ASUNTOS PENDIENTES.
Las distintas exigencias del compromiso estudiantil en el que todavía ando me han quitado más tiempo del que esperaba. El trabajo de fin de máster ha implicado mucha lectura y lenta pero constante escritura. De ahí que algunos de mis proyectos para este 2021 —cerca ya de empezar su declive—deban resignarse a ver la luz el próximo.
Uno de ellos, la publicación en Amazon de mi poemario ENTRE OQUEDADES Y TEDIOS. Otro: la revisión y publicación del libro de relatos híbridos SANTO REMEDIO. Uno más: retomar la escritura de LA PEQUEÑA VIDA y de EN UN RINCÓN DEL ALMA (dos narraciones de más largo vuelo).
En cuanto al Tríptico en Yo Menor (los tres libros de PROSAS PARA ROMPER LA FELICIDAD), he decidido darle más tiempo; no sé por qué se me ha dado por pensar que no es todavía su momento ni su lugar, y hasta estoy por creer que sería mucho mejor dejarlo para una muy lejana divulgación póstuma, para la posteridad, como crédula y pedantescamente se dice. A veces releo algunas de sus páginas, al azar, y de veras que me sorprendo y continúo moviéndome en la idea de que deberá ser leído cuando, como en el cuento de Ribeyro, no sea más que sombra. O ni siquiera eso, solo un ruidito casero quizás.
Entre tanto, he ido escribiendo un libro que me ha resultado llamativo. Un poemario más, para colmo de males. Lo que empezó como un ejercicio encaminado hacia las secciones poemáticas de este blog se ha ido creciendo y se acerca al centenar de páginas. Título posible: VERSOS LESOS E ILESOS. Los mismos temas que me rondan desde siempre, pero retomando, como en otros tiempos, la sencillez de la palabra, la fuerza del mensaje. Los años y las lecturas, sin duda, van “perfeccionando” (pongámosle comillas al término, por si acaso) el arte de escribir, y este libro me lo he estado gozando más como lector que como autor. Algo tiene. A lo mejor se adelanta y sale al ruedo antes que los demás.
Bien. Hace tres días me salté otra vez (con mucho más éxito que en años anteriores) la fecha de mi supuesto cumpleaños. Dos entradas atrás hablé en este blog sobre motivos para vivir. Pero me quedé pensando en qué tan vitales pueden llegar a ser en realidad tales motivos. He aquí la segunda parte (en verso) de esa reflexión y una yapa sobre la insoportable felicidad de cumplir años:
UN MOTIVO
PARA VIVIR
Qué tal que los motivos
se vayan agotando
o se conviertan poco
a poco en rutinarias
migas…
que un buen día
en vez de amanecer
anochezcamos
y en el espejo del baño
veamos por fin al viejo
que no vimos
que sesenta años
de un momento a otro
te griten: ¡desenlace!
y no falte la amistad
heroica que creyéndose
fiel te felicite
Qué tal que nuevamente
la pasión que te amó
convoque a los cansados
y te veas tú también
tirándole al fulbito
inocencia senil
en calle adolescente
esa ignorada luz
donde sudaste tanto
donde la larga noche
prodigaba autogoles
Qué tal que a esa edad
a la que tu padre murió
la vida se te vuelva
brutalmente adorable
y tengas que salir de tu
escondite para proclamar
su fe
su música
su gloria
y qué tal, además,
que el amor otra vez
te parasite
que un corazón confuso
te cante y te despierte
y el beso del dolor
recupere su angustia
colmándote
de placer
de fuerza
de alegría
Qué tal que estés muerto
y lo disfrutes
Qué tal que estés vivo
y no lo sepas
NUNCA CUMPLO AÑOS: ME LOS SALTO. Y no hay nada que les agradezca más a los amigos que el hecho de que ese día me ignoren por completo. Hoy, para fortuna de espíritus huidizos, no estar en redes sociales o estarlo sin informar la desapacible fecha, sí que ayuda a sobrevolar ese obstáculo sin ser apercibido. Aclaro: no es temor de envejecer, sino todo lo contrario, es la calmada soledumbre por aquello de que la vida es un auténtico fluir, no un ente convencional, y si algo hubiese que celebrarle sería su sola y diaria constatación de seguir viva. Un permanente festejo, eso debería ser; de pronto un grito de felicidad a determinada hora del día o de la noche y la vigilancia apenas perceptible de ayudarle al cuerpo a resistir el desgaste. Es la tierra la que cumple años, no sus moradores. Tampoco como para negar olímpicamente la existencia del tiempo. Un poco brujeril este asunto de jamás cumplir años, que si bien no me salva de la noble vejez sí me libra de tener que aguantarme el disimulo. A fin de cuentas, ¿qué se conmemora en verdad? La gracia de todavía vivir y de algún modo inverosímil alegrar a quienes, con amor y sinceridad, recorren con nosotros similar travesía, o, no sin macabra sorna, el hecho innegable de que nos acercamos cada vez más al portentoso olvido. Es curioso que cumplir años se aclame desde que concluye nuestra primera vuelta alrededor del sol. Debería esto comenzar mucho después, cuando cambiar de edad empiece a ser un hecho notorio y preocupante. Pero se hace desde un principio porque en toda explosión de dicha se oculta una tristeza.
FRANCISCO BURGOS ARANGO (FBA)
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