ODA AL DESAPEGO

Una reflexión. Para olvidar y seguir (retrocediendo, restando años).

Nos enfocamos, por ejemplo, en ciertas luchas, pensando y creyendo que por fuera de tales menesteres no hay nada más. Se nos va la vida en ellas, pero cuando, por la misma inercia del destino, nos terminamos alejando, descubrimos que nada de aquello era realmente importante, ni nosotros –que liderábamos dichos procesos con ahínco y convicción– tampoco lo éramos. Es más: rápidamente nos olvidan; el ruido de los años nos pasa factura de modo inexorable. Solo el silencio y la soledad acogen nuestras cuitas.

Pasa, me temo, en todo. Lo he vivido recientemente en el quehacer sindical. Un cuarto de siglo dedicado a darle alguna identidad ideológica a un colectivo demasiado influido por profesionales de cómodo criterio, asumiendo riesgos y persecuciones de todo tipo casi en solitario, y, por último, los vicios de la democracia acaban apoderándose del teatro de los acontecimientos, coherencia y autonomía se desvanecen en el diálogo infructuoso, el cultivar las “buenas relaciones” sabe cómo traducirse en particulares intereses. Nadie se acuerda de lo que dejamos en el campo de batalla.

Quizá sea a eso a lo que se refiere Benito Pérez Galdós en “La incógnita” cuando alude a los árboles genealógicos carcomidos y talados con más saña por el tiempo, el abandono y la democracia. Desplazarnos, borrarnos, tarde o temprano será lo que tendremos.

Pero debo decir que surgen cosas buenas de tales decepciones: entre ellas, el descubrimiento de que la verdadera vida está más cerca de pasiones menos absorbentes, que en cada nueva desilusión se afianza el desapego, y que se puede vivir y morir sin sobredimensionar nuestro pequeño mundo.

Y si recuerdos estudiantiles vienen asimismo a mi mente u otras utopías se aproximan en las noches calmosas, toca entonces advertir que la mejor manera de honrar sus apetencias no es abrazando el confort ni renunciando a las grandes locuras de la tragedia humana. Hay que inventarse entonces nuevos retos que ayuden a mantener la carga. Con una sola diferencia: sin encierros ni obsesiones. Algo tiene uno que aprender de todo lo vivido y desvivido. Por lo menos saber que hay bastante vida en otros lados, y que siempre será posible mudarnos de tristeza.

Pienso ahora en mis contiendas musicales, en las que tanto insistí a sabiendas del furor descompuesto que predominaba en ellas. ¿Cuántas veces no creí haber palpado en tarimas el sentido brutal de mi existencia? Ese lugar en el mundo del que tanto se ha escrito… Hasta que lo que debió haber sido un retiro voluntario se volvió realidad por la extraña virtud de una pandemia.

Paradojas de un tiempo abominable. ¿Cuál no lo ha sido?

Y tú, Poesía, ¿tendré que hacer acaso lo mismo con tus males? Irme, reemplazarte, sacarte de una vez para siempre de mi oscuro ciclo, o más bien librarte de mis garras enfermas. Podríamos intentar convivir sin lastimarnos. ¿Te le mides?

Desapego frugal, capaz de atiborrarme de alegría.


FRANCISCO BURGOS ARANGO (FBA) 

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