DIETARIO DEL RESTO DE UNA VIDA (séptima entrega)

Mayo 8 de 2022, domingo, 11:22 a.m.:

He vuelto a nacer. Veo por primera vez la vida con ojos menos turbios. Me impresiona esta claridad antes no vista. Lo digo porque me salvé anoche de morir en un sueño tumoroso. Ingle derecha, rotura, sangre a borbollones, un médico apurado que no logra contener el chorro, me salpica la cara, siento venir la muerte, no hay dolor ni angustia, la ida de la luz es inminente, alcanzo a experimentar el vacío que nos espera a todos, la inconsciencia total como respuesta definitiva, la mente en blanco, el fin. En pensar se nos va la vida. Dejar de hacerlo podría resultar saludable, al igual que enfocar pensamiento y voluntad hacia metas positivas. Pero no pensar podría ser también el acabose. La mente hay que mantenerla de algún modo despierta, ocupada, a la expectativa. Cirugía y catéter, de eso me hablaba el médico antes de que el tumor se reventara. Esta vez no regresé sobresaltado ni emitiendo sonido alguno, por lo que no fue necesaria la ayuda de la ausente para despertar. Fue un retorno a la vigilia tal vez no deseado, durante una duermevela reposada. En todo caso, la claridad proveniente de ese sueño me hace ver hoy la vida de otro modo, un modo no necesariamente mejor ni peor, solo un poco de carpe diem por si las moscas.

8 p.m.:

La literatura sirve para un montón de cosas, pero en especial para nada. Lo más descorazonador es que en verdad me consta lo que afirmo.

Mayo 9 de 2022, lunes, 5:30 p.m.:

Cuando veo algún texto mío en publicaciones de otros, el susto y la vergüenza se me manifiestan en el acto. Si persisten, es síntoma inequívoco de la pésima calidad de lo escrito. Si logro sobreponerme a la primera impresión y leerlo como si fuera ajeno, es un buen indicio de que algo destacable tiene y que fue escrito por un escritor de verdad. Me emociona creer que me estoy acercando más a lo segundo. Cada vez me parezco menos a mí y eso me satisface. Empiezo a pensar que soy más bien un personaje literario, de ficción, y que debo descubrir quién está detrás escribiendo mi vida, observándome desde algún concurrido café o siguiéndome con cautela. No quiero decir con esto que esté despersonalizando mi escritura ni que sea ese el objetivo, sino que la forma de estar presente es menos obvia, hay más oficio, y tal vez esté transitando ya por el camino que conduce a la plena y auténtica identificación entre vida y obra, a la consecución por fin de un estilo, sin que ello me asuste o avergüence.

Mayo 10 de 2022, martes, 8:50 p.m.:

Qué extraño todo esto. Anoche, una pesadilla más, pero esta vez un grito claro me sacó de ella, como si me hubiera funcionado la técnica del despertador estando, como lo estuve, muy atento a que el grito me saliera impecable. Fueron incluso varios gritos, y los dos últimos casi perfectos, nítidos, como si los hubiera pronunciado despierto. Lo extraño radica en que se me olvidó la pesadilla, nada de ella se me quedó grabada. A la ausente le pareció un sonido tan placentero que desistió de activar la técnica del pie con vibrador. Tanto lo fue, que el último grito me permitió mantenerme en el territorio del sueño. Pero el olvido me lleva a otro requerimiento: debo perfeccionar la técnica de predisponerme en el sueño a despertar para escribir de inmediato lo soñado cuando ello no consigue despertarme. O si no, este diario durará menos de lo querido, pues me quedaré sin tema. Preocupa que la realidad empiece a escasear en oportunidades de escritura. Depender tanto de los sueños podría resultar, además, muy peligroso, en una de esas qué tal que el sueño se apodere por completo del diario y de mi vida. El mundo de los sueños es un mundo de misterios, enredos y desastres, y hay que respetarlo, ponerlo a raya, no jugar con su candela. Tendré que concentrarme más en lo real y dormir menos, o abrir el dietario a las apetitosas e inagotables delicias (verdades-mentiras) de lo íntimo.

