia por completo cuando su portador se convierte en gobierno. Cualquiera izquierda deja de existir y palabras como democracia e institucionalidad acaban imponiendo su vacuidad rimbombante y espantosa. Decepción. Administración más reaccionaria y mezquina que las de derecha con las que hemos batallado. Así es la política, envanece y desnaturaliza, y así son también las expresiones del burocratismo sindical. Cuadrilla de excombatientes aburguesados.

Marzo 22 de 2023, miércoles, 5:30 p.m.:

Unicentro. Librería Nacional. Salgo con dos libros más. Los primeros cuentos de Pablo Montoya, publicados por el Grupo Editorial Ibáñez con el título de Invención de un nombre, y El arte de la distorsión, de Juan Gabriel Vásquez, primer libro que compro de este bogotano renombrado. En la habitación del hotel empiezo a leerlos antes de la medianoche. Prólogo de Eduardo García Aguilar con cuatro o cinco errores inexcusables (presumo que de la editorial, no de él), por lo que deduzco que el libro no tuvo corrector. Me asusta pensar que pase lo mismo con los cuentos de Pablo. Leo de Vásquez su nota bibliográfica, escrita en Barcelona, sobre cada uno de los ensayos que conforman el libro, me intereso en “La memoria de los dos Sebald”, hojeo el texto y busco en internet información acerca de este novelista y ensayista alemán. Lo adquirí sobre todo por el ensayo que le dedica a Julio Ramón Ribeyro, “Diario de un diario”, que consulté en medio electrónico para mi trabajo de maestría y quería tenerlo en libro. Luego de leer un poco sobre Sebald y sus libros me encuentro con una frase clarividente: “La infelicidad del que escribe”, ligada a la resistencia ante la muerte.

Marzo 23 de 2023, jueves, 9:13 a.m.:

En una cafetería de la 15 desayunando con tinto y pandebono, en espera de que sean las 10 a.m. para ir a la Librería Lerner de la 11 con 93. Estuve ahí el martes por la tarde, pero un malestar digestivo y varias ráfagas de mareo me obligaron a irme rápido.

A propósito, balance de salud: el martes, diarrea y vértigos disparados; anoche, otra vez con diarrea. De los vértigos algo mejor desde ayer. Maldita altitud, ciudad asfixiante. Tres días en Bogotá. Sensación y susto de poder derrumbarme en cualquier momento. El vértigo me golpea pero a la vez me ayuda, en el instante final, a reaccionar y recomponerme. Sospecho que la tensión arterial ha estado alterada, y de la ansiedad ni que decir tiene, fluye a chorros.

Anhelando regresar a mi hueco sinuano, a la ausente, a la hamaca, a Marx con su pequeño mundo circunscrito a una casa, a nuestro afecto y a la cuadra por la que se le pasea de noche para que se entretenga y evacúe. No se puede soltar porque se pierde. Yo también tengo mi pequeño y desconocido mundo. Y mis cagadas. Y tampoco me puedo a estas alturas soltar porque me caigo. Autocontrol. Deber de desacelerar la vida.

9:41 a.m.:

Caminando hacia la Lerner. Como que no sé hacerlo con estos zapatos formales (tuve que dejar los tenis porque se rompieron), pues me tropiezo a cada rato y avanzo sin advertir los distintos niveles del suelo, he pisado varias veces en falso y he estado a punto de caer al vacío. Debe ser el vértigo, me digo para consolarme. No han abierto, me siento en una banca a ver pasar carros y personas, frente a mí varias palomas comiéndose los restos de una arepa de queso. Esto es la vida, pienso: transitoriedad y desperdicio.

Salgo de la librería con un libro más, Una música constante, de Vikram Seth, tiempo buscándolo, no preciso ahora qué autor, en qué libro, lo recomendó, más de una hora viendo libros, y cuando me disponía a salir con Cuaderno de septiembre, libro de poemas de Juan Gabriel Vásquez, se me dio por volver a la estantería de Anagrama y ahí estaba, un solo ejemplar, esperándome. ¿Predestinación? Presiento que me llamó. Eso dicen: que los libros buscan a sus lectores. Fui por Vértigo de Sebald (no lo tenían) y salí con un libro que jamás pensé encontrar, hasta había olvidado el nombre de su autor, no así su título, que al verlo se alumbró para mí.

3:01 p.m.:

Aeropuerto El Dorado. Aroma de retorno. Felicidad al alcance de un avión.

