LUCUBRACIONES DE UN CIUDADANO DERROTISTA.

Por lo general, no voto. Creo muy poco o más bien nada en la tal democracia colombiana. Pero cuando lo hago, voto siempre a conciencia, según mi libre opinión. Fui incapaz, por ejemplo, de votar en segunda vuelta por Santos para derrotar al candidato de Uribe. Lo sustenté en su momento en mi otro blog (Esconces y Destiempos). Eso del voto útil o lo de optar por un mal menor no va conmigo. Los ideales no son negociables ni se rebajan al nivel de un fin que justifica los oprobiosos medios.

Por congresistas, diputados, concejales, gobernadores y alcaldes jamás me he movilizado, excepto, creo, un par de veces; la primera, por un loco genial, para el Concejo de Montería (fui uno de los treinta y dos votos que obtuvo, se lo dije la vez que coincidimos en un negocio cervecero de la Circunvalar, brindamos por eso, y esa noche se desapareció de mi mochila una cámara fotográfica, siendo mi concejal el principal sospechoso de la fuga… malditismos de la bendita democracia), y la segunda, para el Senado, por una antigua militante de dos letras profusamente desangradas. Ha sido mi única victoria electoral. La congresista electa, por supuesto, nunca lo supo. No pertenezco a su partido ni a ningún otro. Simplemente, me vestí ese día de demócrata enguayabado y salí a cumplir con mi deber patriótico, que es lo mismo que decir: con mi simbolismo escéptico.

Para mí, los días de elecciones son días de odiosa ley seca. Sigo creyendo que este país votaría mejor borracho. Mi voto de opinión ha participado más en las presidenciales, siempre del lado de los perdedores. Y en las que se avecinan, así su beneficiario no me signifique ya (por varias razones) la credibilidad de antes, me temo que tendré otra vez que salir de mi letargo para depositar nuevamente mi voz por la utopía. Puntea en las encuestas, y esto no deja de generarme desconfianza. Por lo dicho: solo voto por perdedores. Y porque estoy convencido de que volverse gobierno en Colombia es automáticamente traicionarse, ya que el sistema está diseñado, legal y económicamente, para perpetuar sus vicios, desigualdades e injusticias. Tendrían que producirse de verdad grandes cambios, en distintos órdenes, y no un cambiecito cualquiera.

En las pasadas también punteaba y acabó perdiendo, así que ese precedente, sumado a todo lo que se sumará para evitar su triunfo, me devuelve la esperanza derrotista. En todo caso, es el único que puede hacer algo por la gente más jodida de este aturdido y domeñado país, ¡y eso solo me basta! Subirse tragueado a discursear en plazas lo hace más cercano, menos soberbio. Contrariamente a lo que hoy atrae a muchos (eso que llaman progresismo y que se parece bastante al capitalismo social más que a la socialdemocracia), es su inicial talante rebelde lo que más llama mi atención, cuando, sin cálculos políticos, no se desdibujaba ni se desmarcaba de lo que pudiera restarle imagen, ni tampoco incurría en coaliciones descabelladas. En los salvadores “pactos históricos” caben hasta los responsables del atraso. Así de contradictorio es el progreso. Pero bueno, creo que algo le queda de aquello que colmó su juvenil premura.

A veces, en las filas para votar me encuentro con amigos o conocidos del barrio en que crecí, quienes, por mi godo apellido y origen burgués, dan por evidentes mis preferencias electorales. Supongo que si se enteraran de mis inclinaciones políticas se alarmarían confirmando mi ubicación en el mundo de los proscritos. Ignoran que mi primer apellido tiene una “V” portentosa, cultural, filosófica y mucho más política que esa orgullosa “B” plagada de electorerismo, puestos y contratos.

He vuelto a ver en estos días videos e imágenes de politicastros en ejercicio, prometedores a mansalva, arrogándose representaciones inauditas en busca de votos por los barrios populares de la ciudad. Increíble cómo la gente vuelve a creer en estos esperpentos. Algunos llegan hasta la desfachatez de mostrarse como los adalides que cambiarán la historia cruel de un departamento que ellos han explotado por años. Algo así como salvarse de sí mismos.

