DIETARIO DEL RESTO DE UNA VIDA (segunda entrega)


8:50 p.m.:

Licorera en zona norte de la ciudad; varios intentos, desde hace meses, por encontrar una mesa desocupada. Hoy, por fin, eureka. Se pudo. Una sola. Hay mesas que también saben esperar. Una jarra de un litro, por favor. Sí, de Club C., ¿con sal en el borde y rodajas de limón en el cuerpo?, bueno. Y aquí estoy, volviendo a dolerme de lo que me he dolido muchas veces. Ni una sola canción de Joaquín R. ni de Remberto M. en estos sitios. Hace apenas unos días retornó la presencialidad al alma mater de los cordobeses y su rector recibió a los estudiantes con un concierto. Fue por la tarde que yo iba trotando como a kilómetro y medio de esa entrañable universidad pública cuando me llegó el sonido del acordeón plegando y desplegando las notas de canciones conocidas. Solo vallenato y reguetón, como en esta licorera donde acabo de pedir una Club C. dorada para liberarme del limón y la sal. Si no fuera porque me consta que de su Licenciatura en Educación Artística y Música han surgido talentos geniales y polifacéticos, una condena aguerrida hubiera salido de mi boca, potenciada por el sudor del ejercicio. En todo caso, sigue brincando el vallenato y no puedo espantar lo inevitable: mis pobres canciones no sonarán jamás en este mundo, ni siquiera en ambientes más propicios. Sabia decisión la tomada hace unos días sobre preferir la útil inexistencia a una existencia inútil. Fragmentos de melodías y trozos de letras he ido dejando a la vera del camino, sentenciados a ser únicamente compungidas migajas de canciones. Más de dos meses sin arpegiar en la guitarra, canciones truncas que a lo mejor tengan mejor suerte y puedan arañar el éxito. Pienso entonces en Padura, quejándose del reguetón en su natal Mantilla. Ni modo de escuchar a Charles Bradley, pues el negocio de William fracasó. Hace poco me saludó en un supermercado, gorra y tapabocas no le impidieron reconocerme, profe, me gritó (no sé por qué todos me ven cara de profesor; qué tipo de cara tiene o debe tener un profesor… tendré que indagar al respecto, no con profesores, con alumnos, implementar incluso una encuesta, una sola pregunta directa y cerrada, ¿qué cara tiene un profesor?, A= burro pedante, B= zorro lascivo, C= no tiene cara, en fin, algo así), sigo usando esa incómoda prenda para esconderme de miradas conocidas, pero con William no funcionó, nos acercamos con el afecto propio de viejos camaradas musicales, chocamos puños, me contó lo sucedido. Otra Club, gracias, toca reinventarse, así es viejo William, él dedicado ahora al ciclismo y yo al jogging, la vida cambió, es lo que se dice, aquellas noches de bohemia fueron sin duda encantadoras, nada que ver con esta licorera donde la noche se acerca a su naufragio, donde una grosera jovencita se apodera de la música y el reguetón impone sus bellezas, donde mal que bien aún se puede despelotar el universo.


10:11 p.m.:

Deber de precisar las cosas. No soy un frustrado. Soy un fracasado, que es distinto. Un fracasado que sabe triunfar en muladares.


Abril 3 de 2022, domingo, 11:40 a.m.:

