VERSOS ADVERSOS.
Esta vez empiezo con el audio. Espero que lean la historia. No los defraudará. O mejor, sálvense de ella.
“19” es el número que le corresponde en la segunda parte de mis “Prosas para romper la felicidad (tríptico en yo menor)”.
El personaje: Alfonso Naar Hernández, oriundo de Purísima, Córdoba. Allá, en algún lugar del cementerio, están sus huesos (debo llenarme de coraje y visitarlos). Licenciado en Ciencias Sociales de la Universidad de Córdoba, de pensar crítico y autónomo, rebelde con y sin causa, coherente en el actuar, capaz de hablarle quince días seguidos al vacío a través de un megáfono, no matriculado en ideología alguna ni en embelecos partidistas, veedor estudiantil elegido con una votación aplastante, creía únicamente en lo que él denominaba “una terquedad para la vida”, inteligente, audaz, creador infatigable de carteles y proclamas ensayísticas, largas y contundentes, yo se las mecanografiaba, era su corrector de estilo, les inoculaba un aire poético en algunas partes, él se las ingeniaba para fotocopiarlas, más de mil ejemplares que repartía en todos los estamentos de la universidad.
El desempleo lo llevó a buscar plaza de docente en zona distante y conflictiva, la consiguió en Arauquita, municipio del departamento de Arauca. Un día fue secuestrado por guerrilleros, lo tuvieron ocho días amarrado a un palo sin agua y sin comida, hasta que pudo demostrarles, con sus escritos de la Universidad de Córdoba (los llevaba siempre consigo), que él no era ningún paramilitar, le contaron que lo había denunciado un militante de la JUCO, lo había visto en el teatro Camilo Torres de la Universidad de Antioquia tirándose un discurso explosivo contra la extrema derecha y la extrema izquierda por igual, discurso que en medio de silbatinas no pudo terminar, casi lo linchan, los otros delegados estudiantiles de Córdoba tuvieron que sacarlo con rapidez del sagrado recinto, el militante revolucionario lo reconoció al verlo, informó lo que era y lo que no era, finalmente lo soltaron, regresó a sus clases, se fue ganando el aprecio de sus estudiantes y de la comunidad en general, presentó proyectos académicos de gran calado, gestionó recursos, fueron aprobados, y entonces le cayeron los contrarios, lo amenazaron, tuvo que salir del pueblo dejando tras de sí la promesa de un amor incipiente y solidario. Experto en huelgas de hambre (a una que lideramos juntos, él como huelguista y yo como negociador, se le debe el primer asomo de democracia en la universidad que nos vio gozar y padecer), sabía cómo resistir, carácter, valor y dignidad eran sus palabras favoritas, podía aguantar más de ocho días, le bastaba con pensar en su amada enfermera, en la bella y sensible J., en su abismal modo de quererla. Pero otro amor había encendido en él su atribulada magia, meses después retornó a tierras araucanas, donde la muerte y no el amor lo convirtió en cadáver.
Recuerdo la vez que J. lo mandó a matar. Era domingo, estaba yo en casa, descansando, cuando a eso de las ocho de la noche oí una ráfaga de golpes en la puerta. Salí del cuarto y me dirigí al callejón, seguían tocando con desespero, abrí y entró el Naar (así le decíamos) sin saludar siquiera, raudo, agitado, fuera de sí, se metió en el cuarto, lo seguí, intenté calmarlo, le pregunté qué pasaba, y cuando por fin pudo superar el susto y emitir un hilo de voz me fue contando entre confusiones lo sucedido. Se había citado con J. en el parque de la 27, estaba a dos o tres cuadras del lugar, sintió de repente que lo estaban siguiendo, una camioneta de vidrios oscuros pasó lenta y misteriosamente por su lado, uno de sus ocupantes bajó la ventanilla y sacando la mano le disparó con índice y pulgar, pum, pum, pum, fueron tres disparos, me aseguraba, luego del sobresalto empezó a correr y lo único que se le ocurrió fue venirse para acá, solo J. conocía su paradero, tuvo que ser ella. En medio de su exaltación logré entenderle que el atentado había sido sin arma, solo con los dedos. No obstante, sin saber qué decirle le pregunté si estaba herido. La risa por esta pregunta me arribaría antes de medianoche y me duraría casi hasta el amanecer. Tuve que darle varios tragos de aguardiente para que se tranquilizara. Como a las diez me tocó caminar las más de veinte cuadras que separaban la residencia de J. de la mía, no estaba, su mamá me dijo que había salido, debe estar en casa de una amiga, no debe demorar. Supuse que estaría dando vueltas todavía por el parque esperando a que el amigo Alfonso apareciera. Naar se evaporó, ileso y feliz, riéndose de sí mismo, a eso de la once y treinta, pero convencido de que su adorada J. era la responsable de tan lúdica maldad.
