DIETARIO DEL RESTO DE UNA VIDA (quinta entrega)

Abril 23 de 2022, sábado, 9:14 p.m., en zona rosa (peor que roja):

De veras me podría estar ocurriendo aquello de preferir la comodidad de un diario a la obra que en verdad debo escribir. ¿Un diario? ¿A quién puede interesarle semejante anacronismo? Es solo vida privada, a fin de cuentas, y un tufo narcisista no deja de asomarse. En fin, lo seguiré escribiendo hasta que me aburra, supongo que la cuerda se me acabará pronto. ¿Qué tanto puedo escribir sin repetirme? Y tampoco es que me separe mucho del oficio. No sé cómo, pero termino encontrando tiempo para todo. No creo que le haga daño a nadie seguir relatando la historia de mis opacas percepciones.

9:57 p.m.:

El que sea capaz de salir ileso de este libro, recibirá su recompensa.

Dos ausencias destacadas más hay en este libro con respecto a los habitantes del tríptico. Lectores acuciosos las habrán descubierto enseguida. Pero ¿cómo carajos lo podrán hacer si el tal tríptico no ha sido publicado? Más de quinientas páginas ignotas… Digamos que es de algún modo mi ventaja. Son ausencias que, no obstante, se revelan implícitas; no se las contaré, rómpanse un poco la feliz cabeza.

10:21 p.m.:

¿Hablamos de amigos? ¿Les parece? No tengo amigos, los he perdido a todos. Y los que aún podrían serlo, es porque ya expiraron. Todos me han defraudado, y yo, por supuesto, a ellos. No llamo ni visito a nadie, y no me van a creer si les cuento que lo hago para salvarlos de mi vengadora decepción. Exigente como soy en esa materia, me vi obligado a entender que la amistad es cuento chino, se espera demasiado de ella y le es imposible responder a la altura. No es su culpa. En esto me separo de Ribeyro: ponderaba la amistad por encima del amor. En un tiempo creí lo mismo, hasta que fui asimilando, en mis crisis existenciales, que solo el amor consigue levantarnos. Un abrazo impotente que te arropa durante días oscuros e interminables hasta que, poco a poco, empiezas a vivir de nuevo. El arte enferma, eso también lo he ido perviviendo, y si escribo estas inconcebibles cosas es porque considero que alguna estrambótica utilidad podría tener. Dependerá obviamente de lo vivido por cada cual. Sin embargo, fui un buen amigo hasta que el licor lo permitió. No nos engañemos: la amistad está sobredimensionada. No está llamada a grandes salvaciones, a menos que esté tan cerca del amor que con él se confunde.

11:24 p.m.:

Hora de partir. Adiós, zona tonta. Mañana no será otro día.

Abril 24 de 2022, domingo, 2:24 p.m.:

No será otro día. Eso fue lo último que escribí anoche muy en la tónica de la frase final de Scarlett O’Hara (Vivien Leigh) en Lo que el viento se llevó, aunque a la inversa. Para ella, ese otro día significaba realmente una esperanza, algo distinto, así eso distinto no fuera más que una recuperación de lo perdido; para mí, o mejor, para el yo mío que escribió eso anoche, ese “no” parte de una convicción insuperable: no sería otro día porque repetir la vida es lo más cierto que tenemos. No significa esto decirle necesariamente adiós a la esperanza. Todo lo contrario. Es un reto. Y es tan real como el acto creativo que sin la repetición podría hacerse humo. La vida, no obstante, sí nos puede cambiar, podemos tomar decisiones que modifiquen su rumbo, hacer cosas diferentes, aunque, con el pasar de los días, la variedad se vuelva también rutina.

Abril 25 de 2022, lunes, 6:34 p.m., en el centro de la ciudad:

Mientras espero en la calle a una de las ausencias notables de este libro (está en una farmacia aguardando que llegue su turno de reclamar un colirio para sus ojos amenazados por el glaucoma), vislumbro mi futuro en uno o dos años. Mientras se pueda embelecar habrá un futuro por ahí azuzando. Me veo litigando en conflictos laborales o ejerciendo la docencia jurídica y literaria. La edad no importa. Una segunda oportunidad, un lugar sobre la superficie de la tierra son búsquedas que jamás concluyen.