Mayo 11 de 2022, miércoles, 4:57 a.m.:

Funcionó uno de los dos despertadores: el de la escritura (no el del grito). Le pondré nombre: “el despertador hojalata”, y el otro se llamará “el despertador espantapájaros”. Homenaje a una carta manuscrita de mi madre, sin fecha, en la que me contaba la historia de El maravilloso mago de Oz. Antes de escribir en torno a lo soñado, anoto solo las ideas principales y me dispongo a buscar la carta. La encuentro una hora después cuando estaba a punto de renunciar a la búsqueda. No se hallaba entre las cartas sino entre los poemas. Por lo que deduzco del final de su misiva, pasaron dos días sin ir a visitarla, alguno de nuestros dulces conflictos amargos supongo, y ella me recordaba la importancia del hogar, de la familia y de “los sentimientos que salen del corazón”. Muy bella su letra, a la usanza de cuando la caligrafía valía mucho. A su llamado a caer en la cuenta de lo cerca que está la felicidad le respondí con un poema que nunca le mostré: “Mi corazón de lata”, dedicado al mago de Oz y escrito en Montería el 19 de agosto de 1992. Tremendo, en verdad; leo algunas frases: “es mi cuerpo ese bello contraste al alcance del desvelo / son muchos años naufragando en los mares de Dios / … son muchos años llorando de puro miedo y ocultando el dolor / … viendo aquella felicidad tan lejana y amada mientras mi vida se pierde en el infinito del afecto, en el amor cercano de los días difíciles / son muchos años y ningún recuerdo, ningún contraste amargo / … este cuerpo tan complaciente y sereno que también extraña la música del alma, el amor imposible de la madre al alcance de las venias de mis locuras / … fueron muchos años al alcance del amor, tropezando secretamente en mis apacibles rincones, y hoy soy un hombre formado, desgraciadamente entregado a la confusa prisión del desamor, pero alegre…”. Cómo fui capaz de escribir esto, qué estaría pensando, qué estaría sufriendo. Relaciones afectivas sin dolor no existen, y mucho menos entre una madre y un hijo. Ahí sigue ese poema entre los más de cuatrocientos que iba por aquel entonces numerando, muchos de los cuales continúan inéditos, guardados en un cajón del closet donde perviven también objetos de mi adolescencia como trompos, pelotas de béisbol, fichas de parqué, dos boliches, fotos, tarjetas, un sello que me identificaba tempranamente como jurista y un pájaro embalsamado. El ultimo figura como 438, pero hay más en libretas, cuadernos y hojas sueltas. Unos pocos clasificaron para mi ópera prima, Poemas de Antesala, en una edición desastrosa, repleta de erratas, errores del impresor pero también míos, los propios de la mocedad. Hubo que imprimir e incluir en el libro una hoja detallándolos, hasta que en 2013 publiqué en la librería virtual de Amazon su edición definitiva, luego de una revisión tortuosa y muy difícil que se prolongó tres años.

Nadie se enteraba en aquellos tiempos de la correspondencia entre una madre y su hijo, no existían las redes sociales que han convertido la vida privada en patrimonio público. A esa carta le debo el haber compuesto recientemente la canción Hijo, por Dios, en la que converso con otro de sus reclamos amorosos. En la búsqueda de su carta y del poema-respuesta me encontré con toda la correspondencia recibida y remitida antes de la era virtual, y con algo quizá mucho más interesante: cartas completas o incompletas que creo nunca envié a sus destinatarios. Más cartas con mi madre, intercambio epistolar con mi hermano Ceba, sus sabios consejos poéticos cuando publiqué Un imposible viaje, los amores, los amigos, el exilio, la nostalgia… Se me ocurre que podría (o debería) llevarlas a un libro que titularía Cartas del Desarraigo. Más allá de su valor sentimental se decanta su consistencia literaria. Curioso lo del sello de abogado. Una broma que nos hicimos tres locos en primer año de Derecho y que, cuarenta y tres años después, me podría servir para desempeñarme, una vez pensionado, en el litigio.