Empiezo a pensar en la probabilidad de nuestro viaje a Lima. Digo nuestro, porque es mío y de alguien más que estuvo día y noche acompañando en silencio mis lecturas y el lento proceso escritural de mi intromisión en la vida y en el mundo de Ribeyro. Salir del país por primera y quizá única vez. ¿Por qué no? Debo cumplir al menos varias visitas que siento ineludibles. La primera si todavía existe el lugar, a la tasca vasca de Barranco, en la Avenida Pedro de Osma, donde Renato Cisneros asegura que Julio Ramón hacía infaltables pascanas para tomarse siempre una copa de jerez; la segunda, contrariando la voluntad de Ribeyro, al Cementerio Jardines de la Paz de La Molina donde reposan sus restos y la sombra final de sus luces apátridas fue puesta a modo de epitafio. Incursionar también en las peñas criollas y ver desde el mar la pequeña terraza del sexto piso donde escribió Surf, su último cuento, cuatro meses y ocho días antes de morir. Ir al café Voltaire y a los bares La noche y Juanito, si es que algo queda de sus caminatas hacia esos locales emblemáticos, o seguir la ruta de “Los ciclistas del mediodía”, de copa en copa, hasta ser capaces de vislumbrar al flaco Julio pedaleando en su antigua bicicleta. Y, finalmente, a la Plaza Morales, segundo óvalo de la alameda Pardo en Miraflores, donde el tradicional busto de bronce que se le hizo con ocasión del premio Juan Rulfo terminó siendo robado, fraccionado, vendido, fundido y fumado por sus viciosos ladrones con el producido de la venta, y en su lugar fue puesto una réplica de cemento pintada de color bronce. ¿Cuánto me costará este viaje? Mis ahorros se han venido a menos, y antes de perder lo poco que me queda en la publicación de un libro, qué mejor que viajar, acabar con aquello tan gris y mezquino de mis viajes imposibles. Buen itinerario, nada turístico. Un viaje, en esencia, literario, fumarnos la eternidad en el Puente de los Suspiros, palpar la garúa limeña e imaginarnos a ese inmenso escritor peruano observándonos desde algún bar o café a través de ella, mientras nosotros, marginados o desarraigados, intentamos comprender cómo puede caber tanta derrota en la pequeña victoria del diario vivir y seguimos buscando dónde medio embriagar el silencio de su rastro.


Abril 4 de 2022, lunes, 11:27 p.m.:

Bloquear y eliminar son dos herramientas portentosas para defendernos, sin implicaciones penales, en el mundo virtual. En la vida real deberíamos contar con algo parecido. Sería estupendo poder bloquear con la mirada a un jefe, impedirle que funcione, o ir eliminando con los dedos a tantos sujetos indeseables que nos topamos en todas partes. Y hasta disponer de una tercera herramienta que consista en enmudecer al charlatán, pinchar en un control y listo: mudo hasta nueva orden. Una cuarta podría ser dar clic en el aire y lanzar un misil que concrete una venganza lejana que se nos quedó pendiente, convirtiendo a su muy cretino destinatario en fuego artificial. Ah, que no se nos olvide una quinta que, a través de un botón mental, active una nube de escupitajos para pulverizar a individuos arrogantes. Qué gran invento ese de desaparecer personas desde la maldad solitaria de un ordenador o alejarse del humano fastidio mediante la callada y pícara virtud de un celular. Cuando vuelva a salir comenzaré a intentarlo, qué tal que, por ejemplo, los dedos me funcionen, y yo sin saberlo durante tanto tiempo, pudiendo haberme librado fácilmente de muchos sujetos tenebrosos. La vida es, a ratos, un delicioso juego en el que practicamos nuestro mejor instinto criminal.


Abril 5 de 2022, martes, 11:30 p.m.:

Doblaje es un cuento de Ribeyro. Tengo varios dobles y debe haber algunos más sueltos por ahí, haciendo magistralmente de las suyas. El primero del que tengo noticia es un vendedor de libros que solía pasar por Sahagún y ubicarse en el parque principal. Un tipo muy querido que varias veces me hizo merecedor de espontáneos y emotivos abrazos en esas calles sabaneras.

Un segundo doble me surgió en las gasolineras donde acostumbro a surtir el tanque del vehículo. Se trata de un derrochador de dinero en corralejas. Con este me han confundido dos veces, una en Sahagún y otra en La Ye, dos vendedores de roscas, diabolines, galletas y melcochas a los cuales no pude convencer de que yo no era yo. Qué tal yo en esas, y con qué. A lo sumo repartiría deudas y fracasos.

El más reciente me lo presentó mi hermano Ceba hace como un mes. Me envió una foto, al verlo me dije qué hago ahí y con esa ropa, cuándo pasó eso. Es argentino, músico, luthier, constructor de flautas y quenas. Se llama Ángel. Yo sí sabía que una versión mejorada mía debía existir en algún lado. El parecido físico es asombroso, he descargado algunas fotografías que él sube en sus redes, no me atrevo ni a mirarme en ellas, pues es como tener otra vida y otra muerte por la cual preocuparme, y cómo no preocuparme si he intentado seguirlo y en sus predilecciones ideológicas, por lo que publica, también nos parecemos. La mirada, la sonrisa, el pelo igual de largo, entre canoso y grisáceo, como al desgaire, barba y bigote estilo candado, edad y estatura similares. Demasiadas coincidencias como para creer que son solo eso: coincidencias.

