EL MUSICANTE

Opto por publicar temprano, pues pienso continuar lo que empecé el sábado anterior, cuando salí de este blog por un par de birras con la promesa de regresar, pero me embolaté por ahí. En ese mismo “por ahí” estaré hoy desde el crepúsculo, para que me rinda el reencuentro de la ciudad con uno de sus más fieles y fervientes caminantes.

Estamos otra vez de estreno.

Turno para… AUNQUE TERMINE SOLO.

¿Qué puedo decir de esta canción?

Pues que tiene que ver con la amistad. O, por lo menos, es mi respuesta autocrítica luego de haber sido tan exigente con respecto a ella. Esperaba, en verdad, demasiadas cosas de mis amigos, y, a la menor falla, la decepción se me disparaba hasta hacerse la falta imperdonable. Pero ¿qué les daba yo? Muy poco. He sido un criticón de siete suelas. La culpa es de Martín del Castillo, él es quien cree tremendamente en absolutos. Aunque yo también, a ratos.

Me cuenta Martín que todavía se ven en Facebook publicaciones de un amigo mío quejándose bastante del silencio y la indiferencia de sus amigos, de sus supuestos amigos, como su desengaño hoy los califica. ¡Y con razón! Yo, entre ellos, pues me evaporé sin siquiera despedirme. Además de falso, soy desagradecido.

Sin embargo, con la amistad nunca se sabe. En el fondo, no es su culpa, pues, sencillamente, no se le puede pedir lo que, en verdad, no tiene. No está en su naturaleza ir más allá de ciertas posibilidades afectuosas. Esas “ciertas” son tan inciertas como fantasmales.

El problema es el hombre, que se inventa cada cosa por creerse superior y sentir que se merece todo el amor del mundo. Cursi hasta más no poder. Se desvive por la confitería sentimental.

¿Amigos? Acabo de vivir una experiencia más que lo comprueba. Veinticinco años sirviéndole desinteresadamente a una causa sindical son recompensados con ingratitud y desprecio. Bemoles y sostenidos del hervidero democrático. Nuevas y venales voces se van apoderando de los procesos construidos y los veteranos pasamos a sobrarles. Hasta bueno me parece, ya que espíritus radicales como el mío no pueden convivir con conservadores engreimientos. Ayer mismo pasé mi renuncia. Vainas de la aparatosa dignidad. O debe ser que tengo vocación de mártir. En todo caso, un sufrimiento menos. Mi padre citaba mucho esta frase (de Mario Puzo, si mal no recuerdo): “El tiempo hace estragos en la gratitud, aún más que en la belleza”. Mi padre le anunciaba a mi madre su llegada a casa silbándole un fragmento de una de las sinfonías de Beethoven. Difícil de “superar” ese recuerdo. Todavía se me aparece su eco zigzagueando por los rincones de la sala.

En fin… Yo soy así: de una pieza. El que tiene varias caras es Martín, una de ellas es la mía (cuando le conviene se la pone). Así pues, estado civil actual: desafiliado. Era la única desafiliación que me faltaba. Qué alegría no pertenecer por fin a nada. Con la renuncia me salvé también de esos homenajes hipócritas que se hacen para convertirnos en desechos.

Resuena ahora en mis oídos el consejo cariñoso de un camarada musical: “retírese de eso, de la política y de los sindicatos, lo suyo es el arte, la música, la poesía”. ¿Será? La verdad es que en el corazón de la poesía no caben militancias y la solidaridad es empalagosa.

Hay algo de jocosidad en todo esto. Por primera vez en mi atolondrada vida se me da por pensar en mi dizque felicidad, y sé que una de sus claves consiste en irse y dejar ir. El desapego, del que ya hablé en publicación pasada. No suelto las otras porque en esto es mejor ser egoísta y dejar que cada uno se salve como pueda. A mí me costaron casi seis décadas de errores y hundimientos. Además, la única forma de descubrirlas es no saberlas, y qué asco que este blog se parezca a un recetario de autoayudas. Lo bueno del caso es que esas claves varían según la persona y sus circunstancias. No hay fórmulas universales. En determinado momento, un buen fracaso puede llegar a ser maravilloso.

Me faltaba entonces una canción en la que, sin caer en lo obvio, me dijera yo mismo unas cuantas verdades enigmáticas. Nada de un “mea culpa” tontorrón. La amistad está sobredimensionada. Es curioso: fue escrita antes del episodio sindical en el que no hice más que corroborar el cumplimiento de un destino: “Aunque termine solo…”.

Se la dedico a mi hijo mayor (FJ), con quien anoche conversábamos sobre estos temas tan difícilmente humanos. Sus angustias fueron alguna vez las mías. De las mías me fui liberando poco a poco y él, inteligente y pragmático, no tardará mucho en poner las suyas en su sitio. Hay que mandar al basural del carajo todo lo que se pretende mostrar como importante. Esa importancia depende es de nosotros, nosotros somos los que decidimos qué la tiene y qué no. ¡Mierda! Se me escapó otra de las claves… Me aterra pensar que esté ya padeciendo el sabio síndrome idiota de la madurez. Tranquilos. No creo. Me falta mucha ilusión por destruir, y una que otra embarrada para no perder el desquicio. La culpa es subjetiva. Brindemos más bien por el eterno baile de la risa.

Con esta versión cumplo un viejo deseo (no un sueño): tempo lento, silencios musicales, registro grave y un solo instrumento, la guitarra, haciendo sus diabluras. Me acompaña Juan Miguel Martínez, músico y amigo que me secunda en estos trances.

Muy satisfecho con el producto final. Guste o no, quedó como lo quería. Acostumbro a escucharme como si fuera otro, alguien sentado en la última fila del teatro, en uno de los extremos, viéndome en su concierto. A veces me transformo en una persona en particular y me escucho como si fuera ella. Mientras más personas utilice para oírme, más se diversifica la canción, y hasta se me da por representar sus reacciones. De esa forma siempre me garantizo un público.

¡Oh, de veras que soy un artista!, me soplo entonces al salir del camerino, y, ya en la calle, aún escuchando el vapulear de los aplausos, me voy caminando dos o tres cuadras hasta doblar por la esquina del destiempo. Carrera abajo me sumerjo en la profunda noche. Una frase me llama, y voy tras ella:

“Aunque termine solo, hermético y sin logros, me queda la vida…”.

FRANCISCO BURGOS ARANGO (FBA)

Audio de “Aunque termine solo”:



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