DIETARIO DEL RESTO DE UNA VIDA (cuarta entrega)

Abril 18 de 2022, lunes, 9:29 a.m., en un centro comercial:

Ayer, de mañana, amanecido, se fue EJ después de jaranear el sábado toda la noche con uno de sus combos amigueros. Bebieron poker pura malta en lata y acabaron con mi reserva de artesanales. Remataron la faena con una botella 750 de tequila reposado que nada de reposado tenía, pues la farra se animó y se extendió. Los acompañé un rato, cuatro o cinco tragos. Recuerdo haber escrito algo sobre eso que se dice de los escritores de fama, que después de muertos dizque siguen vivos en sus libros. Esta mañana abrí el archivo y no encontré nada. Será que lo soñé… o me distraje y no lo guardé… En fin… supo perderse. Era un texto corto, un solo párrafo, lo único que escribí esa noche. Un texto fuerte y crudo. En todo caso, creo haber afirmado en él que nadie sigue vivo después de muerto, que son puras patrañas o tonterías de miedosos, adulones y soñadores. La burla estaba presente, un fino cinismo flotaba (y dale con lo de “flotar”) entre sus líneas. ¿De qué le sirve a un muerto, por más renombrado que sea, no poder caer en la cuenta de que sigue vivo? Mucho menos disfrutarlo. Peor todavía si la fama le arribó después de muerto. El único que de pronto sigue vivo es su lector, a quien quizá le ayuden para su vida algunas de esas frases que no se resignan a morir. ¿Cuántas veces en la vida no nos damos cuenta de que estamos vivos? He llegado a pensar en que hasta es mejor así, porque si no nos percatamos de la vida tampoco nos percatamos de la otra, su poderosa contraria que a tantos mortifica. Zombis. Eso también somos. Si no fuera por ese especial automatismo, no sobreviviríamos, puesto que la intranquilidad sería incontrolable, suma tras suma, hasta explotar.

3 p.m.:

Habrán notado ya que el tema vedado se ha ido metiendo sutilmente en este libro. Ella es así, la volveremos a echar, no le abriré más la puerta, aunque me temo que resulte inútil. Ella tiene el don de atravesar paredes. No sé por qué se me viene ahora a la cabeza un libro de Mario Levrero, La novela luminosa. Debe ser por el tono de esto que escribo como diario, pero a ratos parece funcionar como novela. ¿O será más bien al revés? Este escritor uruguayo, incluido en el grupo de “Los raros” al lado de Felisberto Hernández (otro uruguayo inclasificable y único), escribió, como prólogo de dicha novela, su Diario de la beca, un prólogo atípico de más de cuatrocientas páginas que abarca todo el año de la beca recibida de la Fundación Guggenheim, diario que empezó a escribir el 5 de agosto de 2000 y terminó el 2 de agosto de 2001. En el epílogo del diario, después de las escasas ochenta páginas de su gran novela trunca y de las veinticuatro del relato independiente titulado Primera comunión, afirma que un diario no es una novela, ya que todas las líneas argumentales que en él se introducen se quedan incompletas. Concluye entonces que su libro, en su conjunto (cercano a las seiscientas páginas), “es una muestra o un museo de historias inconclusas”. Desde el prefacio lo había advertido: “La tarea era y es imposible. Hay cosas que no se pueden narrar. Todo este libro es el testimonio de un gran fracaso (…) los hechos luminosos, al ser narrados, dejan de ser luminosos, decepcionan, suenan triviales. No son accesibles a la literatura, o por lo menos a mi literatura”. Su novela luminosa no podía ser, pues, una novela, sino tal vez ensayo, novela oscura, honesta autobiografía, en cualquier caso un trabajo inútil e impublicable que, precisamente por inútil, debe ser realizado. El desinterés conlleva libertad, y esta posibilita reencontrarse con la esencia de la vida. En el epílogo se refiere también a sus episodios de vértigo, cuya causa atribuye al uso de un antidepresivo. Cuenta que dejó de tomarlo, bebió mucha agua y al mes se desapareció de su cabeza.  Fragmentos, fracasos, vértigos… Con Levrero tengo indudablemente afinidades, empezando porque el próximo miércoles me someteré a una resonancia magnética de cerebro simple para investigar el origen del vértigo que me visita desde hace cinco meses. En realidad, vive conmigo desde hace cuarenta años.