6:30 a.m.:

Gracias, pues, al “despertador hojalata” reviso lo anotado en el Word del celular y procedo a recrear lo soñado. Un nuevo jefe en el trabajo, esta vez es hombre y no mujer, pero una mujer hosca y entrada en años opera en la sombra y es la que manda, estoy en la sede capital y no en la municipal, me traen dos actas de conciliación para firmar, fuerte discusión, amenaza con disciplinarios, yo ocupado escribiendo este diario y me vienen a interrumpir y a molestar con eso, jornada laboral ya finalizada por problemas de orden público, usuarios de acuerdo conmigo en que si no presidí las audiencias no las puedo firmar, en las actas figuran incluso los nombres de quienes las atendieron y no el mío, una de ellas se llama Carolina, este nombre me persigue desde un amor juvenil y no correspondido, o mejor, nunca declarado, escribí un cuento bobalicón al respecto, intento llamar a la doctora J para consultarle o expresarle mi inconformidad, me siguen pasando gente, estoy ocupado en algo muy importante les grito, hay movimiento o traslado de mi escritorio de un sitio a otro y yo corro detrás de él sin dejar de escribir, es un momento orgásmico y no puedo desperdiciarlo, llega Fernando (alas Leonardo) para que le revise una liquidación de prestaciones sociales, la veo por encima y le digo que me espere, parece un encuentro casual, no esperaba que fuera yo el funcionario que lo orientaría, fondo musical de mil sustantivos, la canción, en aire de merengue, con la que Adrián Pablo concursó hace poco en Valledupar, la tarareo mientras escribo, su ritmo me sirve para continuar fluyendo, menos verbos, más sustantivos, sí, de acuerdo, con los adjetivos favor no meterse, son mis amigos, a la vida hay que adjetivarla para joderle la vida, despierto antes de tiempo sin conocer, por ende, el final de esta historia, hay que ajustar “el despertador hojalata” para que esto no vuelva a suceder, intento volver al sueño pero caigo en otro, diferente y confuso, y minutos después la vida cotidiana me brinda el primer tinto de su azaroso día.

4:20 p.m.:

El poder de los sueños: acabo de enterarme de que en pocos días habrá un nuevo jefe (o jefa) en la oficina; la actual, renunció. No pinta bien la cosa, se barajan nombres de encargados que significan pelea, pero pelea es lo que he tenido siempre en veintiocho años que llevo sobreviviendo en esa entidad, así que soy todo un experto en la materia, listo para el (o la) que venga. Pienso en la jefe que se va y no me explico para qué hacer tanta bulla y posar de lo que es y lo que no es si la idea era dejar todo tirado en menos de un año. ¿Para qué aspiran a un cargo de tanta responsabilidad social solo para ejercerlo de manera transitoria? Llegan, alborotan el avispero y se van. Termina primando el cálculo político sobre el servicio público. Le interesaba era perfumar su hoja de vida y utilizarlo como trampolín. Macabra realidad, fogosa explicación. Una entidad carcomida por el cáncer de la brutalidad tecnológica y sistemas de información arbitrarios y perversos lo que requiere es humanismo, no politiquería. Una vez más recordar lo que decía un viejo y sabio amigo: no hay que ponerles tanta atención ni discutir y dividirnos por sus afanes, ellos se van, nosotros nos quedamos. Jefes que poco o nada le aportan a la esencia perdida. Más perfil bajo, menos farándula. Más seres humanos. Menos jefes.

Mayo 12 de 2022, jueves, 5:03 p.m., yendo a trotar:

La realidad tiene también lo suyo: su fascinación, su fantasía. “Mi amor, quisiera ser esa gorra para olerte el pelo”. Me coge por sorpresa semejante requiebro saliendo de la boca de una mujer que va conduciendo una moto. La veo venir hablando con la parrillera, al pasar me mira y me suelta el piropo, creo que no es conmigo la cosa, diez o quince pasos después capto que lo es, que soy el feliz receptor de tal dardo de erotismo. Me llevo la mano derecha a la gorra para confirmarlo. No descarto la posibilidad de alguna cámara escondida y proyecto la mirada hacia los árboles del sector. Primera o segunda vez en toda mi vida que soy galanteado tan de frente y a mansalva. Más que ego, incomodidad. Qué mujer tan atrevida, me digo riéndome de lo ocurrido. Repienso el tema y me parece recordar más asaltos de esa índole, sobre todo de mujeres maduras, mayores que yo, y de algunos gais en plan desaforado de conquista. Pésimo como soy en esas artes del cortejar, lo soy igualmente para ser su beneficiario. En todo caso, que viva el amor, y pare usted de contar.

7:25 p.m.:

Ahora es Marx el piropeado no por la conductora sino por la parrillera de una moto que está detrás de nosotros esperando a que cambie de color el semáforo. Marx va siempre en el asiento de pasajeros y le gusta poner sus patas delanteras en el espaldar para ir mirando por el vidrio trasero del auto. Observo por el retrovisor que ella le hace mimos y carantoñas con boca y manos. No alcanzo a escuchar lo que le dice, pero Marx parece que sí, pues está que no se cambia por nadie. Hoy es nuestro día, mi apreciado amigo, le ladro a Marx poniendo en marcha el vehículo, y él me responde afirmativamente lamiéndome el puño que para celebrarlo le ofrezco.