Abril 26 de 2022, martes, 12:30 p.m.:

Es la única razón por la cual se escribe: para que los amigos lo quieran más a uno. Eso decía GABO. Me pasa al revés. Escribo únicamente para mí, a la manera de una válvula de escape, para desahogar los ruidos de la ansiedad. Una peculiaridad: necesito estar bien para poder escribir, para dar rienda suelta al temple que aflora en mi escritura; en situación de debilidad física o mental no soy capaz, no me saldría nada literariamente aceptable, sino algo más bien dulce o bonachón, basurita sentimentaloide. Me temo que escribo —al contrario del héroe de Macondo— para que mis amigos me quieran menos.

9 p.m.:

Conversación interesante con mi hijo mayor sobre un tema de eterna trascendencia. Me decía hace unos meses que, aunque suene egoísta e insensible, él siente un respiro cuando piensa en gente más vieja y más cerca, por tanto, de lo que sabemos. Descubro por fin en qué consiste mi actual problema: esa sensación de respiro (que a su edad yo también experimenté) no cuenta ya con tanto tiempo disponible y tiene menos gente con la cual compararse y consolarse. Todo esto en condiciones normales, pues en esto de la vida y de la que sabemos nadie tiene la última palabra: solo ellas conocen ambas fechas, y, con referencia a la última, lo de la edad es relativo.

Abril 27 de 2022, miércoles, 8 a.m.:

Corrijo. Sí tengo un amigo. Parece que es onírico, pues no he podido ubicarlo todavía en el mundo real. Es mototaxista y vive en un sector bastante populoso de la ciudad. Le pondré nombre. Andrés, se llamará Andrés. Ayer iba caminando yo por el centro cuando una moto empezó a pitarme, me persiguió durante una cuadra hasta que me alcanzó. Su conductor se quitó el casco, no llevaba tapabocas (su uso ha mermado), tenía un trapo rojo alrededor del cuello haciendo las veces de bufanda y mangas de color verde en los antebrazos para protegerse del sol. El fin de semana pasado como que estuvimos bebiendo juntos en mi casa, escuchando música hasta tarde, y le prometí al final de la borrachera, al despedirnos con un abrazo, que no me olvidaría de él. La promesa duró poco. ¿No me reconoces?, ¿no te acuerdas? A su par de preguntas respondí pidiéndole que se quitara el trapo. Ah, sí, claro, le mentí, le seguí la corriente, de repente me acordé de la marca de cerveza que habíamos tomado y de la cantidad ingerida, lo indagué al respecto y acertó, de modo que sí era Andrés, el amigo de la juma anterior. Lo curioso es que mi madre vive cerca de donde Andrés vive, mi madre vive con Silvia o con Dora, no estoy seguro, Silvia es una antigua amiga de mis hermanas y Dora una excompañera de trabajo que ya se pensionó, mi madre me está queriendo revelar un secreto suyo cuando alguien en la puerta pregunta por mí, es Andrés, justo al preguntarle a mi madre si se trata de un aborto que tuvo antes de yo nacer, ella me contesta que no, que se trata de una niña que murió y vivía en un segundo piso, ella llora mientras afirma que no se lo ha contado nunca a nadie, la dejo sola un momento, salgo a saludar a Andrés, ¡madre!, la llamo y le pido que nos acompañe a la tienda, en todo barrio que se respete hay una tienda esquinera y en los del ensueño tampoco puede faltar, le solicito que me ayude a conseguirle un trabajo a Andrés, ella nos habla de un ex de mi hermana mayor, el mono Cardo, quien acaba de ser nombrado gerente en una fábrica de licores. Esta noche aspiro a conocer el secreto de mi madre y a saber si ya Andrés se encuentra formalmente laborando, y, de no ser esto último así, lo invitaré a desordenarnos en uno de los dos sitios cerveceros que yo, oníricamente, frecuentaba.

