DIETARIO DEL RESTO DE UNA VIDA (tercera entrega)

Abril 10 de 2022, domingo, 11 a.m.:

Anoche repetí licorera, y esto me lleva a la siguiente observación: qué interés puede haber en los relatos de mi cotidianeidad, en una vida, como tantas otras, en la que nada extraordinario ocurre. Una vida que se repite sin solución de continuidad. Una vida de encierro y monotonía. Lo de anoche tuvo una sola variación: no pasé de la jarra pensando en llegar temprano a casa, como, en efecto, se dio. Quise escribir con fondo musical de fado, jazz y blues, conecté tarjeta de audio y monitores al computador y me instalé en el cuarto de la esquina (así lo llamamos desde siempre y solo hasta ahora se me ocurre pensar por qué; por primera vez tengo claro que no tiene ello mucho sentido, pero así se nos quedó grabado a todos, para siempre). Se me dio por comer antes de la música y hasta ahí llegó el impulso. Fui a la nevera y saqué de su congelador las cuatro cervezas artesanales que había puesto a enfriar. No era su noche. Así que, a dormir, hamaca corrida, prendí el televisor, ingresé en una aplicación de series, documentales y películas, Madres paralelas, no iba aún por la mitad cuando me venció el sueño.

Una sola cosa hizo significativo lo de anoche: escribí estando en la licorera un breve poema que titulé Los días del recuerdo. O dicho mejor, el título ya venía, escribí fue su contenido, que en un principio tenía un derrotero y terminó encontrando otro. Eso pasa bastante en la poesía, es el poema el que termina decidiendo lo que quiere. No se escribe poesía en pleno uso de las facultades mentales, predomina el descontrol y le toca al poema controlar a quien lo escribe: corregir sus cagadas. Creía haber concluido el poemario Versos lesos e ilesos… qué va, cuatro o cinco más, con título, están solicitando espacio. En Los días del recuerdo flota un ligero aroma a poesía verticalizada de Roberto Juarroz. Conscientes o inconscientes, de las influencias nunca escapamos. Como ese “flotar”, por ejemplo, recurso trillado en el arte de narrar que decido mantener para mamarme gallo.

Abril 13 de 2022, miércoles, 2:45 p.m.:

Digamos entonces que están ustedes (¿quiénes serán “ustedes”, a qué me referiré con esto?) frente a un dietario en el que lo literario cobra, quiérase o no, protagonismo. Un diario literario y existencial como el de Cesare Pavese, El oficio de vivir, “encontrado a la muerte de su autor entre sus papeles, dentro de una descolorida carpeta verde, sobre la cual estaba escrito a lápiz rojo y azul: «El Oficio / de / Vivir / de / Cesare Pavese»”. Así consta en una Nota al texto de la primera edición de Bruguera, Libro Amigo, en octubre de 1980. Estoy lejos de suicidarme en un hotel del Sinú, por lo que el descubrimiento de mi diario no tendrá tinte romántico alguno. Su ruta electrónica es la siguiente: Documentos / fba arte / obras / Dietario del resto de una vida. Además, no habría nada por descubrir, puesto que, tal como me lo propuse (y arrancó) lo iré escribiendo y publicando, por entregas, en vida, hasta cuando se pueda. Así que, nada de misterios.

Una primera relectura al vuelo me regala el reencuentro con frases contundentes de ese escritor y poeta italiano que se suicidó el 27 de agosto de 1950 en un hotel de Turín. Trece días más y cumpliría cuarenta y dos años. Causa: sobredosis. Pero la causa real estaba en la vitalidad de sus palabras: angustiosa sensación de fracaso, malestar existencial, soledad interior. Es famoso su cierre del 18 de agosto de 1950: “Todo esto da asco. Basta de palabras. Un gesto. No escribiré más”. Lejos también yo de poder escribir lo mismo. Su búsqueda de una poesía que rozara lo definitivo, su comprensión del versificar como “una herida siempre abierta, por donde se desahoga la buena salud del cuerpo”, aquello de que “la soledad verdadera, esto es, sufrida, lleva consigo el deseo de matar”, de que “la muerte es el reposo, pero el pensamiento de la muerte turba todo reposo”. “Sufrir es siempre culpa nuestra”, sentencia Pavese, convencido igualmente de lo que él llama “la eterna falsedad de la poesía” basado en que “sus hechos ocurren en un tiempo distinto del real” y de que “pasar tiempo en silencio rejuvenece a individuos y pueblos”. Finalmente, “sentimos, en sustancia, beatitud por nuestra tranquila futilidad ante la vida”. Ni modo de decirlo mejor. Beatitud en cuarta acepción, en cuanto felicidad y bienestar, y futilidad como inutilidad, poca o ninguna importancia. Tranquilidad de una vida sin mayores pretensiones, en la que la introversión y la indiferencia también juegan. Avanzar, retroceder, continúan apareciendo líneas fulminantes: “todos los locos, los malditos, los criminales, han sido niños, han jugado como tú, han creído que les esperaba algo hermoso”; “hay un solo placer, el de estar vivos, todo el resto es miseria”; “yo comienzo a hacer poesías cuando la partida está perdida”; “nunca se ha visto que una poesía haya cambiado las cosas”.

