SE LLAMABA DARÍO.

Repasando esta mañana para esta publicación la carpeta de fotografías, noté que cada vez son más las ausencias de quienes figuran en ellas. Una de las más palmarias es la del amigo Edinson Francisco Doria Jiménez (qué cantidad de vivencias las que tuvimos juntos). Enseguida abrí el archivo del poemario en construcción (“Versos lesos e ilesos”) y procedí a digitar la frase “ausencias en fotos” para tenerla presente más tarde por si se me ocurre algún poemita en tal sentido. A propósito de este poemario en proyecto, cuyo primer título fue “Versos adversos”, tres títulos posibles más se disputan presidirlo: “Los días del recuerdo”, “Triunfal anonimato” y “Ciudad nerviosa”. Solo al final sabré con qué título se queda. Puede que surjan otros mientras el poemario avanza hacia su declive.

Lo he dicho otras veces: entre las fotos y yo hay una incompatibilidad insuperable, en especial con las que reposan en álbumes o nos miran todos los días desde distintos lugares de la casa. Con las digitales tengo menos problemas, y de ahí que haya podido acumular un amplio registro al que de vez en cuando regreso para detener un poco el tiempo.

Se llamaba Darío: Darío Álvarez Macea. Un tipo bueno y sencillo, de gran corazón. Nos conocimos cuando llegó él a trabajar al Ministerio del Trabajo como Inspector de Trabajo y Seguridad Social. Darío escribía bastante bien y llegó a ser columnista de “El Meridiano de Córdoba”. Uno de sus artículos de mayor impacto fue: “No sea pendejo: aspire”. Las elecciones en Colombia, tema que ha vuelto a arder con ocasión de las que se avecinan para Congreso y Presidencia. Me gustaría un día de estos escribir otra vez sobre política, al menos uno o dos textos. Lo pensaré. No quiero contaminar las páginas de este blog, y si lo hago será solo desde lo literario, como en mi libro “Tiempos grises”.

Darío y yo trabajamos en Montería, éramos los dos únicos inspectores de trabajo en la capital del Sinú. Meses después me tocó emigrar por cosas del delirio “para” y Darío pasó a desempeñar su cargo en Planeta Rica. En dicho municipio se destacó por enviarles a los empleadores, al margen de cualquier procedimiento, cartas en las que les recordaba las normas laborales y hasta los regañaba por incumplirlas. No eran requerimientos jurídicos, sino profundamente humanos y literarios, proclamas incluso, en las que lucía todo el arsenal retórico que llevó a un amigo en común, Fernando Luis Arteaga Pardo compañero también de labores—, a otorgarle el muy merecido sobrenombre de “la pluma de oro”.

Durante mi largo exilio, Darío fue una de las pocas personas que se acordaron de mí; un día cualquiera me llamaba y conversábamos largo y tendido. Cuánto me alegraban aquellas charlas en las que recibía noticias pormenorizadas de mi ciudad natal, y si se enteraba de algún retorno subrepticio mío a Montería nunca dejaba de visitarme ni de obsequiarme algunos de los maravillosos productos de la gastronomía local que tanto lo enorgullecían. ¡Gente como Darío sí que hace falta en este desalmado mundo! Un coma diabético se lo llevó de improviso al más allá, pero en este más acá su don de gentes, al menos yo, lo sigo recordando. Esta página de hoy es para él, mi manera de continuar agradeciéndole las veces que me liberó de mis abstracciones y de otras oscuridades por el estilo.

Me enseñó Darío algo que, lamentablemente, por mi modo fugaz de ser solo a veces aplico. Uno tiene que llamar o visitar con cierta frecuencia a los amigos, sin razón para hacerlo, únicamente por saludar y saber de ellos. Darío lo hacía, tenía su listado y reservaba un día de la semana para esto. Ese día se reportaba con todos y a quienes podía visitar les llevaba un presente, bien un dulce típico, un par de bocachicos, bollos limpios o de maíz y otras delicias indecibles de la culinaria sinuana.

Recuerdo que cuando me tocó vivir en Armenia (1997), recién echado del río de mis entrañas (sin celulares, computadores, internet y demás aditamentos de la era digital), mi madre me enviaba encomiendas mensuales en las que no podía faltar el periódico monteriano, ejemplares de varios días. Luego viví en La Heroica tres años y de ahí pasé a territorio antioqueño. En Medellín había un sitio, en el centro, donde se conseguía de cuando en cuando el diario de los cordobeses. Así que una llamada de Darío (ya teníamos celulares cuando eso, pero solo para funciones básicas) era como leerme aquellos periódicos que me enviaba mi madre, pues hablábamos de todo un poco, con la ventaja de que la información de Darío no pasaba por el filtro ideológico, en extremo derechoso, de ese diario en el que yo también había sido columnista hasta que, por el calibre de mis escritos, no se me publicó más. Lo había sido años atrás del semanario “Poder Costeño” sin haber recibido nunca veto alguno. Conservo ejemplares de esas publicaciones con especial cariño. ¡Qué cosas tan frescas, intrincadas y libertinas las que escribía en aquellos tiempos! Y vaya fortuna la mía: ¡me las publicaban!

