PÍLDORAS SABATINAS

CONCEJAL. Anoche soñé que, con 1711 votos, había salido electo como concejal de Montería. Número como para jugárselo en chance. Un 17 de noviembre me expulsaron al mundo de los bípedos, a este en el que la bestia humana parece que no aprende de sus deyecciones históricas y una nueva guerra por fines políticos, culturales y económicos amenaza la relativa paz de su planeta. Aún no se supera el virus que los jaqueó a todos por igual y otra pandemia tenía que llegar para seguir la fiesta de la muerte, quizá la peor de todas: la humana, esa especie que gusta de matarse entre ellos desde que los primeros terrícolas se mostraron sus fauces. No aprende el hombre que está expuesto a que la Fuerza Mayor que todo lo controla y descontrola podría desaparecerlo a él y a su minúscula casa en un abrir y cerrar de ojos. Ha quedado más que comprobado.

CONGRESO. Se avecinan las elecciones de congresistas en Colombia y no deja de martillarme la cabeza un pensamiento que sé que a corto o a medio plazo a nada positivo conduce pero que me parece, en todo caso, muy digno y respetable. De las cosas más estúpidas y aberrantes que uno puede hacer en la vida es votar por alguien que aspira a ganarse cuarenta o más millones de pesos mensuales en asignación básica, prerrogativas y demás emolumentos. Por más idóneo que sea el personaje, por más buenas intenciones que tenga, por más que sea preferible que lleguen otros y no los de siempre, el solo hecho de aspirar a beneficiarse de semejante desigualdad es ofensivo. Alguien con dignidad, ética y sensibilidad social no aspiraría nunca a volverse rico a través de la política en un país en el que la mayor parte de la población no tiene trabajo, vive del rebusque o no devenga ni siquiera el mínimo legal vigente, para no hablar de profesionales con especializaciones, maestrías o doctorados que regalan el suyo por salarios pírricos. ¿No es acaso uno muy pendejo votando para que un sujeto, si gana, se enriquezca y se dé la gran vida a costillas de nuestra ingenuidad? Vergüenza debería darles. La política debería ser solo un humilde servicio y un honor ejercerla, jamás un privilegio. Un tipo decente no aspira a llenarse de dinero en un país tan desigual como el nuestro, fertilizando con ello las angustias ajenas, como lo advirtió mi padre en uno de sus versos. Sí, es cierto, votando bien podrían cambiar las cosas. Pero ¿serán mayoría?, ¿estarán dispuestos a rebajarse sus ingresos? Mientras tanto, las maquinarias electoreras no descansan, y ahí las veremos otra vez en el Congreso repartiendo sus unidades de trabajo legislativo, palanqueando puestos y asegurándose contratos. ¿De qué sirve un control político minoritario? Una oposición así concebida acaba legitimando paradojalmente los espejismos de la democracia. La única oposición que ha demostrado eficacia es la de las calles. La otra, la bien remunerada, no deja de transpirar fortuna y acomodamiento. ¿Cuántos aspirarían a ser congresistas sin todo ese arsenal de beneficios?

RECORDAR. Nuestra función (obligación) es recordar. Tarea sobre todo de escritores. Recordar mientras se pueda. No dejar que el olvido se salga rápidamente con la suya. Hasta que la posteridad nos aniquile a todos.

EL DOBLE. Tengo un doble. Me lo presentó hace poco mi hermano Cristo Enán, poeta y pintor, desde el sur de Francia, a través de Messenger. En realidad, tengo varios. Ya hablaré de esto en otra ocasión. Y si tengo dobles o socias es porque yo también lo soy, soy uno de los dobles de varios congéneres que gravitan en lugares cercanos o distantes. Del que acabo de conocer, el parecido, en algunas de sus fotos, de veras que impresiona. La misma mirada, la misma sonrisa, el cabello largo, las gafas… Le falta solo la mochila, afirma mi hermano, envíale una foto tuya para que se asuste, agrega. Y atérrense: es músico. Vive en Argentina. Así que, aunque no haya salido nunca de mi país (por aquello que quedó escrito en mi poemario Un imposible viaje), vivo otras vidas en territorios que jamás conoceré, y a través de esos otros ojos que tengo veo y recorro experiencias asombrosas. Algunos de ellos deben vivir también la mía; sin la ansiedad, espero.

BORRACHO. Era hoy su turno en la sección EL MUSICANTE. Pero la mezcla definitiva acaba apenas de salir del horno y debo aguardar a que se aclimate. Esta canción tiene que ver con pandemias, cuarentenas y otras enfermedades. Con la libación solitaria de Julio Ramón Ribeyro en cuanto método de conocimiento y escritura. Con El barco ebrio, de Arthur Rimbaud. Con el deseo de retornar a las calles y a las esquineras tiendas cerveceras. Aplazado, pues, su lanzamiento. El próximo sábado la conocerán, primero en mi estilo y en mi voz, y más adelante en versión de Fernando Mendoza Santos.

FUEGO EN EL 23. Sitio de música salsa en Montería, ubicado en el barrio donde mora el poeta y cantautor Joaquín Rodríguez. Extraño a MARIO SALSA, el sitio donde acostumbraba a terminar, antes de pandemia, mis faenas sabatinas. Otra de las víctimas mortales del odioso virus que nos cambió la vida. Sin que sirva de consuelo, debemos tener siempre presente que a muchos se las quitó. Por lo menos, MARIO SALSA existe todavía en varias páginas de mi libro Tiempos grises, ahí sigue aquella preciosa negra bailando sin parar, continúo viéndola brillar baldosas con ese sabor incomparable. Anoche pasé temprano por el Mora y no había fuego en el 23. Estaba cerrado. Pasaré esta noche por ahí a ver qué encuentro, qué tal que me lleve la sorpresa de ver a un swing esplendoroso viniendo desde el parque, entrando a ese fuego brutal semejante al de Mario, y parándome de la silla, cerveza en alto, recibirla, como en su poema gris, a voz en cuello: ¡Llegó la negra, y la salsa con ella!

POR ÚLTIMO. Rezar. ¿A quién o a quiénes? No sé. Solo orar para que la barbaridad humana no cause tanto daño en esa tercera gran guerra que se quieren inventar los poderosos. Sin sentimentalismos parcializados. Sin ideologías escabrosas. El sufrimiento no tiene fronteras, no es exclusivo de nadie. Un solo niño que llore, que tenga que emigrar, que muera en medio del absurdo, basta para prender las alarmas solidarias. El dolor no tiene bando.

ADENDA DE CONCEJAL. ¿Qué tal yo en el Concejo de Montería, empezando a estas alturas, a destiempo, esa carrera política que me corre en la sangre? Cambiándola, por supuesto de color. Debo inventarme un color. Y un partido. Y un movimiento. Y unos líderes. Y unos votantes. Y una ciudad que no se llame Montería. Y un país que no se parezca a Colombia. Para entonces es probable que esté pensionado, podré aspirar, seré candidato, este mundo voraz cambia porque cambia, y colorín colorado, este sueño no ha acabado.

FRANCISCO BURGOS ARANGO (FBA)

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