VERSOS ADVERSOS. NO ME LLAMES POETA.

La nostalgia es una larga enfermedad que se recrudece con el tiempo. Sin embargo, la mía, mi saudade, nació vieja, pues desde niño empecé a disfrutar de sus horrores y con el tiempo he ido perdiendo, por el contrario, sus afanes. Culpo de ello a una especie de cortina invisible que me salvaguarda de los embates del pasado. Aunque a veces esa cortina no se siente tan gruesa y milagrosa, se palpa como seda y al menor descuido logro atravesarla experimentando cómo toda aquella fragilidad vuelve a surgir.

Melancolía, tristeza leve, así se refiere a ella Enrique Vila-Matas en sus “Suicidios Ejemplares”. Sí, es, en efecto, como una tristeza leve, no tan leve en ocasiones. Y cuando la nostalgia del pasado se relaciona inevitablemente con la muerte, el peligro de la depresión cruza la débil línea que separa lo patológico de lo que no lo es. A la postre, la vida es una enfermedad, ¿qué vida no lo es? Luchamos en vano contra ella desde que nos diseñan el ombligo. Sabemos de antemano que no hay escapatoria.

Pero la nostalgia también salva. En Lisboa, la saudade se practica en lugares específicos mientras el fado hace lo suyo. En el Sinú, me basta con caminar por el margen derecho del río, en sentido contrario al de su cauce. En mi caso, significa retroceder, pues parto desde el barrio donde envejezco hacia la céntrica calle de la infancia. ¿Qué música suena mientras tanto? Es como un rumor, margen izquierdo para mí, siempre la izquierda, la luz que alguna vez perseguí, el faro inconsolable.

“El arte de desaparecer”. Un poeta debe huir hasta de su propia voz. No hay nada más antipoético que lucir la poesía en aire de farándula. ¿Por qué los poetas gustan tanto de exhibirse? ¿No se fastidian acaso de que les aplaudan los mismos versos una y otra vez? La única explicación que se me ocurre, más allá del egotismo y del envanecimiento, es que el arte carga también su propia enfermedad. Hay poetas que embellecen su cuerpo para salir al escenario, se toman fotos procurando la mejor pose, se han vuelto peritos en fingir sonrisas. Las poetas, en este aspecto, son insuperables. Cada vez más bellas y felices. Un poeta no debería sonreír jamás. ¿O sí? A lo sumo cagarse de risa de vez en cuando, burlándose de la aparatosa festividad de la poesía.

Feliz anonimato, ¿cuánto te debo? La tranquilidad de un solitario rincón no tiene precio. ¿Cómo puede alguien regodearse en el protagonismo de la desnudez? Ridícula termina siendo la gloria que así se menoscaba. Decepciona un admirado poeta y cancionista derrochando en redes su alegría por éxitos y premios, yendo de festival en festival. O un poeta amigo del cual llegué a esperar grandes fracasos. No era más que pataleo por ser reconocido.

Al final, todo retorna a la normalidad, y es en esta anómala normalidad donde un poeta cultiva lo mejor de sus miserias. De su cueva-laboratorio nunca debería salir, excepto para caminar un rato por ahí, respirar el cielo que atardece, visitar las calles menos frecuentadas, tomarse una cerveza a salvo de tertulias, divisar en un parque al amor imposible.

Nostalgia entonces como la de este NO ME LLAMES POETA que leí una vez en un auditorio repleto de poetas.

¡Salud por los poetas que se esconden del mundanal olvido!

FRANCISCO BURGOS ARANGO (FBA)

Audio de “No me llames poeta”:


Comentarios

  1. Mil gracias Francisco por compartir tus reflexiones acerca de la vida y el arte. Son reflexiones y puntos de vista que enriquecen, pues se salen de los patrones comunes y corrientes y permiten recorrer los caminos insondables de tu alma y escuchar músicas con partituras de instrumentos únicos. Leo con mucha atención tus escritos los cuales me sumergen en un mundo diferente que intento comprender: tu mundo, un mundo especial que vives con pasión y expresas con emoción. También he escuchado tu canción "Aunque termine solo". Gracias.

    Una abrazo.

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    1. Muchas gracias, Maestro; tenerlo a usted por aquí, pendiente de mis andanzas literarias y musicales, es algo que me motiva a no tirar la toalla. Cuando se va acercando el sábado, no sé de dónde me llueven las ideas para no dejar morir este espacio. Lo curioso es que no tengo nada premeditado, voy dejando que todo fluya por sí mismo, y saber que tengo en este auditorio virtual personas tan valiosas, me ayuda sobremanera a persistir. Al final, me sorprendo de cada nueva ocurrencia que doy a luz. Revisando el archivo de este blog, caí en la cuenta de que pasa ya de doscientas páginas. A mi libro "Tiempos grises" fueron a parar muchas de las publicaciones que hice en Facebook en viernes o sábado, callejeando por ahí, de tienda en tienda, incluso después de medianoche. Me temo que con lo que ya llevo escrito en este blog, un nuevo libro se ha ido gestando a mis espaldas. Un buen amigo, lector también de este blog, acumula varias entradas sin leer, y cuando por fin las lee me llama por teléfono para conversar e inquirir acerca de palabras e ideas que uso y expreso. Nos reímos bastante cuando medio le aclaro algún asunto que lo inquieta. Él es otro de los grandes culpables de que este rincón aún permanezca. Fuerte abrazo, Maestro.

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