9 p.m.:

Pobres mujeres. Ahora las comprendo mejor al haber sido víctima de lo que ellas sufren a diario: miradas lascivas y cortantes, frases que sobrepasan barreras, obscenas o artísticas, da igual, pues la violación del espacio íntimo causa el mismo efecto. Claro que de todo hay en las camas del Señor, habrá mujeres y hombres a los que ser halagados les guste, provocándolo incluso. Tema espinoso y no me quiero meter en trifulcas feministas. Hace poco tiempo viví una situación un tanto engorrosa. Una fémina en una cafetería confundió mi observación literaria con su torpe delirio de belleza. Estaba con su hija, después llegó un señor y se sentó con ellas a desayunar. Imposible no mirar la espalda de su marido y los perfiles de ambas al estar yo ubicado de frente y a solo dos mesas de distancia. Pues bien, saqué los audífonos de la mochila, los conecté al celular y en mi canal de YouTube, con volumen al máximo, empecé a escuchar Borracho, la canción en la que están presentes la libación solitaria de Ribeyro y El barco ebrio de Rimbaud. En esas estaba, como a diez mil kilómetros de altura y saboreándome entre sonrisas fragmentos de su letra, cuando el consorte de la engreída se levantó y dándose vuelta, con enojo visible, vociferó un par de frases e intentó caminar hacia mí en son de pleito, siendo detenido por un brazo de la creadora de tamaña insensatez. Me encontraba yo tan distraído que pensé que su asunto no era conmigo sino con alguien situado detrás y hasta giré la cabeza para salir de la duda, y cuando la traje de vuelta el tipo se hallaba de nuevo sentado devorándose todo el celo enfermizo y el machismo estúpido que aún le quedaban en el plato. No había escuchado nada de lo que dijo, absorto yo en la música y en la letra del borracho, por lo que me hice el desentendido y seguí un rato más en el lugar, oyendo mi música mientras me terminaba de tomar el café que había comprado. Aunque no soy de riñas, sabrá Dios qué hubiera acontecido en caso de haber oído el improperio y de habérseme salido en consecuencia esa mezcla extraña que soy de español, pijao, paisa y sinuano. Pobre bobito que se traga todo lo que esa problemática de su mujer le dice, creyéndose ella fantasmagóricamente hermosa, deseada y mirada por cuanta desilusión se le atraviese. Cualquier día se ganará un par de tiros por bravucón y pendejo. Ni siquiera andaba yo en ese momento en posición de observación literaria. Ah, el amor, el amor, cosas que pasan. Mi solidaridad de víctima con las mujeres que sí tienen que soportar todos los días el peso del acoso y la indecencia. Pero más bien nada de pobres mujeres, sino de todo lo contrario: recias y capaces de acrecentar con su ejemplo, público o anónimo, una poderosa historia que continúa escribiéndose.

11:46 p.m.:

Recordando la vez que caminaba con la ausente hace como un siglo, empezando amores, por un puente peatonal que atravesaba el Caño El Bugre en Cereté. Iba ella vestida con falda corta, blusa ajustada y zapatos de tacón, atuendo que resaltaba con elegancia su figura, en especial sus nalgas. De repente, una mano veloz tocó sus sentaderas y huyó en dirección al centro. De su dueña solo brotó una mínima protesta, yo creí que había sido un atraco pero su bolso seguía colgándole del hombro, pues sí, me atracaron el culo, me dijo, soltamos ambos la risa, nadie persiguió a nadie, no hubo heridos ni muertos, ni ofendidos ni ofensores, y acordándome ahora de aquel pintoresco episodio la risa ha vuelvo a liberarme de farsas y prejuicios.

Mayo 13 de 2022, viernes, 9: 47 a.m.:

Centro comercial, segundo piso, tinto en compañía de la ausente. Macapé sembrando otra vez su terror en mi cabeza. Nunca se me ha olvidado ese apodo, alias de criminal desde pequeño, el mayor del curso, tercero de primaria, no duró mucho en el colegio, hace tiempo supe que había muerto joven, no recuerdo de qué, me falta matarlo en mi recuerdo e incluirlo en mi dieta de pensamientos tóxicos. Así que aquí te fusilo hoy, gordo hijueputa, con esta flecha literaria más que merecida, cuyo destino en el arco es clavarse en la mitad de tu maldita frente. Ahí te va. Heroica puntería.