Hay quienes desde el canto y la poesía se burlan de los que miramos excesivamente hacia atrás, anclados en el retrovisor de la historia, en función más del pasado que del presente. Yo les digo que el tal carpe diem es para los ilusos, que solo en la permanente evocación del pasado podemos asirnos a un presente menos fugaz y hasta pensar en un futuro no tan mortificante.
Me imagino al “Chacho” sonriendo con picardía mientras me escucha leer o recitar estas líneas algo sentimentales en un libro de prosas literarias, hiriéndome al final del audio con una de sus punzantes carcajadas. Sí, ríete, mi amigo, es lo que quiero, ríete de mí y de este tiempo que te libraste de ver, aunque no sabe uno en verdad cuál de todos ha sido peor.
Se me ocurre entrar a Google y escribir su nombre en el buscador. Ninguna información, solo un documento en PDF de la Escuela Nacional Sindical de Medellín que me llama la atención: “2.515 o esa siniestra facilidad para olvidar, 21 años de asesinatos sistemáticos y selectivos contra sindicalistas en Colombia (1986-2006)”. Lo descargo, lo recorro a vista de pájaro, al final una larga lista denominada “Los nombres sin olvido”, sesenta y cinco páginas de nombres y apellidos, sindicato al que se pertenecía, año de la muerte, día y mes, lugar de los hechos. Cuántos sueños ultimados por poderes enfermizos, tantas historias de vida reducidas a un nombre más en una triste y lóbrega lista, entre las muchas listas de la ignominiosa, polifacética e interminable violencia colombiana. Imposible ver esto sin sentir un angustioso escalofrío, me detengo, un nombre tras otro, hombres, mujeres, me imagino millares de anécdotas y episodios, otro monteriano, uno más, eran años tenebrosos, jamás los olvido, más mujeres, grandes luchadoras, pienso en sus familias, en sus hijos, hasta que la página 132 me deja estupefacto: Alfonso Alejandro Naar Hernández, ASEDAR, 2001, 8 de febrero, Arauca. ¿Será él? No recuerdo su segundo nombre, creo que alguna vez me lo dijo y me suena el Alejandro, ASEDAR, continúo la búsqueda, Asociación de Educadores del Arauca, es él sin duda, aunque no me imagino al Naar fungiendo de sindicalista, ¿habrá creído por fin en los procesos organizativos?, discutíamos bastante sobre eso en la universidad, no lo creo, quizá se afilió por otras razones.