Quería hoy traerles una nueva canción o un texto-poema que empecé a escribir el 31 de diciembre de 2021 por la noche y concluí el 1° de enero de 2022 antes de su primer amanecer. La canción se titula “Borracho”, una especie de blues ranchero; falta grabar la voz y hacer la mezcla definitiva. Pronto la conocerán. En cuanto al poema, démosle un poco más de tiempo. Lo de mis estudios de maestría en literatura continúa por buen camino, logré avanzar en la conquista de este logro académico al aprobar con éxito los exámenes finales. Me excuso por hacer público esto que debería ser privado y a salvo de alardeos, pero bueno, no sé en qué momento lo convertí en tema, así que se van a tener que aguantar el final. Se viene ahora el depósito de la versión definitiva del trabajo de grado en febrero, y a finales de marzo lo estaré defendiendo ante la Comisión Evaluadora, y listo el pollo, a buscar dónde me acepten para impartir una que otra clase. Además de abogado, soy Licenciado en Ciencias Sociales, estudié Ciencia Política, Docencia Universitaria y ahora dizque voy a ser Literato, así que debo tener mucha locura por desenseñar.

Como en la vida (¡sí que lo sabemos!) no todo es color de rosa, enero nos trajo a K y a mí la pesadilla y el sofoco de la Covid-19; desde hace más de una semana pasando por eso, todo un corre que corre, interminables días de angustia ante la incertidumbre y la lidia con los síntomas, urgencias, pruebas, citas, análisis, yo saliendo poco a poco de lo otro (lo que conté en la entrada anterior) y ganándome esta aterradora lotería, preocupación por Bernardo, mi hermano médico y cantor, quien también está atravesando esta dura prueba, nosotros en casa, él todavía internado en la Clínica donde trabaja (quienes se quieran sumar al maratón de fuerzas por la recuperación de su salud, bienvenidos a la causa, ha ido mejorando), visiten su canal de YouTube (lo encuentran como Bernardo Rafael Burgos Arango), nosotros confiando en su pronto retorno a casa, a su guitarra y a su jardín, que todos podamos salir bien librados de este perverso virus. En K persisten un par de síntomas que requieren cuidados y vigilancia permanente, he descubierto en mí una nueva vocación: soy su enfermero. Ya era hora de pagarle todo lo que ha hecho durante tantos años, batallando a mi lado contra mi gris patología.

Razón tiene el amigo Fernando Mendoza —que me llamó hoy para preguntarme como íbamos— al manifestar que esta pandemia ha estrechado los vínculos familiares. Quienes sobreviven a ella quizá hayan entendido que lo del distanciamiento implica, paradojalmente, que hay que estar más unidos y solidarios que nunca, y celebrar la vida, que es un soplo, como dice el tango, pero un soplo que puede llegar a ser, en determinados momentos, placentero e infinito, mientras sepamos cómo mantenerlo vibrante y caudaloso.

Se llamada Darío: Darío Álvarez Macea. Sus audiencias de conciliación podían durar horas y horas, las citas se le cruzaban y los usuarios reclamaban que se les respetara el turno. Darío ni se inmutaba, yo envidiaba esa tranquilidad suya, le colaboraba al máximo, atendía las mías y le ayudaba con las de él, lo asesoraba en manejo de procesos, mi experiencia y mi conocimiento estuvieron siempre puestos a su servicio. La oficina de Darío era portátil, sus expedientes iban con él a todos lados, en sonriente desorden, embutidos en un vetusto maletín. Darío, tienes que separarlos y foliarlos, le decía, y él prometía hacerlo, pero qué va, ese arrume de papeles se mezclaba cada vez más y más. Todo un personaje. La foto que precede esta publicación tuvo que haber sido tomada luego de yo regresar, diez años después, a vivir de nuevo en Córdoba, esa camisa de amarillo pollito y esas gafas las asocio con el tiempo en que conseguí, vía Acción de Tutela, mi traslado laboral a Sahagún. La foto fue en Montería, en la carrera 8 entre calles 38 y 37, en una Semana Santa tal vez. Recuerdo que en esos días él acostumbraba a aparecerse con dulces típicos de nuestra región.

Desde aquí, elevo para Darío estas palabras henchidas de amistad, que ojalá se acerquen al bondadoso lugar donde su corazón reside.

FRANCISCO BURGOS ARANGO (FBA)                 

 

 

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