Abril 28 de 2022, jueves, 5:57 a.m.:

¿Qué hacía María Adelaida buscando conmigo anoche un sitio adonde beber? No fuimos amigos, pero era de las pocas personas con las que conversaba en la Medellín de los Ochenta. Simpática, cariñosa, risueña y amigable. Así es como la recuerdo. Lo raro es que ese sitio lo buscábamos en las inmediaciones de Niquía, el barrio de Bello donde viví los primeros siete años del tercer milenio. Estábamos tan jóvenes como lo fuimos hace cuarenta años, y yo era aquel muchacho tímido y silencioso al que se le dificultaba sobremanera relacionarse con los demás. Pero el Niquía de anoche era otro Niquía, y después de mucho caminar seguíamos María Adelaida y yo vagando sin encontrar el rincón donde tomar. Recuerdo una de mis frases en Tiempos grises: “Hasta en lo onírico, pierde la ilusión poder”; frase o aforismo con el cual quise señalar que hay sueños que se repiten, se sueñan exactamente igual, jamás prosperan. El de anoche es primera vez que ocurre, así que habrá que esperar a ver qué será de él cuando vuelva a soñarse. La persistencia del pasado es de admirar. ¿Por qué con María Adelaida? ¿Soñarán aquellos condiscípulos de la lúgubre Facultad de Derecho alguna vez conmigo? ¿Qué papel desempeñaré en sus sueños? ¿En cuántos sueños ajenos nos metemos todas las noches sin pedir permiso? María Adelaida viviendo hoy, a esta hora, su vida de siempre, sin saber que anoche estuve a punto de emborracharla y de tal vez concretar un amor nunca pensado, mientras ella y yo, a cuatrocientos kilómetros de distancia, dormíamos nuestra feliz y mutua indiferencia. ¿Podrán dos o más personas soñar lo mismo al mismo tiempo? ¿No será el sueño de uno preámbulo o desenlace del sueño de otro? Hasta es posible que dos pasiones confluyentes se despepiten un día en sueños contrapuestos.

1:15 p.m.:

Fui fundador del sindicato mayoritario en la entidad pública para la cual aún laboro. De eso hace veintiséis años. Después de haber pertenecido a varias de sus juntas directivas nacionales (vicepresidente en dos ocasiones), de haber sido miembro de su comisión estatutaria de reclamos, de haberlo representado con firmeza en muchos procesos de negociación colectiva (el último de ellos en 2021, teniendo que asumir línea de choque ante la actitud displicente e irrespetuosa del líder de la contraparte), de haber contribuido a fortalecerlo y sostenerlo por años, de haberle dado un perfil autónomo e ideológico, después, repito, de tantas pruebas de fuego, el año pasado terminé haciendo lo que nunca pensé que haría: me desafilié. De nada sirvió haber enfrentado a las distintas administraciones en todo ese tiempo; haber sufrido acoso laboral, discriminación y persecución por defender su causa; haber tenido que acudir a una acción de tutela para obtener un necesario traslado por razones de salud; haber liderado, sin temor alguno, sus luchas más consistentes y radicales (entre estas un paro nacional de 42 días en 2017); haber resistido, con éxito jurídico, el poder disciplinario de un discurso ambivalente; haber hecho valer sus posiciones hasta el final y, sobre todo, en los momentos más difíciles; haber actuado siempre con visión colectiva y sin ningún interés privado, todo eso no le valió a una nueva generación de afiliados que en la última de sus asambleas nacionales de delegados decidió que los viejos, los veteranos, sobrábamos, y nos dejó al garete, sin protección, sin fuero. Así que no lo pensé dos veces y me fui. Días después, esos viejos inservibles creamos un nuevo sindicato. He vuelto a ser sindicalista y soy su primer presidente nacional. Un crecimiento más cualitativo que cuantitativo es una de nuestras tareas. Se nos ocurrió retomar el primer nombre que tuvo el sindicato mayoritario, y bajo el lema de “historia y resistencia” revivir sendas perdidas para proyectarlas con vocación de futuro. El sindicato al que pertenecía había ido perdiendo identidad y carácter, entrando en coqueteos y componendas con la parte empleadora. Pero si escribo esto tan serio y poco literario, es solo para resaltar cómo la amistad se resiente por ínfimas razones, no es capaz siquiera de superar un alejamiento sindical. Mantengo el mismo trato cordial y festivo con los compañeros del otro sindicato que no se sumaron al naciente, pero en algunos de ellos lo que había de camaradería se fue al carajo. Se ofendieron. Se olvidaron de las grandes historias compartidas, amenizadas muchas veces con música y licor. Como las sierpes, una ingratitud nunca está sola. En fin, cada uno en lo suyo. Nada que reprocharles. El desapego es indispensable para sobrevivir.