Todo acaba. Temor al propio vacío. Necesidad de aislarse, de acorazarse en casa. Mi ciudad, como la suya, tampoco tiene recuerdos.

7 p.m.:

Conclusión: seguir leyendo a Pavese, así sea en este ejemplar envejecido, amarillento y deshojado que dificulta un poco su lectura. Hay fracasos que matan y hay fracasos que salvan. Supongo que el curso de mis lecturas se merece un espacio, mucho más interesante que el de mi paso diario o periódico por la grácil vida. Sigamos. Varios libros en lista de espera y aguardando el arribo de dos más de Ribeyro desde México y Chile. Unos por empezar y otros por proseguir. Toca ir seleccionando, dedicarse a unos autores más que a otros. Kafka (Diarios 1910-1923; deber de prolongarlo), Pessoa (Libro del desasosiego; deber de terminarlo), Pablo Montoya, Enrique Vila-Matas, Rosa Montero, Cees Nooteboom, Baxter y Carver, la poesía al raso de Rimbaud en relación con lo epistolar (Josep Forment Forment), un ensayo de Alfonso Carvajal sobre los poetas malditos, El milagro Spinoza (Lenoir), Música, Sólo Música (Murakami y Ozawa)… Leer más a Roberto Bolaño para ponerme a tono con Amistades literarias, un tremendo texto escrito por un hermano espiritual, en el cual hay un Martín que no es el del Castillo, pero se parece bastante a él. Martín del Castillo, ¿personaje de Bolaño? En lo de cloaca es innegable. Al igual que Pepe el Tira, policía de ratas, gusta de solazarse en cultural alcantarilla. Debo investigarlo. Tranquiliza saber que la gran literatura tiene en estos contornos ribereños mucha pimienta por delante.

9:20 p.m.:

Los viajes imposibles. Un imposible viaje, poemario muy querido. Mensaje de una lectora distante: “Un imposible viaje también el mío. He estado muy conmovida al leer su libro, sus preocupaciones metafísicas son las mías también. Espero que un día podamos vernos personalmente, me gustaría que me escribiera algunas líneas dedicándome su libro en una carta, la cual guardaré preciosamente al interior del libro. Felicitaciones por este poema brutal que es la sola y verdadera interrogación sin respuesta del hombre”. Eso es la literatura: un abrazo de ausencias.

11:10 p.m.:

“Un espécimen raro”, escribió alguien a modo de comentario en la publicación de un amigo sobre el único poeta total que camina sus calles. Dos facetas contrapuestas: una de apartamiento; otra de “espectáculo, de público y aplausos”. ¿Qué tiene la música que te atreves, en sus gloriosas y sufridas tarimas, a mostrarte y deshacerte en ella?

Abril 14 de 2022, jueves, 10:05 a.m.:

A las 4 a.m. llegó EJ de Barranquilla. Lo esperamos en el puente de Mocarí, se bajó del bus y tres meses después volvimos a tenerlo en casa. En el cuarto de la esquina: su cuarto. Veintinueve años con nosotros, hasta que, detrás de una mejor oportunidad laboral, se fue de nuestro lado. Todo indicaba que su madre se derrumbaría al verlo partir, no yo, pero sucedió exactamente lo contrario. Me costó superar ese vacío. Tuvieron que pasar los días antes de atreverme a frecuentar su habitación, y unos más para convertirla en caluroso estudio. Hoy volvió a ser suya y se la acondicionamos, su madre y yo, como la había dejado. Marx olfateó al intruso y se volvió loco al reconocerlo, corrió y ladró como nunca. Pequeñas alegrías familiares que se traducen en grandes sinsabores. El domingo viajará de nuevo a trabajar, y nuestra vida, sin él, tendrá otra vez que aligerar su marcha, olvidarse un poco de los silencios rotundos que se quedan, el del estruendo incluso de su ser silencioso. Volveré a esperar varios días para ocupar su espacio. Hasta el siguiente reencuentro que, sin querer, en medio de su bulla, renovará vacíos. El dolor del vacío es angustioso, aunque con el tiempo se llene de anécdotas y risas. Pasa igual con la muerte. Suponemos que cada vez se irá más lejos, en su persecución de un óptimo futuro acorde con su progreso académico, a otro país tal vez. Se le hará más difícil retornar a la tierra que una noche decembrina lo vio nacer en sitio céntrico. Esa es la vida, un ir y venir, un ganar, un perder, presencia y ausencia, fiestas con amigos, y al final, la satisfacción de ver o saber que los hijos obtienen sus propósitos, al margen de nosotros, por su bien. Vendrán sus propios hijos y tendrán que vivir como padres lo que como hijos decidieron. Lo único que permanece cerca es el amor total que te ha abrazado. Hasta que otro punto final lo difumine y, en tales circunstancias, es preferible que los hijos estén lejos, viviendo vidas diversas, a salvo de recuerdos que atormentan, y, si acaso, con muy pocas gotas de su propio vacío.

