Hoy, por fin, visité tu tumba. Día fallido, primero en Tolú, luego en Coveñas, no había hospedaje, y regresando a Montería pasar por Lorica y acordarme de ti, de la cita pendiente. Cementerio de Purísima, busco el lugar que debe contener todavía, veintiún años después, tus restos, viejo Chacho. Nada. Pero no sería un día fallido para ti, para lo nuestro. Y con el amigo Leonardo, guía inmejorable y vecino de tu tía Rosalba, en cuya casa tú vivías y una vez te visité, localizamos a un primo hermano tuyo y luego de conversar con él un rato e intercambiar anécdotas volvimos al cementerio para cumplirte lo prometido, amigo mío, Alfonso Alejandro Naar Hernández. No repito tu historia porque está “contada” en uno de los relatos de mi libro Santo remedio. Tanto fue el amor que sembraste en tu colegio de Arauquita que tus asesinos no podrán borrar jamás el nombre que le fue puesto a raíz de tu muerte: el tuyo. Mucho me alegra saber que tu labor de gran educador es recordada de semejante manera, en tierras que te eran lejanas. Ver que tus huesos reposan hoy al lado de los de tu madre me llenó de sentimientos encontrados, alegrías, tristezas, pero sobre todo de una extraña tranquilidad derivada de imaginarte viéndome en esas, profundamente conmovido, al frente de tu tumba. Lo pensé con firmeza y me di cuenta de que te estabas riendo. No hay cita que no se cumpla. Adiós, amigo mío, ahora sí, adiós.

FBA


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