DIETARIO DEL RESTO DE UNA VIDA (trigésima entrega)

11:03 p.m.:

Mis amigos: cada pájaro por su lado. Hoy, en cambio, vi una imagen preciosa: una bandada de pájaros en el cielo, en forma de “menor que” (<), un comandante al frente; centré mi atención sobre todo en los dos últimos, preguntándome por qué serán los últimos. Qué forma de planear y de aletear a ratos la de todo el grupo, elegantes y bellos. Simetría perfecta. Antes de la bandada vi pasar a uno de ellos, en vuelo solitario, como asegurando vía, y después de que el pelotón pasó surgió otro (o el mismo), en actitud de retaguardia, ayudando a uno que se había rezagado. Volando, en absoluta libertad. Y el hombre creyéndose el rey de la creación. Por Dios que vi a Dios (o como se llame) ahí. ¡Volando! Ojalá pudiera yo dar siquiera un brinco que dure al menos un minuto. Somos tan limitados y arrogantes. En vuelo vespertino, rumbo a su dormitorio, van las aves del cielo marchando sobre el mar, describiendo una solidaridad más creíble y perfecta que la humana.

Febrero 14 de 2023, martes, 0:01 a.m.:

Cuando alguien muere dejamos de verlo para siempre, por el resto de nuestra vida; pero hay algo más doloroso: nosotros, los vivos, también nos morimos para esa persona que se va. El muerto no es consciente de lo primero, el vivo sí lo es de lo segundo.

Febrero 15 de 2023, miércoles, 9:40 a.m.:

Diana y Carlos. Me referí en mis Prosas para romper la felicidad a esa historia de amor truncada por la muerte. Diana destrozada luego del fallecimiento de Carlos a causa de un cáncer agresivo. Días antes se fueron a recorrer el mundo, mostraron fotos, París, días últimos felices en medio del dolor latente que se avecinaba, cantaron juntos, proyectaron juntos “Te invito a vivir”. Cuando desaparecí de Facebook para darle vida a Martín del Castillo, perdí los contactos y, entre estos, el de Diana. Al retomar la cuenta he ido agregando algunos nombres. Anoche me acordé de ella, la busqué, encontré su fanpage, hice clic en seguir y veo de inmediato a Diana, tres años después, enamorada de nuevo, casándose, derrochando frases similares a las que fueron para Carlos, su esposo adorado. Nada que reprochar. La vida sigue, y su pasión también. Se confirma una vez más que no existen seres irremplazables y que el amor es meramente circunstancial. Hay corazones más frágiles que otros. O digámoslo mejor: más propensos a la aventura, al coyuntural zarpazo del borrón y cuenta nueva. Tratándose de una artista como Diana, quizá no sea dable hablar de reemplazos, sino de dos seres únicos o especiales, cada uno con su propia manera de amarla sin medida. Y ella a ellos.

Febrero 16 de 2023, jueves, 7:49 a.m.:

De viaje. Nos espera Cartagena de Indias. Es uno de esos viajes que me producen una portentosa combinación de placer y nostalgia. Placer por regresar a los sitios donde de alguna misteriosa manera fui feliz, y nostalgia por las ausencias de amigos que ya no están en ella, bien porque se fueron hace mucho en procura de mejores mundos, bien porque murieron, como el inolvidable compañero de San Martín de Loba, Agustín A. Nostalgia, además, por las sabatinas cervezas con los vecinos de la cuadra, la música sonando todo el día, las calles y lugares que recorría con Henry R. de lunes a viernes en el centro histórico, el sol implacable y la alegría descomunal —no obstante algunos sinsabores laborales y de salud— de aquellos casi tres años que viví y trabajé en La Heroica. Días aquellos que, veintitrés años después, me siguen llegando con sensación de falta. Sé por eso que me hace daño ir a Cartagena, como me lo causa el visitar otras ciudades donde he vivido. Distintas son las razones. En el caso de Cartagena, tener de nuevo que partir, reactivar viejas heridas que no sanan del todo y se mantienen en relativa calma. Despedirme de Henry R., amigo inseparable durante aquellos ardorosos años. Ciudades como Armenia y Medellín me producen el recrudecimiento de la distancia y la soledad que padecí en ellas. Fenómeno contrario al de Cartagena: deseé muchas veces irme y el dolor de volver a dejarlas es solo el normal, el de reconocer que quedan, sin embargo, recuerdos y amistades que me ayudaron a sobrellevar las cosas. Constatar el terrible paso del tiempo golpea en todos lados por igual. Pero puede más el placer que la añoranza. Así que voy otra vez por ti, Cartagena, a reencontrarme en tus callejuelas repletas de turistas, a frecuentar los mismos sitios, a abrazar a Henry R., a llenarme otra vez de tu ambiente sonoro y tropical. Y a llorar una vez más sin lágrimas mientras vuelvo a alejarme del imborrable beso que me diste.