Y sigo pensando y sufriendo y delirando: detrás de cada uno de esos nombres había toda una vida cargada de anhelos y esperanzas, país maldito signado por la sangre y el odio, sin segundas oportunidades como lo sentenció para siempre su más afamada novela. Debo escribir esta historia, me digo entusiástico, lo haré desde la literatura, pero nada de cuentos, no sirvo para eso, detesto las etiquetas, que viva la hibridez, me acuerdo de sus frases, fueron muchas, yo las anotaba mientras él bebía, a más guaro mayor lucidez y clarividencia, parecía un profeta, vaticinaba lo que ocurriría con un amigo en común, no se equivocó, hace poco pasé lo manuscrito a archivo digital, ahí están ahora, huelo su pensamiento, lo saboreo, cuántos alumnos privados de un enseñador atípico y descomunal, copio y pego algunas:
Un domingo 29 de enero de 1995: “Quiénes serán más locos: aquellos que dicen que yo soy loco o los que apoyan mi locura”. “Se agudiza mi locura, esa es una forma de tratar de alcanzar la normalidad que me fue negada”. “Yo no voy a la rosa como un rocío, yo voy es como el Sol: le pego de una vez”. “Si por lo menos mi familia supiera quién soy yo, me gustaría morirme ahorita mismo: por eso no me he muerto”. “Nunca he llorado cuando no se debe llorar”. “Nada me cohíbe en el sentido de la maldad, pero en el sentido de la bondad sí”. Encuentro otras, fechadas el 23 de enero de 1995: “Loco soy yo, que me preocupo por los demás”. “Hoy escribo para la universidad, para una protesta, pero es la misma carta que le escribo a la novia protestando”. “No me preocupa saber quién soy, me preocupa saber qué quiero. Esas son las grandes definiciones: lo que queremos”. “Yo no sé si pensar es locura y no pensar es racional. Si se piensa, dicen que uno es loco. Eso es ignorancia. Soy tan loco que a veces no alcanzo a imaginarme quiénes son los locos”. Febrero 5: “Yo no tengo que esperar las agonías de la muerte para darme cuenta de que no he vivido”. Febrero 10 de 1995: “Es que yo he dicho que para que esta universidad se componga nos ha faltado ser más ignorantes”. Sin fecha: “En Purísima no me pudieron matar porque le sonreía a la muerte, yo creaba terrorismo; una de las cosas para que a uno lo maten es mostrarse cobarde”. “Ya a mí la cabeza, cuando sudo, el sudor me huele a pólvora; yo ya echo humo, y el humo me huele a pólvora”.
Y, a fin de cuentas, aunque parezca mentira, lo mataron. Esa vez la mano sí estaba armada. Esa vez no habría un sobresalto golpeando en el callejón de la amistad. Esa vez no estaría su gran amor esperándolo en el parque de la 27 para matarlo a besos.
FRANCISCO BURGOS ARANGO (FBA)
Nota 1: para los que escucharon “Terco blues” y lo descargaron, el audio que aparece ahora en la publicación es una nueva mezcla. Por si quieren reemplazar el anterior.
Nota 2: mi libro “Santo remedio” se salvó de ser destruido. Después de las valiosas sugerencias de un amigo literato que escribiría su prólogo, decidí echarlo en remojo por un tiempo y ayer, por fin, me atreví a abrirlo. Logré el milagro de abordarlo como lector y no como su autor, y creo que tiene aciertos interesantes que vale la pena rescatar. Desde hoy entra en revisión, acogeré algunas de las opiniones que me hizo el amigo, en otras difiero de su parecer, dos o tres de sus textos serán reemplazados por unos que ya están en proceso de escritura (“EL NAAR”, con este título, será uno de ellos, literaturizado, por supuesto). Será un libro en prosa, sin rótulos, que da cuenta de un periplo narrativo que abarca muchos años y que conlleva por tanto divergencias. Saldrá a la luz. Fin del entresijo.
Nota 3: conocer las técnicas narrativas es, claro está, importante; repaso en estos días varios libros que tengo sobre el tema y consulto otros que he adquirido recientemente para consolidar conceptos. Me esperan otros retos literarios, y hay que asumirlos con todos los fierros.
Nota 4: un poema de Leonel Estrada: EN ÓRBITA: Me van a faltar siglos de existencia / sobre estas autopistas y aeropuertos / y estos libros y alegrías cotidianas / y este mi amor de siempre. / Yo no pienso viajar al espacio, / soy cosmonauta de la tierra.
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