Abril 19 de 2022, martes, 6 p.m.:

No tener un estilo definido en lo poético, lo literario y lo musical, ¿no será más bien beneficioso? Canciones que no se asemejan melódicamente, diversidad de estilos y temas en poesía, en la prosa o narración literaria alguna similitud que se perfila no exenta tampoco de influencias… La singularidad, un carácter propio… A lo mejor la atipicidad no es asunto solo de restar, sino también de sumar, y parecerse a muchos es la mejor forma de no parecerse a nadie.

11 p.m.:

Los diarios son, sin duda, problemáticos. Expresar en ellos la verdad sincera de lo que pensamos puede llegar a ser contraproducente. La prudencia no tiene por qué limitar sus expectativas. Nunca faltará alguien que se moleste por lo que anotamos en ellos. ¿Cómo evitarlo? A la larga, siempre se le podrá decir al ofendido que no se altere, que es solo ficción, literatura. La veracidad como principio fundante; una verdad que, por supuesto, no es más que la verdad de quien la escribe: no la verdad, sino su verdad.

Abril 20 de 2022, miércoles, 7:20 a.m.:

Un tenebroso tema para empezar el día. Marx, saludándonos desde temprano, brincando para que lo llevemos rápidamente al patio. La tumba de Melville, visitada por Cees Nooteboom, ocupa mi mente al levantarme. Debo verla, busco el libro, Tumbas de poetas y pensadores, pagina 233, Herman Melville, 1819-1891, Woodlawn Cemetery, Nueva York. Leo: “La sepultura de Melville es modesta, casi pobre, la tumba del escritor olvidado que era cuando murió (…) es un doble duelo, no solamente el duelo por el escritor muerto sino también otro duelo que es al mismo tiempo amargura: por la muerte de la obra antes de la muerte del autor (…) No pudo ni imaginar el éxito que alcanzaría después de su muerte; en torno suyo, la soledad, una soledad mortificante”. Silencio. Marx ya salió, vuelve del patio, estoy hoy en modalidad de trabajo en casa, sistema de alternancia, así le dicen, debo proyectar varias resoluciones de archivo, me acuerdo de que estoy a diecinueve meses de cumplir la edad requerida para la pensión, no hay afán, en número de semanas cotizadas hace rato sobrepasé la cifra, qué afán puedo tener en acelerar el tiempo a estas alturas, Marx mueve la cola, evacuación cumplida, se le nota al caminar, descansó, del carajo poder defecar al aire libre, ojo, evitar los  eufemismos, consejo de un amigo escritor, así que escribo cagar, hiede mejor así, los poetas siguen hablando después de muertos, eso asegura Cees, algunos saben esconderse en su última morada, se escabullen muy bien, no se dejan encontrar, pobre Melville, ni en vida pudo vivir su triunfo, retrocedo, último párrafo de la introducción, leo en voz alta, “lo que en realidad importa sigue siendo invisible”, Marx me escucha y sonríe, sí, ellos sonríen, obsérvenlos como debe ser, es una risa aplacada en el fondo de sus ojos tristes, leo solo para mí, “el lector ve junto a la tumba de su poeta lo que otro no ve”, sonrío, sí, yo también sonrío, es una sonrisa que se puede ubicar en cualquier lado, no necesariamente en el rostro, y cuanto menos visible sea más real y auténtica es, la exterior no es más que una mueca, esa que alarga la boca puede significar cosas horrendas.

6:35 p.m.:

Hace una hora salí del examen médico. En pleno procedimiento se fue la luz. Me sacaron del túnel, se normalizó el fluido, reiniciaron el equipo y otra vez al escáner. Careta, cierre de ojos, esfuerzo sobrehumano para no sentirme embutido en un ataúd y procurar durante veinte minutos una quietud que no poseo, minutos angustiosos que se sumaron a los que soporté antes de irse la corriente eléctrica. Sensación de apretujamiento, de desespero, necesidad de pensar en otras cosas, en este diario, por ejemplo, no soy claustrofóbico, al menos eso creía, con razón pensaba en Melville esta mañana, fin del suplicio, alivio, la angustia es la misma siempre, no importa qué la cause, es la misma, sin grados, un examen como este, una cita odontológica, una vitrectomía, un concurso musical, da igual, la angustia no hace distinciones, fui al baño, me quité la bata, me vestí, me entregaron el DVD de las imágenes diagnósticas, en tres días me enviarán el resultado a mi número de WhatsApp, llego a casa, prendo el computador, introduzco el compacto en la unidad de lectura, veo las imágenes, no entiendo ni jota, increíble que todo lo que soy y hago dependa de ahí, de eso que se parece a una tira de chorizos en miniatura o a intestinos por los que circulan las heces cerebrales.