A propósito de mi hermano Ceba, me confunden también con él, aunque en este caso sería yo uno de los dobles suyos, explicado este sí por razones genéticas. Todavía me acuerdo de la carrera que se pegó un sujeto cuando creyó verlo en Lorica y del abrazo monumental que me dejó tatuado. En un recital, después de mi lectura, un escritor se me acercó a manifestarme su satisfacción por ver a mi hermano formando parte de ese círculo literario, y eso que con él había tenido yo contacto cuando murió mi padre, reuniéndose varias veces con mi madre y conmigo para organizarle un homenaje póstumo. Así que me distinguía, fui además presentado por el anfitrión en el acto, pero los versos que alumbraron su cabeza fueron los de mi hermano y no los míos. Hace solo unos días salí a trotar y un vecino de infancia no contuvo su alegría por haber visto de nuevo, después de muchos años, a mi hermano. Paró en seco y sacó su sonrisa por la ventana preguntándome cuándo había vuelto.

Pero el mejor episodio me ocurrió hace poco en Sincelejo, en un outlet de libros en el me reencontré con el poeta Luis Ortiz. Lucho, como siempre, amable y afectuoso, me invitó al estand que él atendía para presentarme a un periodista sucreño. Este, al escuchar mi nombre, me relacionó con un Francisco Burgos escritor que vive en Sahagún y que, por la manera como se refirió a él, parece tener en alta estima. De nada me sirvió decirle que debía ser yo el personaje al que él se refería, ese era mi nombre y residía en dicho municipio, y que yo supiera era el único Francisco Burgos que escribe y se mueve también musicalmente en esa ciudad. Me examinó de arriba abajo, reparó especialmente en mi pinta descuidada, gorra, mochila, suéter y pantalón de bajos precios, y negando primero con la cabeza, decepcionado dijo enseguida no, no creo, hoy cualquiera tiene el pelo largo, no puedes ser tú. Maravillosa anécdota que me permitió comprobar que soy un pésimo doble de mí mismo, un doble postizo, defectuoso, desaliñado, de mala calidad. A menos que sea verdad que exista otro Francisco Burgos que escribe y mora en Sahagún, y se muestra felizmente en mejores condiciones. Por si acaso, lo buscaré.

No cabe, pues, duda de que un buen número de humanos estamos hechos con el mismo molde. O como relata Ribeyro en su cuento sobre antípodas, “dados los millones de seres que pueblan el globo, no sería raro que por un simple cálculo de probabilidades algunos rasgos tuvieran que repetirse”, ya que “con una nariz, una boca, un par de ojos y algunos otros detalles complementarios no se puede hacer un número infinito de combinaciones”. Ribeyro pensaba no solamente en identidad de rasgos, sino también en identidad de temperamentos y destinos. Curioso, en todo caso, que esas similitudes pudieran vivir tan cerca unas de otras o que superando el hombre a su creador se inventara la era virtual para que la falta de originalidad del hacedor supremo quedara a la vista de todos por más lejos que sus creaciones se encontraran.

Todos somos dobles de nuestros dobles, pero entre todos esos dobles debe haber uno original dotado de las mejores virtudes y cosechador de grandes éxitos. Yo no soy más que otro de esos dobles en versión desmejorada. Hay igualmente dobles espirituales, no físicos, que viven nuestra misma vida en otros tiempos y mundos. Quizá yo esté viviendo y escribiendo ahora una vida real que no me pertenece. Vivida o por vivirse. ¿Cuántos más faltan para agotar el molde?