Abril 29 de 2022, viernes, 4:09 p.m.:

¿Qué hago cuando no estoy escribiendo por aquí? Una de dos: si no pasa nada de especial en este diario, mucho menos por fuera de él, o suceden tantas cosas (extraordinarias o no) que solo escribo cuando nada ocurre. Tiempo de ocio, escaso o copioso, en el que escribir se me antoja fascinante, fascinación a la que el tedio y el hastío le aportan igualmente su entusiasmo. Pero escribir podría ser también un hecho excepcional, algo que ejercito lejos de este diario, en el que entonces muchas veces escribo sin escribir de verdad, sin pizca de embeleso. Como ahora, en este momento, dos horas antes de salir de él para asistir a una reunión de pájaros nocturnos.

7 p.m.:

Reunión de pájaros. Alas Carlos (el anfitrión) fue el primero en arribar. Una hora después mis alas Paco pisaron suelo. Antes debieron volar hacia un cajero electrónico. La cita era a las 6, son las 8 y alas Fermín nada que llega. Que está atrasado por varios aleteos familiares, que lo esperemos. Por fin lo vemos descender por el patio de la casa republicana donde nos encontramos, un restaurante-bar que se hace llamar “Centro Cultural El Boga”. De alas Leonardo nada sabemos, quedó en venir, alas Fermín dice que alas Armando le contó que lo tenían rezado. Con alas Carlos nos reímos de semejante ocurrencia, burros hablando de orejas, jirafas de cuellos, si alguien está maniatado es alas Fermín, aunque hay que reconocer que, pese a todo, aún se pega sus vuelos. Yo, alas Paco, no tengo ese problema, pues el rezo va conmigo a todas partes. O, mejor dicho: cargo con el problema. Alas Fermín refiere una historia de muñecos y alfileres, el del cuento es en realidad alas Armando, según este a alas Leonardo lo controlan a fuerza de puyadas, lo ha visto varias veces en esas, están departiendo lo más de bien cuando de pronto se estira, pone cara de gravedad, dice me voy, se levanta de la silla y de una, sin orondo, se va. Lo puyaron, comenta alas Armando al verlo partir. Eso dice alas Fermín, pero nadie me saca de mi pajaril cabeza que es él el del invento, se escuda en otras alas para evitarse líos. Alas Carlos y yo no paramos de celebrar el jocoso apunte. Cosas de pájaros en desuso. Hablamos del proyecto, llevamos más de diez años volando alrededor de lo mismo y nunca definimos nada. Alas Carlos, pájaro reciente, podría ser quien aterrice por fin el recital mil veces conversado. Antes éramos mirlos, hoy quién sabe. Música en vivo esta noche: cumbia, porro, puya, fandango, rock y rap. Delicias gastronómicas. La vida que a veces nos merecemos.

Abril 30 de 2022, sábado, 0:45 a.m.:

¡Taxi! Está prohibido volar con tragos. Nos despedimos de alas Carlos, lo vemos despegar sin problemas, un antibiótico le impedía libar. Un solo amarillo, dos carreras, dejamos a alas Fermín en su belicoso pero muy amoroso nido, en cinco horas debe estar despierto para llevar sus alas al taller, le está fallando un disco y corre el riesgo de caer en picado, llego a casa, acomodo la paja y me acurruco en silencio, un suave trino para pedir agua y tomarme la pastilla de la noche. Dificultad para conciliar el sueño, hasta que una frase querida se va resbalando de la mente: estos pájaros del desencuentro son un caso.

FRANCISCO BURGOS ARANGO (FBA)

(continuará)

 

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