Abril 21 de 2022, jueves, 3:15 p.m.:

“El arte debe ser una obsesión. Si no, no es arte. Es entretenimiento, y aquí no estamos para entretener a nadie. Para eso están el zoo y los monos”. Así le responde Norma (Mona Martínez) a Rosa (Ana Wagener), madre de Irene (María Pedraza) en Las niñas de cristal, un ballet en dos actos, del director español Jota Linares. Una película con algunas escenas en las que sobresale la intencionalidad artística. Esa frágil línea que separa el éxito del fracaso. Denuedo, sacrificio, sufrimiento, perfección. Críticas favorables y adversas, desbalanceo entre fantasía y realidad, irregular, rocambolesca, dispersa, prototípica, contradicción (más entretenimiento que arte), conflictos muy superficiales, trama principal que se evapora, coincidencia en inicio y final bellos y delicados, se aplauden algunas actuaciones, se valora el respeto por la música y la danza clásicas, unos critican el desenlace por edulcorado y facilista, otros ponderan en cambio su estética sugerente. Sea lo que fuere, pude por fin atinarle a una aceptable cinta en una plataforma comercial donde predominan obras cinematográficas de pacotilla.

8:40 p.m.:

A veces me asalta la osadía (la ingenuidad más bien) de imaginarme cómo serán los análisis de mis obras después de que fallezca. He ido dejando claves, y hasta he bosquejado mentalmente lo que yo escribiría sobre mis libros si no fuera yo. Iluso y romántico que, pese a todo, sigue siendo uno hasta el final.

Abril 22 de 2022, viernes, 9:20 a.m.:

Días previos de elecciones presidenciales. El fanatismo de los seguidores de los dos candidatos que puntean en las distintas encuestas con posibilidades de ganar en primera vuelta o de pasar a la segunda es igual de rabioso y enfermizo. Me refiero sobre todo a los opinadores en redes sociales, quienes acaban utilizando las mismas estrategias de sus opuestos. La soberbia es igual de brutal y descalificadora. Mucho veneno y odio en el ambiente. La táctica del miedo opera de similar manera. Para unos, el candidato rival es un monstruo, y para los partidarios de este, el monstruo es el otro. Lo peor es que no hay en realidad una contienda electoral entre derecha e izquierda, sino entre la derecha extrema y una alternativa extrañamente mezclada que ofrece, como mucho, un capitalismo social. Elegir entre monstruos. A eso le llaman democracia. Claro está que la política está llena de monstruos, y por los lados de la izquierda no es que abunde tampoco el virtuosismo. Pobre esperanza la de este país idiotizado. La violencia que lo ha golpeado durante más de dos siglos sigue vigente en la palabra. La palabra asesinando más que las balas históricas de la patria. La palabra es el Galil que todos disparan sin importar lo que se lleven por delante. Amigos que terminan enemistados por culpa de una pasión (no por la polarización, la cual, bien entendida, puede ser benéfica) que los lleva a preferir arrojar la amistad a la basura. Ninguna diferencia hay con aquella violencia exacerbada e irracional entre rojos y azules (liberales y conservadores), excepto que los cachiporros, chusmeros, pájaros y chulavitas de hoy día se matan de manera virtual, y, por tanto, son muchos más los muertos y la sangre derramada en la violencia electorera de estos incruentos y digitales días.

Abril 23 de 2022, sábado, 7:46 a.m., cafetería en zona norte:

Día del idioma español. Todo lo consabido de nuevo en escena. Eventos y protagonistas, repeticiones, larga vida al lugar común. Varias ideas en la cabeza. Si uno pudiera irse de este mundo sin llamar la atención, tan ignorado como vivió su vida. Pero no. Se convierte ello en una bulliciosa fiesta a la que asistimos por obligación, y somos, para colmo de males, la razón del convite. Aunque es posible que la vida tenga coherencia y culmine su ciclo sin apercibimiento alguno. Pensándolo mejor, sería la única fiesta que tendría sentido. ¿Para qué perdérnosla? Gocémonos al menos esa en la que más ojos de los acostumbrados nos ponen en su mira. ¡Famosos por un día! Hablando de famosos, ¿qué será de las vidas de Luis Gabriel y Pablus Gallinazus? ¿Estarán vivos? Investigo un poco en el ciberespacio; como que sí, me alegra la noticia, no encuentro fechas de vencimiento, qué canciones aquellas, un brindis esta noche por ellos, hay que incluirlos en el repertorio sabatino. De ese pasado musical regreso raudo a este presente mustio, no tan mustio en realidad, hay una alegría serena en todo esto, quizá se pueda volver a experimentar cierta lentitud, la pensión de vejez dobla por una de mis esquinas mentales, qué cerca está en verdad, llegué a considerarla inaccesible, me late con ardor en las sienes eso de vejez, la asocio con decrepitud, ya para qué podría uno con desconsuelo preguntarse, debería bajarse la edad de pensión en lugar de subirse, Envejecer no es deteriorarse, un libro que leía mi madre, lo tenía de cabecera, su autor (Gonzalo Canal Ramírez) murió en 1994, le faltó poco para llegar a ochenta, hablemos mejor de jubilación, jubilar permite un óptimo respiro, lo asocio con júbilo, pero el diccionario es sumamente cruel en una de sus acepciones, “desechar algo por inútil”, así de coloquial y así de cierto, de la pensión vuelo entonces al fracaso, un texto que me envió Adrián Pablo (este personaje proviene, al igual que Alvarín, de mi libro-tríptico de prosas infelices; hay otros que pujan por meterse también en este), un ensayo de Alejandro Dolina, Elogio del fracaso, qué bien que nuestro excelso creador del cubanato, de la trova vallenata, se interese en este tema, le había escrito ese mismo día desde el derrotismo existencial, pidiéndole que le cante alguna vez, desde su exitoso periplo en festivales, al gran arte del fracaso, a ese que es capaz de esperar cien o más años para ponerse a flote.

11:05 a.m.:

Librerías virtuales versus librerías físicas. La comodidad versus la felicidad. Entrar a una tienda real de libros y pasarse dos o tres horas en ella me produce un encantamiento irresistible, se respira una atmósfera de especial deleite. En las digitales se pierden placeres, como, por ejemplo, los de: husmear qué libros buscan otras personas, enterarme de libros inexistentes o agotados, clasificar la clientela, adquirir pericia en métodos de acercamiento y espionaje, absorber cortos análisis y recomendados, constatar una vez más la relación entre los libros y la apariencia de sus lectores. Esto debería estar escribiéndolo hoy, a esta misma hora, en Bogotá, en su Feria Internacional del Libro, que ha regresado a CORFERIAS de manera presencial. Desistí de la idea, debo ahorrar para lo del viaje a Lima. Mi libro Tiempos grises iba a ser presentado por su editor y prologuista en dicha feria en 2020. Cosas que me ocurren: se decretó la cuarentena. Por ahí sigue, engavetado, en espera de que las polillas le den su merecido.

2 p.m.:

Problemas de convivencia. La gente no aprende, no cambia. Sobrevivir a experiencias terribles, haber estado entre la vida y la muerte no les sirve de nada. Deplorable. Y duele. ¿Por qué complicar tanto la vida? Tener presente en qué consiste más o menos esta y cuál es su inmodificable destino nos podría ayudar a todos a vivirla mejor y a convivir en paz. Cada vez que algo me preocupa, me aferro al recuerdo de situaciones críticas por las que he pasado. Es así como comprendo que lo de ahora es poco en comparación con lo de antes, y de esta observación me valgo para darme tranquilidad y aprovechar muy bien el tiempo. No dejé de leer cuando tuve limitaciones oculares, pero me lamentaba de no haber leído más cuando contaba con ambos ojos en plenitud de condiciones. Es por lo que cada minuto de la recuperada visión es un regalo que debo agradecer y hacer rendir al máximo. Y cuidarla, como la luz y la oscuridad lo ordenan.

4:55 p.m.:

El 20 de abril, luego del examen médico, volví a sentir la felicidad de un tinto callejero en punto céntrico de la ciudad. No han llegado los resultados. Uno de los dos monstruos (el de mayor opción) está en este momento arengando en la plaza cultural de la ciudad. Su oratoria es contundente, circulan videos en las redes, el sitio está repleto, muchedumbres, multitudes, hace cuatro años estuve en ese mismo lugar, escuchándolo, bajo la lluvia. Aún creo que este monstruo, si hace honor a su pasado, puede implementar algunos de los muchos cambios que se anhelan. La decepción avanza, pero el corazón insiste. Verifico la llegada de este dietario a la página 44 de lo que sería su publicación en formato físico, acercándose a las primeras cincuenta de un ejercicio personal o literario del cual no tengo ni idea adónde me llevará ni cuándo habrá de consumarse. Es algo que debo comenzar a preguntarme. Y con lo que aún me queda del sabor de esa felicidad negruzca del miércoles, procedo a publicar en el blog su cuarta entrega.

FRANCISCO BURGOS ARANGO (FBA)

(continuará)

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