Abril 7 de 2022, jueves, 4 p.m.:

Usted es mi amigo porque me trató como gente. Es la voz de Alvarín que resucitó de Prosas para romper la felicidad para recordarme que sigue siendo mi amigo, que ahí vamos, que él y yo continuamos en la nota, porque usted también me trató como gente vale mía, le contesto, y una noche estuvimos donde la fétida Elvira, no funcionó la cosa, pero bebimos guaro, escuchamos salsa, picoteando por ahí, y ya viejos de vez en cuando volvemos a encender la cháchara, el buen humor, lo indestructible. Cántalo tú, Alvarín, remata esta ilusión como la amistad se lo merece: yo no soy esclavo del reloj, vivo libre, aunque me duela.


Abril 8 de 2022, viernes, 2:10 p.m.:

¿Cómo pude haber sido tan amante del licor y de la música vallenata? Del licor, bueno, es comprensible, todavía lo soy a veces, sobre todo cuando, siguiendo la recomendación de Ribeyro, lo uso, “hábilmente dosificado”, para obtener ese “mínimo de irresponsabilidad” que se requiere al escribir. Los riesgos son enormes y hay que saber parar en el momento exacto, no excederse, pero tampoco pasmarse. Nada fácil alcanzar ese equilibrio entre la sobriedad y la ebriedad (ni lúcido ni borracho, embriaguez media la llama Ribeyro). Desde antes de leerlo practicaba su método. El alcohol solo puede intervenir en la creación, no en la corrección de lo que se escribe bajo su moderado impulso. Es lo que hacía al día siguiente para mutilar lo escrito con unos tragos de más y para mejorar lo escrito con unos tragos de menos, al igual que para perfeccionar lo escrito con el nivel de tragos adecuado. Así que pude haber sido yo el creador de esa técnica literaria de índole etílica, pues la venía aplicando, si bien nunca escribí al respecto, y cuando me la encontré en Prosas apátridas la asumí ya con rigor científico para ejecutarla en el poemario que titulé En libación solitaria. Así bauticé el método bebedor de Ribeyro para escribir, basándome en su propia descripción. La soledad es otro de sus ingredientes, uno muy importante, al cual le adicioné un aspecto de mayor dificultad: la libación tiene que darse en sitios concurridos, en los que adquiere mucha más relevancia la soledad. No conté con algo que se había vuelto habitual en esos días: los atracos a mano armada por bandas de motoristas y parrilleros en tiendas y bares. En cualquier momento, los versos así escritos podían desaparecer. El peligro pasó a ser parte de mi modo de comprender el método.

Con la música vallenata no me explico el porqué de tanta pasión; ya ni la extinta o clásica, tradicional o lírica, me proporciona regocijo. Algo pasó, y, no obstante, ahora que más distancia he puesto entre ella y yo es que he podido, en calidad de compositor, figurar en sus más importantes festivales. Así de contradictoria es la vida. Mi actual alejamiento tiene que ver más con el componente textual de esas canciones, muchas de ellas gramaticalmente incorrectas, rebuscadas y poco originales en lo poético o marcadas por esquemas y contextos facilistas que limitan, además, las posibilidades del mensaje, y que han sido hasta receptoras de vergonzosos plagios. He reforzado así mi tesis en el sentido de entender que ritmos, arreglos y melodías primaban y pesaban a la hora de prendarnos de ellas, en especial las melodías. Sin estas, buena parte se quedarían sin sustancia. La ventura comercial les permitió fijarse en la memoria y aún se repiten en parrandas de manera mecánica, sin atender a lo que dicen, mucho menos a cómo lo dicen. Me crucificarán por esto, por meterme con épocas sagradas de una música que hace rato se extinguió.


Abril 9 de 2022, sábado, 9:20 a.m.:

Sábado, cervecero mío, ¿adónde me llevarás hoy?


FRANCISCO BURGOS ARANGO (FBA)

(continuará)


Comentarios

  1. Daaaa .. poeta cúmulos de imagen Morán en su brillante mente, parecen q carecieran de fundamento, pero saber de quién vienen , no debo decir, está LOCO mi llave..
    Eso está bien poeta siga en lo suyo tomando nota de lo casual

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    1. Sigue alimentando tu personaje, mi querido Alvarín, tan loco como el autor de este dietario; más frases, please, que estaré atento a literaturizarlas. Me gusta eso de seguir tomando nota de lo casual...

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