Se ve de todo, no les da pena reaparecerse en una nueva contienda electoral, saben que sin votos no son nada y hay que conseguirlos como sea, les toca untarse de pueblo, valerse de los líderes barriales, mover el billete, contratar músicos, uniformar a jóvenes sin empleo, regalar gorras y camisetas, profanar paredes, ambientar la cosa con serpentinas y globos, la vergüenza que espere, somos el cambio, el futuro, la solución tan anhelada, ellos lo saben, el pueblo parece no saberlo, que sin pueblo no habría politiqueros y la política podría ser lo que ser debería.

Los del discurso de extrema derecha se reducen a meter miedo con el fantasma de la izquierda, sus intereses son intocables, su seguridad es lo único que les importa, una seguridad que basa su prepotencia en la inseguridad de los demás. Por razonamientos tan banales y peligrosos como esos jamás votaré. A otros se les da por irse a dormir en los estratos bajos dizque para conocer mejor sus necesidades, o andar de parrilleros en caravanas de mototaxistas prometiéndoles dejarlos trabajar, no perseguirlos, y no faltan los herederos de curules que se creen la panacea y cultivan su narcisismo sirviendo las iniciales de su nombre hasta en la sopa. Y qué tal los que se tiran al río para posar de areneros, o los que hacen campaña haciendo aerobismo en grupo o pedaleando en bici.

Esta ciudad en la que pervivo no ha cambiado socialmente en nada. Tanto maquillaje no logra tapar lo que un buen observador percibe de inmediato. Sus males han ido creciendo en la misma medida que su población aumenta. Al lado de rondas, parques y monumentos pulula el rebusque, en sus semáforos no caben más necesitados.  Para no hablar de los profesionales con especializaciones, maestrías y doctorados, que tienen que emigrar en pos de un mejor salario.

¿Cómo me iría a mí de candidato? Por lo general, no voto, y por quien menos votaría sería por mí, puesto que ganar me aterra. Qué tal que por una suerte difusa resulte victorioso. Prefiero perderme por las calles invisibles de mi alegre y anónima tristeza, y creer, no obstante, que algún día será posible ver de veras una mejor ciudad, tal vez menos bonita, quizá el “Pueblo Pescao” que según uno de sus alcaldes la afeaba resurja en lontananza, a lo mejor en cincuenta o cien años los politicastros solo sean un mal recuerdo, el último de ellos haya sido arrojado a la purgante basura, y más que embellecimiento, ensueños y otros embelecos por el estilo sus pobladores tengan empleo y sueldo dignos, salud, educación, vivienda, menos idolatría folclórica, más cultura universal, menos espejismos identitarios, más despelote crítico, mucha diablura existencial y eventos sin roscas. Al menos las actuales habrán desaparecido, aunque quién sabe, las roscas también se heredan.

Los vientos revolucionarios no eran otra cosa que brisitas criminales que dieron al traste con cualquier ideología. Así que la vía electoral parece ser la única que queda. Nos queda la insatisfacción, como diría Ribeyro, y la juventud, esa que se tomó las calles hace unos meses para protestar de manera inusitada de pronto se decida esta vez, con el poder de usar y no botar el voto, a cambiar el rumbo de una república secularmente violenta. Ciertamente, un sistema no se transforma por sí solo.

Ciudadano derrotista que vas apagando la luz de tus anhelos en la penumbra del tiempo.

FRANCISCO BURGOS ARANGO (FBA)

Adenda: conste (por si las moscas y para evitarme odios instintivos) que esto no es un análisis político ni pretende hacer proselitismo; es solo una percepción muy personal, no matriculada, y en la que prima, además, lo subjetivo del toque literario.            

 

Comentarios

  1. Como siempre Francisco Martín, muy buen escrito. Creo que tu inclinación de voto en esta elecciones está en el camino correcto.

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