5 p.m.:

Necesidad de volver a la música, de componer y descomponer canciones. Acabo de desempolvar mi guitarra y la memoria de los dedos se acopló de inmediato con acordes y ritmos. La música es compañía, no importa si triunfa o no. Escucho fragmentos de melodías que he ido guardando en la grabadora de voz del celular, una de ellas está melódicamente concluida, falta la letra, hay ideas sueltas, Jueves Santo, la música tiene mucho de crucifixión, pero hay que persistir en ella, pase lo que pase. No es ni siquiera una elección. Cualquier día se apodera de quien habrá de servirle de instrumento. Tarde o temprano siempre resucita.

Abril 15 de 2022, viernes, 11:35 a.m., a dos cuadras del río Sinú:

Releo el primer registro del 14 de abril. Me aterro. No hago sino escribir sobre realidades que entristecen.

Pienso ahora en el río. Dos casas paternas en poco más de medio siglo, ambas cerca del río. Nunca nos hemos alejado familiarmente de él. El río arrastra también sus pérdidas, nosotros las nuestras. La primera casa lo tenía al frente y solo era cruzar la calle para contemplarlo en todo su esplendor. Los silencios de los años son en ciertas ocasiones invencibles. Ahora troto tres o cuatro veces por semana viéndolo correr a mi lado, oliendo su brisa, deseando sus mangos, dándome ánimo con el fulgor de sus aguas para no sucumbir por la fatiga, terreno empinado, años en contra.

Releo y repienso lo escrito; hay un tono de oquedad que persevera, algo que se pierde o falta por más que quiera acunarme en el presente. Un dejo inequívoco, un ambiente sombrío que subyace en cada trazo que digito.

Abril 16 de 2022, sábado, 8 a.m.:

Joaquín R. divulgó en la red social —donde es a diario uno de los más activos internautas— un poema más de su vasta cosecha. Lo termina y en menos de nada lo tiene publicado. No lo deja reposar siquiera, revisarse un poco, a ver si el poema por sí mismo decide rebelarse, negarse a ser adorno en predios de lo efímero. Lo fecha en La Perla, abril 11 de 2022, y afirma en él, valiéndose de un chorro de hexasílabos, no saber de penas, pesares, lágrimas, angustias y zozobras porque su alma está ocupada, ocupada, nos dice, por felicidades, risas, goces celestes, flores, aromas, momentos dulces, tranquilidades, madrugadas, brisas, pájaros, árboles, cielo, agua, músicas y alegrías. Pero solo desde penas muy profundas puede advertirse lo asombroso. Y el poeta lo sabe, que así cambie de mensaje queriendo lucirse positivo, su poético dolor no lo abandona. Lo suyo no es tan obviamente mágico y alegre, a menos que se pueda hablar de una magia y de una alegría opuestas al corazón del verso, que tendrían entonces, como protagonista, a un ser de carne y hueso diferente. Porque el poeta no es así de feliz y rozagante. De ahí que hable de soledades y rincones, y su auténtica magia consista en ser capaz de, con dichas y sonrisas, darse un rostro que en realidad no tiene. Son concesiones que hace de vez en cuando la poesía para hacer menos apesadumbrado el mundo. Se lo creen, por supuesto, quienes desconocen sus trucos y secretos, su juego incontrolable, la rima tan marcada, dejándose atrapar por la normal belleza, fácilmente obnubilados por la azul bonitura. La belleza más bella es, en cambio, la que se queda oculta, la negra, la difícil, la que sufre callada, la que repara en anormales brillos, por tener el alma repleta de todo lo contrario. Esa que le permitió a John Keats inmortalizarse, con solo veinticinco años que duró su vida, melancólico y moribundo, en su Oda a un ruiseñor, o en su llanto por Fanny Brawne y la obra que nunca escribiría. ¡Solo la tristeza sabe cómo versificar lo bello!

FRANCISCO BURGOS ARANGO (FBA)

(continuará) 

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