4:55 p.m.:

Próximos a despegar. La ansiedad disminuye un poco, no estoy ya para andar en estos trotes, tendré que pasar a la suplencia, un día más y Bogotá acaba conmigo, faltó poco para desplomarme. Volando sobre este distrito capital, diciéndole adiós a su infernal frío, pienso en el río caudaloso de mi infancia, acercándonos cada vez más a él, a una velocidad promedio de ochocientos kilómetros por hora, Montería, tierra para nada de ensueños, y, sin embargo, cómo extraño tus calles y tu clima, tu olorcito a pesadumbre, mi nocherniega vida bajo tu sol cortante, estás hoy con treinta y tres grados de temperatura anuncia el piloto, inicio del descenso, algo de turbulencia, diez mil pies, nubosidad, más turbulencia, calma, frenazo, tren de aterrizaje, qué días tan largos, suplico porque este vuelo culmine, uf, qué alivio, salgo del avión y respiro con los ojos cerrados el aire de esta tierra linda, le tiro un beso a los árboles más cercanos, aunque vivir en este valle del Sinú no sea tampoco la plena felicidad, o sea más bien una angustiosa felicidad. Sí, eso exactamente es: una tristeza con cara de alegría.

Marzo 24 de 2023, viernes, 11:03 a.m.:

Faltan solo siete días para terminarse este libro. Mañana publicaré en el blog la penúltima entrega.

9:42 p.m.:

¿Qué más escribir? Parece que todo ha quedado dicho y, sea lo que fuere, sus historias no tienen por qué ser redondeadas. Final abierto para un libro extenso e impublicable. Lectores de quinientas o más páginas quedan pocos. Continúa el agotamiento y nada que la ansiedad desaparece, tics reactivados, resfrío, tiene que ser por la mojada nocturna del martes en la lluviosa Bogotá, trata de controlarte, Francisco, ya estás en casa, en tu hamaca, la ausente en su cama, Marx durmiendo en su rincón detrás de la cortina, medita únicamente sobre lo positivo, consiéntelo y valóralo, lo demás no cuenta, olvídalo, hace mucho calor, pasaste de un extremo a otro, así que no te quejes, tus ojos están que se cierran solos, escucha la canción relajante que acaba de enviarte Adrián Pablo por WhatsApp, “el primer Chill Out vallenatizado de la historia” afirma ese genial amigo tuyo, toca él en ella la dulzaina, ponte audífonos, concéntrate, o mejor, desconcéntrate, piérdete en la bondad de esos sonidos y ve hundiéndote en el sueño como quien se aferra a un más tranquilo despertar.

Marzo 25 de 2023, sábado, 7:29 a.m.:

Buenos días, Sábado. Comienza a preocuparme la idea de tener que despedirme de este libro. Amanezco con una penca de sábila en la mano izquierda para protegerme de miedos e impurezas. Sueños enrevesados, sin ilación alguna, persiste el resfriado, ojos que pesan con sensación de agrandamiento, así empezó todo hace veinticinco años, pero recuerda, hoy eres un hombre nuevo y casi feliz, levántate de esa hamaca, ve al baño, lávate bien la cara y sal a la vida a disfrutártela como se debe, hago caso, no estoy hoy para cervezas, en el jardín encuentro a la ausente bañando a Marx, le pregunto por la sábila, qué sábila, una que apareció en la hamaca, estás loco, lo habrás soñado, ¿será?, le aseguro haberla visto en mi mano derecha, o fue en la izquierda…, empiezo a dudar, si fue un sueño tiene lógica, una planta medicinal es lo que necesito para mis múltiples enfermedades, qué diablos, no estoy enfermo, son solo achaques, ánimo, hoy es sábado, es tu día, tres kilos menos me traje de Bogotá, pienso en Lima, cada vez más distante, se acabaron los viajes de este libro, fueron pocos, pero intuyo que vendrán más, el resto de una vida puede llegar a ser inabarcable, me baño, me visto y salgo a contemplar el día que en menos de doce horas se transmutará en noche, y entonces sí, sería bueno repetir las mismas cosas y, no obstante, sentirse renovado, enchufar la esperanza, hacer las paces con todo aquel que hayas tenido enfrentamiento, librarte de morales indebidas, reírte por fin a carcajada y escribir y escribir, sin importar lo que el mañana te depare.

2:32 p.m.:

De no creer. ¿Telepatía? El personaje de la novela de Seth tiene solo dos pasiones que lo animan: Schubert y su violín. Mi íntima relación con Schubert quedó plasmada en Prosas para romper la felicidad. Libros que parecen escritos para uno, y cómo ellos mismos se encargan de localizarnos. Ahora entiendo mejor el porqué de ese llamado cuando me disponía a salir de la Lerner. Se trataba de Schubert, de su música profundamente triste, y de un músico inmerso en una vida gris y melancólica que vive en Londres, ciudad que le causa desasosiego, y de la Viena de Schubert, en su transmutación recíproca del dolor y del amor. Como en el epígrafe de John Donne, “ni ruido ni silencio, sino una música constante”.

FRANCISCO BURGOS ARANGO (FBA)

(continuará)

Comentarios