EN VÍSPERAS de ser electos un total de 280 afortunados que, provengan de donde provengan, pasarán a beneficiarse de la tremenda desigualdad que sus ingresos y demás gabelas representan, ando pensando mejor en otras cosas. Qué fastidio volver a hablar de política. Digamos una sola cosa más. Como lo expresé en una de las píldoras sabatinas de hace quince días, me sobran razones para no movilizarme mañana a legitimar con mi voto semejante adefesio de democracia. Pero si por alguna extraña circunstancia me decido a hacerlo, creo que estoy más cerca de una lista como la de Fuerza Ciudadana que de la del Pacto Histórico. Es que en esa lista cerrada del tal pacto figuran algunos nombres por los que nunca votaría. Por ejemplo, por una que fue ministra del trabajo y que salió huyendo del paro nacional de 42 días que los trabajadores de esa entidad protagonizaron en 2017 exigiendo, vaya paradoja, trabajo digno y decente, y mejores ingresos. No se consiguió con ella absolutamente nada durante la negociación colectiva de ese año, ni siquiera en materia de derechos y garantías sindicales, eso tan básico. Ni modo de premiarla ahora. En fin, al carajo la politiquería electorera. Ojalá se produzca algo radicalmente inusitado que cambie significativamente el consabido curso de esas siempre oprobiosas elecciones.

Pienso ahora en qué publicar hoy, y mientras esto escribo no se me ocurre nada todavía. He visto durante la semana desfilar en las redes registros fotográficos de lanzamientos presenciales de libros y me acuerdo tristemente de los míos, tanto de los medianamente publicados como de los inéditos. Al igual que sucede con mis canciones, están condenados a pasar desapercibidos. Y hoy que lo he pensado mejor o más a fondo por fin lo tengo claro: yo soy el culpable, el único responsable de que esto acontezca. Pobrecitos y pobrecitas, no muevo un solo dedo por ellos y ellas. No publicito, no promociono, no asisto, no frecuento, no alardeo, no disimulo, no finjo, no elogio, no me vendo, no me traiciono, y ninguno de mis yos tiene la menor idea de cómo es que opera eso del engranaje comercial tratándose de asuntos presuntamente artísticos. “Borracho”, por ejemplo, no alcanzó siquiera a despegar, y se quedó con su moderada ebriedad viendo un chispero.

Ya sabemos que la mediocridad, bien publicitada, puede ser momentáneamente exitosa, y que lo que hoy día se aplaude y prospera es la bulla y no el silencio, lo superficial y no lo profundo, lo fácil y no lo difícil, lo feliz y no lo saturnino. Si supiera al menos empaparme del lenguaje propio de las redes, valerme de sus ridiculeces y estrategias, aprovecharme del marketing de lo soez… Debo inventarme un personaje más audaz, más provocador. El pobre Martín del Castillo se parece a mí en muchas de mis taras. Al igual que yo, Martín es alérgico a la presentación en sociedad de un libro, esas cosas a ambos nos aterran, nos avergüenzan, nos dan pena, eso de posar para fotos mostrando el esperpento literario, de ser como el florero lujoso de la fiesta, todo eso es de veras detestable, no hay en mis libros ningún mensaje positivo o esperanzador, nada que lucir, nada que recomendar, nada por lo que valga la pena una sonrisa, y no me envanezco en absoluto de ellos, pues lo que escribo difícilmente podría yo mostrarlo con orgullo. Ya va siendo hora de matar a Martín. O viceversa. De borrarme igualmente de libros y canciones.

Pero, aparte de la culpa que me incumbe, hay una claridad de mayor peso: el reconocimiento de que el producto estético que sale de mis entrañas no tiene la calidad suficiente para brillar por sí solo. Si la tuviera, sin mí e incluso contra mí y aunque sean tiempos difíciles ya se hubiera impuesto de algún modo. Prefiero entonces limitarme a sacudirme de él, dejar que se malvenda o se muera bien solito por ahí, en cualquier despoblado sitio virtual o estante oscuro y secundario de librería, convencido como también estoy de que no posee nada extraordinario que le permita alcanzar el éxito (o la fama, según se mire la cosa). Ni hoy, ni ayer, ni mañana ni nunca. A postre, ¿para qué?, ¿de qué me serviría más allá de activar el ego y sus plagas? Si lo mío es realmente la soledad, el anonimato, la insignificancia, la insatisfacción, el fracaso, el aislamiento… ¡Para qué engañarme! Un poco de rabia, en todo caso, porque, a pesar de saberlo y de tenerlo claro, insisto en escribir o en componer como si se tratara en verdad de una condena (otra de esas pendejadas del romanticismo), a sabiendas de que lo que estoy haciendo es desperdiciar el tiempo que me queda (que me resta). Porque después de cierta edad lo único que se suma es decrepitud.

Mientras continúo pensando en qué publicar hoy me digo que estas son verdades que uno tiene que restregarse sin contemplaciones. Qué arte ni qué arte, qué incomprensión ni qué incomprensión, qué posteridad ni qué posteridad, qué gloria ni qué gloria, qué Sinú ni qué Sinú, qué poeta ni qué poeta, qué compositor ni qué compositor, qué destiempo ni qué destiempo, qué cantor ni qué cantor, qué tiendas ni qué tiendas, qué cervezas ni qué cervezas, qué ángeles clandestinos ni qué ángeles clandestinos, qué virus ni qué virus, qué ansiedad ni qué ansiedad, qué roscas ni qué roscas, qué cultura ni qué cultura, qué naranja ni qué naranja, qué mierda ni qué mierda, qué mondá ni qué mondá (voy bien en el curso, aprendiendo y de una vez practicando).

No faltará la poeta viajera que nos escupa aquello trivial y tan suyo de que quien así se expresa lo que busca es llamar la atención. Ojalá fuera eso. Fracasar tiene su gente.

¿Catarsis? Pues sí, tal vez solo eso: catarsis. Sin purificaciones, por supuesto.

¿Y si me invento un detective? Páginas y más páginas de intriga y suspenso, algún marco histórico, una historia de amor, sexo y dolor, unos personajes para el divertimiento fantástico, contrarios por completo a mis fértiles infortunios.

Mejor me voy a emborrachar ciertamente en esta noche de ley seca, pues quizá mojando este pensamiento sobre qué publicar hoy termine descubriendo cómo salir del paso. A lo lejos, un heroico rayo empieza a alborotar las sombras: ¡Que viva la puta democracia!

FRANCISCO BURGOS ARANGO (FBA)

ADENDA: Agua por todas partes. Leyendo de nuevo a Leonardo Padura después de haber pasado hace rato por El hombre que amaba a los perros y Regreso a Ítaca. “(…) esa música plástica y machacona, de letras agresivas y soeces que, gracias precisamente a sus lamentables características (plástica, machacona, agresiva y soez), se ha convertido en el ritmo de moda”. Pienso: así es que hay que escribir para triunfar: plástico, machacón, agresivo y soez. Pienso: mi viaje a Lima: Miraflores, Barranco, Chorrillos, Surquillo, Jardines de la Paz de La Molina…             

Dilo tú, Lavoe: … Todo tiene su final, echa pa’lante cobarde…   

 

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