6:33 p.m.:

En esta tienda, ubicada en la intersección de la Calle de la Universidad, la Calle Estanco del Aguardiente y la Calle del Sargento Mayor, estuve muchas tardes con Henry R. y una, muy especial, con Alfonso C. Tasca universitaria, calle extrañamente vacía, sin el acopio estudiantil de aquellos tiempos. Ignoro la causa. Secuelas todavía de la pandemia tal vez, aunque no creo, puesto que nos ha llamado la atención que casi nadie usa tapabocas en la ciudad, como si la pandemia y su abundancia de muertos fueran cosa de un remoto pasado. Me tomo tres Águila y nos vamos caminando hasta el hotel. Paso obligado: las arepas de huevo con chicharrón y carne molida en la esquina de la Carrera 11 con la Calle de Portobello. Una ciudad es también su culinaria callejera, y nostalgia que se respete tiene su componente gastronómico. Imposible no acordarme de los tremendos patacones con queso picado cuando cruzo por la tienda Palo de Caucho y las cebicherías de la Avenida Venezuela, hoy extintos ahí pero presentes en la Carrera 7 al frente de la Librería Nacional, venta de fritos que está incluida en las paradas de los guías turísticos. ¿Qué hacer mañana? Pienso en algo distinto a lo acostumbrado cada vez que visito La Caterva de don Luis Carlos, ir a las islas, por ejemplo, dármelas de extranjero, turistear un poco. Mi pinta ayuda.

Febrero 17 de 2023, viernes, 10:48 p.m.:

No escribí nada hoy. Mar, almuerzo, Librería Nacional, preferir los cuentos casi completos de Ramón Illán Bacca,  Marihuana para Göering, a Montevideo, de Enrique Vila-Matas, y al Diario, en cuatro volúmenes, de André Gide, tinto de termo en la Plaza Fernández Madrid, viaje en barco por la bahía, barra libre, cócteles, champeta a bordo, show de bailarines, toma de videos para Borracho, avistamiento del crepúsculo, retorno al puerto, souvenir (compra de vaso cervecero “Donde Fidel”), bárbaro el negocio, forradas sus paredes con fotografías de visitantes ilustres, cinco Club C. Dorada, volumen con moderación, se puede conversar, aire acondicionado, salsa de la propia, salir del sitio antes de las once y caminar desde “El portal de los dulces” hasta Marbella, licorera al lado del hotel, una sola Poker para concluir faena, el Caribe al frente. Hay veces que la vida es tan clara y bella que escribirla carece de sentido.

11:48 p.m.:

Pensar que viví en esta ciudad y nunca se me dio por ser turista. Estrato dos, a una cuadra del Paseo Bolívar, al pie de un cerro, casa verde, cuánto bebí, cuánto sufrí, ahí nació mi canción Monteriana, la vez que la ausente tuvo que ausentarse de mi lado por un delicado problema de salud que la aquejaba, rumbo a Montería, para estar una temporada con su madre. Recuerdo el día, la tarde en que ese canto hizo eclosión. Era domingo, Agustín A., mi vecino inmediato, metiendo frías desde temprano con música de Los Hermanos Zuleta, su agrupación vallenata preferida, yo había bebido la noche anterior y al guayabo de los tragos se le sumaba la ausencia real y física de la ausente. Hamaca, guitarra, unos cuantos rasgueos y un paseo sencillo y sincero fue surgiendo en medio de la añoranza. A los pocos días regresó la ausente recuperada y la casa se volvió a llenar de sinuana luz. Como recuerdo también el doloroso día que nos tocó partir. Despedirme de aquel lugar fue algo que aún no supero. Nítida y rotunda continúa la imagen: camión, trasteo, taxi, maletas, nudo en la garganta, terraza, silencio, ganas de morir. Así de grave y pendeja es mi enfermedad de la nostalgia. ¿Por qué tomé esa decisión? Sigo entendiendo y aceptando las causas, aunque tristes y lamentables hayan sido sus efectos. El destino depende de uno. Opté por irme. Por huir. Pude haber definido otra cosa. Los compañeros de trabajo me organizaron una despedida, fuimos a un restaurante chino, hubo discursos, la voz se me quebró, no pude hablar, y después nos emborrachamos de lo lindo en mi casa arrendada de Torices. Cruce de cartas nostálgicas y afectuosas. Las conservo. De vez en cuando las releo. Eran otros tiempos, no había redes sociales, aplicaciones de mensajería, chats, grupos, videollamadas… solo Telecom y el pago de cada carta según lo que pesara. Y las mías, largas y cargadas de pesadumbre, sí que pesaban bastante. La distancia en ese entonces golpeaba más. El vacío de la ausencia era peor. Días terribles aquellos que me devolvieron a territorio antioqueño, no me explico cómo sobreviví a ellos, meses después la ansiedad se haría crónica y generalizada.

Hoy cumple años mi hermano Ceba. Otra larga ausencia que me duele, y poco o nada hago para atenuarla.