1 p.m.:

Todos los días, a esta misma hora, Plácido (reencarnación de Campeón) exhala uno de sus más gloriosos trinos de ciego y viejo turpial para pedir el arroz. Cuando la ausente me lo contó no le creí, pero llevo varios días comprobándolo. Cómo se alegra cuando siente que suben la puerta de su jaula y una mano amiga le deja su pedido sobre el periódico que hace las veces de piso. Da gusto verlo comer su arroz con tanto gozo. La felicidad tiene plumas, alas, cantos y un largo pico en contra de la adversidad.

2 p.m.:

Charles Baxter. Releo su cuento Los remedios del amor. El poeta romano Ovidio, sobre cuyo exilio en Tomos Pablo Montoya escribió su poética novela Lejos de Roma, aparece aquí con su receta amatoria intentando ayudar a Kit, una mujer despechada que, con escepticismo e ironía, va leyendo el Remedia amoris en un autobús metropolitano al que se subió para huir de la soledad de su apartamento. En el trayecto de vuelta se queda dormida y sueña con el poeta que embetunó el arte de amar, quien le reconoce, en verso, no tener ningún consejo que valga la pena, que es más fácil darlos estando vivo que muerto y que juró nunca más volverlo a hacer. Esta mañana vi a Kit. Era ella, estoy seguro, lo sé porque al verme se sintió descubierta, “y se alejó arrastrando los pies, con Ovidio bajo el brazo”.

10:12 p.m.:

La literatura es prodigiosamente vengativa.

Medianoche:

Ojo, lectores: habrán advertido a estas alturas que hay que seguir el hilo del dietario para no perderse. Yo mismo corro el riesgo de extraviarme si no lo hago; me toca releer, repasar historias y personajes que van apareciendo, relacionándose o no. ¿No estaré escribiendo en realidad una novela? Temo que sí.

Mayo 14 de 2022, sábado, 6:21 a.m.:

Acabo de conocer a mi nieta. La de mi canción Oasis y mi poema No ha nacido aún. Me dan la noticia en el trabajo, voy corriendo a la clínica, me bajo de un bus en el que va también una señora que estuvo esperando a su contraparte en la oficina para una audiencia de conciliación por mí citada, me percato de su presencia cuando estoy en el andén, le grito al conductor que pare, corro y me asomo por la puerta, le solicito a la señora su número de teléfono, me lo da, lo anoto, no sé dónde pero lo anoto, le prometo llamarla para lo de la constancia de no comparecencia, sabrá el diablo a qué número, una abuela que es como una combinación de las madres de mis dos hijos me guía hasta la cama donde está su nieta, está sola, sin sus padres, me la pasa, la cargo, la emoción no es tan grande como me la había imaginado, de un momento a otro la recién nacida comienza a crecer demasiado pronto, ahora tiene el aspecto de una niña de siete años, luego de catorce y está bailando en el pequeño balcón de la pieza hospitalaria, será una especie de acromegalia precoz me pregunto angustiado, le sugiero a la abuela que llame al médico para que la chequee, la mandíbula inferior la tiene cubierta por una prótesis o corsé como si la hubieran operado, y después terminaré de contar esta historia porque mi nieta inexistente tiene ya veintiún años y me está esperando afuera para acompañarme a mi cita trimestral de psiquiatría.

10:57 a.m.:

A este ritmo de producción (ochenta y seis páginas en cuarenta y cuatro días), y si la vida lo permite, todo indica que tendrán que aguantarse varios tomos de este entuerto. O me va a tocar espaciar su escritura considerando una muy eventual publicación física. Como si dependiera de mí… ¿Qué tanto puede durar el resto de una vida?

12:38 p.m.:

Sírvase responder, bajo la gravedad del juramento, lo siguiente. PREGUNTADO: ¿Qué es un escritor? CONTESTÓ: Un chismoso y un traidor de siete suelas. No hay más preguntas su Señoría. El indiciado fue sentenciado a cadena perpetua.

FRANCISCO BURGOS ARANGO (FBA)

(continuará) 

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