Febrero 18 de 2023, sábado:

Retornando al Sinú. No pude verme con Henry R., fui el jueves a su oficina, no estaba, hablé con él por celular, se encontraba en cita médica con migraña y mucha tos, el viernes lo llamé por la tarde, no contestó, pensé que se había agravado, así que esta mañana, antes de salir del hotel, lo volví a llamar. Contestó, lo invité a vernos en un centro comercial cercano, se le dificultaba ir por estar atendiendo a unos clientes en su oficina del Edificio Lequerica y, además, me dijo, ya nosotros íbamos de salida. Ni modo. Dos venidas sin vernos. No se pudo tampoco esta vez. Todo el viaje pensando en eso, mortificándome, como con remordimiento. Por la noche le hago desde Montería una videollamada, hablamos más de una hora, le pregunto por el Charra, cree que se murió, tiene mucho tiempo de no verlo, el Charra, qué personaje, fama de vicioso, de vago, de atracador, le confiábamos al pequeño EJ para que lo llevara y trajera del colegio, lo compensábamos con algún dinero y alimentación, siempre ayudándonos, nunca nos falló, le pregunto también a Henry R. por el doctor Rodolfo R., paisano de Agustín A., todo encuentro cervecero entre ellos terminaba en pelotera, me cuenta que dejó de litigar hace rato, nos prometemos que la próxima vez será porque será, vuelan los años amigo Henry R., hay que aprovechar lo que nos queda, y pienso al colgar en si habrá acaso una próxima vez.

Febrero 19 de 2023, domingo, 9:11 p.m.:

La enfermedad de la nostalgia. A esta hora apaleándome con todo su poder. Cuando el corazón está por fin algo tranquilo es mejor no alborotar sus sentimientos. De ahí que evite ciertos viajes y reencuentros. Sin éxito, pues caigo irremediablemente en la agradable tentación de volver a sufrirlos.

11 p.m.:

Definida la dedicatoria de Los rituales del vértigo: “A los pájaros del desencuentro”. Pensé en inventarme un amor. Pero qué mejor amor que el que uno a veces siente por sus amigos, así sea por estos míos tan lejanos o escurridizos. ¿Lo publicaré? Empiezo a dudarlo.

Ay, Literatura, qué sería de mi vida sin ti. Desahogo. Sosiego. Gracias también a haber salido por la tarde en Verónica, treinta y dos kilómetros de pedaleo, regresando me encontré con una gallada de muchachos en sus bicis, iban lento, en relajo, me los alcancé y cuando me disponía a adelantar al primero que era a la vez el último del pelotón, este hizo un giro inesperado que por poco me tira al pavimento. Con buen reflejo lo esquivé y me los pasé a todos mientras escuchaba el griterío, «mata viejo», lo atacaban a coro, «casi mata al viejo», dijo uno, risas, chuleos, epicentro yo del colosal jolgorio. ¿Viejo? ¿Será conmigo? No me siento viejo. En la mirada de los jóvenes está la verdadera realidad de lo que hoy somos. En todo caso, pobrecitos ellos, creyendo que la juventud es para siempre. A su edad yo sí pensaba en estas cosas, incluso cuando los días se me iban en juegos y hermosuras. Ay, Literatura, qué sería de ti sin mis tormentos.

Febrero 20 de 2023, lunes, 8:10 a.m.:

Vi ayer, por TELECARIBE, la presentación de Sergio Vargas en el Festival de Orquestas del Carnaval de Barranquilla. Cuál es el secreto para mantenerse tan bien, le preguntó el animador del programa cuando terminó su espectáculo. No angustiarme, respondió. Lo creía más viejo, somos casi coetáneos, un año y ocho meses mayor que yo. ¿No angustiarme? Ojalá pudiera saber cómo lograrlo, aunque debo admitir que he progresado al respecto, puesto que últimamente mi angustia se reduce a unas pocas ráfagas diarias que se confunden con molestia estomacal. No angustiarme, no angustiarme… ¡Mierda!, sin angustia no existiera nada de lo mío, mucho menos este libraco simple que está por concluir.

Febrero 25 de 2023, sábado, 10:15 a.m.:

Solo. Tomándome un tinto en un centro comercial de la ciudad. Semana dura y extenuante, de mucho estrés, sin tiempo para escribir. Desde el lunes hasta ayer, mañana y tarde, en reuniones virtuales de sindicatos, unificando pliegos de solicitudes. Miércoles y jueves en lo de la cirugía de la ausente, dos días en la clínica y con los audífonos puestos, ocupándome igualmente de mi otro compromiso, procedimiento exitoso, la ausente se quedó sin útero, como nueva (eso dice la lasciva broma), y está en recuperación. Ser amo de casa no es lo mío. Ahí voy, aprendiendo a desenvolverme sin ayuda. Temas que agotan, que acaban con las ganas de escribir. Tono perdido, noches de gran cansancio, y se me avecinan dos o tres meses de ardua negociación sindical. Más de veinticinco años negociando pliegos. Espero otra vez sobrevivir.

1:31 p.m.:

¿A qué te huelo?, le pregunto a Marx. ¿A qué te huele la ausente?, cuéntame. Todos los días Marx hace renovación de sus olores para tenerlos claros. Yo supongo que debo olerle a preocupación, a locura, a terquedad, a desperdicio.

FRANCISCO BURGOS ARANGO (FBA)

(continuará) 

Comentarios